El segundo día de clases también estuvo aburridísimo. Copiaron los temarios del pizarrón y se volvieron a presentar con los maestros restantes. ¿Qué los profes no se sabían otra cantaleta?
A la salida, Carlos y Tlaloc intentaron pasar desapercibidos como siempre. Tlaloc se compró un vaso de pepinos enchilados con extra de chamoy en el carrito de fruta que se ponía afuera de la escuela.
—¡Ah, no ma! ¡Están bien buenos! ¿Quieres, Carlos? — Dijo Tlaloc salivando y crujiendo las tiras de pepino en su boca. La mezcla de chamoy, chile y limón corría por su bracito regordete hasta el codo.
—No gracias, ¿no se te va a ir el hambre por andar comiendo pepinos? — Dijo Carlos, anhelando con ansias comer la comida de la casa de Tlaloc.
— El hambre nunca se me ha ido a ningún lado. —Dijo Tlaloc con cierto orgullo.
— La has de tener bien amarrada. —Le contestó Carlos enseñando un colmillo.
—Jajajaja— Los dos rieron sin darse cuenta por dónde iban.
—¡Pok!
Tlaloc había chocado con un niño de su salón que pasaba a su lado. Era huesudo y alto con una cara alargada de aspecto duro y estirado. Su uniforme parecía muda de insecto al estar descolorido y mal parchado en varias partes. Carlos lo había visto a él y a otros dos pegándole a un niño del salón mientras regresaban del recreo.
—¡Perdón! — Dijo Tlaloc con cara de asustado.
—¡No hay cuidado, gordo! — Dijo el niño cara de grillo mientras le arrebataba su vaso de pepinos.
—¡CRUNCH! — El niño huesudo y alto se había metido dos tiras de pepino completas a la boca y las estaba masticando con la boca abierta.
—¡Mis pepinos! —Chilló Tlaloc como si le doliera cada mordida que le daban a sus pepinos.
—Dale sus pepinos, a Tlaloc. —Le dijo Carlos al niño grillo.
—¡Pérate! No sean codos. ¡Están resabrosos ira! —Dijo metiéndose otras dos tiras a la boca. Otros dos niños se acercaron y también robaron pepinos del vaso. Entre ellos tres le habían pegado a aquel otro niño al final del recreo. Carlos pensó que los bullies siempre hacían sus grupitos de cobardes.
—¿Oigan, ustedes no son los raritos que se sientan hasta atrás en el salón? —Dijo el que tenía cara de lagartija aplastada chupándose los dedos enchilados.
—Y se desaparecen en los recreos. —Dijo el otro con ojos de topo limpiándose el chile y limón de sus bigotillos con la manga de su suéter.
—Yo vi que se meten al pasillo de al lado del auditorio todos juntitos. — Dijo el lagartijo aplastadop parando su trompa limosa y haciendo ojitos.
—¡Se han de ir a dar sus besotes! —Dijo el niño grillo con una sonrisa de quitina.
—¡El león cree que todos son de su condición, chavos! —Les contestó Carlos sonriendo como Cacomixtle persiguiendo ratones.
—Ora si te la estás ganando. —Una excusa era todo lo que necesitaban para empezar la pelea.
—¡Éntrenle, coyones! — Carlos había aprendido a pelear a la mala en los últimos dos años de la primaria y estaba lo bastante estresado como para querer desahogarse con una buena pelea.
—¡Córrele, Carlos!, dijo Tlaloc, corriendo como tlacuache. La forma tan graciosa en la que estaba escapando distrajo a todos de la pelea por un instante.
—Jajajaja Ira como corre tu novio. — Cantó el niño grillo con tono burlón.
—¡Váyanse a tragar pepino! —Volvió a decir con su sonrisa de quitina mientras aventaba un pepino bien enchilado hacia la cara de Carlos.
Carlos esquivó el pepino volador y le soltó una patada en sus espinillas de bicho antes de que se diera cuenta de lo que estaba pasando.
¡Pak!
—¡Hijoetu! — Chilló el niño grillo cayendo al piso.
—¿Estás bien, Chava? —El lagartijo y el topo comenzaron a levantar al grillo y se preparaban para pegarle entre todos a Carlos. Carlos pensó que con un buen patín en las espinillas a cada uno se les iban a ir las ganas de molestarlo. Aflojó las piernas y dio unos brinquitos como le hacían los boxeadores en la tele.
—¡Córrele, Carlos! — Gritó Tlaloc que ya llevaba media cuadra corriendo como tlacuache.
—¡Tus pepinos! — Le contestó Carlos señalando el vaso casi vacío que había caído al suelo. Ppenas y quedaban dos tiras de pepino todas aguadas.
—¡Qué los aprovechen! — Le contestó Tlaloc sin voltear y sin dejar de correr como tlacuache.
Carlos les quería meter unos buenos patines por gandules, pero ver corriendo a Tlaloc como tlacuache le volvió a quitar las ganas de pelear. ¿Qué los aprovechen? Carlos corrió tras Tlaloc hasta alcanzarlo. Carlos y Tlaloc corrieron unas cuantas calles. Los niños parecían no haberlos seguido. Sí le había dado con ganas a ese grillo gandul. Mientras corrían Carlos pensó que le gustaría emparejarle la otra en el recreo si se quería volver a pasar de lanza. Llegaron a una casa grande y de fachada descuidada que parecía sacada de algún documental de le época de la colonia.
¡Métete, rápido! —Dijo Tlaloc jalando a Carlos abriendo y cerrando el portón oxidado detrás de él.
¡Ya llegamos, ma! —Gritó Tlaloc mientras pasaban por la sala, atravesaron el comedor y llegaron hasta la cocina.
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