Era temprano todavía, y aunque Van no había dormido nada desde el turno en el bar, no tenía ni un poco de sueño. Ordenó un par de cosas, limpió otras, dio algunas vueltas aquí y allá viendo que hacer, hasta que finalmente decidió ir a preparar algo de comer, todo aquello viendo constantemente al joven que había ido al balcón para no molestarlo. Quería hablarle para conocerlo mejor, solo que entre más lo observaba, menos sabía que decir. Él estaba consciente de que lo veía desde hace un rato, pero era demasiado tímido para iniciar alguna conversación, dando como resultado que ambos estuvieran en silencio por un tiempo.
—Ven, está listo —le dijo Van al terminar de cocinar. El joven que era sabía que no lo necesitaba, pero aceptó de igual forma para no ser descortés.
—Gracias —respondió, sentándose en la silla que le había designado.
Había pasado mucho desde la última vez que probó algún bocado, por lo que todo le resultó extremadamente sabroso sin importar lo que comiera. Le agradeció a Van por ello, y él le acercó algunos platillos al ver que realmente la disfrutaba, intercambiando solo algunas pocas palabras. Ambos estaban demasiado absortos en pensamientos que querían decir y no se atrevían por más que se miraran.
Después de comer recogieron la mesa, limpiaron y Van fue al pequeño sillón de la sala, invitando al joven para que no volviera a irse solo al balcón. Se sentó a su lado, viendo las nubes pasar por la ventana. La brisa entraba en calma, y Van sintió que era el momento que necesitaba para iniciar la conversación.
—¿Por qué estabas en el lago? —preguntó, finalmente. Era una de todas las cosas que había estado pensando, y no había querido preguntarle por miedo a que pudiera entristecerlo.
—No hay una razón en realidad. Recordé algo de ese lugar, y me quedé mirándolo. Al final, creo que nunca estuve allí, solo podía verlo a la distancia desde otra parte —respondió algo apenado, pero aliviado de poder conversar tranquilamente con él. Desde allí todo avanzó con normalidad y no hubo más silencios entre los dos.
—Me asusté cuando entraste al agua —admitió—. Lamento si te molesté al acercarme.
—Claro que no. Hace mucho que no hablaba con alguien, y fuiste muy amable conmigo. La luna aún brillaba en el reflejo del agua a esa hora, y por alguna razón solo quise ir tras ella. No pensé que alguien podría verme así que no me preocupé demasiado, pero pensándolo bien, debe haber sido alarmante. Perdón por eso. —Inclinando la cabeza.
—No, está bien. —Agitando la mano—. Soy consciente de que las Alteraciones existen dentro de su propio universo, e intento no inmiscuirme. Tú en cambio, algo me atrajo a ti y no pude irme por más que lo intenté. Tal vez nos conocimos en otra vida, sino no sé qué explicación darle a eso —rio.
Esa risa pronto se convirtió en un leve rubor al pensar que había sido un poco directo en confesarlo, pero no le dio más importancia.
—En otra vida —murmuró el joven, luego de que un pequeño destello hiciera una lejana conexión, que no tuvo sentido alguno al intentar recordar—. Me alegra haberte conocido, Van, haya sido o no una coincidencia.
—A mi también —le sonrió, haciendo una pausa.— ¿Crees que… puedas recuperar tus recuerdos? —preguntó luego de entender que sería difícil no saber su nombre.
—No lo sé. Quedó muy poco en mi memoria, y la verdad apenas puedo recordar el por qué estoy aquí.
—Lo entiendo…
—¿Por qué me preguntas?
—Es que… siento que debería llamarte de alguna manera. No quiero pasarte a llevar.
—Sé que sonó mal cuando te dije que no lo recordaba, pero no te preocupes por eso. Puedes llamarme como quieras.
—No, eso no está bien —reclamó ante su despreocupación—. No es tan simple como eso…
—Puedes… darme un nombre entonces —susurró tímido, quitando la vista.
Van no se esperaba tal petición, y se le notó de inmediato el rubor en el rostro, esta vez con más intensidad.
—¿Estás seguro? —preguntó sorprendido.
—Lo que escojas aceptaré —recitó, viéndolo nuevamente—. Si he de tener un nombre, quiero que lo elijas tú.
Tal cual esperase ser coronado ante la reina se arrodilló enfrente y esperó. Van sintió la responsabilidad golpearle el estómago, y con tales palabras no podía tomarlo a la ligera, menos si lo pedía de esa forma.
—Está bien —aceptó decidido, acercándose un poco más para verlo con detenimiento. Acarició tímidamente su cabello y al llegar a su mejilla el joven cerró los ojos y descansó en ella. Al moverse la luz del que entraba por la ventana destelló a su espalda, como hace un momento en el lago.
—Altair —mencionó por reflejo al recordar el resplandor de las estrellas. Era algo que siempre admiró al contemplar el cielo, y le parecía tan hermoso como él, solo que no lo pensó a consciencia. Altair abrió los ojos de par en par y Van al estar tan nervioso se asustó de su elección, quitando aprisa la mano sin siquiera ver que sonreía desde el principio—. Lo siento, pensaré en algo mejor— solicitó angustiado—. Tal vez no es el nombre correcto.
—No, me gusta. —Sin titubear regresó la mano que acababa de quitar de vuelta a su mejilla, y perdido en sus ojos cristalinos y repitió sin más—. Me gusta.
Esta vez ambos sintieron el golpe en el pecho ante la fuerza con la que comenzó a latirles el corazón. Altair volvió a sentarse deprisa, y Van tomó una bocanada para calmarse.
—Puedes… tomarlo como algo temporal hasta que recuerdes el tuyo.
—Sé que me dieron un nombre al nacer, y fue parte de mí por mucho tiempo, pero ya no soy aquella persona. Altair es lindo. Van es muy lindo también —recalcó. Para cuando se dio cuenta del cumplido el rostro le hervía, y aunque intentara voltear se podía ver el rubor en la curva de sus orejas. A pesar de decir siempre lo que estaba pensando era muy tímido cuando lo asimilaba, y eso le resultaba muy gracioso a Van.
—Gracias —sonrió ante la escena—. Es bueno saber que le agrada a alguien. —Y mucho más a él pensó a sí mismo.
Conversaron tranquilamente sin darse cuenta de la hora, y cuando Van notó que era muy tarde fue a arreglar la cama sin cuestionarse nada. Altair se alejó nuevamente para no molestarlo, sentándose contra la pared para no ir muy lejos de donde estaba.
Deberíamos ir a dormir —señaló, acomodando las almohadas sobre la cama, una al lado de la otra.
—No necesito dormir. Estoy muerto, ¿recuerdas? —destacó Altair, agitando la túnica blanquecina que solían usar las Alteraciones.
Esto era una decisión de los Grandes Dioses al dar una apariencia neutra a las almas recibidas, pero como cualquier Alteración capaz de usar energía, podían escoger la vestimenta que les permitiera sus capacidades. Altair se quedó con la misma al no ver necesidad alguna, aunque a veces incluía algún color o detalle minúsculo que más adelante, seria totalmente perceptible por Van.
—Sé que lo estás y que no lo necesitas, pero te hará bien — insistió—. Hasta el espíritu con el alma más longeva necesitará un día de descanso, ¿no crees? —pronunció serio ante tal mentira.
—No tiene sentido lo que estás diciendo —rio, y también lo hizo Van por la tontería de excusa que había inventado—. Está bien, dormiré señor longevo —burló Altair.
—Puedo apostar que es cierto —rio Van—. Aquí tienes una almohada, duerme a mi lado. —Palpando con la mano sobre ella e indicando que se acostara allí.
—Gracias —aceptó obediente, acostándose.
—Intenta descansar. —Cubriéndolo con la manta—. Buenas noches.
—Buenas noches —repitió Altair.
La luna iluminaba tenue la habitación, por lo que Van podía observarlo a pesar de que estuviera oscuro. Se había acostado boca arriba en una posición algo tensa, pero a medida que concilió el sueño se acomodó de lado, muy cerca, y él, aún asombrado en el hecho de que le había hecho caso, comenzó a adormecerse al verlo descansar tan tranquilo. Pese a que la cama era pequeña e inevitablemente sentía su piel rozar la suya, era tan cálida que se acercó un poco más regocijado en esa sensación. Se quedó dormido sin darse cuenta, y durmió tan plácidamente que despertó casi a mediodía.
—Altair, ya es de día. ¿Quieres comer algo? —preguntó algo inquieto, sirviendo los platos ya que tenía preparados sobre la mesa de la sala. Lo había utilizado de almohada toda la noche, pero al parecer Altair no lo había notado.
—¿Van? —respondió somnoliento. Pronto se incorporó al notar que era de mañana—. Me quedé dormido.
—¿Ves que podías dormir? —rio, olvidando el episodio.
—La verdad nunca lo intenté —admitió sincero, viendo de reojo lo que le ofrecía.
—Sí, sí, ahora prueba esto. Di “ah” —indicó, acercando la cuchara a sus labios.
—Ah —obedeció de inmediato—. Está muy sabroso Van. — Saboreando lo que le había dado.
—No exagero cuando digo que sé cocinar muy bien —reconoció seguro—. ¿Quieres más?
—Por favor —asintió avergonzado, yendo hacia la mesa.
—Siéntate aquí y te serviré. —Moviendo la silla más cerca a la suya—. Si hay algo que quieras hacer solo hazlo. Sigues vivo aquí adentro a pesar de todo —señaló a su pecho, apuntando el corazón.
—Gracias… por tratarme tan bien.
—Somos amigos, y eso es lo que hacen los amigos —le sonrió.
Mientras comían conversaron sobre cosas al azar. Algunas anécdotas de Van, algunas cosas de Altair, todo en sentido de conocerse un poco más. Aún así, Van no quería indagar demasiado sabiendo que no podía recordar su pasado, por lo que era muy cuidadoso con lo que preguntaba. Altair lo notaba, y hubiese querido contarle muchas cosas de haberlas recordado. Aun así, confiaba en que algún día podría decírselas.
—Van, ¿tienes familia? —dijo repentino después de que ambos terminaron de comer. Se había dado cuenta que no había fotografías en el departamento, ni siquiera de él o alguna otra persona, y le daba curiosidad saber sobre eso.
—Es… algo complicado —suspiró.
Altair supo de inmediato que había hecho una pregunta delicada, y se cuestionó no haberlo pensado mejor.
—No debí preguntar. Lo siento. —Inclinando la cabeza como disculpa.
—No, tranquilo. Puedes preguntar lo que quieras —apaciguó, agitando la mano—. Mi padre falleció cuando era muy joven, y mi madre vive en el extranjero. A veces hablamos por teléfono, aunque suele estar ocupada, y la verdad, no nos llevamos muy bien.
—Entiendo…
El tono al decir “No nos llevamos muy bien” le dejó clara la situación. No debía preguntar más sobre ella.
—No te preocupes. Sé que no es una familia convencional, pero tengo trabajo y puedo vivir por mi cuenta. Además, antes de que mi madre se fuera conocí a una persona en la confío mucho. Es muy amable conmigo a pesar de no ser parientes.
—Sé que no puedes elegir a tus familiares de sangre, pero eres libre de escoger a quienes quieres en tu vida.
—Tú eres parte de la mía ahora, Altair —le sonrió, tocando su mano con los dedos. Altair la volteó para poder sostenerla.
—Gracias, por dejarme ser parte de ella —respondió sincero, agradecido en que lo considerara alguien querido.

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