SECRETARÍA DE EDUCACIÓN PÚBLICA, SECUNDARIA TÉCNICA NÚMERO 72 “KONETCALLI” MILPA ALTA
Carlos leyó la violenta placa metálica atornillada al lado de aquel edificio brutal y se dispuso a entrar. Carlos temblaba de frío y las gordas gotas de lluvia le resonaban en la mollera. Le hubiera venido muy bien tener pelo de Cacomixtle en esos momentos. Otros alumnos llevaban impermeables o paraguas. Parecía que él era el único baboso que no tenía algo con que cubrirse. Carlos corrió tan rápido como pudo siguiendo los letreros que indicaban que la ceremonia de inicio de curso iba a llevarse a cabo en el auditorio.
—¡Oye! ¡Te vas a mojar! ¡Ven conmigo!
Carlos sintió un escalofrío, se paró de golpe, escuchó pasos en los charcos detrás suyo y no quiso ni voltear.
—Gracias, Xoxhitl. Se me rompió el paraguas de camino.
Carlos sintió un profundo alivio. No le hablaban a él. Un par de niñas compartían un paraguas para cubrirse de la lluvia. Al parecer ni siquiera habían notado que Carlos había pasado junto a ellas. Si podía pasar desapercibido, mejor por él. Carlos volvió a correr. El tremendo bloque de cemento que era el auditorio ya estaba cerca.
—¡Blam!
Un rayo cayó en pleno patio de la escuela a apenas unos pasos de Carlos. El piso retumbó, la luz lo dejó ciego un instante y los oídos le zumbaron por el estruendo. Todos alrededor suyo gritaron y corrieron hacia el auditorio. Carlos estaba por hacer lo mismo cuando escucho un grito que venía justo de dónde había caído el rayo.
—¡Ahjíjo! ¡No puede ser!
El rayo le había caído a alguien. Era otro niño de la edad Carlos pero un poco más bajo y gordito. Estaba tirado en el piso panza arriba y salía humo de la gruesa chamarra con la que se cubría de la lluvia. Carlos sintió el golpe de adrenalina y corrió a ayudar a su compañero.
—¡Ayuda!
El pobre niño miró sus temblorosas manos y comenzó a tocar su cuerpo como pasando lista de que siguiera en una sola pieza.
—¿Estás bien? ¿Te puedes mover?
El corazón de Carlos latía tan fuerte que parecía que se le iba a salir por las orejas.
—¡No manches ¡No manches! ¡No puede ser!
—¿Te duele algo? ¿Sientes las piernas?
Carlos había visto demasiadas veces “Salvando al soldado Brian” y sabía que las escenas de heridos nunca acababan bien.
—¡Me muero! ¡Hasta aquí llegué! —Dijo el niño tirado en el piso, con ojos llorosos.
—¡Voy por ayuda! ¡No te muevas!
Carlos se levantó de un salto y corrió hacia el auditorio. Tenía que haber alguna forma de ayudarlo.
—¡Ah, no manches! ¡Ya la encontré! —Dijo el niño tirado en el piso, con todo el alivio del mundo.
El niño se sentó de un solo movimiento y comenzó a comer algo.
Carlos se detuvo y volteó a verlo. No tenía idea de lo que estaba pasando.
—¡Uf! ¡Qué alivio! ¡No se me cayó al piso!
—¿Qué?
—¡Estaba en mi panza adentro de la chamarra!
—¿De qué estás hablando?
—¡De mi torta que traía en la mano! —Dijo el niño levantando un enorme bloque de masa con pan a medio comer cubierto en papel estraza.
El niño parecía estar perfectamente bien. Sonreía con los ojos cerrados mientras le daba pequeñas mordidas a su torta de tamal a pesar de estarse empapando bajo la lluvia. ¿Todo ese maldito susto por una torta? A Carlos le dieron unas ganas salvajes de arrebatársela y aventársela al piso.
—¡Es que es de tamal de acelgas con queso menonita en salsa roja! Son los especiales que solo prepara doña Melia el último lunes de cada mes. Si se me caía al piso y se me mojaba y me quedaba un mes entero sin probarla, me moría aquí mismo, me cae. —Dijo aquel niño con la boca llena y los cachetes embarrados de salsa.
—Te cayó un rayo encima. — Dijo Carlos apretando los dientes. El golpe de adrenalina pasaba y los músculos de todo el cuerpo de Carlos parecieron ponerse de acuerdo para engarrotarse del enojo.
—Ah, no ma. Con razón casi tiro mi torta. — Respondió el niño, sin dejar de masticar mientras se ponía de pie con toda la calma del mundo.
A Carlos le dieron ganas de empujarlo a un charco y de decirle unas de las peores que se sabía, pero se contuvo. Lo importante es que el niño parecía estar bien.
—Vamos rápido al auditorio antes de que se me acabe de mojar mi torta.
Carlos iba a volver a enojarse, pero notó que ese niño se estaba comiendo su torta igual a una zarigüeya que había visto en la tele el otro día y sonrió.
—Gracias por ayudarme, amigo.
A Carlos ya le empezaba a caer bien este niño zarigüeya. La lluvia por fin dejó de caer y caminaron el resto del trayecto.
—¿Quieres una… probadita? —Dijo el niño en una voz apenas audible con todo el dolor de su corazón.
—No, gracias. No tengo hambre.
Este niño no era tan molesto como creía.
— ¡Uf! Qué alivio. ¡Ñam! Di modo será pada da póxima. — Balbuceó el niño metiéndose todo lo que le quedaba de torta a la boca.
—¡Munch munch munch!
Carlos pensó que ese niño hacía mucho ruido al masticar, pero por lo menos lo hacía con la boca cerrada.
—¡Glup!
Llegaron a la entrada del auditorio justo cuando el niño terminaba de pasarse aquel monstruo de masa con pan.
Se limpió la grasa y la salsa de la mano en su pantalón antes de extendérsela a Carlos.
Me llamo Tlaloc, ¿y tú?
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