Carlos y Tlaloc habían quedado de acuerdo para ir caminando a la escuela juntos.
Los niños recorrieron aquellas calles repletas de árboles y plantas. Carlos no dejaba de pensar en el sueño que había tenido. ¿Sería buena idea contarle a Tlaloc? Pero Carlos no sabía ni por dónde empezar.
—Esa se puede comer cruda, este es amaranto silvestre, esta se le puede poner al queso fresco, con esa se hace un té que sabe feo. — Tlaloc iba señalando las plantas del camino mientras caminaban. Carlos pensó que Tlaloc sabía demasiado sobre plantas comestibles.
—Esa también es un quelite.
—¿Un qué? — Respondió Carlos confundido.
— Qué se puede comer, pues. —Respondió Tlaloc con toda la placidez del mundo.
—¡Uy! — A Tlaloc se le pararon sus pelos de espinas de la emoción al ver una planta de hojas especialmente grandes.— ¡Con las hojas de esta se hacen unos tamales para morirse!
—¿Cómo es que sabes tanto de plantas? —Le preguntó Carlos.
—¿De plantas? — Tlaloc se sorprendió.— Yo lo veo como saber de comida. —Dijo moviendo su naricita.
Carlos decidió investigar si las zarigüeyas se la pasan pensando en comida.
—Mi mamá me enseña cada vez que salimos juntos al mercado a comprar las cosas del mandado.
Tal vez no era tan buena idea contarle a Tlaloc de sus sueños.
—Oye, Carlos…
—¿Qué pasó?
—Te quería preguntar algo… — Carlos pensó que Tlaloc se escuchaba muy misterioso. ¿Estaría guardando un secreto?
—Dime. —Contestó Carlos en un susurro. ¿Qué tal si Tlaloc había tenido los mismos sueños? ¿Sería algo que se pudiera arreglar con alguna de esas plantas de las que tanto sabía?
—Pero no vayas a pensar que soy raro. —Dijo Tlaloc, haciéndose chiquito dentro de su chamarra.
—Como crees.
—Pero si no quieres está bien… — ¿Le iría a proponer transformarse en animales juntos?
—Okey.
—Y si no se puede no hay ningún problema…
—¡Ya dime de una vez! — Carlos interrumpió a Tlaloc casi gritando. Carlos necesitaba saber que tramaba Tlaloc.
—¿Quieres ir a mi casa a comer después de clases? —Dijo Tlaloc lo más rápido que pudo cubriéndose la cabeza con las manos y sin hacer contacto visual.
En ese momento no supo lo que era, pero Carlos sintió felicidad. No se había sentido feliz de aceptar una invitación de comer con alguien en mucho tiempo.
—¡Va! —Dijo Carlos sonriendo un poco.
— Snif. ¡Ah, bueno! Nos vamos a la casa saliendo de clases. Snif.
Carlos ya estaba mejorando de humor con solo pensar la comida casera de la que tanto le había hablado Tlaloc. El pequeño seguía escondiéndose dentro de su chamarra y se estaba limpiando la nariz con la manga.
—Snif. Snif.
—¿Estás llorando?
—¡No! —Era claro que Tlaloc estaba llorando.
—¡Bueno sí! ¡Pero no!
—¿Estás bien? —Carlos se preocupó de que tal vez había sido muy duro con el pequeño Tlaloc.
—¡Sí estoy bien! ¡Es que creí que ibas a decir que no, pero lo bueno fue que dijiste que sí!
Tlaloc era un mar de mocos y sollozos, pero parecía estar feliz. Carlos sonrió y abrió los ojos bien grandes. Tlaloc le había movido el tapete. Carlos le ofreció algo del papel de baño que cargaba en su mochila para que se limpiara bien los mocos antes de llegar a la escuela.
Comments (0)
See all