Es una cálida mañana en la montaña, es el primer amanecer del año y el
sol con sus suaves rayos de luz ilumina la habitación principal de una pequeña
cabaña de recién casados. Adentro el olor a café inunda la habitación.
- Buenos días, cariño – apoya sus suaves labios en los míos, sintiendo el dulce sabor a miel
- Buenos días, Liz, ¿Cómo durmió mi bella esposa? – le dedico una cálida sonrisa mientras me pierdo en su mirada
- Muy bien, el aroma y la sensación de las montañas no tiene comparación
- Me alegro, pero, debemos prepararnos, hoy te llevare a un lugar de ensueños
- ¿enserio?, dime, donde donde donde
Me acerque lentamente a su rostro en donde sigo contemplando sus hermosos ojos verde, con mi mano le acomodo un mechón rebelde de pelo detrás de sus orejas y beso sus suaves labios, cálidos, dulces, agresivos, fundiéndonos en uno mientras dejábamos que nuestra pasión saliera a flote.
Luego de unos minutos nos acercamos al living de la cabaña, la cual estaba adornada austeramente, en los muros llevaba listones de madera barnizados de un suave color café que le daban un toque rustico y cálido. Mientras la guio tomados de la mano, suavemente para que tome asiento en el sillón mientras me aparto y tomo un sobre que había en la mesa.
- Cariño, este último tiempo hemos pasado por mucho, especialmente tú, dejaste tu trabajo, tus amistades, tu familia por acompañarme en esta aventura – Me acerco mientras tomo sus cálidas manos – si bien te prometí que este viaje no era nada en especial, solamente unas vacaciones, la verdad es que te prepare algo
- Mi cielo, me conmueves, pero sabes que no es necesario, después de todo, en las buenas y en las malas, en la salud y enfermedad, solo la muerte nos separara
Mientras ella me dedicaba esas bellas palabras, lentamente abro el sobre que había preparado y lo extiendo frente a sus ojos mientras la admiro ansioso, esperando su reacción la cual, sin duda era lo que esperaba lograr. Al leer la carta salta hacia mi cuello mientras me abraza firmemente y nos volvemos a fundir en el mar de pasión que nos caracteriza.
Al salir de la cabaña nos dirigimos al norte, en dirección a la montaña la cual ella siempre había deseado venir por la gran cantidad de zafiros y rubies que se podían encontrar, el día nos acompañaba con un agradable sol que iluminaba el camino rodeado de árboles que producto del invierno, vestían de un blanco perfecto en sus ramas.
Luego de un par de horas caminando y escalando la montaña finalmente encontramos la entrada a la cueva la cual nos recibía con una inmaculada entrada rodeada de grandes arboles con un tronco que fácilmente superaban los dos metros de ancho, los cuales protegían la zona de la nieve, en el suelo podíamos apreciar el cumulo de la naturaleza, hojas por todo el alrededor en todo su ciclo de vida, con su intenso verde, hasta su gris pálido y quebradizo.
- Cariño mira, en el arco de la entrada hay unas inscripciones
- ¿entiendes lo que dice? – mientras le pregunto, paso mi mano sobre las inscripciones
- No, pero no debe significar nada, sígueme
Antes de que pudiera decir algo, toma mi mano con cariño y me lleva hacia el interior de la cueva y si la leyenda era cierta, habría muchos zafiros y ruby.
El interior de la cueva era inusualmente cálida, de hecho, a medida que más nos adentrábamos, poco a poco nos íbamos aligerando de ropa para compensar nuestra temperatura, lo otro sorprendente era que no necesitábamos ningún elemento para iluminar la cueva, ya que esta tenía su propia iluminación producto de las diversas piedras que sobresalían y resplandecían en diversos tonos, de los cuales podíamos inferir que habían rubies, zafiros, turquesas, onyx, entre otras.
- Cariño, no te me separes tanto, no sabemos nada de este lugar – firmemente le ha sujeto la mano
- No te preocupes – sigue caminando enérgicamente – Mira, parece que es el….
No alcance a escuchar lo que me dijo a pesar que estaba a su lado, lo último que vi fue como todas las piedras que antes marcaban un camino se iluminaban de un fuerte color blanco y luego una explosión.
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