-¿Qué diablos es Sanikana? Desde que tuve el infortunio de conocerte has mencionado eso, pero nunca me he enterado de lo que se trata. –Interrogó Gugulé mientras permanecía al borde de una silla de piel.
Anika suspiró, ordenó sus pensamientos y procedió a contestar la pregunta.
-Siendo sincera, no sé en verdad lo que es. Uno de los ancestrales me habló con respecto a ese lugar, me dijo que se trataba de un refugio en el cual los Consolidados no podrían entrar en mil años. Según su historia, aquel lugar fue creado en este lado del mundo, esperando ganar tiempo para así traer consigo los materiales necesarios. Aquel hombre narró que su bisabuelo formó parte de los primeros arquitectos.
-¿Así que tu plan es llegar a ese lugar y refugiarte? –Intervine sin profundizar en el razonamiento detrás de mis palabras.
-No es un plan, es la única opción que me queda. He perdido todo lo que una vez me importó y no deseo seguir perdiendo nada más, ni a nadie más.
Al decir aquellas palabras, Anika observó a su alrededor, localizándonos a Dixiana, Brae y a mí en su mirada.
-“Una pérdida es más dolorosa que cualquier herida causada por un arma”. –Dijo mientras recuperaba la compostura.
-Supongo que es la mejor opción. En verdad no sé si pueda ayudar con tu trayecto y llevarte a ese lugar, pero creo que podemos intentarlo.
-¿Tu… trayecto?
-Claro, es el destino que tú buscas y que creo te es correspondido. Yo sólo soy un pasajero en tu viaje.
-Nadie es un pasajero, somos compañeros, cualquier destino que nos depare lo enfrentaremos juntos. Particularmente tú y yo.
-Escucha… no soy la mejor de las personas para llegar a una tierra nueva en la cual los magos buscan refugio, sea o no un usuario de magia, no soy capaz de sobrevivir en sociedad, lo he intentado en repetidas ocasiones. Siempre con resultados negativos.
-Te entiendo, nuestra existencia es en sí un riesgo para nuestra supervivencia y para los que nos rodean. Pero no puedes adjudicarte la responsabilidad por las tragedias que asolan tu vida. Debes seguir adelante y no olvidar, pero también debes aprender.
Palabras similares me habían sido dichas con anterioridad, en una época en que los conflictos no eran con los Consolidados, sino con nosotros mismos. Fue décadas antes de su llegada, cuando nuestros pueblos luchaban por supremacía.
Una alianza surgió y mi pueblo se unió con otro del sur. Sus guerreros eran de estatura baja y cabezas grandes, hombros robustos y brazos cortos. Sin embargo, sus mujeres diferían de todo concepto que ellos representaban. Ellas eran altas, delgadas, musculosas y sumamente atléticas. Su rostro era refinado y el tostado de su tez evidenciaba una vida de labor en el frente de batalla. Eran guerreras y curanderas que al frente de las luchas lograban salvar vidas y terminarlas sin mucho esfuerzo.
Su formación era la siguiente: Los hombres avanzaban lentamente mientras cargaban consigo enormes escudos de madera y barro, mientras que las mujeres permanecían tras de ellos. Los escudos eran casi impenetrables ante cualquier espada, lanza o flecha, lo suficiente como para considerarlos muros. Las espadas de los hombres eran cortas y letalmente afiladas, sus pies eran cubiertos por pieles sumergidas en barro y las mujeres cargaban largas lanzas que ocultaban tras de ellos. Así, en cada lucha, los hombres avanzaban como cubierta ante los ataques enemigos y las mujeres asestaban golpes mortales con sus lanzas. Su estrategia era efectiva contra tropas terrestres, pero sumamente vulnerable contra arqueros e incluso contra lanceros con puntería certera. Por lo tanto, nosotros, cómo ejército adjunto, compuesto mayoritariamente por hombres altos y de brazos largos, accedimos a fortalecer sus líneas con nuestras tropas cubriendo a las mujeres y arrojándonos contra los lanceros y arqueros una vez llegados a nuestro encuentro. Sin embargo, esta nueva estrategia requería que nosotros nos alineáramos entre dos de sus mujeres.
A veces teníamos que colocar nuestros rostros sobre sus hombros y caminar coordinados y unidos por las caderas. Lo cual provocaba momentos embarazosos para muchos de nosotros, incluso yo tuve que experimentarlos. Tener a una mujer hermosa tan cerca a nuestros cuerpos en el campo de batalla hizo que nos tornásemos invencibles. Por esta misma razón, muchos hombres se vieron envueltos en relaciones carnales con sus compañeras, yo traté de evitarlo a toda costa, incluso a sabiendas de que esto comprometía la formación.
Pero, tras perder a varios compañeros atraídos a la muerte por su incapacidad de proteger a sus mujeres, decidí moverme a la vanguardia. Fue ahí donde la conocí. Xhelthie era el nombre de aquella guerrera que luchaba sin miedo y con fiereza en el frente. Era tan hábil que inspiraba confianza en las otras y envidia en los otros. De un modo u otro terminé convertido en su acompañante de noches. Nos acostábamos y nos separábamos al otro día, después de cada batalla. Un día me detuvo antes de irme y me informó que estaba esperando un hijo, pero que temía que este naciera como un demonio.
En sus sueños observó al pequeño realizar milagros y maldiciones. Cosa que no sería muy lejana a la realidad si hubiese nacido.
Ella perdió al hijo a través de un acto de magos y sacrificando su amor por la vida. Dejó de tener sexo y pasó a convertirse en un ente de guerra. La sangre de sus enemigos la hacía excitarse y llegar al clímax. Fuera de ello, era una mujer normal e incluso me atrevería a decir que vulgarmente aburrida.
-La batalla me hace feliz, más que cualquier cosa en este mundo, y eso es triste. Cuando la guerra no sea parte de él no tendré más opción que morir.
-Es la vida que elegiste y es tu deber seguir viviéndola te guste o no. –Respondí con la crudeza que me había sigo impregnada por la experiencia de luchar con ella.
-Sé que merezco esta vida, pero... ¿Es tan malo desear algo mejor?
-No es tan malo, pero nuestra vida no es más que para desear que sea diferente, eso es lo irónico de existir.
-Quizás tengas razón, pero no creo que vivamos en tragedia, sino envueltos en un manto de ella que nosotros mismos elegimos para evitar el frio de la realidad. Pero, pequeño hombre, debemos recordar que vinimos a luchar y nada más que para luchar. Ya sea con palabras, armas o deseos, hay que luchar y ser valientes para ir en la vanguardia, nunca atrás. Sólo los cobardes golpean la carne cercenada de sus enemigos. Aquellos no tienen ni el valor de cargar un arma real, usan rocas atadas a palos e incluso mazos de trabajo. Se aferran a ellos de forma fanática, ni siquiera como un arma, sino como algo que toma control de su persona.
Sus palabras resuenan incluso hoy en mi mente, creo que es por el hecho de que he tratado de ir siempre por delante de los conflictos, pero con el tiempo se aprende que no siempre se debe estar en esa posición, ya sea porque uno se encuentra herido o porque en realidad no tiene la capacidad. Hay que saber cuándo emprender una retirada.
-Te ayudaré por siempre, no puedo abandonarte, porque me has salvado la vida y debo pagarte con lo mismo, encontraremos ese lugar, estoy seguro que lo haremos. –Dije emitiendo la más grande mentira de mi boca.
Anika recuperó tranquilidad en su ser y se recompuso, como al término de una reunión estratégica.
-Tenemos posibilidades de encontrar el lugar si seguimos dirigiéndonos al sur. Cada mago que he conocido en este lado del mundo me ha dicho que sus leyendas narran sobre “el pie del mundo” y de “los dedos que habitan las planicies del eterno verdor”. Creo que podremos llegar a ese lugar si continuamos escuchando el mito de los pueblos y logramos descifrarlos; en mis tierras se decía que el mundo es nuevo cuando es desconocido, así que perderse en el trayecto no es un mal, sino una forma de encontrar esos nuevos horizontes.
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