Esa tarde, las calles de San Borja bullían de actividad: Era viernes, y el año escolar había terminado hace apenas una semana, circulando por los alrededores numerosos chiquillos acompañados por sus respectivas familias.
Dos chicos, sin embargo, se abrían paso en medio del gentío sin compañía de ningún adulto: Uno de ellos, un muchacho regordete y rubicundo avanzaba tan entusiasmadamente que poco le faltaba para ponerse dar saltitos a través de la acera, seguido muy de cerca por otro chiquillo, bastante más delgado y pequeño, de nariz aguileña.
— ¡Vamos Luis! —Le dijo el niño regordete a su compañero—. ¡Si no nos apuramos en llegar, vamos a terminar haciendo fila, esperando siglos para que nos dejen subir a esa súper genial atracción de la que todos hablan! ¡Y ya sabes bien lo mucho que detesto hacer fila! ¡Es la peor cosa del mundo!
— ¡Aunque nos apuremos, igual va a haber fila, gordo! —repuso el chico de nariz aguileña—. ¡Siempre es lo mismo en todas partes! ¡Por mucho que nos esmeremos en llegar antes que cualquiera a ninguna parte, siempre hay una fila larguísima!
— ¡Esa manera de pensar es de perdedores, mi amigo! ¡Y yo no críe a ningún perdedor! ¡Vamos, todavía estamos a tiempo para llegar antes de que se arme una cola interminable…!
Y no bien el chico regordete terminó de decir esas palabras, tuvo que frenarse en seco, a fin de no chocar con la tremenda cola que se había armado a lo largo de las siguientes dos cuadras.
— ¡Esto tiene que ser un mal chiste! —Exclamó el niño regordete, llevándose ambas manos a la cabeza—. ¿Qué pasa con estos sujetos? ¡¿No tienen vida propia, acaso?! ¡¿Desde qué horas han estado aquí para formar tremenda colaza?!
—Yo llevo casi media hora esperando aquí…—les dijo el hombre bajito que se encontraba parado frente a los dos niños—. Así que ni hablar, chibolos… ¡Fórmense nomás! ¡A esperar como el resto!
—“Fórmense nomás…”—masculló entre dientes el muchacho regordete, poniendo una cara larguísima mientras se cruzaba de brazos, de mala gana resignado a su situación.
—Te lo dije, Alex…—repuso el chico llamado Luis, poniéndose justo detrás de su robusto compañero—. ¡Para todo lo divertido siempre hay una colaza!
— ¡No vayan tan rápido! —protestó una vocecilla, proveniente de una vereda cercana—. ¡Malos! ¿Por qué me han dejado tan atrás?
Se trataba de una chiquilla de largos cabellos negros, diríase un par de años menor que Alex y Luis, con quienes no tardó en reunirse, muy para desagrado del primero.
— ¡Y hela aquí! ¡La causa principal de que hayamos llegado tarde! ¡Ahora por tu culpa ahora tendremos que hacer una colaza!
— ¡Cállate, gordo feo! —Repuso la niña, al tiempo que le asestaba un fuerte pisotón a Alex en el pie izquierdo—. ¡Ustedes dos me dejaron botada allá atrás, y por poco me pierdo! ¡Tú le prometiste a mamá que ibas a cuidar de mí, Luis! ¡Te voy a acusar con ella en cuanto volvamos a casa!
— ¡No, Luna! ¡No lo hagas, por favor! —intentó protestar Luis, únicamente para recibir también él un pisotón.
— ¡Tú también eres malo y horrible! ¡Cuando volvamos a casa te voy a acusar con mamá y con papá! —agregó Luna, sacándole la lengua a los dos niños.
—Recuérdame de nuevo porque tu odiosa hermanita TENÍA que venir con nosotros a la feria—increpó por lo bajo Alex a su amigo Luis—. ¡Este DEBÍA ser el viernes de patas, y NO el viernes de la hermanita repelente!
—Lo siento, gordo…Pero mis papás insistieron en que la trajera con nosotros…
— ¡Al menos DEBERÍAN haber venido ellos! ¡Para mantener al PERRO amarrado y que no nos estropee la diversión, caracho!
— ¡No me digas perro, gordo feo! —Chilló Luna, asestándole un palmazo a la barriga de Alex—. ¡Más perro serás tú! ¡Un perro muy feo, malo y TRAGÓN! ¡SUPER TRAGÓN!
—Bueno, eso último si es verdad…—rió Luis, muy para desagradado de su robusto amigo:
—Oye, ¿De qué lado estás TÚ? ¿Estás acaso de parte de este chimpancé?
— ¡Más chimpancé serás tú! —contestó Luna, volviendo a darle un pisotón a Alex.
El tipo que estaba delante de los tres niños apenas si podía contener la risa.
“Estos chibolos de hoy…” pensó para sí, meneando la cabeza.
Aunque no fueron más de veinte minutos los que los chicos tuvieron que esperar en la fila, a los tres sí que les pareció una verdadera eternidad, la misma que no se acortaba ni siquiera revisando a cada rato el celular de Alex.
Y como Luna era muy chica para tener un teléfono celular, se la pasaba molestando a Alex para que buscase las cosas que ella quería ver:
— ¡Ponme un video de los Minions! ¡O de Monster High! ¡O de Peppa Pig! O si no… ¡Ya sé! ¡Ponme un video de Sandi la Princesa Mágica!
— ¡NICA, chimpancé! ¡No voy a ensuciar mi historial con ñoñeces cursis para mocosas!
— ¿Seguro, gordo? —Intervino Luis—. Porque el otro día yo recuerdo haberte visto mirando un video de Candy Candy por Youtube…
— ¡Cállate tú! —Fue la inmediata contestación del aludido—. ¡Yo sólo estaba mirando esa serie cursi para burlarme de lo mala que era! ¡La veía irónicamente!
—Oigan, chibolos…—les dijo el hombre bajito que iba delante en la fila, dejándoles libre el paso para la boletería—. ¡Ya es su turno para entrar!
— ¡Hasta que al fin! ¡Gracias, Sanguchito! —Exclamó Alex, de forma triunfante, al tiempo que ponía un par de billetes sobre el mostrador—. Tres entradas, porfis…
Sin que ninguno de ellos tres lo supiera, un poco más atrás de ellos en la fila, se encontraba un chico vestido con buzo y capucha, que miraba nerviosamente los alrededores, como si estuviese esperando encontrar a alguien allí.
Él era el único en toda esa cuadra que no prestaba la menor atención al escándalo armado por Alex, Luna y Luis en sus constantes discusiones…Se trataba nada menos que Raúl, quien había sido atraído momentos atrás hasta dicha locación.
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