En medio de la feroz lucha contra los demonios, Satoshi percibió con inquietud cómo una figura amenazante se acercaba cada vez más a la aldea. El estruendo de los combates resonaba en sus oídos, acompañado del silbido de las espadas y el rugido de las criaturas infernales. Su agotamiento se hacía evidente con cada movimiento, su cuerpo empapado en sudor y su aliento entrecortado. A pesar de ello, los demonios seguían emergiendo sin cesar desde el exterior, adentrándose rápidamente en la zona de combate como una marea siniestra.

Kota también se encontraba luchando en su ubicación, sumergido en una danza frenética de movimientos y emociones. Cada golpe certero que asestaba a los demonios provocaba un torrente de satisfacción y emoción en su corazón, al saber que estaba allí para proteger a los aldeanos en la zona poblada. Sin embargo, en la distancia, divisó una figura imponente que se acercaba inexorablemente hacia el corazón de la aldea, eclipsando su alegría con un presentimiento de desastre inminente.

Satoshi se veía superado, incapaz de detener a todos los demonios que lo atacaban y lo herían. Aunque las heridas infligidas le arrancaban gritos de dolor, se negaba a dejarse vencer. Con el fin de poner fin más rápidamente a la amenaza, decidió canalizar el maná y la oscuridad en su mano libre, creando así una segunda katana que brillaba con un fulgor oscuro y amenazante.

Sus ataques desesperados y contundentes surtían efecto contra cada enemigo, cada corte y estocada enviaba chispas de energía maligna al impactar en las criaturas infernales. Sin embargo, a pesar de su determinación, los demonios seguían apareciendo en menor número, como sombras retorcidas que se abalanzaban sin cesar. Aunque Satoshi lograba repelerlos con éxito, su preocupación por la imponente figura del bosque no menguaba. El demonio gigantesco comenzaba a emerger lentamente de la espesura arbórea, dejando profundos surcos en el suelo con cada paso y desprendiendo una aura de poder maligno que helaba el aire.

Con el paso de los minutos, el cansancio de Satoshi se acentuaba, su cuerpo pesaba como plomo y sus músculos se resentían con cada movimiento. Aunque logró detener a todos los demonios presentes en esa zona, finalmente pudo tomarse un breve respiro. Sin embargo, al observar el bosque, comprendió la gravedad de la situación. La figura de tamaño imponente se distinguía claramente: un demonio de proporciones gigantescas, con una piel escamosa y cuernos retorcidos que se alzaban amenazantes. Avanzaba, con lentitud, su presencia, imponiendo un miedo ancestral en los corazones de todos los presentes. Además de este temible enemigo, varias decenas de demonios de tamaño normal lo seguían, corriendo hacia el centro de la batalla, sus garras y colmillos ansiosos de sangre.

Kenji, con valentía, se internó por las calles del centro de la ciudad y presenció la feroz batalla en la que Satoshi estaba envuelto. La vista de las heridas que cubrían su cuerpo, la sangre y el sudor que lo empapaban, eran un testimonio visual del arduo enfrentamiento que libraba. A pesar de su propio agotamiento debido al entrenamiento previo, Kenji canalizó el maná y la oscuridad, creando una esfera oscura en sus manos temblorosas. Lanzó rápidamente la esfera hacia la cara de un demonio, pero el impacto solo causó un daño mínimo.

Al observar este acto valiente, Kenji comprendió que su poder palidecía en comparación con el de Satoshi, pero no se rindió. Generó otra esfera de oscuridad con determinación, acertando nuevamente en su objetivo y provocando un gemido de dolor en la criatura infernal.

Satoshi, al notar la presencia de la esfera de oscuridad, giró rápidamente la cabeza y se encontró con Kenji, quien estaba haciendo todo lo posible por ayudarlo. En ese instante, la ira se apoderó de Satoshi, reprochándole a Kenji que no debía abandonar la zona de entrenamiento. Su voz resonó con frustración y preocupación en medio del caos de la batalla.

— ¡¿Por qué estás aquí? Te dije que te quedaras oculto! — dijo Satoshi con enojo, clavando su mirada en Kenji, su ojo rojo intenso ardiendo con una mezcla de furia y desesperación.

En ese momento, Satoshi no se percató del ataque sorpresivo de un demonio que, con su mano enguantada en garras oscuras, arañó moderadamente la espalda de Satoshi, dejando marcas sanguinolentas en su piel tensa y maltratada.

— ¡Satoshi, mira al frente! — exclamó Kenji con preocupación, observando a Satoshi adolorido y ensangrentado tras la herida sufrida. Sus ojos reflejaban una mezcla de miedo y determinación mientras sostenía su esfera de oscuridad, listo para enfrentar cualquier peligro.

Satoshi se giró rápidamente, sintiendo la urgencia de la situación. La intensidad de la batalla se reflejaba en su rostro sudoroso y agotado, mientras sostenía su katana con firmeza. El aire se llenaba con el choque de la katana contra carne demoníaca, generando chispas brillantes en cada impacto. El olor metálico de la sangre impregnaba el ambiente, mezclándose con el olor a tierra y humedad del bosque circundante.

Con un movimiento rápido y preciso, Satoshi hundió su katana en el pecho del demonio, poniendo fin a su vida en un instante. El sonido agudo de la katana atravesando la carne resonó en sus oídos, mezclándose con los gritos desgarradores de los demonios caídos. La victoria efímera le trajo un alivio momentáneo, pero la realidad de la batalla persistente lo envolvió nuevamente.

Mientras tanto, Kenji luchaba por encontrar su lugar en medio del caos. Sus manos temblaban al formar las esferas oscuras, canalizando su magia incipiente con determinación. Aunque su poder era limitado y el cansancio se apoderaba de él, no podía quedarse inmóvil. Recordando las palabras del misterioso demonio, que le instaban a obedecer a su maestro, Kenji se debatía entre la confianza en Satoshi y sus propias dudas.

Corrió hacia Satoshi y se posicionó a su espalda, protegiéndolo con determinación. La tensión se apoderó de él mientras se preparaba para lanzar las esferas oscuras contra los demonios que se acercaban. El viento soplaba frío en su rostro, haciéndolo estremecer, pero su mente estaba centrada en la lucha que se desarrollaba frente a él.

Satoshi, al percatarse de la presencia de Kenji, experimentó una mezcla de preocupación y temor. Sabía que el joven carecía del poder necesario para enfrentar a los demonios de manera efectiva, y no quería ponerlo en peligro. Sin embargo, la determinación y valentía de Kenji lo conmovieron, generando una chispa de esperanza en medio de la oscuridad de la batalla.

— Kenji, quédate atrás, no interfieras. — dijo Satoshi con voz temblorosa, buscando proteger al joven a toda costa. Sus palabras reflejaban su preocupación por la seguridad de Kenji, pero también la urgencia de la situación. Mientras pronunciaba esas palabras, su katana se movía con destreza, cortando el aire y enfrentando a los demonios que se acercaban.

Kenji sintió una mezcla de emociones al escuchar a Satoshi. Por un lado, el temor se apoderaba de él ante la posibilidad de ser una carga o poner en peligro al maestro al que había decidido seguir. Sin embargo, la determinación de ayudar y proteger a Satoshi era más fuerte. Con el corazón latiendo con fuerza en el pecho, se mantuvo firme a la espalda de Satoshi, sosteniendo las esferas oscuras en sus manos temblorosas.

En ese momento, el fragor de la batalla se intensificó a su alrededor. Los demonios rugían y se abalanzaban con garras afiladas y dientes feroces, mientras Satoshi y Kenji luchaban contra ellos en un ballet mortal. Cada movimiento estaba lleno de tensión y anticipación, con la adrenalina corriendo por sus venas. El olor acre del sudor y la energía mágica impregnaba el aire, creando un ambiente asfixiante.

La escena estaba bañada por los tenues rayos del sol que se filtraban entre las hojas de los árboles, generando un juego de luces y sombras sobre el escenario de lucha. La luz momentánea iluminaba fugazmente las figuras de Satoshi y Kenji, delineando los rasgos tensos de sus rostros y los movimientos fluidos de sus cuerpos en pleno combate. La oscuridad de sus katanas y el fulgor siniestro de las esferas oscuras añadían un destello ominoso al panorama, intensificando la sensación de peligro inminente.

La muerte había reclamado a todos los demonios que asediaban la aldea, dejando solamente al último en pie. Con cada paso que daba, se acercaba cada vez más a la aldea, su presencia imponente y malévola se hacía palpable en el ambiente. Una sonrisa retorcida se dibujaba en su rostro grotesco, mientras sus ojos inyectados en odio y maldad fijaban su objetivo en Kenji.

Fin capítulo 8.