1
La aldea de los ogros se encontraba situada en medio de una inmensa pampa, sitio en donde se erigían grandes conformaciones de tierra que se asemejaban a inmensos animales y bestias en estado de reposo, algunas de las cuales estaban adornadas con estilizados geoglifos muy semejantes a las líneas de Nazca: Precisamente para llegar a su destino, los viajeros debían rodear primero un enorme cerro en medio del cual se hallaban trazados los contornos de una figura felina, que uno le habría hecho pensar en una suerte de gato sonriente.
—Esperaremos primero a que ese amigo suyo se despierte antes de llevarlos con la anciana Jemoen—señaló el líder Breen—. Si gustan, también pueden compartir una comida en nuestra compañía antes de ser juzgados por ella…
Alex y Luis notaron entonces que varios de los ogros venían arrastrando a unas criaturas muy feas que parecían grandísimos buitres desplumados con cabezas de serpientes.
— No me diga que esos bichos son la comida…—comentó Alex, con una mueca de profundo desagrado.
— ¡Mejor que sean ellos que nosotros, gordo! —sentenció Luis por lo bajo.
— ¡No teman, cachorros humanos! ¡Esos Tragaojos son muy feos, pero saben mejor de lo que se ven, si son bien cocinados!
— ¿”Tragaojos”? ¿Por qué les dicen Tragaojos a los bichos esos?
Antes de que Breen pudiese responder la interrogante de Alex, uno de esos animales se incorporó de repente, intentando morder la cara del ogro que venía arrastrándole, profiriendo la siguiente exclamación:
— ¡OJOS! ¡VOY A COMERME TUS OJOS!
De un solo garrotazo bien dado en la cabeza, el ogro logró someter a aquel engendro, salpicándole un poco de su sangre azulada en la cara a Alex como a Luis.
— ¡Oh, qué asco! —Dijo Alex—. ¡TENÍA LA BOCA ABIERTA! ¡ESO ENTRÓ EN MI BOCA!
—No se preocupen, ¡La sangre de los Tragaojos no es venenosa! Aunque a lo mejor les saldrán unos cuantos granos en la espalda y en el paladar… ¡Pero se les irán en un par de semanas! Aunque si no, mejor vayan con su médico-brujo local…
2
La aldea de los ogros resultó ser sorpresivamente un sitio bastante acogedor, o por lo menos, bastante más acogedor de que los niños se habían imaginado, consistente en una sencillas casas de piedra coronadas por paja, aunque no faltaban también algunas viviendas un poco más elaboradas, decoradas con huesos enormes, los cuales bien podrían haberle pertenecido a algún dinosaurio.
La casa del jefe Breen era adornada con un enorme cráneo que parecía pertenecer a una ballena o cetáceo, hecho que resultaba por demás desconcertante a los tres chicos, considerando lo desértico de la región en la cual ellos se encontraban.
Sentado en la entrada de la casa, se encontraba una señora ogresa que se dedicaba a tejer en un enorme telar hecho de un enorme costillar, y alrededor de la cual correteaban numerosos ogritos, que a pesar de ser casi unos bebés, eran casi del mismo tamaño que Alex y Luis.
— ¡Papá ya volvió! —gritaron aquellos chicuelos, rodeando entonces al recién llegado entre risas y gruñidos que parecían los de un gato montés, acribillándolo de infinidad de preguntas:
— ¿Trajiste comida papá? ¿Trajiste comida? ¡Estamos hambrientos!
— ¿Qué traes allí? ¿Qué animales son esos? —Refiriéndose a los cuatro chicos traídos por el ogro—. ¿Los podemos comer? ¡Se ven deliciosos!
—No, niños, no se pueden comer a estos cachorros de humanos. ¡Pero si les traje mucha comida! ¡Sólo esperen a que mamá se los prepare en un rico guiso!
— ¡Pero no podemos esperar! ¡Tenemos hambre ya!
— ¿No podemos quedarnos al menos con una de sus piernas? ¿O un bracito al menos?
— ¡A ver si con esto se les calma un poco el apetito!—dijo Breen, sacando de entre sus utensilios de casa un enorme fémur de animal, sobre el cual los ogritos cayeron como perros hambrientos, asestándole numerosas dentelladas.
— ¿Qué se dice niños?
— ¡Gracias papi! —repusieron los hijos del Jefe Breen, antes de ponerse nuevamente como animales que se pelean por la comida.
—Bienvenido a casa, esposo mío…—saludó la ogresa al recién llegado, y luego notando la presencia de los chicos, preguntó:
— ¿Y esos cachorros humanos? ¿De dónde salieron?
—Los encontramos en el desierto. ¡Tienen la peste mágica en ellos! ¡Deben ser hijos de algún hechicero!
— ¿Y qué piensas hacer con ellos? ¡Espero que no estés planeando en comértelos! ¡Ya sabes lo mucho que engorda la carne de los cachorros humanos! ¡Pura grasa!
“En serio, ya estoy empezando a dudar que estos ogros no comen personas…” pensó Alex, presa del temor. Y a juzgar por la forma en el cual palidecieron los rostros de sus compañeros, era obvio que también ellos pensaban lo mismo.
—Creo que la Vieja Jemoen debería verlos a fin de decidir qué es lo que debemos hacer con ellos—repuso el líder Breen, rascándose sus puntiagudas orejas luego de quitarse la piel de lobo que traía encima, dejándola colgada sobre una especie de perchero, también hecho de huesos—. ¡Debes saber además que ellos afirman ser los legendarios Guardianes Místicos!
— ¡Los Guardianes Místicos! —exclamó la ogresa admirada—. ¡Pero si esos cachorros humanos se ven super-enclenques! ¡Y además son tan chatos! ¿Cómo podrían ser tales héroes legendarios?
— ¡Todavía estamos en crecimiento! ¡Mis abuelos dicen que yo ya no demoro en dar el estirón!—Protestó Alex, aunque ni Breen ni su mujer hicieron caso de su protesta, siguiendo hablando entre sí como si nada:
—Si son en verdad los Guardianes Místicos de las sagradas leyendas, eso lo debe determinar la anciana Jemoen… ¡Ella entiende mejor que yo de esas cosas! Por ahora tengámoslos como invitados en nuestra casa. ¡Prepárales tu guiso espumeante de tragaojos!
Mientras la mujer preparaba la comida, Breen dispuso que los chicos jugasen con sus hijos, mientras Raúl permanecía recostado sobre un enorme telar blanquirojo dispuesto sobre el suelo, a manera de lecho: Los juegos de los ogritos eran bastante rudos, aunque todos ellos se mostraron obedientes de la orden dada por su padre, no intentando comer ni mordisquear a los muchachos.
Eso sí, algunos de ellos si mostraron un poco de interés en intentar comerse a Xamic:
— ¿Qué traes ahí? ¿Es un polluelo de tragaojos? ¡Déjanos comérnoslo, aunque esté crudo!
— ¡No es un tragaojos! ¡Y no pueden comérselo! —Repuso Luna, a la defensiva—. ¡SI LO INTENTAS LES PEGARÉ, ADEFESIOS!
— ¡Pero que gruñona! ¡Parece un topo-tigre rabioso! —comentaron entre sí los ogritos.
— ¡Dímelo a mí! —Suspiró Luis—. ¡Yo tengo que aguantarla todos los días!
Raúl se despertó instantes después, luego de que la esposa del jefe Breen le reanimase con una bebida extraña, de sabor profundamente desagradable. Aunque eso sí, tuvo en él un efecto curativo casi milagroso, haciendo desaparecer en él todo el dolor que su cuerpo experimentaba.
En cuanto los demás chicos le explicaron la situación, Raúl les dio las gracias a Breen y a su mujer por acogerlos en su casa, así como también por aquella bebida sanadora.
— ¡Ya me siento como nuevo gracias a ella! ¿Qué era, por cierto?
— ¡Oh! Eso solamente era un poco de leche de cuy-murciélago, un poco echada a perder… ¡Igual tiene efecto curativo! Yo la estaba guardando para hacer queso…
—Leche… ¿Leche de qué…? —inquirió el joven, preguntándose si los cuyes de ese mundo serían iguales a los cuyes del mundo donde él venía.
Y recién entonces él notó que Alex tenía un ojo morado y el brazo todo lleno de arañazos.
— ¿Y a ti qué te pasó?
—Estuve jugando un poco con los ogritos al tres en raya. Parece que las reglas de este mundo para ese juego son un poco diferentes al nuestro…
— ¡Sí! ¡Sus reglas incluyen muchos más puñetazos y patadas! —Añadió Luis, también con un ojo morado y la nariz rota.
Por lo menos el guiso humeante de tragaojos resultó ser mucho más delicioso de lo que los chicos esperaban: ¡El Jefe Breen sí que no mentía cuando decía que sólo había que cocinarlo bien!
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