La reservación de Ander era en el restaurante de un hotel de lujo a la orilla del mar, en una zona exclusiva para el turismo más pudiente que visitaba Marvilla, repleto de increíbles construcciones de paredes blancas y cristal, y preciosas palapas cuyos caminos, a esa hora, con el atardecer cayendo, se iluminaban con antorchas clavadas en las piedras o la arena. Una zona que Gabriel había visitado dos veces. Una, durante la celebración de graduación de la universidad, y la otra, en la boda de un familiar.
Esa boda, ocurrida hacía un año, avivó el interés de sus padres por verlo casado.
Felicidades a la pareja, y sus auto condolencias por las consecuencias.
A un lado del lujoso Jaguar, Gabriel estacionó, además de su modesto transporte, las memorias de lo sucedido en la cama de su cliente, a favor de preocupaciones de mayor interés: en un sitio así, Ander debía ser bastante conocido y, si lo veían con él, ¿qué pensaría la gente?
El letrero neón que aseguraba llevar pegado a la frente se encendió de vuelta, haciendo de sus pasos un andar rígido. Las manos sudándole a raudales.
Ander lo observó de soslayo y no dijo nada, prosiguiendo su caminar.
El botones los recibió, guiándolos a la recepción o, más bien, guio Ander.
A una distancia de cinco pasos, Gabriel se detuvo en el intercambio de cortesías entre el personal y el CEO de Antares. La luz blanca empotrada en las paredes de moqueta, era una desalmada lampara de interrogatorio.
Quería irse, pero si lo hacía se vería sospechoso.
El debate oscilando del punto A, de querer irse, al B, de quedarse para no llamar la atención con su partida, no tardó en ser interrumpido por Ander colocando frente a sus ojos la tarjeta de una habitación, aunque sí tardó en entender la intención del objeto. Cuando lo hizo, su rostro se puso pálido y, encima de ese blanco, hubo un rojo intenso, rogando que nadie más viera ese simple rectángulo de plástico que, en sus gramos de peso, ocultaba una tonelada pecaminosa de revelaciones.
—Para después —dijo Ander, y la guardó en su bolsillo.
El botones se acercó de nuevo a escoltar a Ander al restaurante. Él se negó, alegando que conocía el camino y, enseguida, retando al destino, le tomó la mano.
—El hotel se distingue por ser particularmente discreto —le informó, como si eso debiera darle calma, yendo de la recepción al restaurante—. Además, saben que el patrocinio de Antares podría abandonar su barco, si no muestran su gratitud de la manera adecuada a la situación.
—Eso no significa que debamos —tiró suavemente de su brazo, descubriendo que Ander no colocó ninguna resistencia a soltarlo—…
Si lo agradeció o lo lamentó, no lo tuvo en claro, más se obligó a pensar que fue lo primero, yendo a su lado, sin juntarse demasiado, aliviado de que Ander no diera muestra de ofenderse o insistir.
Al ser llevados por una mesera a una de las mesas VIP del restaurante, con vista al mar a través de unos enormes ventanales polarizados, la mesa rodeada de biombos brindando privacidad a los comensales, Gabriel reconoció el sitio.
Él había preparado la publicidad para el hotel y restaurante, hacia un año, como dijo Ander, siendo parte de la colaboración de Antares con la cadena de hotelera que lo construyó.
En su tiempo, al ver las fotos, había creído que nunca podría ir a un sitio como aquel, y menos ocupar una de sus zonas VIP y… Ahí estaba, sorprendiéndose otro día con que todo eso que se dijo que nunca tendría, que nunca pasaría, estaba pasando.
Deslumbrado por el lujo, se sentó, sus labios se curveándose en una sonrisa amplia e ilusionada.
—Una vista preciosa.
Asintió, retornando de la escena del mar morado y naranja, enmarcado por un espectáculo de antorchas, a Ander, para continuar dándole la razón, notando que el comentario del CEO no hacía referencia al mar.
Lo veía fija y descaradamente, impidiendo que esquivara el halago.
Bajó la vista a la mesa tomando el menú facilitado por la mesera, que se había retirado dándoles unos minutos para elegir con calma su orden, ocultando detrás de la lista de alimentos su vergüenza.
—¿Me dirás por fin la propuesta que mencionaste?
—No.
La contundente negativa lo hizo volver a ver a su estafador con el ceño apretado.
—No aún —aclaró Ander—. ¿Te imaginas que mencione alguna clausula indecorosa y traigan la comida a mitad de oración?
Un punto a favor que le hizo un nudo en el estómago, preguntándose qué tenía en mente Ander.
A favor de la calma, y de prepararse mentalmente para una negativa y poner un alto al sueño que era maravilloso, y peligroso, apartó el tema centrándose en el listado de platillos con nombres rebuscados cuyos precios superaban con creces cualquier costo que hubiera pagado por… Cualquier comida.
Llegando a las bebidas, los precios no hicieron más que dispararse.
Sabía, por su área de trabajo y la situación de Marvilla, que había mucha gente dispuesta a excentricidades como esa, turismo de cartera generosa. Sin embargo, de saberlo a sostener una carta con las pruebas del alcance de esas personas, había un trecho gigante que, dentro de las capacidades de su bolsillo, lo estaban orillando tentadoramente a pedir agua alegando no tener hambre.
Al revisar el costo de una botella de agua, aunque era viable, de inmediato supo que sería el agua más costosa de su vida.
La mesera llegó y, adelantado a su intención reservada, Ander solicitó una serie de platillos que Gabriel no tuvo ningún problema en recordar como los más caros del menú. Para terminar, solicitó un par de postres que incluían láminas de oro, y una botella de un vino cuya conversación alrededor de él, lo mareó lo suficiente para establecer que ese “buen gusto” alabado por la mesera, era equiparable a la cantidad de ceros con la cual haría mejor maridaje que con la tabla de quesos recomendada.
Sin saber cómo pagaría una extravagancia como la que llegaría a su mesa, dejó ir a la mesera sin refutar.
—Estás más blanco que la mesa —Ander soltó una risa corta—. Tranquilo. Yo invito.
El alivio llegó y se fue, en esa montaña rusa de emociones a la que su estómago estaba tratando de acostumbrar desde el día anterior.
Pensó en declinar, y la idea no le duró mucho, al entender que sería imposible. Estaba seguro de que Ander no lo dejaría.
Bueno, al menos podría disfrutar de una buena comida antes de rechazar lo que fuera que tuviera en mente el cliente que sus padres le rogaran, cuidara celosamente, al ser la razón por la cual Figgo terminó por ser reconocido y pasar de ser una agencia cualquiera, a una de éxito considerable. No un monstruo, porque aún les costaba cubrir las facturas a fin de mes. Sí lo suficiente importante para cumplir las expectativas de Antares de seguirle el paso a su crecimiento.
Si lo veía bien, Figgo, en muchos aspectos, era como si trabajaran casi en exclusiva para Antares.
Una presión extra aplastando la idea de rehusarse a lo que fuera que le pidiera.
Durante los siguientes minutos, Ander le dio un respiro cumpliendo su palabra de bordear la razpon por la que estaban en el restaurante, hablando del nuevo proyecto que tenían en conjunto sus empresas. Gabriel habló y Ander escuchó, y eso segundo, la apertura y atención que le dio, proveyó al presidente de Figgo de un oasis de libertad en el que se sintió confiado a proponer un par de ideas.
Hacer la presentación por medio de redes sociales, a la par que se hacía la presentación en vivo con Kyara, estaba previsto, más no el incluir a más streamers. La idea le gustaba a Ander, sumando el trabajarlo como videoreacciones, invitando pequeños y grandes streamers, y unboxing sorpresas para terminada la transmisión, con algunos de ellos.
Gabriel aterrizó la idea y los detalles, olvidando por completo el tema anterior, escribiendo apresurado en una servilleta, con un lapicero que pidió a la mesera que le dedicó una mirada llena de extrañeza, como si nunca antes un comensal hubiera ocupado un espacio VIP con tal confianza para trabajar, en presencia de un hombre como Ander.
Los platillos llegaron cuando empezaba a dolerle la mano de tanto garabatear, ignorando la mirada con que Ander, durante su estallido de energía y entrega a su trabajo, lo observó.
El gris de sus ojos cubriendo su imagen, asechando sus movimientos.
Los extravagantes platillos le abrieron el apetito de inmediato, con su fragante aroma y su hermosa presentación, a pesar de que las porciones estaban peleadas con la dimensión a la que estaba acostumbrado, siendo una persona común.
Ander le quitó el lapicero de la mano, pese a la protesta que hizo, y lo regresó a la mesera, dando por terminada la parte del trabajo, e inaugurando la de la comida.
—Más tarde me agradecerás el que te haya echo comer.
Aun absorto en las ideas revoloteando en su cabeza, Gabriel no captó la indirecta y soltó el aire en resignación, recibiendo la copa que Ander le ofreció.
Apuró la copa de un trago, y Ander se echó a reír.
—¿Qué?
—Que nunca había visto a nadie beberse una copa de más de dos mil dólares, de un Romanée Conti, con tanta prisa.
El fantasma del trago, que ya había pasado de la boca a su estómago, se regresó por su tráquea y se le atoró entre las vértebras, haciéndolo toser.
—¡¿Dos mil qué?! —imposible— Tienes que estar bromeando conmigo.
No había visto el precio de los vinos en su totalidad, más intuía que el solicitado por Ander se hallaba en las páginas finales del menú, siendo de los en verdad costosos, aunque no creía que tanto.
En vez de responder, Ander removió la copa entre sus manos, haciendo un gesto para que lo imitara.
—Idealmente empezaríamos buscando los colores y olores del vino. Nos saltaremos esos pasos —le guiñó el ojo—, e iremos directo al gusto.
Bebió un sorbo y lo removió elegante por su paladar, asomando la nariz, con el vino en la boca, al interior de la copa,
Sin saber qué debería encontrar, Gabriel lo siguió, sin siquiera una pizca de la elegancia con que Ander lo hizo. Torpe y nervioso, al punto que, al momento de oler el vino, se pasó el trago.
Avergonzado, fingió que nada pasó. Con un brillo burlón en el gris de sus ojos, Ander no dejó pasar el desliz, procediendo a evidenciarlo, de una forma que carecía de crueldad o altanería, genuinamente divertido, aligerando el ambiente, ofreciendo a la cabeza de Gabriel un sitio engañosamente seguro para relajarse pese a saber que, en cualquier momento, la burbuja se rompería y en la mesa quedaría el motivo por el cuál estaban ahí.
Con el postre, Ander le indicó a la mesera que no los interrumpieran en adelante.
La mujer asintió y se marchó.
En la mesa dos, elegantes rebanadas de pastel de trufa de chocolate, adornados con láminas de oro, junto a dos cafés, y hicieron compañía a dos hombres que cambiaron las risas por una convivencia densa.
El momento había llegado.
—¿Cuál es la propuesta? —y Gabriel sabía que darle vueltas al asunto sería peor.
—Anoche nos la pasamos muy bien.
Sin duda, y por mucho que Gabriel quisiera o intentara negarlo.
—Y, por lo que entendí, tus padres desconocen por completo tu orientación, ¿cierto?
Negarlo sería una tontería, así que asintió con pesadez.
—Lo suponía. Tu padre es un hombre trabajador y directo…
Estaba acostumbrado a la lluvia de halagos hacia su progenitor, por parte de sus clientes y conocidos, y lo habría sentir orgulloso… En otro contexto. No al hablar de un tema por el cual, sin dudarlo, su padre lo rechazaría.
—Me agrada.
¿A quién no?
Fundó Figgo, consiguió trabajar para Antares, creó las campañas más exitosas e innovadoras de marketing y publicidad para esta, ayudándole a ganar reconocimiento a nivel mundial; y, para terminar, era un hombre entregado a diversas causas benéficas, en especial relacionadas con la iglesia.
Y no sólo él, también su madre, aunque ella era menos conocida entre sus clientes, al estar más envuelta en el área administrativa.
Los dos eran el equipo de ensueño, con el hijo de ensueño, su más grande y recto orgullo, que la noche anterior se había empinado para su cliente principal.
—Pero, es muy conservador.
Ander apoyó los codos en el borde de la mesa, enlazando los dedos, sosteniendo su mentón, trenzando una red con la cual lo atrapó, tirando de su atención:
—Y, como te dije, te quiero a ti.
El rostro de Gabriel pasó de la depresión en sus gestos, al azoramiento.
—Tú quieres estar con un hombre, yo estoy harto de tener que buscar a alguien para quitarme las ganas, y estar haciendo malabares para que no me descubran, así que, ¿por qué no unimos fuerzas y disfrutamos juntos como “buenos amigos”?
—¿Malabares?
La elocuente mirada de Ander confirmó sus sospechas detrás de la duda.
A pesar de que se le conocían múltiples parejas femeninas a Ander, había otras parejas, hombres, de los que nadie tenía cuenta.
—Es cansado ocultar mis preferencias. Detalle que, supongo, entiendes mejor que yo.
Suponía bien.
Una vida cuidándose del qué dirán, de que su secreto no se supiera, de alejarse de la tentación, para encontrar una propuesta de ese tipo con el hombre que menos hubiera imaginado.
—Es más —dio un vistazo al postre—, si no quieres verlo como una propuesta, puedes verlo como un contrato.
Una idea aún más descabellada.
—Yo te contrato para ayudarme a dejar de buscar con quien acostarme y a cambio te doy, además de placer seguro —indiscutible—, una forma de dejar contentos a tus padres. Dudo que ellos se sientan mal si su hijo hace buenas migas con el dueño de Antares, ¿no crees? Podría sacarte de apuros cuando fuera necesario. De ese modo seríamos tapadera el uno del otro.
Aunque era un trato tentador, pensó en un par de objeciones, hasta que la última parte de la propuesta se asomó por una esquina de su mente.
Si se excusaba en el trabajo, y en estar dedicado por completo a los proyectos de Antares, lo suficiente para no tener tiempo de buscar una futura señora De la Cruz, conseguiría que lo dejarán en paz, al menos durante un rato.
Si usaba de excusa a Ander, sus padres lo dejarían tranquilo.
Si usaba a sus padres de excusa, aceptar el “contrato” de Ander, no sonaba tan mal. Si usaba esa excusa, vender el empeño puesto en aparentar ser “normal”, por placer, por ser usado, no lo haría sentir tan mal consigo mismo.
—Si es un contrato —apretó los puños sobre los muslos—, con el cliente principal de la agencia, no me queda más que aceptar.
—¿Y tienes que decirlo así de seco? —el entrecejo de su rostro de portada de revista se arrugó, dramáticamente inconforme— Se un poco más lindo, ¿quieres? Piensa que también tengo corazón.
Aunque en el fondo no tenía dudas de que aquel rostro dolido era una mentira, fue incapaz de negarse a su petición.
—Acepto el contrato de…
—Salir conmigo.
La aclaración fue, tanto como la propuesta, tanto como cada uno de los sucesos ocurridos en las últimas veinticuatro horas, inesperado. Aun así, asintió.
Era la forma de hacer las cosas de Ander, y si iban a mantener la farsa de buenos amigos, debía acostumbrase pronto.
—Salir contigo.
Comments (0)
See all