— ¡Tenemos que volver ayudarla! —Exclamó Raúl, nervioso por la suerte que hubiese podido correr Lavinia en su enfrentamiento con Erebo.
A pesar de lo que sus propios ojos habían visto, él no estaba dispuesto a aceptar que las cosas terminasen de esa manera para la dama de ojos dorados que le había traído hasta ese mundo extraño, cambiando completamente su destino de la noche a la mañana.
— ¿Y a este que rayos le pasa? —preguntó Alex, aún incapaz de procesar todo lo que acababa de suceder en los últimos quince minutos.
— ¡Lavinia puede estar en dificultades! ¿En serio vamos a abandonarla así como así?
Alex y Luis intercambiaron una mirada confundida, como si no supiesen de quien exactamente estaba hablando Raúl.
—Creo que se refiere a la chica del cabello blanco…—sentenció Luna, quien no dejaba de mirar el anillo de oro que adornaba su mano, ensimismada en sus extraños símbolos, inscritos en un lenguaje que debería ser totalmente desconocido para ella, pero que aun así era capaz de entender con perfecta claridad:
Seguid al Guía Mágico hasta los Cuatro Maestros de los Sagrados Principios. Sólo cuando vuestra misión haya sido cumplida, les será permitido volver a su mundo.
— ¿Cómo pueden haberse olvidado de ella, si apenas acabábamos de conocerla? —preguntó el chico, con gesto de pleno descreimiento.
— ¿Y tú por qué estás tan desesperado en salvar a alguien que acabas de conocer? —inquirió a su vez Alex.
—Bueno…Ella dijo que nosotros éramos algo así como los héroes destinados a salvar su mundo raro…
—La verdad es que no presté mucha atención a lo que nos dijo—admitió Alex—. Pero SÍ recuerdo claramente que trató de ensartarme con una lanza hace un par de minutos. ¿Por qué habría de querer salvar a alguien así?
— ¡Ella sólo hizo eso porque no querías creer en lo que te decía! ¡Y logró demostrarte que tenías superpoderes mágicos o algo así! ¿Por qué no intentas hacer uso de esos poderes para ayudarla?
—Es verdad, gordo…—sentenció Luis—. ¿Cómo es eso de que tienes poderes mágicos? ¿De dónde los aprendiste?
—Hombre, ¡Y yo que sé! Sólo pasó y ya. ¿No crees que si yo hubiese sabido que tenía poderes te lo habría dicho hace mucho tiempo? ¡Jamás te escondo nada!
—Eso dices tú, pero yo sé que tienes tus secretos guardados por allí, como tu gusto por Candy Candy…
— ¡Ya te dije que solamente estaba viendo esa serie cursi de forma irónica! ¡DE FORMA PURAMENTE IRÓNICA!
— ¡Dejen de hablar tonterías! ¿Van a volver para ayudar a Lavinia o no?
Antes de que Alex o Luis pudiesen responder nada, Xamic profirió una ensordecedora serie de chillidos.
— ¿Y al bicho este que cosa la picó?
—Dice que no podemos volver…—comentó Luna, para sorpresa de los demás chicos—. ¡Es muy peligroso, y además Lavinia quiere que busquemos a los Cuatro Maestros!
— ¿Tú entiendes lo que dice este animal? —preguntó Luis, de forma sorprendida.
—Bueno, ¡Más o menos! —afirmó la chiquilla—.Él no usa realmente palabras para comunicarse, sino que sus ideas me las transmite directo a mi propia mente… ¡Creo que es un animal telegráfico o algo así!
—Telepático, querrás decir—corrigió Raúl.
—Eso, supongo. Pero me dice que lo mejor es que no volvamos.
Acto seguido, Xamic volvió a chillar.
—Ahora dice que no podremos volver al mundo del que fuimos traídos hasta que hayamos conseguido vencer a Erebo…
— ¿Tendremos que pelear contra ese engendro sacado de Los Cuentos de la Cripta? ¡No puede estar hablando en serio!
Xamic chilló por tercera vez, esta vez en un tono más calmado, el cual se asemejaba un poco a los sonidos hechos por un delfín:
—Los Cuatro Maestros…Los Cuatro Maestros nos enseñarán lo que necesitamos saber para poder derrotarle…—explicó Luna—. Y también dice algo sobre como las moscardones son muy sabrosos… ¡Puaj! ¡Qué asco!
El murciélago produjo entonces un sonido semejante a una risa.
—Mire, señor murciélago…—dijo por su parte Alex, hablándole a la enorme oreja de Xamic—. ¡ENTIENDA DE UNA VEZ QUE NOSOTROS NO SOMOS HÉROES! ¡SÓLO SOMOS CUATRO MOCOSOS! ¡ESTAMOS PARA QUE NOS SALVEN, NO PARA SALVAR A NADIE!
Xamic ladeó su cabeza un poco, apartando de golpe al regordete muchacho, el cual por poco cae de su lomo al vacío, de no ser porque tanto Luis como Raúl se apresuraron en tomarle de ambas manos.
— ¡Oh, cielos! ¡Qué cerca estuvo esa! —Dijo Alex—. ¡TU RATA VOLADORA POR POCO ME ASESINA, LUNA!
—No debiste gritarle al oído—repuso la aludida—. El ruido le asustó mucho. ¡Fue muy desconsiderado de tu parte!
— ¿Y no fue algo desconsiderado tratar de echarme por la borda?
—Él no te habría dejado caer… ¡Después de todo le prometió a Lavinia mantenernos a salvo a los cuatro!
— ¡Sí, cómo no! ¡Yo solamente estoy vivo gracias a Luis! —repuso Alex, apoyando su mano sobre el hombro de su mejor amigo. Y luego, volviéndose hacia Raúl, añadió:
—Bueno…Y también supongo que sigo vivo gracias a ti. Eh… ¿Cómo dijiste que te llamabas?
—Mi nombre es Raúl. Raúl Rivera.
—Yo soy Alex Lipman. Mi amigo aquí presente se llama Luis Quispe…
—Hola—añadió aquel otro muchacho, alzando la mano derecha en señal de saludo.
— ¡Yo soy Luna! —se presentó por su parte la menor de los cuatro niños, dirigiéndole una sonrisa radiante a Raúl.
—También conocida como la Niña Chimpancé…—añadió burlonamente Alex, recibiendo en el acto un golpe justo en plena barriga de parte de la chiquilla.
— ¡Cállate, gordo feo! ¡Tú eres el chimpancé!
—Entonces…—intervino Luis—. ¿Qué es lo que vamos a hacer, chicos? Estamos en medio de quien sabe dónde…Sin comida, ni nada… ¿Cómo vamos a hacer para sobrevivir?
—Un momento… ¿Qué el gordo feo no tiene un celular? —señaló Luna, justo antes de que sus compañeros empezasen a caer en pánico.
— ¡Tienes razón, niña chimpancé! ¡Ya ni me acordaba de eso! —Exclamó entusiasmadamente Alex, sacándose dicho teléfono del bolsillo—. ¡Ahora mismo llamaré a nuestros padres para que vengan a buscarnos!
— ¿Cómo rayos esperas que hagan eso? ¿Le alquilarán un cohete a la NASA? —Inquirió Raúl.
—Ay, caracho—gruñó Raúl—. ¡La cosa esta ahora no enciende! ¡Es como si se le hubiese ido del todo la batería!
— ¿Y ahora que haremos, gordo? —cuestionó Luis.
— ¡¿QUÉ HAREMOS?! —coreó nerviosamente Luna.
—En serio, ¿No se dan cuenta de que no habría servido de nada intentar llamar a nuestros padres? ¡ESTAMOS EN OTRO PLANETA! —farfulló Raúl, justo antes de que una flamígera descarga le pasase volando muy cerca del rostro, estrellándose luego contra una formación rocosa flotante.
— ¿Qué rayos…?
Más y más descargas de energía vinieron de en medio de las nubes, teniendo Xamic teniendo que esquivarlas a toda prisa.
— ¡¿QUÉ RAYOS ESTÁ PASANDO?! —gritaron en forma alarmada Alex y Luis, justo antes de que de las nubes surgiese una bandada de monstruosos pajarracos, los cuales al igual que el temible Erebo también parecían estar conformados por una palpitante masa de carne repleta de numerosas bocas, ojos y rostros.
— ¡NO LOS DEJARÉ ESCAPAR, GUARDIANES MÍSTICOS! —Proclamaron al unísono aquellos pajarracos—. ¡TAMBIÉN USTEDES SERÁN TRAGADOS POR MI OSCURIDAD!
Acto seguido, dicha grotesca bandada prosiguió su feroz arremetida contra Xamic y los chicos, intentando calcinarlos por medio de una terrible lluvia de fuego y ácido negro, de la cual el gigantesco murciélago apenas si consiguió defenderse a duras penas, alejando a los engendros enemigos por medio de un ventarrón conjurado de un aletazo.
No pasó mucho tiempo para que dichos horrores volviesen nuevamente a la carga, duplicándose en número con cada minuto que transcurría:
— ¡RÍNDANSE, GUARDIANES MÍSTICOS!
— ¡ENTREGUEN SUS ALMAS A LA OSCURIDAD!
— ¡SEAN ABSORBIDOS POR EL ETERNO VACÍO!
— ¡MUERAN! ¡MUERAN!
— ¡Pajarracos del demonio! —mascullaba Raúl en medio de las explosiones que se producían a su alrededor—. ¡YA ESTOY HARTO DE ESCUCHAR SUS TONTERÍAS!
Finalmente, uno de los proyectiles enviados por los pajarracos en los que Erebo se había transfigurado consiguió herir a Xamic en un ala, casi provocando que dicho animal cayese al mar.
— ¡Resiste, por favor! —suplicó una desesperada Luna, mientras Alex y Luis eran presas del terror, pegando varios gritos aterrorizados.
— ¡MUERAN! ¡MUERAN!
— ¡YA DÉJANOS EN PAZ! —casi bramó un furibundo Raúl, quien en un arranque de rabia, consiguió hacer que de sus palmas brotase un aluvión carmesí de energía, el cual calcinó a buena parte de sus perseguidores, mientras que el resto echó a volar lejos.
Pero justo cuando todo parecía haber terminado, otro pajarraco más emergió de aquel mar de nubes, siendo este mucho más grande y espantoso que todos los anteriores, abriendo sus fauces listo para devorar a Xamic y a los chicos.
— ¡MUERAN, GUARDIANES MÍSTICOS! —proclamaba aquel ser de pesadilla, arrasando con su mero desplazamiento a varias rocas y montículos flotantes que se encontraban a su paso, más antes de poder devorar a Raúl y a los demás, el muchacho conjuró nuevamente una nueva manifestación de poder, pareciendo transformarse por unos segundos en un felino hecho enteramente de fuego, el cual de un solo rugido consiguió prender en llamas a su adversario, el cual no tardó en hundirse en las aguas del océano en medio de un gran estrépito.
— ¿Raúl…?—preguntó preocupadamente Alex, justo antes de que su compañero recobrase nuevamente su apariencia normal, quien entonces pareció desmayarse.
— ¡Raúl! ¿Te encuentras bien, amigo?
—Creo que sólo está dormido…—sentenció Luis, notando que el chico había comenzado a roncar un poco.
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