“¡¿Q-Qué está pasando?!” Apenas si alcanzaba a preguntarse Raúl, mientras él y esos otros tres chicos con los que acababa de encontrarse eran arrastrados velozmente a través de una distancia insondable, la misma que parecía abarcar miles y millones de años luz a través del Universo.
Los otros chicos gritaban aterrorizados, sin parar. Miraban de una dirección a otra, totalmente sobrecogidos ante semejante experiencia, la misma que no se comparaba en lo más mínimo con nada que ellos dos hubiesen experimentado hasta ese momento.
“Oh, Dios. ¡¡¡¡Oh, POR DIOS!!!!” era lo único que pasaba por la mente de Alex, Luis y Luna durante esos momentos. Eso, y un desesperado clamor de auxilio que pugnaba por salir de sus gargantas en aquellos instantes, pero que no hallaba lugar alguno en medio del grito de terror que ellos tres habían pegado entonces.
Difícil es saber si fue mucho o poco el tiempo que duró aquella caída: Para los niños, se sintió casi como una eternidad, pero bien pudo tratarse de unos poquísimos segundos, justo antes de que los cuatro cayesen a lomos de una suave superficie, la misma que a su vez parecía moverse velozmente en medio de un mar de nubes…
¡Los cuatro se encontraban viajando a lomos de una inmensa criatura voladora!
— ¿Q-Qué…?—balbuceó Raúl, apenas alcanzando reunir suficiente aliento como para formular aquellas última interrogante.
Un poco más allá, habiéndose disipado en algo las nubes circundantes, comenzaba a divisarse un paisaje…Era verdaderamente un panorama singular el que se ofreció a la vista de los niños apenas un par de momentos después, consistente en un inmenso continente rodeado por gigantescas montañas, muchas de las cuales se perdían de vista en medio del firmamento.
Alrededor de este continente había varias islas de exuberante verdor, un paisaje que bien podría hecho pensar a cualquiera en una suerte de País de Nunca Jamás.
Era de hecho, un espectáculo bastante magnifico de contemplar, pero tanto Raúl, como Alex, Luna y Luis se encontraban demasiado sobresaltados por lo repentino de aquella última experiencia que acababan de vivir que apenas si pudieron admirar la belleza que se presentaba ante sus ojos, distrayéndose en cuanto divisaron volando en los alrededores a numerosas criaturas, que parecían ser una suerte de mezcla de dragones con ardillas.
Una de estas alimañas se quedó mirando fijamente a un espantado Alex, dirigiéndole luego un graznido burlón antes de emprender una veloz zambullida hacia las aguas del océano, sitio desde el cual tanto él como sus compañeros se dedicaban a la caza de unos rarísimos peces y cangrejo.
—Esto no está pasando…Esto no está pasando…Solamente estoy soñando…Un sueño loco y sin sentido…
—Creo que estamos soñando el mismo sueño loco, gordo…—agregó Luis, igual de abrumado que su amigo.
—Alguien abofetéeme…Y hágame despertar de este sueño loco…—siguió murmurando Alex, quien todavía parecía estar sumido en una suerte de trance mientras la extraña criatura voladora sobre la cual viajaban los muchachos iba descendiendo lentamente hasta una playa de blancas arenas.
Luna fue la primera en reaccionar, dándole un fuerte bofetón a Alex, tal como él había solicitado.
— ¡Oye! ¡Lo del bofetón no lo decía en serio, gremlin! —gruñó Alex, con la cara todavía ardiéndole del golpe.
—No, esto no es un sueño…—sentenció Raúl, presa de una extraña sensación, en la que se entremezclaban tanto el miedo como una suerte de entusiasmo, propio de quien siente el más anhelado de sus deseos próximo a cumplirse—. ¡Esto de veras está pasando!
De forma inconsciente, él sabía cuál era la causa de semejante sentimiento: Muy dentro de sí, él sabía que la misteriosa dama de ojos dorados se encontraba allí, en ese extraño lugar.
Y estaba esperando por él, de eso no cabía duda alguna.
Lavinia
En cuestión de segundos, la criatura voladora sobre la cual se encontraban los cuatro niños emprendió un veloz descenso, dejándolos caer sobre la arena de la playa: Al momento de incorporarse y alzar la vista, los chicos pudieron descubrir que dicho ser se trataba de un inmenso murciélago narigudo de espeso pelaje, el cual casi lo hacía lucir semejante a un gigantesco perro lanudo volador.
En seguida aquel murciélago se dedicaba a revolotear a través de las inmediaciones de la playa en la cual los chicos habían descendido, dando varias vueltas en círculo sobre sus cabezas, alborotándoles el pelo con el ventarrón que provocaba el aleteo de sus inmensas alas.
— ¿Y ahora qué le pasa al bicho este? —inquirió Alex, casi mareado de tanto seguir con la vista a aquel quiróptero.
— ¡Debe estar preparándose para comernos! —Exclamó un aterrorizado Luis, temblando de miedo—. ¡Nos trajo hasta aquí para devorarnos y en cualquier momento se lanzará sobre nosotros!
— ¡NO QUIERO QUE ME COMAN! —Chilló una espantada Luna—. ¡Haz que se vaya, Luis!
— ¿Qué es lo que esperas que yo haga? ¡SOLAMENTE SOY UN NIÑO!
Por fin, al cabo de un segundos, el murciélago se dirigió velozmente de regreso de a la playa, abriendo sus enormes fauces colmilludas, para total espanto de los niños.
Sin embargo, en contra de que los cuatro estaban esperando, aquel murciélago simplemente se tragó a un grandísimo insecto que se encontraba revoloteando por allí, tragándoselo entero, tras lo cual procedió a sentarse en la playa con mansa actitud junto a una bellísima joven de cabellera blanca y preciosos ojos dorados.
— ¡Es ella! —exclamó en voz alta Raúl, para total desconcierto de sus otros tres compañeros, quienes volvieron la mirada en dirección hacia él, con gesto confundido.
—Buen trabajo, Xamic…Los has traído hasta mí justo a tiempo…—decía la joven de blancos cabellos, acariciando la cabeza de aquel murciélago—. Regresa ahora a tu reposo místico mientras yo me encargo de todo…
En menos de un parpadeo, aquel murciélago desapareció, transformándose en una gema blanca que adornaba el anillo de oro que aquella joven llevaba puesto en el dedo índice.
— ¡El murciélago desapareció como si nada! —exclamó lleno de sorpresa Luis, sin todavía poder dar crédito a sus ojos, igual que sus tres compañeros.
— ¡Esa chica acaba de hacer magia! —Profirió Luna, hablando con simultánea dosis de miedo y admiración.
—Oye tú, quien quiera que seas…—le preguntó entonces Alex a Raúl—. ¿Tú sabes que es lo que está pasando aquí? ¿Podrías explicarnos que está pasando? ¿Podrías decirnos en DÓNDE estamos?
Raúl no respondió, sosteniendo la mirada en dirección hacia aquella dama bellísima, quien volvió su rostro hacia los cuatro niños, dirigiéndoles luego una enigmática sonrisa.
—Bienvenidos a la Tierra de Danann, Guardianes Místicos…Les doy la bienvenida a esta Magna Tarea que los cuatro han de cumplir en Bien de mi Mundo y de todos los demás mundos que existen…—anunció la dama de los ojos dorados.
—Perdón… ¿Qué? —Inquirió un confuso Alex—. ¿Alguien podría traducirme al español lo que dice esta mujer?
—Mi nombre es Lavinia, Protectora de esta Sagrada Tierra Mística—se presentó la aludida, haciendo una cortés reverencia a manera de saludo—. Siguiendo la Orden dada la Voluntad del Universo, ustedes han sido traídos aquí desde un mundo profano a fin de cumplir con la misión de salvar al cosmos de una terrible oscuridad que lo amenaza…
—Lavinia…—repitió Raúl en voz baja, sintiendo que ese nombre le resultaba vagamente familiar, como si mucho, mucho tiempo atrás él hubiese conocido a una persona llamada así.
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