[TW: Abuso sexual/violación]
Cerró los ojos, abandonado, sin que su voluntad opusiera la menor resistencia. Sintió las manos de Rónán: una en su hombro y la otra detrás de su cabeza, con sus dedos que pasaban entre sus rizos castaños. El olor de su cuerpo le nublaba la consciencia. Sin dejar de besarlo, Colum quiso corresponder a sus caricias. Quería abrazarlo al fin, tal como lo había soñado. Pero al hacerlo, no sintió la áspera lana del hábito, sino piel suave y caliente. Abrió los ojos, tomado por sorpresa, y vio que Rónán estaba desnudo. Al inclinarse hacia el oblato, la capa raída había caído al piso y ya nada cubría su hermoso cuerpo. Colum se separó con dificultad de los besos del chico, incapaz de dar crédito a sus ojos. Una vez, con vergüenza, lo había espiado a la distancia mientras se bañaba en el río, pero ahora estaba tan cerca que podía sentir su tibieza incluso sin tocarlo. Su pecho y los hombros tan amplios, sus brazos de herrero; los músculos de su abdomen se perfilaban debajo de su piel. Aunque estaba herido y amoratado, aquello no disminuía en nada su belleza. Pero cuando Colum quiso mirar más abajo, hacia su entrepierna, una punzada de culpa se lo impidió. Rónán volvió a besarlo, mordiendo sus labios: en sus movimientos había una terrible urgencia.
- Rónán, no... – musitó, repentinamente incómodo, pero el chico no le prestaba atención. Sintió la diestra de Rónán sobre su pierna, sus dedos hundiéndose en su carne mientras subían por debajo del hábito; la otra mano lo empujaba suavemente para hacerlo recostar sobre el heno del suelo –. Detente... – El muchacho era demasiado fuerte. En un abrir y cerrar de ojos, Colum lo tenía encima. Sólo atinó a sujetar sus hombros: no podía pensar con claridad. Una de las rodillas del novicio le separaba las piernas. Rónán seguía besándolo ávidamente. El corazón de Colum latía con fuerza, pero en su compás se confundían el deseo y el miedo. Rónán bajó hasta su cuello para besarlo. Podía esucuchar el sonido de su respiración agitada: en ella había algo extraño, áspero, parecido a un jadeo. Colum se quedó helado, sin poder moverse, alcanzado de golpe por un recuerdo nebuloso. Creyó oír un gruñido, ¿o lo estaba imaginando? El cuerpo de Rónán, recostado sobre el suyo cuan largo era, olía a sudor y cerveza, pero había algo más. Algo metálico y dulce, que parecía venir de sus llagas abiertas. Aquel olor se le metía a Colum por la nariz como una marea espesa, roja y negra que bajaba por su garganta. Podía saborearla en sus labios y en su lengua: era la pestilencia de la muerte. El gruñido volvió a dejarse oír, más fuerte esta vez, y el recuerdo de aquel monstruo sarnoso de sus pesadillas por fin tomó forma en la memoria de Colum. Dos ojos amarillos se encendieron en la oscuridad de su mente obnubilada, tal como los había visto aquella noche afuera de su celda, antes de que la flauta de Bran los ahuyentara. Taavah, Epithymia, Luxuria... El demonio, que había estado dormido en ausencia de Rónán, había vuelto a despertar –. ¡Rónán! ¡Basta ya! – gritó al fin con desespero, pero en sus oídos su propia voz resonó débil, terriblemente frágil. Trató de mover sus brazos, pero las manos de Rónán lo sujetaron con fuerza por las muñecas.
- Deja de resistirte, Colum – gruñó una voz extraña en los labios del novicio –. Esto es lo que quieres. Eres igual a mí. No tiene caso que te engañes.
- ¡No! – gimió Colum –. ¡No quiero! – Molesto, Rónán se sentó a horcajadas sobre su abdomen, sin soltarle las muñecas y lo miró fijamente. Sus ojos verdes estaban enrojecidos por el llanto. En su rostro, las lágrimas habían arado surcos pálidos entre la suciedad –. Rónán, te lo ruego... Debes detenerte ahora. Yo... no quiero esto.
- ¡Mentira! – rugió el novicio, esta vez con su propia voz –. Tú me lo dijiste. Dijiste que querías esto, y ahora voy a dártelo.
¿Y acaso no era cierto? ¿No había deseado a Rónán desde el momento en que se habían conocido? No era así como lo había soñado. Jamás había imaginado la duda, la confusión y el miedo que estaba sintiendo en ese momento. Pero ¿qué podía saber él? Quizá fuera así que se cumplían los deseos de los cuerpos: por tierra, escondidos en las sombras, entre arcadas de remordimiento y vergüenza... Después de todo, aquel era el camino del Abismo, ¿y no lo había elegido libremente? ¿No había abandonado hacía mucho las sendas del Dios Vivo? En secreto, hacía mucho que había traicionado a Óengus, a Cíara... ¿Qué derecho tenía ahora a negarse? ¿A quejarse? ¿Y qué caso tenía fingir pureza, cuando ya estaba revolcándose en el barro como un puerco? Se lo había buscado y por fin lo había conseguido. Cerró los ojos y apretó los dientes, tragando el nudo de amargura que le cerraba la garganta. Con un suspiro, relajó los brazos. Al sentirlo entregado al fin, Rónán sonrió triunfante. Con un sólo movimiento, desgarró su viejo cinturón de cuero. Colum sintió cómo las fuertes manos del novicio lo movían ahora a su antojo, pero él apenas podía comprender lo que ocurría. Lo tomó por los hombros y lo obligó a ponerse boca abajo, con el heno del piso escociéndole en las manos, la frente y las rodillas. Sintió que Rónán le subía el hábito por la espalda hasta las axilas. Se inclinó sobre él y le mordió el cuello y los hombros, agarrándolo bruscamente por debajo del mentón. Podía sentir la dureza de su miembro entre sus nalgas. Colum tenía miedo, pero su cuerpo estaba lánguido, como si su alma se hubiera replegado en su interior para encerrarse en alguna celda invisible. El palpitar de su corazón se oía lejano. Los latidos marcaban el paso del tiempo que fluía con lentitud y Colum sólo quería que todo terminara.
De repente, las tinieblas de su mente se disiparon y una imagen iridiscente empezó a perfilarse. Al principio, sólo advertía luces y colores, pero pronto pudo distinguir las formas. Era el Dothra, plateado y dorado bajo la luz del sol. Casi podía sentir la frescura del agua en su piel. En medio de la corriente, una silueta se recortaba contra los reflejos resplandecientes. Pudo ver su rostro: era Bran. Bran, que no tenía miedo. Que se había enfrentado a Máel Dub y lo había protegido. Pero Bran no estaba allí en ese momento para salvarlo otra vez y el mundo era un lugar aterrador... Colum lo sabía y tenía miedo. En verdad, siempre había tenido miedo. “¿Vas a decirme que eres un cobarde, Colum mac Flainn?”. La voz de Bran resonó en su interior, como un trueno o un cuerno en la distancia. Podía ver sus ojos de rubí brillando al mirarlo con alegre certeza. Si tan sólo tuviera un poco de su valor, aunque fuera sólo un poco... Pero era un cobarde. “¡Mentira!”, replicó Bran en su mente. “Allá afuera te esperan peligros y maravillas. Cuando los enfrentes, verás que yo tenía razón”. Y algo muy dentro de Colum, esa parte de él que se desperezaba cuando estaba cerca de Bran, quiso comprobarlo también.
Con la sangre hirviendo en sus brazos tensos y haciendo acopio de fuerzas desconocidas, Colum balanceó su cabeza hacía atrás y golpeó a Rónán de lleno en el rostro. Escuchó el crujido de los huesos de su nariz al romperse. El novicio lanzó un grito de dolor, dándole a Colum el tiempo justo para escabullirse. Cuando se puso de pie, el mundo daba vueltas a su alrededor. Rónán se tapaba la cara con ambas manos mientras la sangre corría entre sus dedos.
- ¡Bastardo! – gritó, y Colum creyó reconocer ahora dos voces diferentes que emergían de su pecho: la de Rónán y aquella otra, oscura y rasposa, que una vez lo había llamado por su nombre desde las sombras. Cuando pudo ver su rostro ensangrentado, se dio cuenta de que el verde sus ojos hinchados aparecía jaspeado de vetas amarillentas –. ¡Hijo de perra! – Para horror de Colum, Rónán dio un manotazo en la penumbra y se apoderó de una horqueta que descansaba entre los costales de trigo. La aferró con fuerza hasta que sus nudillos se volvieron blancos. Colum retrocedió, alerta. ¿Iba a atacarlo?
- ¡Quieta! – clamó una voz de improviso, y la puerta del granero se abrió con estrépito, como si la hubiera derribado un ariete. Una pequeña silueta apareció en el umbral, pero Colum no le quitaba los ojos de encima a Rónán. El novicio se había quedado inmóvil, como petrificado. El rostro de la madre Fidelma, la abadesa, apareció en el resplandor dorado de la lámpara, acercándose con paso sereno –. Eso es. Quieta, vieja mugrosa. – La voz de la anciana monja tenía la suavidad del cuero gastado y el pergamino más terso. En ella no había furia ni desasosiego. Fidelma se plantó delante del novicio desnudo, con los brazos cruzados delante del pecho. Su perfil aguileño se empinaba para mirar a los ojos a Rónán–. Te conozco, en efecto. Y sé tu nombre. Bosheth, Aischuné, Dedecus... ¡Deja de esconderte!
El cuerpo de Rónán se sacudió de repente, temblando como si una mano invisible lo zarandeara. Entornó los ojos y sus pupilas desparecieron debajo de sus párpados. Abrió la boca, negra como un pozo, y profirió un alarido macabro. Una ráfaga de aire tibio y fétido se arremolinó al interior de la choza y la llama de la lámpara se extinguió.
- ¡Colum! ¿Estás bien? – Escuchó una voz a su lado. Era Cíara, pero no podía verla en la oscuridad. Su hermana había regresado. Pudo sentir su mano tibia sobre su antebrazo.
- Cíara, yo...
- ¡Déjame en paz, perra! ¿Qué quieres conmigo? – gritó aquella cosa que hablaba con los labios de Rónán –. No tienes nada que hacer aquí. Estos dos son míos. Son mi presa y no hay nada que puedas hacer para arrebatármelos...
Pero entonces, un sonido extraño ahogó la voz del horror. Al principio, Colum no pudo reconocerlo, pero luego se dio cuenta: era una risa. La abadesa estaba riendo, quedamente al principio, pero luego a todo pulmón, con grandes e incontrolables carcajadas. El viento pestilente cesó. La mecha de la lámpara volvió a encenderse sin que nadie se le acercara y el recinto quedó lleno de una fragancia difícil de describir.
- Guarda silencio, ¿quieres? – dijo la abadesa, recuperando el aliento. Se acercó al novicio y tocó su rostro con gentileza –. Rónán no es tuyo. Nunca lo fue. – Al tacto de la monja, Rónán se retorció y el demonio soltó un aullido –. Vete ahora, te lo ordeno en el nombre del Dios Viviente... la Palabra Siempre Nueva... el Rey de los Misterios. Regresa donde tu triste señor y dile que fallaste.
El demonio gimió primero y luego volvió a aullar. Entre espasmos aterradores, el cuerpo de Rónán se elevó en el aire, meciéndose como si fuerzas invisibles tiraran de él en direcciones opuestas. Entonces abrió la boca y de su garganta manó una ola de alquitrán. La inmundicia negra cayó al piso y allí se agitó como si tuviera vida propia, arrastrándose entre la tierra y el heno para alejarse de la mujer. Rónán cayó al suelo, inconsciente. Colum no podía creer lo que estaba viendo. Debilitado como se hallaba, pensó que iba a perder el sentido, pero Cíara estaba allí para confortarlo. La valiente jovencita contemplaba la escena con el ceño fruncido, murmurando en silencio las palabras de los salmos. La madre Fidelma se arrodilló junto a Rónán, lo arropó en su capa y apoyó la cabeza del novicio en su regazo.
- Descansa, querido Rónán. Necesitarás de todas tus fuerzas – murmuró con firme dulzura –. Todavía hay mucho que hacer. Heridas por sanar, desgarros por reparar... Hay que emendar caminos y responder por nuestras acciones. Pero todo estará bien, te lo prometo. Ya lo verás.
Rónán no despertaba, pero ahora su respiración era plácida y serena. Colum lo miraba con los ojos llenos de lágrimas. Cíara lo sujetaba por los hombros y besaba su cabello. Entonces, en un rincón donde no llegaba la luz, Colum se dio cuenta de que había dos pequeñas chispas doradas suspendidas en las sombras. Se estremeció y su hermana se percató de lo que ocurría. Con movimientos decididos, Cíara tomó la lámpara de arcilla y la acercó al lugar sombrío. Las chispas parpadearon: algo se retorció y gimió en las tinieblas. A la luz de la lámpara, Colum y Cíara vieron una criatura pequeña y repugnante, semejante a un zorro famélico, cubierto de sarna y llagas pestilentes. Pero antes de que pudieran hacer nada más, la abominación se desvaneció por completo como un jirón de niebla en la brisa.
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