1
El viejo y leal Zangus habría de despertar de su sueño apenas una hora después de haberse quedado dormido: Necesario fue que el jefe Breen le retuviese enlazándole una soga alrededor de la cola, puesto que dicho animal ya parecía a punto de salir disparado como un cohete, y por poco se marcha sin quienes debían viajar montados sobre su lomo.
— ¡Caramba, amigo! —Exclamó admirado el líder de aquella comunidad de ogros—. ¡Jamás en mi vida te he visto cobrar impulso de esa manera!
— ¡Te dije que mi brebaje espumeante super-energizador serviría mejor que cualquier cháchara motivadora! —Señaló orgullosa Jemoen, saltando como un canguro a lomos de aquel gliptodonte—. ¡Partamos ahora mismo, o no llegaremos a tiempo para la migración de los manatíes desérticos!
— ¡Suban ya, chicos! —ordenó el jefe Breen—. ¡Ya se nos escapa nuestro medio de transporte!
Los chicos se treparon lo mejor que pudieron a lomos de aquel inmenso animal, el cual bramaba como loco para que lo dejasen ir.
— ¡Qué pena que tengan que irse tan pronto! —alcanzó a decirles la esposa del jefe Breen, antes de que el viejo y leal Zangus partiese—. ¡Si algún día regresan a nuestra aldea, prepararemos un gran festín de tragaojos en su honor!
— ¡Adiós, Guardianes! ¡Adiós, adiós! —les gritaron desde la distancia varios ogritos, alzando ambas manos en señal de despedida mientras el gliptodonte que llevaba a los cuatro niños se iba perdiendo de vista en el horizonte, enrumbándose con dirección hacia el territorio donde los manatíes desérticos habitaban.
2
Pasado un rato, Zangus fue perdiendo su increíble impulso de bólido, y poco a poco fue disminuyendo la velocidad de su paso, hasta que por fin su paso se tornó casi tan lento como el de una tortuga.
—Ya debe estar pasándosele el efecto de mi brebaje… —comentó Jemoen, rascándose la verruga peluda que tenía en la nariz—. ¡Será mejor que le dé un poco más!
— ¡Ni pensarlo! —Fue la categórica contestación del jefe Breen—. ¡Un solo trago de esa porquería puso como loco al pobre animal! ¡Otro trago más podría matarle!
— ¡Pero tú sí que eres un bruto malagradecido! —Refunfuñó la bruja, frunciendo el ceño de una manera tal que bien podría pensarse que se había convertido del todo en un perro bulldog—. ¿Todavía dudas con respecto a mis pócimas aún después de haber visto su efecto? ¿Aún después de que tú y tu gente llevan beneficiándose de ellas tantísimos años? ¡MUESTRA UN POCO MÁS DE RESPETO, SALVAJE!
—Yo no dudo del efecto de sus pócimas, señora…—comentó un sumamente mareado Alex—. Pero…Apreciaría que bajemos un poco más la velocidad…O si no voy a terminar vomitando todo mi desayuno, almuerzo y la carne de rata con sabor a cabanossi…
— ¡Cómo se nota que no resistes nada! —se mofó Raúl, a pesar de que él también se encontraba un tanto mareado por tan apresurada travesía.
Los cuatro chicos habían tenido que permanecer hasta ese momento firmemente asidos de la piel de lobo que el jefe Breen traía puesta, a fin de no caerse del lomo de Zangus, pero en cuanto el avance de dicha criatura fue tornándose más pausada, ellos tuvieron entonces la oportunidad de relajarse un poco más, admirando el grandioso paisaje que tenían a su alrededor: Kuj era un desierto de lo más singular, asemejándose sus arenas rojizas la superficie de Marte, presentándose allí Numerosas formaciones rocosas que se asemejaban a grandes bestias dormidas, y en muchas de esas formas se presentaban unos impresionantes geoglifos con formas de plantas, animales, así como también figuras humanoides y objetos extraños.
— ¿Y esas líneas de Nazca? ¿Quién las dibujó? —preguntó Alex al jefe Breen.
— ¿”Líneas de Nazca”? —cuestionó a su vez el ogro, con gesto extrañado.
—Se refiere a las marcas de los Antiguos Dioses…—señaló la bruja Jemoen—. Pocos en la tierra de Danann lo recuerdan, pero miles de millones de años atrás, vivió en este mismo mundo una tribu de dioses, que ofrendaron su vida para salvar al Universo de la Anti-Vida y los Señores del Abismo. Como un último legado antes de desaparecer, esos viejos dioses dejaron tres huevos en este planeta: Del primer huevo, que estaba hecho de oro surgieron los Guardianes Místicos y todos los animales sagrados. Del huevo de plata, nacieron los ogros, los Mawaris y los Elfos. Del tercer huevo, de bronce, surgieron los seres humanos y los animales comunes y corrientes…
—Jamás en mi vida he escuchado una leyenda semejante…—repuso el jefe Breen, encogiéndose de hombros.
— ¡Eso es porque eres un bruto que no sabe nada de nada! ¿De dónde crees tú que surgieron los Guardianes Místicos entonces? —cuestionó Jemoen.
—A mí me contaron que en el principio de todas las cosas, no había más que oscuridad., hasta que un buen día surgió de esa oscuridad una enormísima ballena, tan grande como una galaxia, que nadaba en medio de las tinieblas como puede nadarse en las aguas del océano. Esa ballena llevaba dentro de sí la esencia misma de la vida. Pero no bien acababa de nacer, la Anti-Vida se dispuso a aniquilar a la noble ballena primordial, haciendo que los Primeros Señores del Caos surgiesen de las tinieblas como cazadores armados de arpones, que la persiguieron a través de la inmensidad: A veces, los arpones conseguían herirla, pero nunca matarla. Y de sus heridas brotaba una sangre sagrada, que salpicó la oscuridad de estrellas y planetas. Y mientras más avanzaba la ballena, el Universo iba llenándose de Vida y Luz…
Al final, la Ballena Sagrada terminó volviéndose una sola con la esencia del cosmos, transformándose en la Voluntad del Universo, que cada cierto tiempo nos envía numerosos héroes para la protección, de todos nosotros sus hijos.
—Debo decir que ese cuento me gusta un poco más que el de los tres huevos…—comentó Luis.
— ¡Sí! ¡Es mucho más bonito! —agregó Luna.
— ¡Bah! ¡Puras fantasías! —Masculló un tanto despectivamente Jemoen—. ¡Será un cuento muy bonito, pero no tiene ni siquiera una sola pizca de verdad!
— ¡Puedes burlarte lo que quieras, pero eso es lo que mi gente cree! ¡Y mi gente te ha acogido en su aldea desde hace siglos, así que tú podrías un poco más de respeto! —alegó el jefe Breen.
Raúl, por su parte, reconoció a algunas especies de animales sudamericanos apareciéndose por los alrededores: Suris, vicuñas e inclusive llegó a ver un zorro colorado transitando solitario en los alrededores, que observaba a los viajeros con gesto curioso, antes de alejarse corriendo a toda prisa.
Y desde luego, también habían otras criaturas de lo más curiosas, muy distintas a cualquier otra que pudiese haber en la tierra, reuniendo en sí tanto características vegetales como animales, aunque la mayoría de las mismas no parecía ser de muy gran tamaño: Así por ejemplo, lo que ellos habían considerado en un principio como una planta rodante se revelaba luego como una suerte de topo-puercoespín que en seguida se perdían de vista excavando bajo tierra.
Había también plantas parecidas a cactus y puyas, muchas de las cuales extendían luego sus hojas a manera de alas y echaban a volar.
—Necesito ir al baño…—dijo Alex—. ¿Dónde hay un baño por aquí?
— ¡Yo también necesito ir al baño! ¿Cuánto falta para que lleguemos?
—Falta mucho, la verdad…—comentó el jefe Breen—. Ya va a ser de noche, y en cuanto el cielo se oscurezca, mi viejo Zangus no va a querer dar ni un paso más. Acamparemos entonces. Ni antes ni después.
— ¿Y hasta que se haga de noche, dónde iremos al baño? —Insistió Alex—. ¡En serio, mi vejiga necesita vaciarse ahora!
—Toma—le dijo el jefe Breen al muchacho, extendiéndole un envase vacío, parecido a una cantimplora hecha de arcilla—. ¡Esta botella debe bastarles a los dos!
—No quiero ni imaginarme la solución que nos darían si tuviésemos que hacer del número dos…—repuso Alex, intercambiando una mirada de desagrado con Luis, a quien tampoco le hacía mucha gracia la idea.
3
Cuando por fin se hizo de noche, Zangus cesó por completo su avance, y cerró sus ojos, quedándose profundamente dormido. Por mucho que intentase azuzarle la vieja Jemoen, el animal siguió sin responder, emitiendo una serie de extraños ronquidos que se oían casi como los ruidos de un cojín pedorrero, para diversión de Alex y Luis.
— ¿Sabes qué? ¡Creo que ya encontré a mi animal favorito! ¡No me cansaría de verlo dormir! —le comentaba el regordete muchacho a su amigo, quien apenas si podía contenerse las carcajadas.
— ¡Qué par de bobos! —bufó Luna, para quien esa clase de humor no tenía ni una pizca de gracia.
— ¿En serio les da tanta risa algo como eso? —Opinó Raúl, poniendo una mueca super-seria en su rostro—. ¿Qué acaso tienen ocho años?
— ¿Y tú qué edad tienes para que los ruidos de pedos no te den risa? ¿Eres acaso un viejo amargado disfrazado de niño?
—La verdad es que a mí los ruidos de pedos sí me dan un poco de risa…—admitió el jefe Breen.
— ¿Lo ves? ¡También a los adultos les da risa! ¡Tú sólo eres un revejido amargado!
— ¡Pues es una tontería! ¡En vez de tanto hablar de pedos, deberían ayudarme a preparar una fogata, a fin de que tengamos una manera de preparar la cena! —opinó Raúl, tratando de visualizar en los alrededores cualquier tipo de vegetación que pudiese servirle para tal propósito.
—Oh, deja que me encargue de eso, muchacho—intervino la anciana Jemoen, quien en seguida hizo brotar de su sombrero-pájaro numerosas ramas secas, ¡E inclusive una cacerola!
— ¿Cómo es que le cabe todo eso dentro al pajarraco ese? —le preguntó por lo bajo Alex al jefe Breen.
— ¡Ni me lo preguntes muchacho! ¡Hasta la fecha no conozco a ningún ogro que haya sido capaz de sonsacarle un secreto a la bruja esta!
4
La bruja Jemoen encendió un fuego púrpura en las ramas secas que había juntado, valiéndose de una pequeña esfera de ese mismo color que sacó de uno de los pliegues de su vestido.
Después de que fuese cocinada en la cacerola unos trozos de carne de tragaojos, la anciana les contó a los muchachos sobre los manatíes desérticos:
—Normalmente son criaturas pacíficas, pero de tan enormes que son, podrían terminar lastimándoles sin siquiera proponérselo… ¡Usen las sogas reforzadas para atarse a cualquiera de sus aletas delanteras! Pero de ninguna manera intenten atarse a las aletas de su cola… ¡Esa parte de su cuerpo sí que es imposible de controlar, de tan violento que es el impulso que toman al momento de desplazarse! Eso sí, no crean que es fácil mantenerse asidos de las dichosas aletas delanteras… ¡Y más les vale que tengan bien puestas las máscaras de arcilla especial que yo les daré! ¡Si no, van a terminar con arena roja hasta los pulmones!
Eran muchas y muy complicadas las instrucciones que les eran dadas por aquella vieja ogresa. Ni siquiera Raúl estaba seguro de poder memorizárselas todas al momento de la verdad, pero aun así escuchó con mucha atención, por muy enredadas, confusas y tediosas que fuesen todas aquellas prevenciones dadas por aquella bruja.
De todo lo que ella les dijo, el muchacho habría captado por lo menos un 50% de la información. Al menos eso era bastante más que lo que captaron Alex, Luis y Luna, cuyo usualmente bajo déficit de atención únicamente les permitió entender apenas un par de cosas muy elementales.
Básicamente, entendieron que:
1) Debían usar las máscaras especiales de arcilla para no terminar con arena en los pulmones.
2) Debían mantenerse alejados de las colas de los manatíes desérticos si acaso no querían terminar machacados como insectos.
En gran medida, a eso podían resumirse los numerosos consejos dados por la anciana Jemoen, quien también había querido hablarles de los Mawaris, pero ya se había hecho muy de noche ya, y era necesario que los niños se fuesen ya a dormir, a fin de tener energías para la travesía que deberían realizar durante la mañana siguiente, y más aún, para poder sobrellevar la proeza de viajar asidos de un manatí desértico.
Bajo la luz de las estrellas, los geoglifos en los alrededores resplandecían maravillosamente, refulgiendo sus contornos con todos los colores del arcoriris.
Esa noche, a pesar del temor y la inseguridad que los chicos experimentaban con respecto al incierto destino que corrían en ese mundo extraño, de igual manera fueron capaces de dormir fantásticamente bien, soñando con ballenas que atravesaban la inmensidad del cosmos, dejando tras de sí un polvo estelar que daba origen a nuevos mundos de paradisiaca belleza.
Raúl no había tenido un sueño así de hermoso desde hacía mucho, mucho tiempo…
5
Sin que los niños lo supieran, desde lo profundo del mar colindante con el continente de Meddi, ocho descomunales figuras de aspecto humanoide emergieron monstruosamente, enrumbándose luego con dirección hacia el desierto Kuj.
Cada paso que daban dejaba tras de sí un espeluznante rastro, semejante a una estela sombría que hacía marchitar la vida a su alrededor.
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