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Segomedes y la reina de Cnosos (ES)

Capítulo XIII (El Oráculo enterrado)

Capítulo XIII (El Oráculo enterrado)

Aug 06, 2022


Sentados al fuego, Segomedes y Panea terminaban el pescado entreteniéndose con un juego. El tebano cruzó los brazos y se meció sobre el tronco donde se sentaba, observando a Tofilio, todavía atado al tronco del árbol, noqueado. De vez en cuando se movía en espasmos como quien sueña intensamente, pero no había dado señales de despertar todavía.

—No sé qué vamos a hacer si su estado no cambia pronto.

Resopló antes de reanudar el juego en el que él señalaba partes del cuerpo y ella debía nombrarlos en griego.

—Cabeza —decía a la vez que Segomedes se tocaba—, ogo.

—Ojo.

—Ojo. Ore...ja. Pelo.

—Eso es —Segomedes asintió satisfecho.

Alargando los labios hacia abajo se formó una mueca de sorpresa, pues no necesitaba repetir el vocabulario más que un par de veces a la cíclope para que lo memorizara.

—Panea gusta Segomedes luchar. Y pelo.

El comentario, pronunciado con cierta sonrisilla, produjo una carcajada en él.

—Cierto, los dos tenemos trenzas —asintió, ignorando el primer halago—. Gracias, a mí me gustan tus brazos —respondió flexionando su bíceps derecho.

—¡Brazos pequeños! —replicó ella, disconforme con la apreciación de Segomedes.

Elevó los puños a la altura de la cabeza. Sus deltoides y bíceps, y hasta los dorsales, crecieron al quedar en tensión, dejando a Segomedes pasmado.

—Definitivamente no tenemos el mismo concepto de pequeño —rio—. Supongo que has pasado mucho hambre y has adelgazado. Intentaremos conseguir más comida.

—Hambre, hambre —insistió ella dándose palmadas en la barriga, copiando la práctica de los griegos de gesticular al hablar.

—Ya, lo he entendido.

Un gruñido intestinal hizo pensar a Segomedes que las tripas de Panea querían dejar bien claras sus necesidades, pero se trataba de Tofilio, que abría los ojos. Con un movimiento de mentón, señaló al espartano y ambos se pusieron en pie.

El joven volvía en sí, y la tensión en todo el cuerpo demostró que, fuera lo que fuera que estuviera dentro de él, no esperaba retornar con su huésped amordazado. Las cuerdas que rodeaban el tronco estaban tan prietas que las marcas dejarían huella durante días, pero no era algo que preocupara a Segomedes. Incapaz de mover brazos y piernas, el ahora prisionero solo podía girar la cabeza de la lado a lado. Dirigió un gruñido a la pareja.

—¿Qué esperabas, que te dejara en la camita, arropado y con un arma bajo la almohada? ¿Qué idiota habría hecho eso, eh?

Sonrió y empuñando la espada se acercó con paso decidido, como el que se sabe en control de la situación.

—Segomedes —dijo Tofilio más con la garganta que con los labios.

El espartano sudaba profusamente, y no cejaba en sus intentos de escapar. De momento, las cuerdas aguantarían.

—Vaya, sabes mi nombre. ¿Has estado escuchando?

—No me ha hecho falta. Las respuestas que buscaba no han sido difíciles de hallar en la mente baldía de este hombrecillo.

Su voz sonaba lenta, arrastraba sílabas enteras para después acelerar el ritmo aleatoriamente, como si no tuviera el concepto de uniformidad a la hora de pronunciar.

—Te has tomado tu tiempo, pues.

—El tiempo es subjetivo.

—Podrías haber preguntado.

Panea, sin decir nada, cogió una lanza y fue a revisar las proximidades del mismo modo que había hecho Segomedes anteriormente.


—Los hombres mentís —espetó Tofilio, a lo que Segomedes expiró de golpe.

—Todo el tiempo, además. Pero si sabes que no somos una amenaza, es hora de que salgas de mi amigo.

—No puedo comunicarme en este plano... si no poseo un cuerpo físico.

Segomedes tocó la garganta de Tofilio con la punta de la espada.

—Entonces comunícate y desaparece. ¿Qué pasará si mato a Tofilio contigo dentro? ¿Dejarás de existir, o volverás al Tártaro?

—No lo harías —rio—, he presenciado vuestro viaje, jamás le harías daño. Sé cómo te palpita el corazón cuando el chico está en peligro o toma una decisión necia. Tu excesiva protección es un insulto a las capacidades de tu compañero. Oh, triste tebano, que se auto impone una tarea imposible para dar sentido a su vacía existencia.

Él se llevó el índice izquierdo a su sien.

—Has visto su viaje, no el mío. No sabes qué pensamientos guardo aquí, ni qué estoy dispuesto a hacer. Mi misión es más importante que la vida de un hombre, por auto impuesta que sea. ¿Qué eres, un espíritu del bosque, un alma condenada? Dame la versión resumida porque tengo prisa.

—Soy la druida Une’Ira, y resido en el Oráculo que buscas. Me gusta averiguar quién se adentra mi bosque, conocer sus intenciones y así enviar a los centauros... en caso necesario.

Segomedes, gratamente sorprendido, puso los brazos en jarras y miró alrededor.

—Vaya, eso ha sido más rápido de lo que me esperaba. Muy bien, dime cómo llegar y sal de Tofilio.

—Te gusta demasiado dar órdenes, Tebano. ¿No quieres saber cómo os he detectado?

—No me interesa.

—¿Y no quieres saber por qué he tomado el cuerpo de Tofilio, específicamente?

—Tampoco.

Él señaló al Sol, justo en lo más alto.

—Es mediodía —añadió—, no tengo todo el día.

Tofilio quedó congelado durante unos segundos. Los músculos del espartano quedaron relajados, e incluso pareció que había dejado de respirar.


—¿Hola? ¿Sigues ahí, druida?

—Sigo aquí. Estoy intentando procesar lo cabeza huecas que sois los dos. Creo que ahora entiendo por qué os entendéis tan bien.

Dio media vuelta a mitad frase y dejó la espada sobre el tronco frente al fuego, varios metros atrás. Alzó los brazos en cruz para dejarlos caer.

—¿Y bien? Sigo esperando esos centauros. Tal vez el tiempo sea relativo para tí, pero en el mundo real se va a hacer de noche.

Dicho esto, volcó agua sobre la hoguera y comenzó a recoger las mantas.

—Eres... tan impaciente como irritable.

—Solo contigo —le chistó, tras lo cual dio varias palmadas—, apresúrate y dime cómo llegar.

—Iré con vosotros.

Segomedes se irguió con el semblante arrugado y habló con voz grave y tono autoritario.

—No. Apenas puedes hacer andar a Tofilio. Necesito a mis compañeros capaces de defenderse por ellos mismos, nos retrasarías y muy probablemente harás que nos maten.

Tofilio tardó unos segundos en responder.

—Pareces muy seguro de que os ayudaré... pongas las condiciones que pongas. ¿Por qué piensas que mis intereses…?

Segomedes dio una zancada hacia Tofilio, e hinchando los pulmones, respondió a plena potencia.

—¡No necesito saberlo! ¡No tengo tiempo para escuchar tu historia ni me interesa! Nada de acertijos, nada de pruebas: direcciones claras y concisas.

Con otro paso, apuntó a Tofilio con el dedo. Su mano temblaba, pero no de miedo, sino de ira contenida.

—Y después saldrás de Tofilio, druida, o convertiré tu precioso bosque en cenizas en un incendio que se podrá ver desde el otro lado del mar.

No se había percatado de que Panea, a su lado derecho, había asegurado la zona y estaba de vuelta, justo a tiempo de verle fuera de sí. Por su expresión, el choque de ver el lado más emocional del soldado le tomó no solo por sorpresa, sino que dio un paso atrás.

La cabeza del espartano bajó lentamente en un silencio que Segomedes respetó.


—Tienes suerte de ser quien eres, insolente tebano. —Hizo una pausa y continuó, mirándolo de frente—. Necesitáis los centauros para entrar al Oráculo, así que escucha bien: remontad el río hasta que encontréis un árbol partido en dos. Continuad por el oeste, pasaréis varios monolitos; al quinto, girad al sur hasta que encontréis un camino que se bifurca. Avanzad recto y encontraréis el campamento de los centauros. Yo me adelantaré para prevenirlos de que acudís y así evitaremos que os matéis entre vosotros, visto el poco cerebro que tenéis.

Segomedes miró a la cíclope con cejas elevadas y sonrisa de oreja a oreja, lo que le regaló un tirón en la herida, arrancándole varios insultos pronunciados en voz baja para sí mismo. Al ritmo al que iba, el corte no terminaría de curarse jamás.

La mandíbula de Tofilio, por su parte, se abrió hasta casi desencajarse y de la garganta, una luz tenue se arrastró hasta la boca, para desaparecer del mismo modo que una llama se extingue con un soplido. Las piernas del espartano quedaron muertas, y su cuerpo de nuevo cayó en un estado vegetativo. Segomedes no se mostró impresionado.

—Eso ha sido inesperadamente anticlimático. Ayúdame a desatar a Tofilio.

—¿Tofi bien? —preguntó ella apresurándose con el rostro compungido por la confusión.

—No te preocupes. Su simplicidad ha sido demasiado para la druida.


No iba a ser necesario acampar otro día ni mucho menos construir defensas. Sin esperar a que el espartano recuperara la consciencia, recogieron sus pertenencias para tenerlo todo listo en cuanto lo hiciera. 



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amilcardraws
Amilcar

Creator

Episodio cortito, pero me centro más en la historia que en llegar a X número de palabras. Vuelve la semana que viene para la continuación.
Likes y comentarios se agradecen mucho. Is machin!

#esparta #aventura #spanish #sirena #aventuras #taberna #historia #grecia #Mitologia #guerra

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Segomedes ha sido contratado por el rey Iphitas para realizar un trabajo que solo él puede realizar: matar un cíclope. Acompañado por el joven Tofilio el espartano, se adentrarán en una trama mucho mayor de lo que esperaban.
Prepara tu panoplia y viaja a Creta en un viaje con sirenas, arpías, tritones... combates encarnizados, personajes carismáticos., y toda Grecia en juego.
Tal vez el mundo.
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Incluye ilustraciones y diseños originales del autor (@Amilcardraws).
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