—En cuanto la agencia de Kyara firme el contrato, comenzará el rodaje de la publicidad.
Ander giró el rostro hacia el asesor legal que venía con él. El abogado, de unos cincuenta años y vientre abultado, asintió a su anuncio. Satisfecho con la agenda del proyecto, y con el visto buen del área legal al contrato dirigido a la cantante que sería el rostro de la campaña, se levantó, terminando la reunión.
Agradeciendo por llegar de una pieza al final de la presentación, Gabriel aprovechó el ruido de sillas y palabras corteses soltando un suspiro, fingiendo agacharse a tomar el fajo de folders en la mesa, colocándolos contra su pecho como barrera protectora y/o asidero; y se alistó a recibir la despedida del CEO y de su equipo de trabajo.
Ese hombre lo estaba poniendo mal. Aunque, ¿qué esperaba de un modelo constante para portadas de revistas de deportes, negocios y de la farándula?
Los pasos de los caros Oxford negros de Ander dirigiéndose a él, resquebrajaron la muralla de aparente entereza construida a temprana edad, para simular que no le pasaba nada al cruzar miradas con los hombres.
Enderezó la espalda.
Luz, al fondo, se encargó del resto de los acompañantes, resolviendo sus dudas, actuando como una red de contención que le dio acceso exclusivo a Ander a su espacio personal, del otro lado de la mesa, la pantalla iluminando su hermoso perfil.
Rogando para sus adentros que las luces provenientes del logo de Figgo disimularan el calor en sus mejillas, Gabriel detuvo el paso en retroceso que estuvo por dar.
—Sus padres dejaron en buenas manos la agencia.
El cumplido, y la consiguiente sonrisa de protagonista masculino de cualquiera de las producciones millonarias de Antares, amplificó el problema en su interior, clavándolo a las baldosas. Temperatura, pulso, todo, yéndose al carajo, aplastado por la mirada gris, la colonia amaderada y el aura imponente (y refrescante) de Ander.
Asintió como idiota, ganando tiempo, ordenando ideas.
—Gracias. Haré mi mejor esfuerzo para continuar trabajando con Antares —por suerte, su voz no salió atropellada, conservando cierta naturalidad, gracias al dominio que tenía sobre el arte de mantener las apariencias.
—¿Sólo con Antares, o conmigo también? —las últimas dos palabras tuvieron un cambio de tono y frecuencia, que Gabriel habría jurado, hizo que los sonidos llegaran no sólo de sus oídos al cerebro, sino que tomaron una ruta alterna metiéndose bajo su piel, sacudiendo la estabilidad de la realidad sobre la que creía estar parado.
Apretó la respiración, deshaciéndose de las mil y una líneas de pensamiento acelerado surgiendo en su mente y mostró su mejor cara de negocios:
—Con ambos.
—¿Y aceptarías un trago únicamente conmigo?
¡Contrataque!
Quizás Ander no tenía ni idea del efecto que causaba en su persona, siendo que nadie conocía su orientación, así que era natural que ignorara el efecto que tenía su voz. Esa voz que parecía echa para seducir.
«No te ilusiones», se recordó, como hacía al encontrarse en situaciones similares, encadenando las reacciones de su mente y de su cuerpo.
Similares. Nunca como aquella, con un hombre del atractivo y el estatus de su cliente. Ander era Ander.
—Será un placer.
—¿Tendrás tiempo hoy?
La firmeza en la cual sepultaba la locura de sus hormonas, esas que era maestro en controlar, flaqueó de nuevo con un “sí” que quiso salir de su boca, apenas escuchó la repentina e inesperada sugerencia.
Se mordió la parte interna de la mejilla, exigiéndose el dominio sobre sus impulsos.
—Disculpe —respondió, yendo contra la corriente de sus deseos—, no me sería posible por el trabajo.
—¿Cuál trabajo? —Luz apareció a su lado, revisando la agenda.
El resto de la comitiva de Ander abandonó la sala entre platicas de trabajo.
—Esta era la última reunión programada —continuó informando la secretaria, con un brillo problemático en esa sonrisa que le hizo apretar la quijada a su jefe.
—Recuerda. Olvidaste agregar al señor Palermo —a prisa tomó la agenda, cerrándola y colocándola al tope de la pila de carpetas apiladas al borde de la mesa—. En la mañana llamó preguntando por la reunión de hoy.
—¿El señor Paler…?
—Ve a preparar la reunión…
Luz no dio muestra de querer acatar el ruego disfrazado de orden, apresurándolo a añadir un extra desesperado, antes de que siguiera comprometiéndolo.
—Y que se no se te olvide el sándalo.
—¿Cuál sándalo?
Una buena pregunta que Gabriel igual se hizo.
—¡El sándalo! —sentenció haciendo girar a la chica, en dirección a la puerta, sin darle opciones.
Luego del interesante número, en que la secretaria fue empujada fuera de la sala de reuniones, y de una oportuna llamada para el CEO de Antares, Gabriel se despidió, con el lamentó de Ander por la reunión impediría el trago propuesto; y pudo respirar tirándose la silla detrás de su escritorio, pidiendo que no se le interrumpiera.
Echó la cabeza hacia el respaldo.
Pasó las manos por el rostro y soltó una larga exhalación, la vista en el techo, los rayos del ocaso atravesando las persianas parcialmente abiertas de los ventanales en el tercer piso del edificio, que resguardaba las oficinas de su agencia, de un buffet de abogados y de una empresa de desarrollo de software.
Sí, quería un trago con Ander, ¡mil, de ser posible!
La cuestión era…
—Ander…
Saboreó el nombre en secreto evitando mover los músculos de su rostro, evidencia del deseo pugnando por hacer acto presente. El cosquilleo en sus labios, en las encías, las ganas de morderse y disfrutar el atrevimiento que tuvo, el consentimiento y el aroma, el hormigueo recorriéndole las entrañas, la ilusión de contar con un sensual cómplice en sus fantasías secretas.
Atoró el aire en el pecho.
Sí. Quería ese trago con el CEO de Antares, pero, a favor de su deber de presidente e hijo de los orgullosos padres esperando de él una familia, no le quedó sino resignarse a terminar el día, e por su cuenta por una cerveza, sólo en compañía de sus torcidos pensamientos, al bar de la esquina.
Sería eso, o perder la cabeza alargando la jornada en la oficina o el pseudo descanso en su departamento.
Se levantó del escritorio.
Guardó los papeles de la reunión, negándose a pensar. No tenía fuerzas ni ganas.
Mañana sería otro día, en el que confiaba en recuperaría la compostura y volvería a la normalidad.
Dio por terminado el horario laboral unos minutos antes y, traicionando uno de sus principios, en vez de marcharse siendo el último de su equipo de trabajo en abandonar las oficinas, se despidió de una sorprendida secretaria, yéndose primero que el resto.
Hizo una nota mental: al día siguiente llevaría unas galletas de la repostería de la esquina, las favoritas de la zona, para Luz y los demás. Una ofrenda de disculpa por lo sucedido en la reunión y por marcharse.
Subió a su automóvil, un Renault sin chiste color negro. Su primera adquisición grande recién egresado de la universidad, tras mucho ahorrar en trabajos freelance. Colocó el maletín que no tenía planeado revisar esa noche en el asiento trasero, y arrancó.
El bar al que se dirigió estaba a unas cuadras.
La idea de un refrescante Martini, y la nube del alcohol soltando la tensión de sus apretados músculos en el bochorno de una ciudad portuaria a finales de invierno, se le antojó irresistible.
Con la distancia salvada, que era larga para avanzar a pie tras el agotamiento de su encuentro, y corta para justificar el gasto de gasolina; buscó estacionamiento en la parte trasera del local. La clientela escaseaba a esa hora. En gran medida era el motivo por el cual le gustaba ir ahí en un horario poco concurrido, que le permitía un disfrutable grado de privacidad.
Al entrar le encargó un Martini al barman, un hombre de unos cincuentas que no requería encantar con grandes malabares, reconocido por la delicia y el ingenio de sus creaciones, quien lo saludó con un simple asentimiento.
Se sentó en la barra, a espera de la bebida, lidiando con la rebeldía de sus pensamientos, que eran como un encaprichado husky siberiano dirigiéndose contra su voluntad a Ander.
Cuando la copa apareció por el rabillo de su ojo, no le quedó más que agradecer sin girarse en esa dirección, hasta que escuchó una voz de barítono, que le recorrió la piel y el alma:
—¿Terminó la reunión con el señor Palermo?
De entre todos los sitios en que podían encontrarse, de entre todas las personas con quien podía coincidir, el destino envió a quien menos quería ver en un sitio del cual no podía escapar. Un hombre de traje, que daba igual el movimiento que hiciera, era la encarnación del deseo. Un hombre que sabía, por la garganta seca, los latidos acelerados y el calor paralizante que emanaba; era peligroso.
Tenía que huir… Como llevaba huyendo cada día de su vida de sí mismo.
Sin embargo, para su fortuna o su desgracia, en vez de hacerlo, asintió y se quedó en su sitio.
—Entonces —Ander recorrió el banco, sentándose a su lado—, ¿nos tomamos el trago que quedó pendiente?
«Mil, de ser posible», contestó en sus adentros, asintiendo por fuera.
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