Una vez se vieron libres de toda amenaza, el capitán Kenta y su hijo acompañaron a Hideki fuera de aquel lugar infernal, no sin antes recuperar lo que pudieron de sus prendas. Una vez se alejaron de Kamukawa, Hideki les hizo una reverencia.
– No puedo agradeceros lo suficiente. Me habéis salvado la vida.
– No es para tanto – se apresuró a decir Takao, cortado –. Sólo era nuestro deber.
– Takao, mantén la compostura – Kenta le riñó en voz baja. Aún le quedaba mucho que aprender. Acto seguido, se dirigió al monje –. Pero tiene razón, no es necesario.
– Me aseguraré de contar su hazaña en el monasterio. ¿Cómo os llamáis?
– Yo soy Kenta Kawagiri. Este muchacho es mi hijo, Takao.
Hideki reaccionó al nombre del experimentado samurái. «Ese nombre... ¡Claro! Ya recuerdo», se dijo. El Lobo de Tsushima le había nombrado durante su conversación. «El capitán Kenta Kawagiri era diestro en el arte de la espada», recordó. «Tenía razón, es muy diestro», reflexionó.
– Esperen, antes de que se marchen.
– ¿Qué ocurre?
– He oído que sois diestro con la espada, y lo habéis probado con creces – explicó Hideki –. Me gustaría hacerles una petición, si fuera posible.
– Padre e hijo se miraron. Kenta tomó la palabra.
– Dígame.
– Conoce al Lobo de Tsushima, ¿cierto? – Hideki había tenido una idea que, a su juicio, compensaría con creces el peligro en el que había puesto la misión. Al ver que Kenta asentía, prosiguió. «Si los Semi habían contratado a Arata, no sé qué peligros podrían aguardar a Tsurugi y Kiyoshi», era su razonamiento – Temo que podría necesitar apoyo en su misión.
– El Lobo... ¿Tsurugi Tsukigami tiene una misión? Pensaba que se había retirado de la sociedad.
– Trata de limpiar su nombre protegiendo a un pequeño. Se lo ruego, ayúdenle.
– ¿Qué hacemos, padre?
– Iremos con él de inmediato – respondió Kenta –. Hace mucho que no veo a Tsukigami.
Hideki, feliz por haber encontrado refuerzos para Tsurugi, les indicó el camino que seguiría. Kenta podía calcular dónde podría encontrarse en ese momento, no había problema.
– Vayan con mucho cuidado – se despidió Hideki –. Mucha suerte.
– Espere, no se vaya a pie – Kenta retuvo unos segundos al monje. Dando unos golpecitos en su caballo, le hizo un ofrecimiento –. Tome nuestro caballo. Es poderoso, pero manso. No debería tardar en llegar a su monasterio.
Agradecido, Hideki montó en el caballo y se alejó del lugar, rumbo hacia el sur. Al principio le costó manejar las riendas, pero no tardó en recuperar sus mañas. La última vez que cabalgó fue en su juventud. Sentir la brisa le evocó sentimientos de libertad. Una vez Hideki desapareció entre el paisaje, Kenta y Takao iniciaron la marcha, rumbo al suroeste.
– Te noto callado, Takao. ¿Es por la batalla?
– Sí... No puedo dejar de pensar en ese chico – Takao sentía su pecho atenazarse cada vez que recordaba la angustia de sus ojos previa a su muerte. Aquel muchacho debía tener su edad, y le habían arrebatado la vida. «¿Eso trae la batalla?», pensaba.
Kenta sabía lo que debía estar pasando su hijo, pues él mismo exhibió el mismo rostro mustio y distante tras su primer combate. Posó una mano sobre el hombro de Takao y le dedicó unas palabras de aliento.
– Es duro quitar una vida, nunca deja de serlo. La duda es un demonio que tratará de asaltarte durante cada combate. Por eso no debes olvidar jamás tu cometido.
– ¿Vencer? – titubeando, Takao trató de suponer cuál era ese cometido.
– No, Takao. Volver a casa.
– Pero padre... ¿Cómo justificaría eso quitar una vida?
– Recuerda la batalla que hemos librado. Desarmabas a tus oponentes, les herías para inmovilizarlos... Pero no eliminaste a ninguno. ¿Qué ocurrió cuando bajaste la guardia?
– Uno de ellos... – recordó Takao – se puso en pie.
– Y trató de matarte. De no haberle eliminado yo en aquel momento, él no hubiera dudado en hacerlo. ¿Lo entiendes ahora, Takao?
– Creo... que sí.
– Alegra esa cara – Kenta trató de animarle, brindando una cálida sonrisa –. Has luchado estupendamente. Estoy orgulloso, hijo.
– Gracias, padre.
Takao pareció hallar consuelo en aquellas palabras. Sin embargo, ver luchar a su padre le hizo tomar consciencia no únicamente de la diferencia en habilidad que les separaba, sino de que algo en él se sentía diferente. No sabía explicarlo con exactitud, pero pudo percibir en él un aura casi monstruosa. «Ha matado a tantos... sin vacilar ni un solo segundo. Ni siquiera ese chico despertó su compasión», meditó en silencio Takao. «¿Desde cuándo es así?».
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