02 Milpa Alta
— No quiero estar aquí. Esta no es mi casa. No quiero ir a esta escuela. Este no soy yo. ¿Debí haberme ido con mi pa?
Se habían cambiado a esa casa apenas hacía tres días, pero Carlos no dejaba de pensar así. Mientras caminaban hacia la parada del camión, los pasos entaconados de su mamá resonaban en el concreto frente a él. Iban rápido a pesar de no ir tarde. Su mamá parecía siempre estar llena de energía y felicidad. Desde que Carlos tenía memoria ella nunca se quejaba de nada y siempre estaba sonriendo. Los pasos de su madre se detuvieron de golpe.
— Yo sé que no estás feliz aquí, Carlitos. — Dijo su mamá con una voz que parecía estar a punto de llorar.
Carlos no sabía ni que decir. Nunca había escuchado a su madre tan triste. Ni siquiera pudo voltear a verla a los ojos. Carlos había estado tan enfrascado en su propia miseria que ni siquiera había considerado que su mamá también estaba sufriendo.
—No te apures, ma. Ahí la llevamos.
—Te quiero, mijo.
—También te quiero, mamá. — Carlos pensó sin decirlo.
Caminaron más tranquilos a la parada del camión. No había nadie en la calle y el aire todavía olía a rocío. Carlos sintió un escalofrío en la espalda. Hasta ese momento Carlos pudo notar que el aire era mucho mejor que en la ciudad. La calle dónde ahora vivía estaba llena de árboles, flores y arbustos.
Esperaron en silencio en la parada del camión. Se escuchó el ruido del camión acercándose a unas cuantas cuadras. Carlos abrazó a su mamá sin pensarlo y ella respingó sorprendida. Le devolvió el abrazo.
Su mamá le dio un beso en la frente y subió al camión de un salto. Sonreía y pareció relajarse como siempre. Carlos sintió tanto alivio de verla mejor que ni siquiera sintió vergüenza por el beso que le soplaba desde la ventana.
—¡Te quiero mucho, Carlitos! ¡Diviértete en tu nueva escuela!
Mientras el sonido del camión se alejaba, Carlos pudo apreciar su alrededor por un momento. Pensándolo bien, Milpa Alta no parecía estar nada mal. Estaba desconectado de la escandalosa ciudad y todo estaba rodeado de árboles, prados y monte. Vivían en una pequeña casa de un piso y tres cuartos con un patio pequeño. No era nada especial pero poco espacio extra se sentía como un palacio comparado con el diminuto departamento de la ciudad donde había vivido toda su vida. Además, había escuchado que Milpa Alta era un lugar de historias y leyendas. Carlos amaba las leyendas y las historias mitológicas. Lo único que no le cuadraba era que todo hubiera tenido que pasar tan rápido.
—¡Plin Plin!
Por supuesto que en ese momento de respiro la lluvia se tuvo que dejar caer con toda su fuerza. Carlos corrió las últimas cuadras a la escuela tratando de no terminar hecho sopa. Su estúpido peinado relamido y todo el gel que se había puesto en el pelo se fue escurriendo hacia el piso todo el camino. Por lo menos no iba a llegar a la escuela peinado como el idiota de su gafete.
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