Dixiana corría alegremente por la ladera, cerca de aquel lago desconocido en que nos encontrábamos. Su hermano, a pesar de lo terco y agresivo que solía ser, se encontraba jugando tranquilamente con la arena húmeda, hacía figuras con la punta del cuchillo que traía consigo desde antes que lo rescatara.
Todo parecía tranquilo y jovial.
En ese entonces yo me encontraba sentado en los escalones que daban paso a la entrada del hogar de Anika. Ella había tenido la idea de asentarse en aquella ladera y, haciendo uso de su magia, permitió que la pequeña casa extendiera varias veces su tamaño y adquiriera las propiedades mágicas necesarias para dar paso a la infinidad de sus otras habitaciones interiores.
-No tienes idea de lo difícil que es hallar material de lectura en la biblioteca. –Dijo mientras me daba el recorrido por las habitaciones continuas a aquella en la que despertamos juntos por primera vez. –Cada habitación tiene un propósito. Me esmeré mucho en hacer que todo fuera fácil de hallar, pero los constantes viajes hacen que las cosas cambien de lugar. Así que si un día te pierdes, no dudes en abrir todas las puertas hasta hallar la salida o tu destino.
Antes de continuar caminando, comencé a recordar los sucesos previos al primer día en que nos conocimos. Noticias de una invasión llegaron a mis oídos gracias a cuan ruidosos eran los mercaderes de aquel pueblo.
Discutían entre hacer una alianza con otros pueblos cercanos o huir antes de ser exterminados y ver cómo las mujeres y niños eran convertidos en esclavos por su incompetencia cómo guerreros. Para ese entonces yo había huido de varias ciudades e incluso me vi atrapado entre los conflictos mucho antes de que la invasión comenzara.
En uno de los pueblos, cuando fui menor, me obligaron a luchar con espada y lanza. Presumiblemente como medida general dentro de los habitantes, pues no fui el único niño que se vio atrapado entre los golpes, maltratos y abusos que el entrenamiento tuvo preparado para nosotros. Recuerdo que en mis primeros días lloré por no poder ver a nadie conocido a mí alrededor. Las imágenes de mi madre y padre fueron desapareciendo con el tiempo y se me enseñó a cavar un hoyo en el cual enterrar mis nexos con el pasado. Ya no era un niño más de aquel pueblo. Ahora debía convertirme en un soldado y prepararme para luchar contra lo que fuera necesario. Bestias, otros pueblos, magos…
Nunca comprendí el miedo y el odio que algunos tenían para con los magos o los usuarios bajos de la magia. No por ser capaz de levitar una pluma por sobre tus cejas eras capaz de destruir los bienes de todo aquel que se atravesara frente a ti. Eso mismo aprendí de una de las salidas de caza.
Un grupo de chicos y yo teníamos la labor de hallar a una bruja que presumiblemente estaba maldiciendo a los habitantes de ambos pueblos entre los que habitaba.
Poco a poco, nos acercamos a una pequeña choza y la rodeamos sin saber qué es lo que debíamos hacer si en verdad era peligrosa. Conforme nos acercamos, la noche apareció ante nuestros ojos y una oscuridad nos envolvió. Llegué a sentir felicidad por sobre el miedo que abordó los cuerpos de los otros. Gritos y pasos despavoridos se escucharon de su parte antes de siquiera tener un encuentro con la verdadera fuente de aquella ilusión.
Yo continué mi camino y me encontré con una mujer de avanzada edad, estaba sentada en la puerta de aquella choza y ahora parecía más lejana que antes. Comencé a caminar en su dirección y apreté fuertemente la lanza que llevaba entre mis manos.
-Acércate, no creo que uno solo de ustedes pueda ser una verdadera amenaza.
-No vengo con intención de amenazarte.
-La lanza entre tus manos no parece estar de acuerdo con tus palabras. –Dijo la anciana mientras aspiraba profundamente de una pipa con forma de dedo pulgar.
-Es mi obligación portar esto hasta el fin de mis días. –Dije recitando las palabras que el instructor inculcó en mi mente durante meses. –Esta es mi lanza, yo no soy nadie sin mi lanza y mi lanza no tiene uso sin mí.
-Parece que te han enseñado bien a ser uno más del rebaño, pero dime, si esa lanza es lo único que crees portar, ¿te sorprendería si te digo que tienes más contigo?
Guardé silencio e inmediatamente retrocedí, cómo esperado que algo sucediera y pudiese agacharme, saltar a un lado o correr.
-Hay más de lo que crees tener, hay posibilidad, hay oportunidades, hay dificultad y hay recompensa. Dime muchacho, ¿te sientes bien por haber perdido todo lo que una vez tuviste?
Seguí sin contestar.
-Muéstrame tu mano muchacho y te comprobaré que eres más de lo que crees y de lo que esperas ser. ¿Por qué morir en un campo de batalla defendiendo de mala gana a desagradecidos y no surcar los cielos con tu libertad?
Sus palabras comenzaron a resonar en mis oídos e hicieron que mis manos dejaran de tensar la lanza que sostenían.
-Acércate. -Dijo ella mientras hacía unos movimientos extraños con sus manos y me hacía levitar. -En tus ojos hay un brillo que muestra el origen de un poder que te niegas a despertar. Pero despertarás. Vaya que lo harás. Y cuando lo hagas, hallarás un propósito para ti, uno que yo no pude hallar.
La anciana comenzó a desintegrarse ante mis ojos y la oscuridad se fue junto con ella. Noté que no traía los mismos harapos con los cuales llegué al lugar y mis manos no se sentían heridas, ni siquiera traían consigo las marcas propias del entrenamiento con cuchillos y lanzas. Volví a renacer.
Durante años deambulé sin sentir hambre y sin sentir el menor remordimiento por abandonar a los otros chicos con los que entrené. Vi cómo el paso de los días hizo que las estaciones cambiaran sin detenerse ante ningún elemento externo o los deseos del hombre. Y vi cómo mi cuerpo se mantuvo inerte durante décadas. Envejecí, pero a pasos muy lentos. En un parpadeo pasaban las vidas de los hombres comunes ante mí y mis amores juveniles se convirtieron en tragedias. Comprendí entonces que la magia sería mi única amante y compañía. Al menos eso creí antes de hacer un pacto con Anika. Otra usuaria más de este mundo que anhela la libertad.
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