Al llegar a mi casa me duché, me coloqué ropa cómoda y me sequé el pelo. Debía estudiar y hacer tarea. Tenía que pensar. Faltaba cada vez menos para que mi hermana, mi primo y su padre vengan al país. Tanto mi primo como mi tío habían ido solo de vacaciones por un tiempo, pronto volverían a su casa. Mi hermana vivía en otro país y vendría por tiempo indefinido, supongo que tendría que preocuparse por su asistencia en el colegio si se queda más de un mes.
Se fue por algunos problemas familiares. Mi papá y mi mamá hace mucho tiempo que están divorciados.
Desde su divorcio siempre habíamos vivido con mamá pero papá hace unos años nos propuso, a mi hermana y a mi, mudarnos con él. Me negué rotundamente. No podía no vivir con mi mamá. En cambio, mi hermana pensó en su propuesta. Se irían a vivir a otro país, lejos, no tendría la posibilidad de ver a mamá personalmente cada vez que quisiera. Podrían hacer videollamadas. Pasarse fotos de lo que hacían pero no es lo mismo. Finalmente ella aceptó y se fue. Nos costó adaptarnos tanto a mi mamá como a mi a una vida sin mi hermana. Las veces que hablábamos fueron disminuyendo y cuando quise hablar con ella ya no era lo mismo, sentía como si hubiese un abismo entre las dos. Habían veces que lograbamos hablar más y otras que solo llegabamos al «¿Cómo estás?». Espero que esté viviendo feliz y a gusto en su casa actual. Cuando venga al país la vamos a recibir con los brazos abiertos. Ojalá que nuestra dificultad para comunicarnos ya no esté y desaparezca.
La extraño. Espero que ella me extrañe también.
Tan pronto como me acosté. Me dormí.
—Regresaste —escuché su voz a lo lejos.
—¿Por qué estoy aquí? —me dí vuelta para verlo a la cara, aunque no tuviera rostro.
—Aunque no lo creas, tenía ganas de verte—. Su voz calmada y risueña hacía que, extrañamente, me sienta cómoda.
—Tengo preguntas que hacerte —hablé con firmeza.
No tenía miedo. No tenía de qué temer. No me haría daño ya que necesitaba de mi ayuda para liberarse.
—Adelante—.Se sentó en el suelo para escuchar lo que debía decir.
El viento parecía cantar gracias a su sonido. El bosque parecía no tener fin, mucho menos su profunda oscuridad. No tenía del hombre sin rostro sino de adentrarme en aquel lugar oscuro. Temo de estar en este lugar. Acercarse al abismo da miedo y la infinita arboleda también. Si solo me centro en ellos parecieran mirarme y la oscuridad me absorbe.
—¿Cómo invoco la espada? —pregunté. No había logrado invocarla en todo este tiempo no importaba cuanto pensara en ella y la imaginara.
—Tendrías que dejar de tener miedo.
—¿Podrías ser más específico?
Tener miedo es demasiado amplio. ¿Debía dejar de temer a fallar? ¿O tal vez hablaba de este lugar? ¿O se tratará de todos mis miedos en general?
—Cada vez que intentas invocarla tienes miedo. Puedo sentirlo. Eso hace que sea casi imposible invocarla. Debes dejar de pensar tanto—. Su tono calmo cambió a uno con reproche.
—Por cierto, piensas demasiado. Todos tus pensamientos me estorban. Estoy escuchándolos constantemente. Deja de cantar en la ducha, me vas a dejar sordo ¿Así cantan en la actualidad? En mi larga vida he visto cantantes muchísimo mejores.
Me avergüenzo ante sus palabras. Él es capaz de ver y escuchar cada segundo de mi vida.
«Debo dejar de pensar tanto.»
—¡No pienses en dejar de pensar! De ese modo pensarás más —estaba frustrado por tratar con alguien como yo. Llena de dudas. Llena de miedos.
Culpa. Sentí culpa al molestarlo. Cada cosa hace que quiera esforzarme más en solucionar mis defectos.
Dejar de ser tan débil. Dejar de tener miedo. Dejar de pensar tanto.
—¿Si me concentro lo voy a lograr?
—¿Decidiste liberarme? —dijo emocionado.
—Responde primero—. Hablé con seriedad.
—Agh, que mandona. He visto humanos más amables. ¿Así esperas que te ayude? —se quejó—. Primero tienes que visualizarla, necesitas concentrarte. Luego imagina que parece en alguna parte y ya.
«Claro. Como si fuera tan fácil.»
—Gracias. ¿Por qué me ayudas?
—Porque sí. ¿Alguna otra pregunta?
—¿Por qué no tienes rostro?— Pregunté sin más.
Se llevó rápidamente ambas manos al rostro, tocando cada parte. Parecía haber entrado en shock. Dije algo que no debía decir. Fue estúpido de mi parte decirlo.
«¿No tengo rostro...?» Su voz se deformó y se volvió temblorosa. Su cuerpo se hizo uno con la naturaleza, parecía derretirse. Con las rodillas al pecho tomo su rostro y el suelo comenzó a temblar.
El risco se caía a pedazos estrellándose contra el agua. El cantar del viento se tornó agresivo. Las ramas de los árboles golpeaban con fuerza. Todo el lugar se estaba desmoronando.
—De-detente —dije, apenas me podía mantener de pie. El lugar en el que estaba de pie comenzó a separarse.
«¿Un terremoto en un sueño?» Todo se derrumbó.
Caí, caí y seguí cayendo en la oscuridad sin fin. Mi cuerpo no golpeó las rocas ni tocó el agua. Fui envuelta por el aquejo hasta que desperté.
—¡Ah!— Desperté de golpe. Traté de calmar mí respiración.
—Solo fue un sueño... Un sueño...— Me acurruqué entre las sabanas, pensando en lo que acababa de suceder e intenté volverme a dormir.
Los días pasaron hasta llegar al viernes. Milo había conseguido la dirección exacta de Bruno. En el informe que me había mostrado solo había una aproximación de su vivienda pero no decía con exactitud dónde vivía.
—Por cierto... ¿Cómo conseguiste la dirección?—Pregunté.
—Tengo mis contactos—. Dijo intentando parecer interesante.
—Mafioso. ¿De la misma manera supieron donde vivo?
—No soy ningún mafioso. Shandal, Mike y Sami también tienen sus contactos—. Habló en su defensa.
—Gracias por la información—. Dije sarcásticamente.
Una vez llegamos a la casa notamos un pequeño folleto en la entrada.
[Gatitos en adopción.]
Al parecer Bruno estaba buscando una familia para los gatitos que tiene. Inmediatamente noté que había algo extraño y tuve un mal presentimiento. Toqué la puerta y esta se abrió sin mucho esfuerzo, parecía que ya estaba abierta antes. Muebles tirados, ropa por todas partes, un desastre.
«¡Bruno...!» ¿Habíamos llegado demasiado tarde?
—Milo... ¿Qué crees que pasó aquí?
Mi rostro se desdibujó. No quería pensar en lo peor. No quería pensar en un posible secuestro. No quería pensar en un robo. No quería pensar en nada de ello.
—No te preocupes. Voy a entrar para verificar si aún está dentro. ¿Si?— Esbozó una pequeña sonrisa que logró reconfortarme.
No habían posibilidades de que se encontrará dentro luego de un atraco.
«Ya estoy preocupada.»
Él entró mientras yo esperaba fuera de la casa. Si solo es un robo ¿Debía llamar a la policía? ¿Dónde estaba su familia? ¿Dónde estaba él? No había nada seguro. Me quedé sentada en la entrada intentando tranquilizarme. Pronto comencé a juguetear con mis manos para distraerme. No tenía que llamar mucho la atención. Esperaba que nadie me vea. Estaba tan metida en mis pensamientos que no me dí cuenta de que alguien estaba parado frente a mí.
—Disculpa... ¿Se te ofrece algo?— Habló. Apenas podía escucharse lo que dijo. Levanté rápidamente la vista para ver de quién se trataba. Era él. Era Bruno.
—¿Vives aquí?— Pregunté.
El chico se sorprendió un poco ante mí pregunta y luego asintió.
—Que bueno que estás bien. Vine por el anuncio de los gatitos—. Hablé señalando el folleto mientras continuaba con mí excusa—. Cuando toqué la puerta, esta se encontraba abierta así que me preocupe. Mi amigo entró para ver que no haya nadie herido dentro.
Tenía el flequillo un poco largo, a pesar de ello su expresión se veía a la perfección. Estaba asustado. ¿Quién no estaría asustado en esta situación?
Sus ojos de un tono azul muy claro lucían hermosos.
—Si quieres podemos llamar a la policía.
—No... hay nadie más dentro...— Dijo en voz baja.
¿La casa había estado vacía incluso antes de que hayan entrado en ella? Escuchar eso me tranquilizaba. Nadie había salido herido y eso era un alivio.
—Ragui, no hay nadie—. Milo salió de la casa. Vió a Bruno y lo saludó casualmente.— ¿Vives aquí? Disculpa, entré sin permiso. Solo quería ver si había alguien dentro. Vinimos por los ga...
—Ya le dije—. Lo interrumpí. Habíamos pensado en la misma excusa.
La puerta se encontraba lo suficientemente abierta como para ver lo que había dentro de la casa. Al ver el rostro de Bruno intentamos calmarlo sin éxito alguno.
—¡No!— El chico emitió un grito ahogado al ver la escena, todo el desastre. Entró a la casa para ver que no faltara nada. Suspiró con alivio una vez que sus objetos preciados seguían dentro de la vivienda y nadie se los había llevado.
Se lo notaba agitado y nervioso. Era algo obvio. Habían entrado a su casa, revuelto todo y probablemente robado, aunque por el momento todo seguía allí.
Tanto Milo como yo, nos quedamos en la puerta aguardando a que Bruno volviera a salir. Al darnos cuenta de que no salía decidimos entrar, buscarlo y decirle que pasaríamos otro día por los gatitos. Sí, los adoptaríamos de verdad. Al final, no era completamente una excusa para encontrar a Bruno.
—La casa no es muy grande. Creo que vive solo—. Dijo en voz baja.
—¿En serio? ¿Y su familia? Es muy joven para que viva solo.
—Justo ahora sonaste como una abuelita—. Soltó una pequeña risita.
—Esta abuelita no te dará dulces.
—Que abuelita tan mala.
Llegamos hasta el patio trasero, lo encontramos. Estaba agachado acariciando a sus gatos, de alguna manera se lo veía más calmado. Cómo si su única preocupación era que ellos estén bien y al verlos sanos había encontrado algo de paz incluso en los problemas.
—¿Te parece si pasamos otro día?— le pregunté al chico.
Bruno negó con la cabeza y nos miró durante un momento antes de decir algo.
—No... Ya que están aquí pueden verlos. Tienen dos meses, el de manchas y el negro son machos las otras dos son hembras— finalizó señalando a dos bonitas gatitas tricolor. Parece un poco tímido. A veces a mí también me pasa que me cuesta hablar con las personas.
Cada vez que Bruno habla, es difícil de escuchar. Su voz es demasiado baja. Sin darme cuenta, Milo ya se había acercado a los gatitos para acariciar sus barriguitas.
—El negro es muy bonito, todos son muy bonito—. Habló mí amigo con emoción, de sus ojos parecían salir brillos cada vez que veía y tocaba a alguno de los pequeños mininos.
Nos quedamos jugando un rato con ellos. Era como si hubiéramos olvidado lo sucedido antes. Sabía lo horrible que era que entren a tu casa, a tu zona de comfort. Fuera puede suceder cualquier cosa, pero nuestras casas son un lugar especial en el que uno se siente protegido. Bueno, por lo menos la mayoría de las veces.
Bruno nos contó que vive solo. Su familia se encarga de las cuentas de la casa y de dejarle el dinero suficiente para que sobreviva por su cuenta. También se encargan de pagar su educación.
Su padre se había vuelto a casar y su nueva esposa no lo quería en la casa así que decidieron (de modo desconsiderado) que debía vivir a parte. No los ve con frecuencia, es decir, solo los ve cuando es necesario, cuando le tienen que dejar dinero.
Bruno nos contó que había encontrado a la mamá de los gatitos en la calle hace poco tiempo. Le encantan los felinos. Poco a poco el sol se iba ocultando, llegaba la hora en la que Milo y yo nos iríamos. Bruno se quedaría solo en aquella casa en la que, por cierto no habían robado nada. Temía que buscasen a Bruno, que lo encontraran y lo lastimaran.
—Ragui, creo que ya es hora de irnos—. Dijo Milo al revisar su teléfono.
—¿Se van?— El chico nos miró a ambos esperando nuestra negación ante lo dicho, a pesar de que sabía que eso no iba a suceder.
—Si... Ya es tarde. Si necesitas algo puedes llamarnos. ¿De acuerdo?— dije. En ese momento intercambiamos nuestros contactos.
—¿No quieren quedarse a cenar? Yo... Puedo cocinar... No hay problema si no quieren—. A medida que pronuncian aquellas palabras su voz se volvía cada vez más baja.
Milo y yo intercambiamos miradas.
—Está bien— dijimos al unísono.
—Primero debo hacer una llamada—. Hablé mientras me alejaba un poco y me dirigía hacía un pasillo.
Debía llamar a mi mamá, se preocuparía si no lo hacía.
El teléfono sonó tres veces y atendió.
—Ma. ¿Te molesta si me quedo a cenar en lo de un amigo? Luego iré a casa inmediatamente. No tardaré mucho—. Supliqué.
—¿Qué amigo?— preguntó con un tono no muy amistoso.
«Mierda. Ella no lo conoce. ¿Qué me dirá si le digo que lo conocí hoy? Rápido. Una excusa creíble.»
—Es un amigo de Milo. Él también está aquí.
—Mmh... Sabes que no me gusta que te quedes hasta tarde, es peligroso—. Dijo sugiriendo mí pronto regreso.
—No voy a tardar mucho.
—Está bien. Cuídate.
Le agradecí varias veces a mí madre y le dije cuánto la amaba. Colgué la llamada y volví con Milo y Bruno. Ayudamos a ordenar un poco. Tiramos las cosas rotas y luego a cocinamos mientras nos reíamos por las pobres habilidades culinarias de mí amigo.
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