Satoshi observó con creciente preocupación cómo el demonio, que al principio avanzaba lentamente, ahora comenzaba a aumentar su paso de manera imponente. Cada pisada resonaba en el suelo, haciendo temblar el entorno y enviando vibraciones de miedo y peligro a través de su cuerpo agotado y lleno de heridas. A pesar de su estado físico deteriorado, Satoshi se negaba a detenerse. Un fuego ardiente ardió en su interior, impulsándolo a proteger a su aldea y a su valioso aprendiz Kenji, quien era el objetivo del demonio.

La respiración de Satoshi se volvió entrecortada mientras su corazón latía con fuerza en su pecho. Cada músculo de su cuerpo dolía y protestaba por el esfuerzo continuo, pero su determinación era inquebrantable. Sus ojos brillaban con una mezcla de determinación y valentía, reflejando el deseo de mantener a salvo a aquellos a quienes amaba.

Mientras tanto, Kenji permanecía al lado de Satoshi, sintiendo cómo el miedo se apoderaba cada vez más de él. Cada paso que daba el demonio era como un latigazo que revivía rápidamente los recuerdos dolorosos en su cabeza. Imágenes fugaces de la destrucción y el caos se agolpaban en su mente, llenándolo de una sensación paralizante. Su cuerpo temblaba incontrolablemente, incapaz de responder ante la amenaza inminente.

— Kenji, quiero que empieces a correr... — susurró Satoshi con voz entrecortada por el dolor de sus heridas, sus palabras llenas de urgencia y determinación.

Kenji quería cumplir las palabras de su maestro, pero sus piernas parecían congeladas en su lugar, incapaces de responder ante el miedo que lo dominaba. El nudo en su estómago se apretaba con cada segundo que pasaba, amenazando con paralizarlo por completo.

— ¡Kenji, corre ya! — exclamó Satsohi con enojo, su voz resonando en el aire como un grito de advertencia.

Al no sentir la presencia reconfortante de Kenji a su lado, Satoshi se giró rápidamente y encontró a su aprendiz temblando de miedo. Sin dudarlo, avanzó hacia él, sus manos ensangrentadas, descansando con suavidad pero con firmeza sobre los hombros de Kenji. El calor de las heridas contrastaba con la fría sensación que envolvía el cuerpo de Kenji.

— Kenji, tranquilízate. Es momento de que puedas controlar tus emociones... Concéntrate y hazme caso... — Satoshi habló con una ternura inesperada, sus ojos vidriosos reflejando la profunda preocupación y el cariño que sentía por su aprendiz.

Kenji miró fijamente a Satoshi, sus ojos llenos de confusión y lágrimas que amenazaban con desbordarse. Lentamente, levantó su brazo, apuntando hacia adelante, como si quisiera advertirles a ambos sobre el peligro inminente que se avecinaba.

Satoshi, al percatarse de la proximidad del demonio a la ciudad, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sabía que Kenji no podría escapar de su alcance. Con un gesto rápido, retiró sus manos de los hombros de Kenji y canalizó con todas sus fuerzas lo poco que le quedaba de maná, combinándolo con su oscuridad. Un torrente de energía fluía a través de él, creando una katana de un tamaño excepcionalmente grande. El filo oscuro emanaba un aura intensa y opresiva, como si estuviera lista para desatar una fuerza devastadora.

El aire vibraba con una electricidad cargada, mientras la mirada decidida de Satoshi se encontraba con la imponente presencia del demonio.

— Kenji, quédate detrás de mí, yo te protegeré. — Satoshi dijo con voz agotada por las heridas y el uso excesivo del maná. Su tono resonó con una mezcla de valentía y preocupación.

Kenji se escondió detrás de Satoshi, atemorizado por lo que pasaba, este se aferró de las prendas de Satoshi con fuerza para sentirse protegido, buscando consuelo en la fortaleza de su mentor.

El demonio entró a la ciudad con una violencia inhumana, dejando a su paso un rastro de caos y destrucción. Cada pisada resonaba con una fuerza sobrecogedora, sacudiendo los cimientos de las casas y enviando escombros volando por el aire. Satoshi mantenía su postura firme, listo para enfrentarse cara a cara con el enemigo, aunque en su mente solo había espacio para la creciente preocupación por la seguridad de Kenji. Cada vez que el joven se aferraba con más fuerza a él, un nudo de angustia se apretaba en el pecho de Satoshi, recordándole la responsabilidad que tenía hacia su aprendiz en medio de la desolación reinante.

La tensión en el ambiente era palpable. El aire estaba cargado con un aroma acre de humo y cenizas, proveniente de las casas en llamas que se alzaban como infernales antorchas en medio de la oscuridad. Las llamas danzaban con una intensidad furiosa, iluminando intermitentemente los rostros angustiados de Satoshi y Kenji.

El demonio, imponente y grotesco, se acercaba cada vez más a Satoshi, como una sombra siniestra que amenazaba con devorar todo a su paso. Sus brazos extendidos buscaban a Kenji, quien observaba impotente desde la distancia. Con un último acto de valentía, Satoshi reunió las últimas reservas de su fuerza y desató su ataque.

La katana oscura de Satoshi se movía con una fluidez impresionante, trazando arcos mortales en el aire. Con cada movimiento, la espada de sombras cortaba el brazo derecho del demonio, generando un siniestro resplandor a su paso. La oscuridad se agitaba y serpenteaba en torno a la hoja, como si tuviera vida propia.

El demonio soltó un grito de dolor y se aferró al muñón de su brazo herido, pero su determinación era implacable. Un cambio drástico se produjo en sus ojos, pasando de un rojo ardiente a un negro total, emanando una malicia y una sed de venganza despiadadas. Su mirada se clavó fijamente en Kenji, prometiendo un destino aterrador para el joven.

Satoshi, agotado y sin apenas fuerzas, sabía que su capacidad para luchar estaba llegando a su límite. La idea de contactar a Kota, su compañero y aliado, pasó por su mente, pero decidió que no era momento de dudar. En cambio, se dirigió rápidamente hacia el demonio, decidido a enfrentarlo con todas sus fuerzas.

El demonio, ahora con una sonrisa retorcida en su rostro, comenzó a regenerar lentamente su brazo derecho. Satoshi llegó hasta el cuerpo del demonio y se aferró a él con su katana de oscuridad, intentando contener a la bestia. Sin embargo, el demonio pareció no darle importancia y se dirigió directamente hacia Kenji, como si el joven fuera su verdadero objetivo.

Kenji, observando cómo el demonio se acercaba cada vez más, revivió en su mente aquel día fatídico, el día en que su vida se sumió en la oscuridad, el día en que la tragedia lo alcanzó. Con el poco tiempo que le quedaba para actuar, decidió lanzar un ataque desgarrador que canalizara todo el dolor, el temor y la rabia que había estado guardando dentro de él.

Reuniendo todas sus fuerzas, Kenji creó una esfera de oscuridad en sus manos. Aunque no era de gran tamaño, la esfera irradiaba una energía intensa y malévola. Con determinación, la lanzó directamente al cuerpo del demonio, impactando de lleno en su pecho. Sin embargo, el demonio apenas pareció inmutarse, mostrando un desprecio absoluto por el ataque de Kenji.

Satoshi, desesperado por encontrar una forma de detener al demonio, se enfrentaba a una cruel realidad: ninguno de los cortes que le propinaba parecían inmutar al monstruo. Una sensación de impotencia y desesperanza se apoderaba de él, mientras contemplaba la posibilidad de perder la vida de su amado alumno. Las lágrimas comenzaron a fluir, mezclando la rabia y la tristeza en un torrente de emociones desgarradoras.

A pesar de su angustia, Satoshi continuó luchando valientemente, lanzando golpes y cortes con su katana oscura hacia el demonio imparable. Pero cada intento parecía en vano, ya que la criatura despreciaba sus ataques y seguía avanzando inexorablemente.

En un instante crítico, el demonio descargó un golpe brutal contra Kenji, alcanzándolo de lleno. La fuerza exorbitante del impacto hizo que el joven fuera lanzado por los aires, surcando las calles del centro de la ciudad a una velocidad vertiginosa. Su figura se perdía entre el caos, hasta que finalmente chocó contra un pequeño hogar a unos 40 metros de distancia.

Satoshi, agotado por la intensa batalla, se desprendió del cuerpo del demonio con determinación. Descendió de la criatura con velocidad, sus piernas impregnadas de maná y oscuridad latente, listo para tomar acción.

Los pies de Satoshi tocaron el suelo con una firmeza palpable, mientras la energía oscura se enroscaba como serpientes a lo largo de sus piernas. El maná fluía con una fuerza imparable, infundiéndole una agilidad sobrehumana que lo impulsaba hacia la escena del impacto. Cada paso resonaba con determinación, como si la oscuridad misma lo guiara en su camino.

Al acercarse a la escena, la desolación le golpeó con una fuerza devastadora. Kenji yacía en el suelo, su cuerpo inerte y maltrecho, testigo de la brutalidad del golpe recibido. El dolor se manifestaba en cada línea de su rostro desfigurado, donde un ojo permanecía entrecerrado, mientras el otro permanecía cerrado, víctima de la violencia infligida. Cada respiración de Kenji era un esfuerzo doloroso, como si su cuerpo luchara valientemente por sobrevivir a pesar de las heridas graves.

El corazón de Satoshi se llenó de una mezcla abrumadora de tristeza, rabia y desesperación al ver a Kenji en ese estado. Un nudo se formó en su garganta, apretándola con fuerza mientras luchaba por encontrar las palabras adecuadas. Con movimientos cuidadosos, pero firmes, se arrodilló junto a su aprendiz, tomando su mano con una delicadeza que contrastaba con la determinación que emanaba.

— Kenji... — Dijo Satoshi mientras sus lágrimas caían sobre la mano de su aprendiz, su mirada llena de enojo y desesperación. El sabor salado de las lágrimas se mezclaba con la tensión en el aire, creando un ambiente cargado de emociones intensas.

— Kenji, por favor, vive... no te vayas... — Murmuró Satoshi, sus manos aferrándose con fuerza a las de Kenji. Sus dedos temblorosos transmitían un torrente de emociones. La rabia ardía en su pecho, mientras la tristeza y la desesperación se reflejaban en su rostro empapado por las lágrimas.

— Kenji, resiste... — Dijo Satoshi, dejando suavemente la mano de Kenji en el suelo. Sintió la frialdad del contacto que le recordaba la gravedad de la situación. Un nudo se formó en su garganta, dificultándole el habla y expresando la angustia que lo embargaba.

Satoshi empezó a caminar lentamente hacia la zona donde el demonio se regocijaba en su malicia. El viento susurraba en sus oídos, llevando consigo los ecos de la risa retumbante del enemigo. La rabia que sentía en ese momento era una llama ardiente que consumía todo su ser, sobrepasando el dolor y el cansancio. Estaba decidido a poner fin a la batalla de una vez por todas.

Después de unos pasos decididos, Satoshi giró su cabeza y miró por última vez a Kenji. Sus ojos brillaban con determinación, reflejando el fuego interior que se había encendido.

— Déjame esto a mí... Yo me encargo... — Satoshi dijo con resolución y valentía.

Fin Capitulo 9.