-¿Qué te ocurre? Estás muy callado – preguntó Cíara a sus espaldas. Colum frunció el ceño con fastidio. Aquel día no estaba de humor para lidiar con la sagacidad de su hermana –. ¿Colum? ¿Tomaste algún voto de silencio? No me opongo, en principio, pero me hubiera gustado enterarme de antemano.
- Estoy bien, Cíara – respondió al fin el muchacho, acomodando otro de saco de trigo en la pila. Se habría creído que, en la penumbra del granero de las monjas, le resultaría fácil esconder sus pensamientos sombríos, pero no había caso. Los ojos de su hermana eran como los de un gato –. Me duele un poco la cabeza, es todo.
- Ven. Déjame ver de qué se trata. – Cíara dejó la lámpara de aceite en el piso y lo obligó a enderezarse. Luego le puso la mano sobre la frente para tomarle la temperatura.
- Cíara, ¡déjame en paz! – protestó –. ¡Estoy todo sudado!
La novicia no le prestaba atención y no lo soltó hasta que hubo examinado sus ojos, su lengua y su garganta.
- Pues a mí me pareces sano, monjecillo – sentenció, arqueando una ceja.
- ¿Y ahora resulta que no puedes equivocarte? – la increpó, rehuyendo su mirada, e intentó volver al trabajo.
- Ocasionalmente me equivoco, lo admito – ironizó Cíara –. Pero antes hay otras explicaciones más plausibles que debiéramos considerar. Por ejemplo, que estés escondiéndome algo.
Decididamente molesto, Colum arrojó con fuerza el saco que tenía entre las manos y éste fue a azotarse contra la pila que estaba levantando. La tela cedió con el impacto y el precioso grano dorado se derramó por el piso cubierto de heno.
- ¡Mira nada más lo que me hiciste hacer! – exclamó.
- Yo no he hecho nada, Colum – se defendió serena la novicia, al tiempo que se apresuraba a recoger el saco roto y lo dejaba a un lado con tranquilidad –. Ya está. Lo remendaré más tarde.
- ¡Eres una arrogante, Cíara! – protestó el oblato –. Estás llena de vanagloria, ¿lo sabías? ¡Crees que lo comprendes todo, pero la verdad es que eres una niña y no tienes idea!
- ¿Así que “vanagloria”? Mírate, nada más, disparando palabras complicadas – Ignorando el arrebato de su hermano, la novicia tomó asiento en el borde de la carretilla –. Parece que Máel Dub consiguió meterse en tu cabeza, al fin.
Colum apretó los puños, pero luego soltó un largo suspiro y se dejó caer de espalda sobre los sacos de grano. Aunque sintió ganas de llorar, cerró los ojos y contuvo las lágrimas. Quería contárselo todo. Por eso había venido, en realidad. Se había ofrecido como voluntario para acompañar a Fíacc, el ecónomo, a reaprovisionar el granero de la comunidad femenina. Desde su altercado con Máel Dub, Colum se sentía más incómodo que nunca en Tamlacht. Todas las miradas, incluso las más inocentes y cordiales, le parecían hostiles. Pasaba el día haciéndose imperceptible: guardaba silencio en el comedor, se ocupaba en quehaceres individuales. Se había quedado solo y, al final, Cíara era la única persona que le quedaba en su pequeño mundo. Rónán había desaparecido sin dejar rastro y ya se estaba haciendo a la idea de que lo había perdido para siempre. Su madre... No, para Éithne era como si Colum no existiera, como si hubiera muerto al momento de entrar al monasterio. Óengus, en toda su bondad y su paciencia, seguía siendo uno de los superiores y había cosas que sencillamente no podía confiarle: cosas que su corazón tan limpio sería incapaz de comprender. Y luego estaba Bran... No. Debía mantenerse alejado de Bran.
- Creo que he estado metiéndome en problemas... – dijo al fin –. Uno de los hermanos está perdido, imagino que ya te habrás enterado.
- ¿Qué duda te cabe? – bufó la jovencita con expresión astuta –. Las hermanas no hablan de otra cosa. Como aquí no ocurre nada, cualquier pequeño escándalo hace eco en el vacío. Además, se trata de ese novicio grandote Rónán, ¿cierto? Parece ser que varias de las novicias le tenían echado el ojo... ¿Lo conocías bien?
Desde la llegada de Rónán al monasterio, Colum se había cuidado bien de nunca mencionárselo a Cíara, no fuera a ser que al más mínimo descuido suyo la chica adivinara todo lo demás.
- Sí, podría decirse que sí – respondió vagamente, y luego añadió con tristeza –: creo que éramos amigos.
- ¿Es eso lo que tiene de mal humor, Colum? ¿La desaparición de tu amigo? Si es así, lo comprendo bien y te compadezco. Lo siento mucho. Pero me extraña que nunca me hayas hablado de él...
- Sí, pero hay más – prosiguió, un poco para distraer a Cíara de su sospechoso secretismo respecto a Rónán y un poco porque en realidad deseaba descargar su consciencia, al menos en parte –. Fui la última persona que lo vio, y esto no lo sabe casi nadie. Sólo Máel Dub, y ahora tú. Verás... – Con la mirada baja, Colum compartió con su hermana una nueva versión de lo que había ocurrido esa noche en la iglesia. Le contó del estado lamentable en que Rónán había llegado, por causa de los castigos del anmcharae, y de cómo había logrado restablecerlo. Esta vez incluyó también la historia de las provisiones robadas, pero Cíara apenas le puso atención a aquel detalle. En cambio, Colum se guardó la dolorosa confesión de Rónán, su propia declaración de amor y todo lo que ocurrió después, hasta la aparición del abad.
-¿Por qué le mentiste a Airennán? – inquirió la novicia.
- Porque Rónán me pidió que guardara su secreto – mintió –. No quería meter en problemas a Máel Dub.
- Pues fuiste un tonto, Colum – lo reprendió ella con dureza –. Ese Máel Dub abusa de su poder y, lo que es peor, disfruta infligiendo dolor. Debieras decírselo todo a Óengus, ¿sabes? Alguien tiene que ponerle un bozal a ese perro rabioso.
- Tal vez tengas razón, pero es más complicado de lo que parece... – Colum suspiró, y retomó su relato –. Antes de ayer estaba con otro oblato... – Vaciló un momento, preguntándose si sería prudente mencionar su nombre, pero al final se atrevió –. Bran... el chico nuevo, ¿has oído de él?
- Sí, sí, continúa.
- De acuerdo. Entonces, estaba con Bran en el río, lavando unos utensilios de la cocina, y Máel Dub vino a hablar conmigo. Me dijo que sabía que le había mentido al abad y que yo había visto a Rónán la noche en que desapareció. Quería que le contara lo ocurrido y lo hice. Le dije lo mismo que te he dicho a ti. – El oblato se detuvo un instante. Había silencio en torno al granero de las hermanas, incluso a la mitad de la tarde. Fíacc seguramente seguía ocupado en la cocina, haciendo el inventario de las despensas –. Creo que se sintió amenazado con que yo supiera que había violado la regla castigando a Rónán cuando está prohibido, porque luego empezó a atacarme.
- ¿A atacarte? ¿Qué quieres decir? – Cíara frunció el ceño y se arregló aquel mechón de cabello rojo que se le asomaba a menudo por debajo del velo.
Colum inspiró profundamente, con el corazón latiendo de prisa al rememorar lo ocurrido. Quería mantener la calma, pero Cíara estaba muy cerca de la llaga abierta de sus secretos profanados.
- Me contó acerca de los pecados de Rónán. Pecados suyos de pensamiento. Y te lo juro, Cíara, me... – La garganta se le cerró en un nudo doloroso, y bajó los ojos para rehuir la mirada de la novicia. La verdad parecía un peligro inmenso e inminente, como un precipicio oculto en la bruma. Necesitaba decírselo todo, pero el miedo lo tenía paralizado. ¿Qué diría Cíara, su hermana, si le mostraba el fondo inmundo de su consciencia? ¿Se alejaría de él, decepcionada y asqueada? Después de todo, Cíara era una novicia, una virgen de Cristo. ¿La perdería también a ella? No. Aquello no podría soportarlo.
- Colum, tranquilo – murmuró ella, y el oblato se percató de que se había echado a llorar descontroladamente. Cíara apoyó su frente contra la de Colum y le acarició el cabello rizado –. Estás seguro aquí, conmigo. Nadie puede escucharnos.
- Me dijo cosas horribles, Cíara... Cosas que no quiero repetir – gimió, abandonado –. Y me dijo que la culpa era mía... Que era mi culpa que Rónán se hubiera corrompido así... – No pudo seguir hablando.
- Está bien, Colum – lo consoló –. Está bien. Creo que comprendo todo. – Cíara tomó sus manos entre las suyas con fuerza –. Y está bien.
- No, Cíara... No está bien... – quiso protestar el oblato. Su confesión había quedado incompleta.
- No, basta. Cállate y deja que hable yo, ¿quieres? – dijo, entre una súplica y una orden –. Lo que sea que tengas ahí escondido en tu pecho, lo acepto. Lo que sea, lo amo. Lo que sea, Colum. Ya me lo mostrarás otro día, cuando no tengas miedo. Por ahora, confórmate con saber esto con certeza, ¿sí? Nada de lo que hacemos, decimos o pensamos es del todo bueno y nada es del todo malo. Y, en cualquier caso, no tenemos la sagacidad para distinguirlo de inmediato. Cuando Adán y Eva comieron del Árbol del Conocimiento, no recibieron el don que la Serpiente les había prometido. Sólo creyeron recibirlo y de inmediato se pusieron a juzgarlo todo, empezando por sí mismos. Y se equivocaron desde el principio. Por eso, lo único que podemos hacer es considerarlo todo con humildad y ternura. No como Máel Dub. La gente como él... Ellos ven una grieta y ya quieren echar abajo la pared. Por fortuna, Dios no es así. Dios es paciente. Porque a veces, ¿sabes? A veces una grieta no es una grieta. A veces es un cascarón que se rompe, cuando algo nuevo tiene que aparecer. – Colum rio de puro alivio e intentó mascullar una palabra de gratitud, pero Cíara lo hizo callar de nuevo –. He dicho que me escuches. No he terminado. Hiciste muy mal en esconder las infamias de Máel Dub. Él es el anmcharae, y ello le da un poder inmenso. Tal vez, mayor que el del abad. Y nunca, jamás debes proteger a los poderosos. Rónán cometió el mismo error y mira nada más las consecuencias. Debiste decírselo todo a Airennán, o a Óengus o a mí y yo se lo habría dicho en seguida a la madre Fidelma. Aún es tiempo de remediar ese error y debemos hacerlo, porque se ve que las faltas de Máel Dub van muchísimo más allá de violar la santidad del domingo. Hay pocos pecados para los cuales no hay perdón en Éire, según la regla, y uno de ellos es profanar el secreto de una confesión. Lo sabes, por supuesto, pero ni te diste cuenta de tan enfrascado que estabas en ti mismo y en tu remordimiento. Al revelarte los secretos de Rónán, Máel Dub cometió un crimen que se pena con el exilio. Así que ahora te pondrás de pie, iremos a buscar a la madre Fidelma y se lo contaremos todo.
Cíara tiró de su mano, pero Colum no se movió. La novicia lo miró con expresión severa.
- No puedo hacerlo – murmuró –. Cíara, no me lo van a creer. Será su palabra contra la mía: un oblato desobediente e inmaduro contra un anmcharae. Lo negará todo. ¿Y a quién le creerán los superiores?
- ¿Acaso no había alguien más allí con ustedes? El oblato nuevo, Bran. Tienes un testigo.
- Él... No creo que haya escuchado esa parte de la conversación – suspiró –. Además, Bran es diferente. Dudo que tomaran en cuenta su testimonio.
- He oído que viene de lejos, y que su familia no es religiosa. Con mayor razón debieran escucharlo: su testimonio será más franco, más imparcial, más libre de escrúpulos.
- Me defendió, ¿sabes? – le dijo, y una sonrisa exhausta afloró en sus labios –. Y no con palabras solamente. Máel Dub lo golpeó con el bastón por su atrevimiento, pero Bran le respondió con un puñetazo que lo dejó sin aliento. – Vaciló un instante – Luego lo levantó por el cuello, como si tuviera la fuerza de dos hombres. Y es un chico menudo, Cíara : más bajito que yo. Lo amenazó de muerte, y le dijo... Le dijo que yo estaba bajo su protección.
- Vaya... – Cíara levantó una ceja y se cruzó de brazos –. Ya no me parece el más imparcial de los testigos. No me malentiendas: me alegro de que alguien le haya hecho frente a ese maldito y me tranquiliza que alguien más esté cuidándote las espaldas, pero si Máel Dub lo acusa de haberlo agredido de esa forma, se meterá en serios problemas y seguramente ignorarán todo lo que pueda decir. – Cíara se quedó pensando un instante y luego continuó –. Lo mejor sería que este Bran le confesara esa falta a Óengus de antemano para que Máel Dub no pudiera usarla contra él. Habla con él y pídeselo.
- La verdad es que... lo he estado evitando desde entonces – admitió, abatido. En efecto, se las había arreglado para eludir al forastero cada vez que había sido posible y no habían intercambiado palabra en dos días –. Hay algo en él que me inquieta. – Aquello era cierto. Esa prodigiosa fuerza suya y esos ojos tan poco comunes. Pero eso no era todo, desde luego –. Es extraño. No creo que sea buena compañía para alguien como yo.
- Pues tú también eres extraño... – El llamado de la campana los sobresaltó a ambos. Cíara se acercó al umbral del granero e inspeccionó el exterior –. Vísperas. Perdí la noción del tiempo, pero no hemos terminado tú y yo. Quédate donde estás. Iré a decirle a la abadesa que nos ausentaremos de la oración. Mientras tanto, sigue adelante con esos costales.
La novicia se marchó sin esperar a que respondiera y Colum se encontró solo en la penumbra del granero. Se limpió la cara con la manga del hábito y se pasó la mano por el cabello para componerse un poco. De pronto, una gran sombra apareció en el umbral, bloqueando la luz del sol poniente. Colum levantó la mirada y se puso de pie de un salto. La confusión de emociones se disipó de inmediato y creyó que iba a gritar de dicha. Envuelto en una capa harapienta de color negro, con el cabello rubio hecho una maraña, Rónán lo miraba con ojos incrédulos.
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