No bien aquellas últimas palabras terminaron de ser pronunciadas, el firmamento comenzó a oscurecerse de forma repentina, poniéndose Lavinia en estado de alerta.
—Nuestro enemigo se acerca… ¡Deben marcharse de aquí cuanto antes, Guardianes Místicos! —señaló con marcado tono de alarma.
—Espera un segundo, ¿A qué te refieres con eso de “nuestros” enemigos? —Repuso en seguida un atemorizado Alex—. ¿Desde cuándo unos adorables niños como nosotros tienen enemigos?
Y de hecho, lo más cercano que Alex tenía a un enemigo en la vida real era el señor Chumpitazi, viejo profesor de gimnasia de la escuela que en su juventud había sido un coronel del ejército, y que imponía en sus clases una disciplina semejante a la de un pelotón.
A ese señor le molestaban de sobremanera los flojonazos, razón por la cual tenía tanto a Alex como a Luis entre ceja y ceja, pero ni siquiera él en sus momentos tan terribles podría ser tan amedrentador como el personaje que se presentó entonces ante Lavinia y los chicos, apareciéndose prácticamente de la nada:
—Protectora de la Tierra Mística de Danann...Tú enemigo no se acerca, ¡TÚ ENEMIGO YA ESTÁ AQUÍ!
Quien había hablado era una extraña e imponente figura, semejante a una especie de personaje encapuchado con máscara…Excepto porque tanto la capucha y la máscara de aquel personaje parecían estar hechas de una masa amorfa, constituida por oscuridad, y de la cual emergían numerosos rostros de gesto sufriente, así como también numerosas bocas y ojos.
— ¡Qué horroroso! ¡Luis, haz que se vaya, por favor! —gritó una espantada Luna, escondiéndose detrás de su hermano mayor, algo que jamás habría hecho bajo ninguna otra circunstancia.
Luis permaneció mudo, lo mismo que Alex y Raúl, reconociendo este último en aquella aparición a la misma figura presente al final de su terrible sueño de la madrugada.
“¡Esta criatura es igual que esa misma mano monstruosa que comenzaba a arrasarlo todo!” pensó para sí Raúl, al tiempo que unas gotas de frío sudor empezaban a perlar su frente.
Pero aún más terrible que su aspecto era el aura de malignidad infinita que dicho personaje transmitía, pareciendo ensombrecerse repentinamente todo a su alrededor, como si su sola presencia bastase para hacer que menguase toda luz y belleza del mundo.
—Pronto tu hermoso mundo será mío, Lavinia…—sentenció aquel ser, con una voz que parecía provenir de varias bocas hablando al mismo tiempo—. Y en cuanto esta Tierra Mística haya caído, todas las demás lo harán también. ¡El Caos y la desolación se adueñarán de todo lo que existe, hasta que la Oscuridad cubra por completo todo el Universo!
—Hablas mucho para lo poco que haces, Erebo—fue la desafiante contestación de Lavinia, la única que no pareció dejarse amedrentar en lo más mínimo ante semejante aberración —. Bien sabido es que incluso entre los Señores de los Abismos tú eres considerado como un engendro de muy baja ralea. ¡La Tierra de Danann jamás caerá ante una escoria como tú!
— ¡TÚ SERÁS LA PRIMERA EN CAER BAJO EL HECHIZO DE MI SUEÑO INFERNAL! —Proclamó la criatura aludida, encendiéndose el fulgor de sus ojos como carbones al rojo vivo, al tiempo que su cuerpo se extendía y estiraba hasta alcanzar un tamaño semejante al de una montaña, conformándose luego en una suerte de dragón o guiverno de infinidad de cabezas, listas para devorar todo a su paso.
— ¡MUERE! ¡MUERE Y QUEDA POR SIEMPRE SUMERGIDA EN TINIEBLAS! —bramó con miles de terribles voces aquel ser de pesadilla al tiempo que una ígnea lluvia de fulgores acaecía sobre Lavinia y los cuatro chicos.
Más antes de que tal acometida pudiese tener efecto, una brillantísima y colosal barrera de luz parecida a un caparazón de tortuga resguardó de todo peligro a la dama de los ojos dorados y a los niños, extendiéndose de la misma un cuarteto de hermosísimas alas blancas.
— ¡Ustedes cuatro todavía no están listos para enfrentarse a este Primordial Maligno! ¡Deben irse ahora mismo! —les gritó la joven a Raúl y a sus compañeros.
— ¿A DÓNDE SE SUPONE QUE NOS VAYAMOS? —Protestó Luis—. ¡Ni siquiera sabemos cómo es que llegamos aquí en primer lugar!
— ¡Deben buscar a los Cuatro Maestros de los Sagrados Principios! ¡Cada uno de ellos custodia las Memorias Ancestrales de los Guardianes Místicos que les permitirán cumplir con su misión!
— ¿Otra vez con todo ese rollo tipo Señor de los Anillos? —Masculló desesperadamente Alex—. ¡Esto es la vida real, diablos! ¡No un libro de fantasía!
— ¿Cómo se supone que vamos a encontrar a esos…Esos maestros? ¿En dónde están? —se atrevió a preguntar Luna, sobreponiéndose un poco al gran temor que le invadía ante el caos que acababa de desatarse a su alrededor.
—Tú pareces la más sensata de este grupo…—sentenció Lavinia—. ¡Por ello te encomendaré al Guía Estelar! ¡Él los llevará hacia los cuatro maestros!
Acto seguido, el anillo de oro que Lavinia traía consigo desapareció de sus dedos, reapareciendo nuevamente en el dedo índice de Luna.
— ¿Y esto? —exclamó Luna, sorprendida.
— ¡Cuando quieras llamar al Guía, sólo proclama en voz alta su nombre! —sentenció Lavinia, esforzándose por hacerse oír en medio del ensordecedor chisporroteo que producía el choque de las fuerzas suyas contra las del maligno Erebo, quien se esforzaba en intentar aplastarles—. ¡LLÁMALO AHORA! ¡APARECE XAMIC!
— ¡Aparece, Xamic! —repitió Luna, casi de forma automática, al tiempo que la gema blanca que adornaba su anillo se transformaba en un gigantesco murciélago, que reunió entre sus alas a los chicos.
— ¡LLEVÁTELOS LO MÁS LEJOS POSIBLE DE ESTE LUGAR! ¡CONDUCE A ESTOS MUCHACHOS HASTA LOS CUATRO MAESTROS! —Ordenó Lavinia, al tiempo que dicha criatura se apresuraba en poner sobre su lomo a los niños, listo para emprender el vuelo.
Raúl, sin embargo, intentó permanecer con la joven de blancos cabellos, sosteniéndola del brazo mientras preguntaba:
— ¿Qué pasará contigo?
—Yo estaré bien… ¡De prisa, vete de aquí!
— ¡Ven con nosotros, por favor! ¡No puedes pelear tú sola contra ese monstruo! —insistió Raúl, ante lo cual Lavinia le dirigió una dulce sonrisa que bastó para hacer que el muchacho se sintiese profundamente conmovido en su corazón.
— ¡Deja de perder el tiempo! —Exclamó la dama de los ojos dorados, cambiando su sonrisa por un gesto severo, al tiempo que empujaba a Raúl a lomos del murciélago Xamic—. ¡VETE DE AQUÍ!
Seguido de la cual, ella ordenó:
— ¡DE PRISA, XAMIC! ¡HUYE AHORA!
Una abertura relativamente pequeña se abrió en medio de la barrera luminosa conjurada por Lavinia, a través de la cual aquel murciélago salió volando a impresionante velocidad, consiguiendo burlar el violento embate que se produjo a continuación: Erebo había intentado devorarle, pero el escudo alado de Lavinia pareció transformarse en un inmenso dragón blanco, el cual se enroscó alrededor de Erebo.
Desde el firmamento, Raúl alcanzó a divisar como es que ambas criaturas entablaban un feroz conflicto, y para su completo horror, el dragón blanco conjurado por Lavinia pareció ser tragado por la temible masa informe en la cual Erebo procedió a configurarse a continuación, extendiéndose su avance a través de la playa y del mar como la lava de un volcán en erupción.
—No… ¡LAVINIA! —gritó el chico, mientras Xamic se perdía en medio de las nubes, volando a toda prisa hasta el continente más cercano.
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