SUBURBIOS
En palacio se vivía bien, con una seguridad inimaginable, lo que chocaba bastante con el exterior, ya que había una delincuencia inusitada que ya asechaba los niveles superiores de la ciudadela.
Eso sí, se vivía bajo unas estrictas normas, y ni el mismísimo emperador se atrevía a contradecirlas, menos aún infringirlas. Sin embargo, este tenía un hijo, el pequeño Zackari, todos lo conocían en palacio, ya que era un continuo alboroto y tendía a desobedecer todo tipo de normas y obligaciones que le impusieran. Ya desde muy pequeño tendía a ser un revolucionario. Pues bien, Zack, como lo llamaban en palacio, sí desobedeció una de ellas, la más estricta, castigada con la pena de muerte, y aunque fuera el hijo del propio emperador, éste no iba a romperla, por lo que no tenía mucho que hacer Pero… retrocedimos un poco en el tiempo.
Zack pertenecía a la última dinastía de descendientes de humanoides de esta civilización, y como tal, le esperaba un futuro poco alentador para sus propios intereses, ya que la política y cuestiones de estado poco le interesaban, más bien le aburrían. Aún tenía muy poca edad.
Era de piel marrón claro, lo que indicaba la pureza de su linaje al contrario de las clases sociales bajas tendían a tener la piel mucho más oscura. Zack no tenia pelo en la cabeza ni en el cuerpo. Su cabeza tenía forma de semicírculo medio abovedado en la zona más posterior del cráneo. Sus ojos eran de color castaño, almendrados y amarillentos, parecían miel a la luz del sol. Su tez era fina pero con rasgos muy marcados, pómulos largos y pronunciados que acababan en una fina mandíbula de largo mentón, casi tan largo como el cráneo. Poseía un fino y corto cuello. Su cuerpo era delgado pero atlético, tenía piernas fuertes. Solía ir vestido con un atavío blanco que sólo le cubría la cintura hasta casi las rodillas, agarrado a la cintura con un cordón de oro blanquecino con incrustaciones de obsidiana verde y azul. Llevaba en los pies una especie de sandalias de piel con los pies al descubierto, las cuales no le gustaban, ya que le resultaba incómodo utilizarlas, como cualquier otro calzado, por lo que siempre podía descalzo correteando por el palacio. Sus finas manos acabadas en 4 ágiles dedos que eran el terror de los que allí habitaban o visitaban el palacio. Siempre les faltaba algo, que por extraños motivos, y sin saber cómo, aparecían al tiempo, en los aposentos del joven príncipe. O en su escondite secreto si aquello que “tomaba prestado” le atraía en gran medida. Sus finas manos acabadas en 4 ágiles dedos que eran el terror de los que allí habitaban o visitaban el palacio. Siempre les faltaba algo, que por extraños motivos, y sin saber cómo, aparecían al tiempo, en los aposentos del joven príncipe. O en su escondite secreto si aquello que “tomaba prestado” le atraía en gran medida. Sus finas manos acabadas en 4 ágiles dedos que eran el terror de los que allí habitaban o visitaban el palacio. Siempre les faltaba algo, que por extraños motivos, y sin saber cómo, aparecían al tiempo, en los aposentos del joven príncipe. O en su escondite secreto si aquello que “tomaba prestado” le atraía en gran medida.
Pasaba mucho rato en el pequeño lago de palacio, jugando con los animales, importunándolos y correteando de un lado para otro. Uno de sus pasatiempos preferidos era buscar pasadizos secretos dentro de palacio, y creedme, había cientos. Ya había encontrado muchos de ellos, pero su silencio era su mejor arma en ese caso. Otro de los pasatiempos preferidos, aparte de importunar a su padre, a los sirvientes y guardias, era escaparse de palacio por uno de los pasadizos secretos que descubrió por casualidad. Si bien es verdad, le encantaba salir de palacio acompañado de su guarda personal Gickhux, a quién solía engañar para escabullirse a los suburbios de la ciudadela, a los niveles bajos.
En ningún momento se esperaba lo que le iba a suceder ese día…
—Joooo paaadre, es que es aburrido. No me entero de nada.
—Zackari, hijo—cuando el emperador utilizó su nombre completo es porque lo estaba sacando de quicio—Vas a ser el futuro de esta grandiosa ciudadela, es tu sino, para eso ha nacido.
—Jooo, pero es que yo no quiero ser príncipe, ni rey. Es aburrido.
—Es respetable, todos te admirarán, serás quien tomes las decisiones más importantes. Tendrá una gran responsabilidad.
—Eso no es verdad, ese grupo de viejos chochos gobiernan contigo, toman tantas decisiones como tú.
—Claro, es el consejo de los sabios, y por sus vastos conocimientos hemos de tener en cuenta sus consejos y opiniones, pero la decisión final es siempre mía, y sólo mía. Yo soy el máximo responsable, y nadie se atrevería a quebrantar mi palabra.
—Joooo, es injusto. Yo quiero correr y visitar la selva. No quiero estar todo el rato en una silla hablando con esas caras largas. Firmando papeles, poniéndome ropas incómodas para las celebraciones llenas de seres que ni conozco y poniendo falsas caras.
—Jajaja Zack—el emperador se relajó. A fin de cuentas, su hijo aún era muy pequeño.
La vestimenta del emperador era una sola pieza de fina tela blanca como el marfil, que le llegaba a la altura de los tobillos, sólo la tenía por un lado del cuello en una banda estrecha que se conectaba con la espalda dejando ambos brazos al descubierto mostrando el color de su piel. Y sus múltiples cicatrices de guerra, fue un gran luchador. Cuentas y pulseras de oro adornaban ambos brazos y tobillos. Su larga cabeza estaba coronada por la corona del emperador, una pieza única tallada enteramente en la ligera y rara obsidiana gris. Poseía detalles incrustados en verde turquesa, minerales de los más extraños y bandas de oro la recorrían por completo. Poseía dos alas anchas a los lados que convergen en la parte posterior abrazando todo el cráneo, dejando una especie de vacío entre estas y la recubierta craneal.
—Verás pequeño, esta vestimenta es una de las marcas de nuestra herencia, ¿no ves que aquí todos la tienen? Hemos de ir como civilizados, no como los seres de los suburbios, sucios, mugrientos y llenos de apestosos harapos. ¿Es así como quieres ir?
—Nnnnn no, no. Pero es que….
—Es que nada hijo, te ha tocado ser mi heredero, y como tal, debes asumir una serie de normas y dar ejemplo.
—Eeeeeestá bieenn padre, lo intentaré—dijo cabizbajo centrando su atención en la cola del felino que adormitaba al lado del emperador. En realidad, le dijo lo que quería escuchar, pero ya estaba pensando en su próxima travesura. Y el felino era su objetivo…
—Padre... uummm.
—Dime pequeño.
—¿Puedo jugar con Grufhos?
—Está descansando—dijo su padre acariciándole la cabeza al enorme felino—Inténtalo a ver si quiere…
—Jijiji, vale—dijo socarronamente. Ya había pensado en qué hacer para “incentivar” a Grufhos. Sacó una planta arrojadiza y pegajosa del pequeño bolsillo interior de la especie de falda blanca que constituía su atuendo. Se adhería con facilidad a cualquier superficie y provocaba un escozor incómodo. El felino las odiaba y ZAckari lo sabía.
—¿Qué haces hijo?
—Naada nada, solo le pongo una cosita en el rabo—le dijo mientras agarraba el rabo y se la pegaba.
—Groooaarrr—rugió el felino. Y saltó corriendo por todo el giganteco habitáculo al aire libre que estaba en frente del lago, sólo interrumpiendo su visión con unas finas cortinas de blanca seda. Saltó rugiendo al agua haciendo volar a todas las aves del enorme estanque de agua dulce. Peces saltaron ante el revuelo fuera de la superficie del agua.
—Jajajajajaja ajajajajaa—Zack se tronchaba corriendo detrás del simplón Grufhos. Le encantaba joderle la existencia.
—¿Qué voy a hacer con él?—se preguntó para sí el emperador echándose la mano a la cabeza y moviéndola de lado a lado como negando.
—¡¡ZAaacccccckkkk!!!—lo llamó uno de los sirvientes—¡ZAaaaacckkk deja al pobre Grufhos!
—Jajajajaa ¡¡Grufhosss corre jodido, corre!!
—Buufff ¿Cómo voy a pretender que gobierne este chaval? Si prefiere correr detrás de gatos grandes que prestar atención a las cuestiones de estado. Ni a las clases de defensa personal acude…. Buuuufff. ¿Qué voy a hacer?—habló en voz baja.
Cuando Zackari se hubo cansado de correr detras del enorme y manso felino, se escabullo al interior del palacio. Constaba de cientos de grandes habitaciones, distribuidas por diferentes pisos, enormes y lujosos pasillos lo recorrían de principio a fin conectando el ala este con el oeste, la sur con la norte y con las otras dos y con el enorme y lujoso patio central, donde residía en lago y los grandes jardines del palacio, lleno de extraños y escasos animales. Una de las fachadas, la principal daba justo al patio, se elevaba varios metros del suelo y acababa en un gigantesco balcón abierto y con arcos en sus cuatro esquinas y adornado con una cúpula blanca y dorada en su parte más alta. La fachada colindante estaba festoneada con una especie de pirámide alargada de color arenisca, casi blanquecina.
Zack trepó por las largas telas que colgaban del balcón con la cúpula bajo el asombro de la mirada de su padre.
—No, si encima es hábil el muy…
—Ya está, ahora al pasadizo del ala este—. Entró por el balcón, no sin antes sonreír a su padre. Bajó varios pisos por las escaleras, recorrió largos pasillos llenos de cuadros en las paredes y macetas con plantas afrodisiacas. Después de varios minutos caminando tranquilamente, torció a la izquierda en uno de ellos, miró hacia su espalda y en frente, asegurándose que nadie lo viera, se agachó, y con sus hábiles dedos desdibujo una trampilla que estaba en la pared invisible al ojo del cualquiera salvo que conociera su ubicacion. Introdujo dos dedos en una especie de muesca y tiro de ella. La trampilla se abrió y entró a gatas por el estrecho pasadizo.
—Fuussss, fguuussss—sopló la piedra fuego que le había regalado a su madre, y ésta prendió de un color azulado alumbrando el camino.
—Listo, ahora sí que puedo avanzar—se dijo para sí. Durante largos minutos avanzó, torciendo hacia diferentes direcciones, arriba y abajo por largos pendientes, algunas más cortas e inclinadas hasta que topo con una pared cuadrangular sin salida. Se paró a escuchar con el oído pegado a la pared.
—Uuummmm, nada. Creo que puedo—Empujó muy suavemente y sonó un ligero Clock por el cambio de presión. Esperó…—Nada, puedo continuar—Abrió la puerta y salió a un alumbrado pasillo, estaba lleno de gigantescos arcos por los que entraba la luz y corría la brisa.
—¿Qué haces aquí pequeño terremoto?
—Eeeeee ¿Qué haces tú aquí?
—No te creas el único en conocer ciertas “entradas”.
—No ha respondido a mi pregunta.
—No, pero para tu interés, me encargo de tu seguridad personal, y es mi obligación saber lo que haces en todo momento.
—Jooooder, Gickhux, dame un respiro.
—Ese lenguaje su alteza. Padre no lo aprobaría.
—Peeero, tú no eres padre ¿verdad?
—¿Y bien mi alteza? Usted tampoco ha respondido a mi pregunta.
—No estoy obligado a ello, pero lo voy a hacer porque me caes bien. Quisiera salir de palacio… Sólo.
—Sabe que eso es imposible. Y no es el mejor momento alteza.
—¿Por qué?
—Tu padre se está reuniendo en estos momentos con el primer ministro, no desearía que nada perturbara ese encuentro.
—Pero, eso no va a pasar Gickhux.
—¿Un no? Eso me prometió la última vez, mi alteza. Y me engañó como ya viene siendo habitual. ¿Se acuerda dónde lo encontramos?
—Vamos Gick, sólo trabajé de negociar con aquel mercader, además era un estafador.
—Jajaja, es usted increíble. Tienes agallas, hay que reconocerlo. Sin saberlo llegó a los niveles inferiores, pasó la línea y se adentró en los suburbios.
—¿Sin saberlo? Ajajaja eres ingenioso.
—Peor aún alteza, más razones me da para prohibirle la salida hoy.
—¿Sabes? No es la primera vez que acudo a esa zona, ni la primera vez que trato con ese mercader.
—Vaya, ¿lo sabe su majestad, el emperador?
—No, y así debe seguir siendo Gickhux, eres mi sirviente personal. Dejémoslo como nuestro “secretillo”. Además, sé ciertas cosas de tus “aficiones íntimas”…
—Bien mi alteza. ¿A dónde le gustaría ir hoy?—El guarda se sorprendió.
—¿Te creías el único que sabía espiar?? Jijijijiij. A los suburbios por favor, quisiera canjear unas piezas que “encontré”.
—Uuuumm ¿No serán las que buscaba hace un ciclo la superiora de las damas?
—Jijijiji—rió travieso Zackary.
—Sabes que es peligroso.
—No más de lo que quieres hacerme ver. Pero contigo al lado… ¿Qué peligro puedo correr?—dijo mirándolo sonriente. Se iba a salir con la suya.
—Hay que reconocer que eres un buen estratega y mediador, como negociante del reino traerías grandes beneficios a tu padre.
—Ya llegará el momento. Espérame aquí voy a por unas cosillas—Y partió raudo y feliz dirección a sus aposentos. Llegó, cerró la puerta con llave y se dirigió directo al lateral izquierdo del cabezal de la enorme cama. Despegó una baldosa adornada con incrustaciones de piedras de la pared, pegada al suelo. Estiró el brazo y agarró algo. Sacó una especie de saquito entre negro y azul aterciopelado. De su interior sacó unas alhajas de mineral transparentes adornadas con oro y una esmeralda verde.
—Aquí estás, creaste que si lo hago bien, me daran una buena suma—. Se guardó el saco en la falda, tapió de nuevo el espacio cuadrangular secreto con la baldosa y salió de su habitación no sin antes trancar la puerta. Al cabo de los minutos volvieron donde le esperaba su fiel Gickhux. Era un Nhergs, especialmente inteligente, aunque si bien es verdad, Zack lo engañaba una vez salían al exterior, era bastante escurridizo.
Mientras tanto en el interior de una de las cámaras, se iba desarrollando una reunión de gran importancia.
—Su alteza, la delincuencia cada vez está llegando más arriba, a los niveles medios, incluso se está dejando ver en los superiores, y en ocasiones a plena luz diurna.
—Uuummm ¿Desde cuándo ocurre Primer ministro?
—Desde hace ya algunos ciclos.
—¿Por qué no se me ha informado antes?
—Pensamos que sería un problema trivial. Y no era del todo seguro, hasta que ha sido evidente. Hace unos ciclos aparecieron muertos entre restos de comida y escombros el hijo de uno de los marqueses. ¿Y, sabe qué es lo más raro?
—No, sorpréndeme.
—Lo encontramos en los suburbios….
—¿Cómo? ¿Qué iba a hacer ahí alguien de los niveles superiores? Y que suele llegar a palacio. Eso es intolerable, tiene un castigo, y severo.
—No más que el que tuvo señor. ¿Qué ordena su cambio?
—Apostillar más guardias alrededor de palacio, y patrullando las calles de los niveles superiores. A todas horas.
—Uuumm… ¿Usted me permite una sugerencia, mi cambio?
—Adelante, mi fiel Garnueld.
—¿No cree que el problema seguirá estando con esa medida, es decir, que incluso puede acrecentarse?
—¿Quieres decir que no lo frenará, sino que además lo empeorará?
—Exacto alteza, muy perspicaz. He estado pensando en otra vía de actuación, siempre y cuando su alteza me permita explicárselo.
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