1
— ¡Qué lindos son todos ustedes! —Seguía diciendo Luna, mientras sostenía en brazos a varios conejos—. ¡Cómo me gustaría llevármelos a todos a casa! ¿Crees que mis papás me dejen llevármelos, Luis?
No hubo respuesta alguna.
— ¡Eh, Luis! ¿Crees que mi mamá me deje quedarme con todos estos conejitos preciosos? —volvió a preguntar Luna, sin darse cuenta todavía de la ausencia de su hermano mayor, llamándolo por tercera vez:
— ¿Luis? ¿Alex? ¿No me escuchan?
No había ni rastro de ellos dos.
Luna en un principio se sintió un poco asustada. Luego, un poco triste:
— ¿Me dejaron sola?
Finalmente, ella se sintió muy, pero muy molesta.
— ¡Esos TORPES me dejaron ABANDONADA! ¡En cuanto los encuentre, ME LA PAGARÁN!
—Disculpa, niñita…—comentó una señora anciana, que venía acompañada por un niño pequeño, quien se dedicaba a acariciar a una cabrita de pelaje negro—. Tienes un papel pegado en la espalda…
— ¡Dice “Patéame”! —agregó sonriente el niñito que acompañaba a la anciana.
Luna se arrancó las dos notas que tenía pegada en la espalda, leyéndolas con gesto furioso.
— ¡TORPES! ¡AHORA MISMO VOY A DARLES SU MERECIDO! —gruñía la chiquilla, al tiempo que salía corriendo del mini-zoológico con rumbo hacia la Casa Infernal.
2
— ¡Oigan! ¡No se cuelen, chibolos! —pifiaron algunas personas que se encontraban reunidas en la larga, larguísima fila que llevaba al interior de La Casa Infernal en cuanto Alex y Luis trataban de ingresar disimuladamente a dicha atracción.
— ¿En dónde están sus padres, niños? —Solicitó un forzudo guardia de seguridad que se plantó ante ambos mocosos, bloqueándoles el paso—. ¿No saben que esta atracción es para mayores de trece años?
—Disculpe, buen señor…—respondió Alex, fingiendo una voz adulta lo mejor que pudo—. Pero me parece que se ha equivocado: Verá usted, no somos niños, sino enanos…
—Oh, —comentó el guardia, cruzándose de brazos—. Así que son enanos. ¿Podría ver entonces sus carnets de identificación, señores?
—Pues verá…—Alex se rascó la nuca nerviosamente—. Resulta que…
—Sus identificaciones, señor…
— ¡No son señores enanos! —Protestó un chiquillo por lo menos dos años menor que Luis y Alex, quien se encontraba formado en la fila acompañado por su padre—. ¡Son sólo dos chibolos, y están intentado colarse a esta atracción!
— ¡Tú no te metas, entrometido! ¡Tú eres más chico que nosotros! —repuso enojadamente Alex.
—Señor— dijo entonces el guardia—, Me temo que no puedo dejarle pasar a esta atracción a menos que venga acompañado por su padre o apoderado...
— ¡Ya te dije que soy un enano, no un niño! —insistió inútilmente Alex, a pesar de que era obvio incluso para él que nadie se tragaría un engaño como ese.
—Mejor vámonos ya, gordo—comentó Luis resignadamente—. Valió la pena el intento, pero ya sabía yo que esto no resultaría de todos modos…
—Bueno, me voy… ¡PERO VOLVERÉ! ¿Me oíste? ¡TÚ VOLVERÁS A SABER DE MÍ!—exclamó Alex, señalando con el dedo al guardia de seguridad, quien simplemente rió divertido.
—No seas tan dramático, viejo… ¡La gente va a pensar que se te zafó un tornillo! —Sentenció Luis, mientras se llevaba del brazo a su regordete amigo—. Ahora volvamos al mini-zoológico antes de que Luna se dé cuenta de que la dejamos s…
Antes de poder completar esa última frase, Alex y Luis pudieron ver cómo es que una furiosa Luna corría velozmente hacia ellos, con los puños levantados, al tiempo que gritaba:
— ¡ALLÍ ESTÁN USTEDES DOS! ¡LES VOY A DAR SU MERECIDO POR HABERME DEJADO SOLA, TORPES!
— ¡Corre hasta la Patagonia! —indicó Alex a su amigo, únicamente para chocar contra Raúl, quien justamente en esos momentos estaba a punto de presentarse ante los dos desconocidos aparecidos en sus sueños.
Por lo menos la fuerza de aquel último impacto bastó para convencerle de que esos dos chicos eran muy reales, y no alguna clase de visión o espejismo.
— ¡OYE! ¡Fíjate por donde caminas, LOMBRIZ! —exclamó Alex, frotándose su adolorida frente, aunque ese enojo suyo pasó a ser desconcierto al fijarse en la manera en tan extraña en que había comenzado a mirarle el sujeto con el que acababa de chocar.
“Es él. La misma persona de mi sueño… ¡No me cabe duda alguna!” pensaba por su parte Raúl, mientras Alex y Luis iban incorporándose del suelo, inquiriendo el primero de forma confundida:
—Eh, ¿Te pasa algo, amigo?
— ¡TORPES! ¡AHORA LES ENSEÑARÉ A NO DEJARME SOLA! —Gritó Luna, asestándole un veloz puntapié en las rodillas tanto a su hermano mayor como a su gordo mejor amigo, quienes pegaron al unísono una exclamación de dolor, seguida por varias palabrotas.
“Los has encontrado por fin, Estrella del Destino. ¡Es tiempo de que los cuatro Guardianes Místicos sean conjurados a nuestro mundo!” oyó Raúl decir a una diáfana voz femenina.
— ¿Quién dijo eso? —inquirió el muchacho, justo antes de que una brillante luz blanca lo rodease a él, así como también a Alex, Luis y Luna, cubriéndolos por completo.
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