—Somos Adhero, Sanesro e Idaro Ebi —proclamó Sanesro—, destinados a pelear en venganza de las huestes de Diuren Garán en contra de Dios. Nuestro padre Aro Ebi enfrentó la Espada de Dios, y murió. Nuestro Abuelo Sanelo enfrentó la Fuerza de Dios, y de las moradas celestes fue exiliado. Y nuestro bisabuelo enfrentó la Ira de Dios, y murió. ¿Debemos enfrentar a dios, y morir?
Entonces Idaro se adelantó, sus manos hacia Dios, y dijo al rimo de la melodía de su hermano:
—Con belicoso espíritu hemos marchado hacia Kásatan p ara enfrentar a Dios, pero con corazones píos, ¡oh, Rey de Señores!, nos acercamos a Usted, buscando el fin de la guerra que miles de almas mortales ha lanzado al río Akan, tontas al creerse capaces de igualar la Fuerza de Dios.
—Dices que vienen con corazones píos —replicó Dios, y Su voz retumbó en las cabezas de los tres hermanos—, pero han engañado a Nis Adis con los varios trucos de los cambiaformas, y han derrotado y retenido el alma de Aman Emi con las artes ocultas de la brujería. ¿Tratarían de usar esos mismos trucos para subyugar Mi Divino Ser a su retorcida voluntad, mortales?
—Por los Mil Fuegos en los altos montes de Seillan, no nos atreveríamos a alzar ni siquiera un dedo en contra de Usted— replicó Adhero—, pues no es conveniente para los mortales buscar el poder divino. Pero largos años han pasado en una sola noche de invierno, y el mundo está muriendo. Ya no hay animales, y los pocos árboles que quedan se aferran a la vida en una batalla que están por perder. Nosotros venimos al impenetrable palacio de Kásatan para pedirle a Usted que regreses la luz de este mundo a los mortales seres humanos, pues no es justo que Dios haga lo que Le plazca con nosotros.
—¿Por qué, Adhero Ebi, debería hacer eso? ¿Debería regresarles la luz del día y la noche para que ustedes, estómagos insaciables, continúen con sus vidas de codicia y maldad, olvidadas las formas que les di cuando Yo creé este mundo? ¿De qué tengo necesidad Yo, que soy omnisciente, omnipresente y omnipotente?
Adhero ya no habló, sino que presentó la espada de Aman Emi a Dios.
—Contemple la Espada de Dios. Mi padre Aro ebi la enfrentó en desigual combate, y murió. Me enfrentó a mi en desigual combate, y me apoderé de ella. A cambio de ella, deseo la luz de este mundo.
Dios tomó la Espada con su divina mano.
—Contemple —continuó Adhero— el alma de Aman Emi.
—¿Qué deseas a cambio de ella?
—El regreso de la primavera —contestó Idaro.
—¿Y a quién debería designar como el Señor de los Mil Fuegos en los altos montes de Seillan?
Esa pregunta los tomó desprevenidos, incapaces de comprender los Pensamientos de Dios. Y en frente de ellos apareció la respuesta, pues finalmente entendieron la razón detrás del destino de Sanelo y la traición a Diuren Garán; pues el primero había intentado terminar la guerra tras ver a sus últimos hermanos morir. Por ello, el Rey lo había repudiado, y cuando Dios volvió los ejércitos en contra de Diuren Garán, Sanelo no le advirtió. En cambio, había volado hacia el bosque y hacia su esposa para salvar a sus nietos.
Y entendieron algo: Dios ya no era omnisciente, omnipresente ni omnipotente, pues la Reina y el Rey habían sido sus ojos, y Aman Emi era el recipiente de su fuerza. Así, cuando Diuren Garán fue asesinado, y su esposa hubo caído en un sueño sin fin, Dios ya no pudo ver. No había sido capaz de ver a los tres hermanos acercarse, dejándolos enfrentar y engañar a Nis Adi, y luego subyugar con magia a la Fuerza de Dios. Pero por qué Dios había permitido que todo eso pasara era algo que no se atrevieron preguntar, pues sabían que no era conveniente para los mortales tratar de entender la Mente de Dios.
Así que, cuando los tres hermanos comprendieron esto, encontraron el alma de Ada Ebi parada al lado del divino trono, pero ya no había señales de Dios. Y con el amor que le tenían, tomaron la mano de Ada Ebi y anduvieron el camino de regreso al Mundo Mortal. Y cuando la bóveda celeste estaba otra vez sobre sus cabezas, la última cuarta parte de la noche estaba por terminar. Así que tomaron la forma que Sil Ebi había adquirido tanto tiempo atrás para salvar a su hija, y volaron hacia el este, donde sabían que encontrarían a Sanelo.
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