Todo aquel viaje fue una verdadera locura:
Los manatíes desérticos saltaban y se zambullían en medio de las rojas arenas del desierto Kuj como si de agua se tratase, a veces llegando a hundirse tanto que por un momento pareció que algunos de ellos tenían planeado iniciar una nueva vida en las profundidades: Era precisamente en esos momentos cuando los cuatro chicos se sentían verdaderamente agradecidos de traer puestas las máscaras de arcilla especial que les había preparado la bruja Jemoen: De otra manera, tal como ella misma les había advertido antes, habrían terminado tan llenos de arena que hasta por las orejas se les habría salido a borbotones.
Xamic no traía consigo una máscara, acaso porque Jemoen supuso que un animal mágico como lo era él no lo necesitaría: Se encontraba atado alrededor del torso de Luna, quien a su vez se esforzaba por protegerle lo mejor posible entre sus brazos.
— ¡Resiste un poco más, por favor! —intentó gritarle la chiquilla, más el clamor a su alrededor era tan ensordecedor que era imposible escucharle, sumándose a eso además que los manatíes de cuando en cuando se daban coletazos, aletazos e inclusive cabezazos entre sí: A veces parecía como si estuviesen jugando rudamente, de forma similar a como lo hacían los ogritos bebés, aunque en un momento dado el manatí de cuya aleta estaban atada los cinco viajeros fue embestido de tal manera por uno de sus congéneres, que bien podría creerse que un salvaje enfrentamiento tenía lugar entre estos dos animales, casi tan enormes como ballenas.
A su vez, aquel manatí le devolvió la embestida al otro, chocándose las aletas de ambos, en un movimiento de tan tremenda brusquedad que los niños pudieron darse una idea aproximada de lo que deberían sentir los personajes de las caricaturas cuando les cae encima un yunque o una roca gigante.
Alex pegó entonces toda clase de lisuras; mientras que Luis solamente se le ocurría rezar al Señor de los Milagros y a todos los santos que conocía para que él y sus compañeros pudiesen salir vivos de esa.
“¡Esto es de nunca acabar! ¿Acaso este desierto es infinito?” pensaba Raúl, mientras los manatíes se zambullían una y otra vez en la arena, a través de cientos, quizá miles de kilómetros.
¿Cuánto tiempo había transcurrido desde el comienzo de aquel viaje tan abrumador? Quizá no más de quince o veinte minutos. Pero se sentían como toda una eternidad.
Una dolorosa, aplastante eternidad.
Aquello era como ser revuelto por una licuadora descomunal, pareciéndoles a los chicos que en cualquier momento ellos terminarían siendo despedazados y triturados, hasta quedar reducidos a nada.
¿Cómo pudo ocurrírsele a Lavinia que viajar de esa manera era una buena idea? ¿Cómo?
“¿Y qué tal si ella no es amiga de ustedes? ¿Qué tal si lo hizo para destruirlos?” sugirió una aborrecible voz dentro del inconsciente de Raúl, voz que se escuchaba muy similar a la del maligno de Erebo.
¿Acaso esa maligna entidad habría conseguido entrar en su mente de alguna manera? ¿O era esa la voz de sus propias dudas ante el supuesto destino como Guardián Místico?
“¿Cómo sabes que ella te dijo la verdad? ¡Toda esta travesía bien podría no ser más que parte de un engaño! ¡A LO MEJOR TAN SÓLO TÚ Y TUS COMPAÑEROS SON PARTE DE ALGÚN RITUAL DE SACRIFICIO! ¿SE TE OCURRE PENSAR LA POSIBILIDAD DE QUE NO ERES NINGÚN HÉROE?
¿QUÉ TAL SI SOLAMENTE HAS VENIDO A ESTE MUNDO PARA MORIR, RAÚL?
¡YA DEBERÍAS HABER DEJADO ATRÁS TODOS TUS SUEÑOS RÍDICULOS!”
“Sal de mi mente…” pensaba enfurecido Raúl, como intentando exorcizar una presencia maligna existente en lo más profundo de su espíritu. “¡NO PIENSO OÍR NINGUNA MÁS DE TUS TONTERÍAS!”
¿Cuánto más?
¿Cuánto más iba durar ese viaje?
En un momento dado, las fuertes sogas anudadas por el jefe Breen comenzaron a ceder.
Alex sintió entonces como caía de un momento a otro hacia el vacío.
— ¡ALEX! —gritó Luis a todo pulmón, antes de que la cuerda que lo sostenía a él mismo se rompiese del todo.
Y de esa manera, los cuatro chicos cayeron y cayeron…
Hasta quedar sumergidos en un cuerpo de agua dulce, todo rodeado por manglares.
Fuertes oleadas se levantaron hasta ellos; los manatíes desérticos se zambullían ahora en el río donde ellos se encontraban: La tercera de esas oleadas tuvo una intensidad tal que los viajeros terminaron volando por los aires, para luego caer en medio de la espesa copa de un enorme manglar, estrellándose después contra el suelo.
Esa última caída bien pudo haberlos matado, de haberse tratado de niños comunes y corrientes.
Pero tal parece que la vieja Jemoen no se había equivocado al decir que los Guardianes Místicos todo lo resisten…
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