Sekvan cuenta el dinero mientras yo me dejo caer en el sofá. Gimo porque soy tonto y olvidé lo mucho que me duele el cuerpo.
—¿Te cayó encima una de las cabinas de transporte? ¡Te ves fatal!
Daya se agacha a mi lado, me pone la mano en la frente.
—Es menos que lo que acostumbras... —dice Sekvan.
—Me descontaron lo del accidente.
—¡Di eso primero, Dennis! ¿Qué accidente? —me reprende Sekvan mientras Daya empieza a palparme la espalda, cuento brevemente mi caída y como la empresa me responsabilizó por el andamio roto. Tuve que sacarlo de mi paga. Omito al idiota que me molestó desde su oficina, solo pensar en él me irrita.
—Vamos a tratar tus heridas.
Daya me quita la sudadera, se le escapa una maldición cuando ve la marca que me dejó el arnés y la cuerda que usaron para subirme.
—¡Esos cabrones! —Sekvan le pega a la mesa—. Siempre abusan de nosotros.
No tengo fuerzas para asentir, mi cuerpo está flotando en algo suavecito y quiero dormirme. Aún así le doy internamente la razón a Sekvan. Él trabaja reparando los filtros de aire en una empresa que se maneja en las zonas medio opulentas de Drych, así que tiene sus propias experiencias lidiando con abusos laborales.
Daya desinfecta las laceraciones de la cuerda y me pone su famosa pomada "curatontos", frota suavemente, pero percibo la ira que brota de todo su cuerpo. Perdón, Sekvan, me aprovecharé un momento. Mi cuerpo lo hace sin mi permiso, absorbe la umbra que viene de su ira y que sale por sus dedos.
Los demonios necesitamos esto para vivir, ese contacto con un ser humano con emociones negativas. Daya es la socia de Sekvan, obvio ella no sabe para qué la utiliza mi exnovio, ningún humano sería feliz sabiendo que habitamos sus mismos espacios y los comemos sin su autorización.
Yo no tengo socio, hace mucho que no sé lo que es tener a alguien estable.
Alzo tímidamente la vista, Sekvan me dirige una mirada fría de ojos celestes, pero suelta el aire resignado y me revuelve el cabello. Me ha perdonado que coma un poco, sé que no le gusta y lo entiendo, ya es mucho que me deje este sillón por el alquiler de mierda que le pago.
Pero cada día me siento más cansado y débil. Sé que si no consigo un socio de umbra pronto, me pondré en riesgo de al de verdad.
—Llegó mientras no estabas —me dice Sekvan extendiendo una carpeta de plástico, ha aprovechado que Daya se ha ido a guardar sus materiales de curación.
Me levanto de un salto, de inmediato me arrepiento por el dolor. Mi ex se sienta a mi lado y juntos revisamos los papeles, él chifla cuando ve la foto de Zachary Wayne.
Leemos en silencio las indicaciones, bien, estoy bien, no entraré en pánico. Puedo hacerme cargo de este trabajo, chupado, ganado, lo tengo en la palma de la mano.
—¿Cómo te vas a acercar a este guapísimo hombre? ¿Qué el duque no se dio cuenta que estás completamente fuera de la liga?
—¡Ya sé! Esto saldrá mal, lo estoy presintiendo en los huesos. Ni siquiera me mirará.
Espiarlo en el trabajo era una cosa ya de por sí complicada, pero la petición específica de Codicia es saber lo que hace dentro y fuera de la oficina. Quiere que le reporte cada movimiento profesional y personal, con quien se reúne, a qué hora, qué dice, qué hace.
—Al menos el trabajo es real, si logras mantenerlo un tiempo podrás...
—Salir de aquí, lo sé. —Sekvan me dirige una mirada compasiva, sé que va a decir que no me está corriendo—. No es que desconfíe de ti, ya sabes. Pero sé cuando soy la tercera rueda.
Él me palmea la pierna y asiente.
—Me encanta ver a estos primos llevándose bien —juega Daya echándose sobre el respaldo del sillón y metiéndose en medio de los dos.
Ella no sabe que somos exnovios. Una mentirilla blanca que nos permite seguir así sin problemas ¿No le hacemos daño a nadie no? Sekvan y yo no tenemos esa clase de relación y, aunque él no lo dice, creo que la quiere de verdad.
Con nosotros los demonios es difícil, a veces no somos capaces de ver el apego utilitario del sincero. Menos los que crecimos con carencias.
Sonrío a Daya, ella me arrebata la foto.
—¡Zachary Wayne! No sabía que tuvieras estos hobbies, Dennis —coquetea—. Pero sabes que está fuera de tu liga, ¿eh? Es un CEO de estos que subieron desde la misma nada. Ha salido en entrevistas y su cara, tan guapa, la ponen seguido en las pantallas del barrio superior.
—¡Pues te sorprendería! —digo poniéndome en pie, la espalda me da un tirón y me derrito en el sofá entre las risas de ambos—. Lo voy a seducir, ya verás.
Sekvan asiente con sorna y ella con cierta lástima. ¡Me empiezo a enojar! Yo conozco mis limitaciones no es necesario que me las recuerden. Se besan mientras juguetean y a mí el estómago me da un huelco.
Los corro de mi sofá y me acuesto con un libro tapando mi cara. Gracias a un encuentro fortuito cuatro años atrás, subí mis estándares en el amor. No aceptaré a nadie que no me haga sentir el chico más afortunado del mundo.
Y como sé que ese hombre no existe, no me haré ilusiones vanas. Así es esta ciudad.
Me quedo dormido soñando con castillos y príncipes en apuros.
...
Primer día de trabajo. Ay mi madre, estos edificios altos... nunca he estado en las zonas principales, siempre subo por la zona de trabajadores. Me miro en el reflejo del vidrio del elevador, me he puesto la mejor ropa de mi armario, aunque es demasiado informal para mi nuevo empleo.
No sé como las personas de Codicia me consiguieron ese puesto, mis papeles de estudios son inexistentes. Así que tengo que fingir que sé hacer cosas que en realidad no tengo la más mínima idea de cómo funcionan.
Además de mantener el trabajo para mantener mi fachada de empleado común y corriente, tengo que colarme en la vida de un hombre como Zachary Wayne. Uff.
Ni bien pongo un pie dentro y me presento, ya me han puesto el mote del chico de los recados, un tipo de cabello plata con un traje a tono y ojos estoicos me encarga del café.
—El del jefe es amargo, hirviendo. Así tengas que servirlo en el momento exacto en que lo veas cruzar la puerta, ¿claro?
—¡Como el agua! —sonrío, él levanta una ceja y me deja con el puño entusiasmado hacia arriba. Me siento un idiota, pero un idiota con suerte ¡Este señor me acaba de dar la oportunidad de oro!
Solo es acercarse y decir: Su café, jefe. ¡Oh! Que sorpresa Me resultas familiar ¿No estuviste en el orfanato Kempt?
Claro, Dennis. Seguro le gustará que le recuerdes su orfandad.
Mientras me habitúo
Zachary deja su charla con el empleado, camina directo hacia su oficina sin quiera darle una mirada al resto de empleados. Tengo que hacer algo, o quién sabe cuándo tendré la oportunidad de que me note.
Ok, Dennis tú puedes.
Acércate, vas bien, camina erguido, no tiembles, mantén el café derecho, no lo escurras. Mira tus pies, no trastabilles, uno delante del otro, eso eso, no vaciles. ¡FRENA, DENNIS! ¡FRENA!
Me acabo de estampar con algo duro como una roca y orgánico. Por favor, que no sea lo que creo que es... oh sí, el pecho de mi jefe. De mi endemoniadamente atractivo jefe.
Madre de los mil pisos.
El niño en recuerdos solo tenía el potencial de ser lindo, el hombre hecho y derecho frente mío me roba el aliento. Lleva la máscara de gas aun puesta, del color de su cabello y ojos con incrustaciones doradas. Exhala con un sonido roto que me repta por la espalda, sus ojos azules oscuros, ahora filosos, fríos y hasta crueles. Eso me duele en pecho, Zachary era callado, pero desprendía una calidez dulce.
No me atrevo a juzgar su cambio, yo tampoco soy el de antes.
—¡Carne seca de congelador! —dice en sorpresa, entonces caigo en cuenta... ¡Es el idiota de ayer! esto no puede empeorar ¿verdad?, Zachary menea la cabeza—. No puedo creer que un empleado arruine su primer día de trabajo de esta forma —se retira la máscara, me voy a desmayar, es lo que sigue a ser guapo. Su mandíbula es delgada pero delineada, como un maldito modelo y sus labios son delgados y sensuales. Sonríe con perversa satisfacción y las piernas me tiemblan—. Estás despedido.
Jala de su ropa que humea, ¡vuelve en ti, Dennis! Que le acabas de tirar café hirviendo a tu jefe.
—¡No! espere, limpiaré, permítame. ¡Lameré si es necesario!
¡¿Me he vuelto loco?! Cálmate. Mantén la dignidad en los pantalones. No pienses en pantalones ni en zonas al sur, no tienes sangre para una erección.
¡Deja de pensar en erecciones!
—¡Devak! —grita Zachary dejándome casi de rodillas mientras se aleja al baño—. Tráeme un cambio de ropa de la oficina y haz que cuando salga este chico esté fuera de mi vista y de mi lista de empleados.
El tipo de cabello gris se acerca, seguro a despedirme.
No puedo permitirlo, si solo supiera quien soy, si recordara el tiempo que pasamos juntos, lo divertido que fue cuando no teníamos a nadie más en ese orfanato... incluso si sus ojos han cambiado, si su interior se ha quebrado como el mío, incluso así, sé que Zachary no era un tipo malvado.
Corro en dirección al baño, detrás de él. Escucho los murmullos y los gemidos de sorpresa de mis nuevos compañeros. El baño está al lado del elevador, por el pasillo, así que sé que los ojos curiosos tendrían que esforzarse de manera obvia para escuchar lo que voy a decir, lo tomo del saco, él se gira, violento, como si no esperase para nada esta situación. Gruñe y sigue caminando y yo no puedo detenerlo, me arrastra. He perdido el habla, además la carrera me ha matado. Es horrible esta delgadez, esta falta de resistencia, ¡si me sopla me iré volando!
—¡Señor Kempt! Por favor —reclama Devak, el secretario, mientras está por tirar de mí y alejarme—. No haga esto.
Mi jefe se detiene en seco, yo no puedo y retacho contra sus bíceps. Firmes bíceps.
—¿Dennis Kempt? —dice Zachary como si hubiera tragado algo agrio, sus ojos están bien abiertos cuando me barre. Abre la boca, la cierra, frunce una ceja, niega.
—Sí —jadeo—. Dennis del orfanato Kempt.
Me toma de la muñeca, lo escucho soltar una maldición y luego me arrastra de vuelta a su oficina. Su traje huele a café caliente. Su mano, grande y firme, se siente como el hielo de las nevadas.
Señor, apiádate de mí y deja que esto salga bien.
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