Yo dormía, pero mi corazón estaba despierto.
Cantares 5:2
Al momento de abrir sus ojos, lo primero que Raúl descubrió frente a sí era un paisaje devastado: Una ciudad totalmente arrasada por alguna clase de terrible catástrofe, apenas siquiera quedando en pie unos cuantos edificios en ruinas bajo un cielo totalmente sumido en oscuridad.
“¿Qué ha pasado aquí…? ¿En dónde está toda la gente?” no podía dejar de preguntarse el muchacho mientras recorría tan siniestro territorio, sin poder divisar a un alma siquiera en los alrededores.
Ni siquiera era capaz de alzar la voz para intentar llamar a cualquier persona que pudiese encontrar en dicho lugar: Era como si el muchacho tuviese la lengua pegada al paladar, incapaz de proferir palabra alguna.
Ni siquiera estaba seguro de estar realmente “avanzando” a través de aquel paraje de pesadilla, sino que más bien se sentía como si fuese arrastrado por una suerte de mano invisible hacia un destino desconocido.
Y mientras más avanzaba, mayor era su miedo, como si de forma inconsciente pudiese anticipar la inminencia de un encuentro terrible.
“¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres de mí?” se repetía una y otra vez el muchacho para sus adentros, mientras de la oscuridad por encima de su cabeza parecía brotar un murmullo lejano, parecida a una pesada respiración.
Por fin, en el momento en el cual Raúl sintió que sus pies se frenaban en seco, el muchacho divisó a cuatro figuras de espaldas frente a sí: Se trataban de cuatro niños, tres de los cuales el muchacho no fue capaz de reconocer.
Pero al cuarto de los chicos sí que lo reconoció al instante: Se trataba de nada menos que sí mismo, una réplica exacta de su propia persona.
“¿Qué rayos está pasando?”
En cuanto intentó interactuar con esos niños, Raúl se dio con la sorpresa de que no era capaz de tocarles: Sus manos pasaban a través de ellos, como si él fuese solamente una clase de fantasma.
“¿Estoy muerto acaso?”
El único que parecía advertir su presencia era su propio doble, quien al percatarse de su desesperación, volvió la mirada en su dirección, sonriéndole.
“¿Quién eres?”
—Los Guardianes Místicos siempre aparecerán cuando el Universo sea amenazado por su destrucción…—dijo entonces una voz a espaldas del chico.
— ¿Quién dijo eso? —repuso Raúl, repentinamente sintiendo que la lengua se le había despegado del paladar.
Detrás de Raúl había aparecido una bellísima joven, cuyos cabellos eran tan blancos como la túnica que traía puesta, contrastándose la palidez de su rostro con el brillante áureo de sus ojos, cuya expresión permanecía fija y vigilante sobre el muchacho.
—Debes encontrar pronto a tus compañeros, Estrella del Destino…—ordenó aquella dama, de voz diáfana como el cristal—. Reúne a los Guardianes Místicos, a fin de que cumplan con la misión de salvar al Universo...
— ¿Salvar al Universo?
—Una terrible sombra está cerniéndose sobre el cosmos, amenazando con destruirlo todo… ¡Debes reunir a los Guardianes Místicos ya, antes de que sea tarde!
Antes de que Raúl pudiese formular ninguna contestación, del firmamento surgió una inmensa y monstruosa mano que parecía estar hecha de un sinnúmero de rostros y cuerpos monstruosos, totalmente aplastados entre sí, profiriendo todos ellos espantosos gritos inhumanos, los cuales bien podrían haber provenido desde el mismísimo inframundo.
Segundos después, Raúl abría nuevamente sus ojos, encontrándose echado sobre su lecho, en su respectiva habitación.
Aquello había sido solamente una horrible pesadilla, al parecer.
Pero de igual manera, aquella aterradoramente cercana última visión seguía estando presente con plena claridad en la mente del chico, aun habiendo transcurrido cerca de media hora después de haberse despertado.
Todavía era temprano, demasiado temprano.
La débil luz del alba apenas si comenzaba a colarse débilmente a través de las cortinas entrecerradas del cuarto de Raúl, quien para cuando finalmente se decidió a abrirlas del todo, se llevó la sorpresa de divisar en la acera frente a su casa a una figura muy familiar: La misma joven vestida de blanco vista en su último sueño estaba allí, con la vista fija en dirección hacia su casa.
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