Mientras tenía lugar una importante conversación entre dos seres en el palacio, a pocos kilómetros de distancia, en el exterior del mismo, Tarbus perseguía en silencio dos presas fáciles, escondiéndose en cada rincón o hueco. Llevaba rato observándolas, estaban ataviados con unas capas marrones que tenían una gran capucha, tapándoles por completo las facciones y todo el cuerpo.
—Uuumm, deben ser nuevos en la zona. Van como medio perdidos. Aunque el pequeño parece más decidido. El que me da mala espina es el más grande. Vamos a ver hacia donde van—. Estaba en uno de los tejados de las casas bajas que se situaban cerca de la calle del mercado, la principal de los niveles medios. Tab solía subir a estos niveles, aunque no territorios donde debería estar, a buscar cosas de más calidad y mejor fabricación. A estos niveles, también bajaban los ricos, seres más confiados, por lo que era más fácil hacerse con sus pertenencias, ya que los habitantes de los niveles bajos todos sabían lo que había, todos robaban. Así que de vez en cuando se arriesgaba, entre sufrir una brutal paliza de los propios seres callejeros de la zona o volver con un buen botín con el que intercambiar algo caliente que echarse a la boca. Ya estaba harto de comer cosas frias, duras, correosas, y en mal estado. O también lo podría intercambiar por cartones, harapos, algún cojín mullido, una manta… para no pasar frío en las callesjeras noches. Era el precio que debía correr, y valía la pena intentarlo, si lo hacía era por algo.
—Uuuuyy por casi, se agachó un tiempo—El de mayor tamaño pareció frenarse y girar la cabeza hacia los tejados, buscando algo. Tab se asomó ligeramente solo dejando al descubierto parte de su rojizo pelo y los ojos. Del susto el trapo que llevaba en la cabeza para taparse el rostro se le había movido. Vio como el más alto posaba una mano sobre el hombro del pequeño y le daba unas indicaciones. O eso espero Tab, porque sendas capas los cubrían por completo.
—Mierda de trapo, otra vez a enrollármelo. Voy a asomarme de nuevo, vamos a verrrrr, Uummm, parece que se alejan y cambian de dirección. Está claro que buscan algo, o alguien—. Esperó un poco, se levantó, saltó de unos tejados a otros y bajó trepando por las telas que colgaban hasta los puestos de los mercaderes, del techo de unos de ellos, de dura lona, saltó al suelo, y se metió por una callejuela, donde los habia visto desaparecer. Dobló la esquina, y los vio hablando muchos metros a lo lejos, con un tabernero, quién les hacía preocupación mientras parecía balbucear algo. Esperó a que retomaran su camino y fue a la taberna. Preguntó al tabernero:
—¿Sabes a dónde se dirigían los dos encapuchados con quién acabas de hablar?
—¿De qué habla muchacho? ¡Largo de aquí! ¡PIOJOSO!—Y le dio una patada echándolo del local.
—Joder, si será mierda!—dijo mientras se rascaba el trasero, donde le había golpeado el tabernero. Recorrió parte de la calle, y cuando pudo trepar hacia algunos tejados, no lo dudó.
—Desde las alturas siempre se ve mejor—dijo para sí en voz alta. Y tenia razon. Los siguieron en la seguridad que dan la lejanía y las alturas, parecían que tuvieran prisa. Hasta que de pronto tuvo una extraña sensación.
—Me parece que me están siguiendo a mí también—Se giró... Nada… Se agachó, pegó la espalda al muro del tejado y esperó unos minutos—Uummm, que raro, juraría que…
—Trhssss… trssshhh—ruidos cercanos.
—Ajá!—pensó para sí—ahí lo tengo—. Se puso en pie rápidamente y echo a correr por los tejados, se olvidó de sus presas, las tornas habían cambiado, ahora era él el perseguido, pero no sabía ni por quién o quiénes, ni de dónde iban o estaban. Echó a correr por puro impulso de supervivencia dirección suburbios.
—Tenías razón cincodedos!—escuchó que alguien le gritaba—¡Desde las alturas se ve mejor!
—¡¡Mierda!!—No podía distinguir quién era.
—¡Ya lo tenemos!—. Eran un grupo de rateros de la zona, un poco más mayores que Tab. Llevaban tiempo siguiéndolo. Ya lo conocían de otras incursiones que habían hecho a estas zonas, y de algunas que habían hecho ellos a los suburbios. Hacía unos ciclos, Tab había localizado el escondite de uno de ellos, y aprovechando a la ausencia de su dueño, había adquirido unos bienes materiales y comida. Su error fue dejarse puesto parte de una tela que rasgo para curarse una herida de la pierna, lo cual su “legítimo” dueño, que seguro que él también la había robado ya que era de buena manufactura, reconoció una de las veces que bajo a los suburbios. Se había enfurecido y vuelto loco buscando al ladrón sin honra que le había quitado casi todo. Encima conocía su escondrijo, tendría que buscar uno nuevo. Entre varios se encargaron darle un escarmiento a Tab. Pero la cosa no había quedado ahí, había agarrado una fijación por el pelirrojo, y sólo quería buscar la mínima, para darle una buena tundra. Y ahora lo habían estado asechando en su territorio.
—¡¡Estás muerto, de no escaparás!!
—¡¡De la última te salvaste, por muy poco!!
—Mierda, son los locos esos—pensó Tab—Estoy bien jodido, como me agarren no lo cuento—. Bajó a los suelos para tratar de despistarlos, pero ellos se conocían muy bien la zona. Así que se dividieron, eran 4. Corrió hacia la calle principal, pero localizó a uno de ellos bajando de los tejados, cambió hacia el techo de los puestos de los mercaderes, también estaba cortada.
—Joder una vía menos!—Cambió de rumbo hacia las calles transversales, otro de ellos corrió en pos de él. Corrió hacia abajo, cruzó una callejuela estrecha donde no entró el sol, y entró en una paralela a la principal, más lóbrega y nauseabunda, corrió como si su vida dependiera de ello. Entró en una taberna, espero unos segundos…
—Tap tap tap tap tata t…tt…—los pasos de su perseguidor se difuminaban en la lejanía. Le había conseguido despistar. Asomó el rostro por una de las vidrieras amarillentas, estaban cerradas, y sus cristales eran espantosos y deformados, así que no pudo ver bien los tejados de la fachada de enfrente. Y tampoco si hubiera alguno de ellos fuera, podría haberlo visto muy bien. Siguió esperando, disimulando sentado en una mesa, hasta que llegó el tabernero. Era una barriga enorme ataviada con un delantal sucio. Su gorda y alargada cara dejaban ver lo harto que estaba del lugar, lo trataron con condescendencia alzándole la voz mientras lo salpicaba de babas…
—¿Qué va a ser joven?
—Eeee, esto, noooo yo….—Si le decía que nada, lo echaban. Y si le decía que no tenía con que pagarle, lo echaban de una patada en el culo. Tenía que estar el máximo de tiempo en la taberna para despistar a sus perseguidores, sólo le quedaría una solución…
—¿Qué tiene el día?
—¿Del día? ¡JA! Creo que queda algo de estofado.
—Pues un plato de eso y pan caliente.
—¿De beber?
—Jugo de frutas.
—Uuuumm….Bien bien—Se extrañó el tabernero—¿Cómo alguien tan joven y mugriento, tenía esa suma de dinero, y más con esas pintas?—Pero enseguida se le fue el pensamiento, él no estaba ahí para juzgar a nadie, sino para servir comida y bebidas, así que se marchó a por su pedido.
—Ya que me la estoy jugando, pues lo hago llenando bien mi barriga de cosas buenas—pensó para sí Tab—Así por lo menos, tendrán un buen motivo, y si es mi última comida… Pues que sea deliciosa—Sonrió para sí. Al cabo de un rato, llegó el tabernero con el plato de estofado y un plato con dos panes calientes. Uno de sus dedos lo introducía en el estofado al agarrar el plato… Estaba cansado de su trabajo.
—Aquí tiene, como pidió. Ahora le traigo el jugo de frutas, fueron a por ellas. Jejejeje—rio su propia gracia.
—Tiene humor el jodido—pensó Tab—Gracias señor—le dijo. Y a los pocos minutos le trajeron una especie de vaso de vidrio tubular con un liquido morado en su interior.
— ¡Uuummm delicioso!—exclamó Tab.
—¿Cómo te llamas chico? ¿No eres de por aquí verdad?—Le preguntó el tabernero.
—Uuumm, disculpe señor. No acostumbro a hablar mientras como. Desde que termine, me acercaré a charlar mientras bebo más jugo de frutas.
—Como deseas—Se marchó visiblemente molesto, más si cabe, por la respuesta. Por una vez que había tratado de ser amable… Tab tenía que ingeniárselas para pasar lo más desapercibido posible. Tras terminar de comer y guardar un poco, se acercó a la barra de madera, y llamó al tabernero, quién lo miró con cara de pocos amigos.
—Dime muchacho.
—Te dejaré una buena propina si me haces un favor—. Al poco el tabernero salió al exterior, oteo en todas direcciones fijándose bien en los tejados de las bajas viviendas tal como le había pedido Tab. Observó la calle durante unos minutos y volvió a entrar.
—Todo tranquilo.
—Bien gracias, me había dicho que tenían puerta trasera.
—Sí, la de enfrente del baño.
—Dígame cuanto le debo.
—Un carelín grande con dos redines chicos y seis lirines.
—Sea, déjeme ir al baño y enseguida le doy eso más lo acordado.
—Bien—. Tab marchó sin prisa hacia el baño, de reojo vio que el tabernero seguía a lo suyo… Era el momento, abrió la puerta de la izquierda, la salida trasera. Para cuando se le encendió el bombillo al tabernero ya era demasiado tarde. Tarbus huía entre las sombras, escurridizo y silencioso, no corría para no llamar la atención. Le había salido bien la jugada, pero por otro lado, se había ganado el odio de alguien más en la zona, pronto con tantos acreedores no podría ni acercarse, sino pasar directamente a los niveles superiores a través de las cloacas o de alguna otra manera .
—Me estoy acercando, bien—. Ya reconocía el olor a putrefacción de los suburbios. Estaba llegando al límite entre ambos niveles. Era una línea imaginaria, por así decirlo, que los delimitaba. De pronto, varios metros delante de él, alguien salió a su paso y se quedó plantado. No le sorprendió. Pero lo que sí le sorprendió fue cuando el acto seguido tocó su hombro por la espalda. No lo había sentido hasta entonces. Sabía quién era, no hacía falta ni que se giraba.
—¿Te esperabas que ibas a salirte con la tuya? ¿Eh, cincodedos?
—La verdad es que no. Pero quería llenarme la barriga con buena comida ¿Sabes? Me ha dado bastante todo lo que conseguí en aquel nicho de “amor”.
—¡Serás bocazas! ¡Maldito enano! ¡Pluumm!—le propinó una coz sideral en la entrepierna.
—A¡aaauuuggg!—Tarbus cayó al suelo del dolor.
—¡Joder! Pensé que golpeabas más duro, nenaza.
—¿Cómo te atreves?—Le propinó otra fuerte patada en un costado, tirando de lado a Tab. Consiguió su objetivo, si lo enfurecía, sus golpes serían menos certeros, y tendrían más posibilidades de sobrevivir a la paliza. Sus perseguidores fueron apareciendo uno a uno hasta que lo acorralaron. Lo pusieron en pie.
—Ahora, ya no eres tan valiente ¿Eeh?
—¡Cof cof! ¡Aaagg! ¿Sabes? Duele eso que ha hecho.
—Y más te va a doler, créeme, pero será por poco tiempo.
—¡Pluumm!—Una piña en la boca.
—¡Aagggg!
—Plummm!—en el estómago—¡Pluumm!—otra patada en la entrepierna. Le sacaron a caer una lluvia de golpes continuos por todos lados, eran tan fuertes que Tab no podía sino dejar que el dolor entrara en su cuerpo, abrazarlo para luego expulsarlo con un grito ahogado, a borbotones de sangre.
—Puuaajj, que asco da ya. Está inflado—dijo uno de los rateros.
—Agárrenlo en pie.
—Voy a seguir disfrutando de este mocoso—Se quitó la camisa y comenzó a propinarle una paliza con un garrote de metal. Le golpeó tantas veces la cabeza y el cuerpo que Tab pensó que iba a morir de no ser porque alguien apareció en escena. Ya no podía ni gemir, ni para quejarse del dolor. Entre todos le estaban matando.
—Ahora disfrutamos de él—. El ratero que más rabia le tenía se desabrochó el cinto que llevaba, cuando escuchó unos pasos, alguien se acercó.
—Eeee ¿Qué estáis haciendo? ¡Atajo de sabandijas!
—¡Corramos jefe!—. Todos los allí presentes se esfumaron como por arte de magia, excepto Tarbus, que quedó inmóvil en el suelo. El ser se acercó… era un Guarda.
—Por el Emperador, este ya ni respira, lo han dejado hecho un harapo ¿Qué querrían de él?—Se acercó, cacheó su cuerpo y le quito lo poco de valor que Tab tenía aún en su posesión—tendré que dar parte en palacio . Lo siento por ti joven, tu hora ya ha llegado—. Se guardó las cosas y siguió su camino. Tab se quedo inconsciente durante no sabe cuanto. Al cabo de un rato, Las botellas de cristal tallado que colgaban de hilos en la calle, y las cuales contenían una lámina de mineral en su interior, comenzaron a tintinear, llegaba brisa.
-¡Clink! ¡Clink!—El ruido hizo salir a Tab del sopor en el que estaba, aún expulsaba sangre de la boca y de las múltiples heridas. Movió los ojos como queriendo mirar al cielo. Estaba de lado, en el suelo, casi en posición fetal. Movió la cabeza hacia delante, y entre el color rojizo de su ya nublada visión, y el fuerte dolor que le produjo moverse un poco, no adelantó discernir si las sombras que se acercaban en la lejanía eran reales o fruto de su imaginación. Intentó estirar una de las manos, pero no pudo, se desmayó en el intento y ésta cayó inerte al suelo... Se moría.
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