—Fueron meticulosos, moviéndote de lugar cada cierto tiempo y manteniendo al mínimo la cantidad de personas al tanto de tu captura, incluso entre sus filas. Puede que nunca te hubiésemos encontrado de no ser por los infiltrados que tenemos en La Causa. Tu “madre” es una de ellos, su nombre real es Europa, no Lanna Green.
»Pero no podía sacarte de allí por su cuenta, los rebeldes no confían del todo ella y mantienen a uno de sus más leales seguidores a su lado para vigilarla, el hombre que pretende ser tu padre. Él la mataría sin dudarlo al primer vistazo de traición.
»Pese al riesgo Europa nos informó que serías trasladado desde Nueva York hasta esta ciudad. Pero no estarías aquí por mucho; en una fecha cercana serías trasladado de nuevo, no tenemos idea de a dónde, ni por qué razón. De modo que La Resistencia me envió al mismo instituto que tú, encargándome vigilarte de cerca y esperar el momento oportuno para rescatarte sin levantar sospechas sobre Europa.
«Entonces mi madre y mi padre están involucrados en todo esto».
Alex frunció el ceño.
—Pero eso no tiene sentido. ¿Por qué tendrían a un prisionero asistiendo a la escuela y andando libremente en la ciudad?
—Sí… yo tampoco lo tengo claro. Asumo que confiaron en que no tendrías razones para huir. Además, tenían a las gárgolas vigilando cada uno de tus movimientos sin que lo notaras. Por eso decidí mantener distancia de ti en la escuela, para no llamar su atención. Lo que nos trae al día de hoy. Europa envió una señal advirtiendo que te trasladarían al llegar a casa, por lo que mi última oportunidad para sacarte de allí era después de clases…—Le dirigió una mirada recriminatoria—. Si tan sólo no hubieses salido corriendo antes de que pudiera hablarte y acabo.
—Espera, dijiste que planeaban atraparme en casa—apuntó él ignorando el comentario—. ¿Entonces por qué me atacaron antes?
—Aquí sólo puedo especular. Durante semanas fuiste una criatura de hábitos y que justo hoy te desviaras de tu camino regular debió parecerles sospechoso, obligándolos a intervenir.
Se levantó de la silla y rebuscó entre uno de los estantes hasta sacar una camiseta gris que le tendió a Alex. Él la cogió agradecido por no tener que continuar aquella conversación estando semidesnudo.
La herida apenas reaccionó cuando le rozó la tela esta vez.
—Pero si La Causa me quiere vivo, ¿por qué esa gárgola intentó matarme?
—Seguro te las arreglaste para cabrearla—rió ella—, pero no creo que tu vida estuviera en verdadero peligro.
Alex sentía que la cabeza le daba vueltas.
Con el cuerpo entumecido por su lucha en el callejón y la mente embotada debido a aquella conversación, se puso de pie como pudo.
—Escucha, Dafne, todo esto me parece una historia muy… interesante. Y no te ofendas, pero no la compro—dijo sin reprimir el tono impregnado de ironía—. Gracias por salvarme y por los primeros auxilios, pero ya es momento de que me vaya a casa. Quien quita y al irme a la cama despierte dándome cuenta de que todo esto fue sólo un sueño, no sería la primera vez que me pasa hoy… O quizá me inscriba en una institución mental, tampoco lo descarto. Te recomiendo que hagas lo mismo.
Comenzó a dirigirse a la puerta, pero ella le bloqueó el camino.
—No puedes ir, ¿no has entendido? Apenas llegues te capturarán y ni Europa ni nadie podrá hacer nada por ti esta vez. —Notando que Alex se quedaba viendo la espada que ella había dejado sobre la mesa, la chica comenzó a hablar con más calma. —Ellos te están buscando allá afuera mientras hablamos. Y te aseguro que esta vez enviarán por ti cosas con mayor garantía de éxito.
«Dice la verdad—apuntaló una vocecilla dentro de Alex». Pero no estaba seguro de si era que la joven deliraba y realmente creía las fantasías que decía, o si no estaba tan loca como él quería creer. Su parte racional seguía plantándole resistencia a un hecho que en el fondo ya había aceptado. A fin de cuentas, Dafne no había inventado a las gárgolas; él mismo las había enfrentado hasta el punto de resultar herido. Y el dolor fue muy real.
—Pero, ¿qué quieren de mí?—exclamó—. Si se supone que no recuerdo nada, entonces ya no soy una amenaza.
—Sigues siendo uno de los dioses más poderosos del Olimpo y de sus más acérrimos adversarios. Que andes libre significa que podrías recuperar la memoria de un momento a otro. Mientras vivas serás una amenaza para ellos.
«Tiene un punto—se mostró de acuerdo la molesta voz.»
Alex se dejó caer en el sillón. Se puso los codos sobre las rodillas y hundió la cara entre las manos. Se sentía impotente, frustrado y enfermo.
Dándose por vencido, levantó la cabeza para enfrentarla.
—De acuerdo, digamos que te creo. ¿Qué haremos entonces? ¿Quedarnos aquí para siempre?
—Claro que no. Tengo un contacto que nos ayudará a salir de la ciudad.
—¿Qué hay de mi madre?
—Ya te dije que Europa no es tu madre—repitió ella—, tus recuerdos fueron alterados para que lo creyeras. Y por ahora no sospechan de ella, así que estará a salvo.
—Entonces… Cuando estemos lejos de aquí, ¿qué haremos?
—Recuperar tu memoria—sonrió ella llena de confianza.
Y en ese instante Alex tuvo el extraño presentimiento de que seguiría hasta el fin del mundo.
—Tus heridas sanarán rápido—le aseguró la chica dándole una mochila llena de provisiones. Era evidente que se había estado preparando para ese momento—. Por ahora tenemos que ponernos en movimiento antes de que descubran este lugar.
Alex apuntó a la espada que ella llevaba al cinto.
—¿No debería tener una yo también?
—Eres el dios cuyo símbolo emblemático es el arco y me pides una espada—se rió Dafne como si fuera divertidísimo.
Se dirigió entonces hasta uno de los estantes, donde movió un frasco con frutas en conserva de sitio. Se escuchó un chasquido y en la pared apareció una ranura vertical. Dafne introdujo la mano y tiró de algo dejando al descubierto un panel lleno de armas.
Tomó un arco y se lo entregó.
—Ten, todo tuyo. Creo que por aquí tengo un carcaj.
Pero él no la escuchaba, embelesado por la singular belleza del objeto en sus manos. Era de un negro brillante y el esbelto cuerpo estaba cubierto de intrincados diseños de hojas. En un extremo reconoció una minúscula palabra grabada en fluidas letras griegas: «Aella». “Viento cortante”, supo Alex.
—¿Cómo se leer griego?—preguntó pasmado.
—Perteneces a la estirpe griega de los dioses—contestó Dafne sin prestarle mucha atención.
—Pero nunca he podido entender el idioma, sólo veía garabatos.
—O eso te hacen pensar los recuerdos falsos—replicó ella—. O quizás aún puedes recordar algunas cosas. Yo qué sé.
Regresó junto a él y le tendió una aljaba llena de flechas.
—No sé usar un arco.
—Eres un dios arquero. Cuando lo utilices lo harás a la perfección, lo sé—declaró, confiada—. Ahora vamos, no hay tiempo que perder.
Al salir del cine caminaron en círculos por un rato. Dafne le advirtió que una vez perdido de vista a sus perseguidores les sería difícil localizarlo de nuevo, pero debían extremar precauciones. Cuando estuvieron seguros de que nadie los seguía se encaminaron al este de la ciudad.
Como evitaron avenidas y rutas principales, era entrada la tarde cuando llegaron a una mansión antigua rodeada por una verja cubierta de malas hierbas.
—Espera aquí—le ordenó Dafne antes de cruzar el portón.
Alex miró en todas las direcciones, nervioso. De repente le pareció ver sombras de monstruos en todas las direcciones. Tras el incidente con las gárgolas cualquier cosa era un enemigo potencial. ¿Aquel árbol se había movido? Fue la brisa, claro.
En ese momento vio a una chica de cabello plateado que apareció al otro lado de la calle. Parecía alterada, revolviendo los alrededores como si buscara a alguien. Cuando notó a Alex una expresión extraña cubrió su rostro de rasgos finos.
—¡Febo!—gritó la chica corriendo hacia él.
Alex se puso rígido esperando un ataque que nunca llegó.
Ante su asombro, la chica le saltó encima atrapándolo en un abrazo que provocó que el dolor vibrara en la herida de Alex.
—Te he buscado por días—soltó la chica entre sollozos—. Desapareciste sin decir nada y yo estaba preocupada y…
Se detuvo a media frase.
Lo soltó, se secó las lágrimas con el brazo y clavó en él una mirada enfurecida. Entonces le dio un puñetazo en la nariz.
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