[El Jardín Botánico funcionó.]
[Te lo dije. No parece del tipo con el que un par de flores bastan para arreglar malos entendidos.]
[Lo importante es que aceptó continuar.]
[Espera… ¿Lo importante? ¡¿No le dijiste?!]
[Como dije: lo importante es que aceptó continuar.]
[Eres cruel.]
No contestó, dando por finalizado el intercambio de mensajes, por el momento. Porque sí, respondería después, cuando llegara a su casa y tuviera la privacidad de la madrugada a su lado, en esas largas horas de desvelo que le esperaban al ser incapaz de conciliar el sueño con la naturalidad con que lo hace la mayoría.
Aunque contaba con un método para dormir sin problemas, no quería recurrir a las pastillas en la cómoda. No al tener tanto en que pensar, la cabeza dispuesta a dar espacio para hacerlo, con un triunfo en la bolsa y la posibilidad de obtener más.
Una larga noche lo esperaba.
Por el retrovisor notó que el Renault de Gabriel ya no se divisaba en la lejanía y fue su turno de marcharse.
* * *
Esta vez su consentimiento fue dado con la cabeza fría, sin la excusa del alcohol y entendiendo que, de cierto modo, su secreto y su placer estarían a salvo.
No era una sensación agradable reconocer que lo usarían o que usaría a otra persona para eso, pero fue reconfortante saber que habría una complicidad, pese a que nunca avanzaría a más. No por él, principalmente, porque tarde o temprano debería cumplir su obligación como hijo.
Al menos, por un tiempo, por el que se pudiera, saborearía la ilusión de, si no el amor, la lujuria carente de limitantes y miedos.
Colgando el saco en el perchero del recibidor, en su sencillo departamento de tres habitaciones ubicado en una zona de clase media, fue a la sala y se desplomó en el sillón individual, tras dejar caer en el de dos plazas una caja alargada en una bolsa de papel de elegante maquetación.
Quiso olvidarse de la moral, el corazón y la familia, y quedarse con el deseo y Ander.
¿Injusto de su parte? Seguramente, pero era su anhelo, el de un náufrago a la deriva, ahogándose, que emerge a la superficie a probar aire fresco, y ruega a olas que lo olviden y no lo remolquen de vuelta a las entrañas del océano.
Pensando en que esa noche podría prescindir de cenar y de ducharse, de revisar el folder que una vez más sólo fue de visita a su hogar, y de que podría cómodamente dormirse en el sillón, disminuyendo la cantidad de factores que arriesgaran las frágiles memorias, que infantil y egoístamente se permitió llamar “cita”; echó la cabeza hacia atrás cerrando los ojos.
Si se dormía, estaría bien.
Si sólo recordaba lo sucedido, también.
Todo en esa noche estaba…
Su celular sonó.
Durante el primer tono se negó a responder, dejando cualquiera que fuera el motivo de la persona para llamarle a casi medianoche, para después. Luego, al segundo, recordó que era el tono de llamada destinado a su madre.
Habría tomado la llamada con serenidad cualquier otro día, para saludarla y preguntarle cómo estaba, y seguir con esa charla que solían tener entre semana, poniéndose al tanto.
Su madre preguntaría por Figgo. Él preguntaría por la salud de ella y por la de su padre. Reirían con alguna anécdota, se contarían uno que otro chisme, y sería regañado por la hora hasta la que ella lo mantuviera despierto.
Colgarían luego de que Gabriel le deseara las buenas noches, prometiendo ir a cenar la semana siguiente, y su madre le diría en un tono de broma, al que a cada llamada le ganaba más el cariz de una genuina reclamación, que no pisara la casa sin una novia, alargando los minutos para recordar sus relaciones pasadas. Buenas chicas a las que, al ver de la mujer que lo parió, valdría la pena que volviera a contactar.
Cualquier otro día, no ese, en el que, por mal que se sintiera, se negaba a romper la burbuja con la que milagrosamente llegó a su departamento.
Para su infortunio, tenía que descolgar y atender.
Un mensaje del número desconocido, bien conocido, llegó interrumpiendo el desliz de su índice al icono verde.
[¿Te probaste el traje? Quiero verlo.]
Y, enseguida, para aclarar el tono de sus palabras, varios emoticones de fuego.
Se mordió el labio inferior.
Ignoró la llamada de su madre, el corazón latiendo en su garganta, experimentado la adrenalina que la mayoría disfruta durante sus años de adolescencia al revelarse a sus progenitores, no cuando se es un adulto con una empresa a cargo.
Tecleó a toda velocidad:
[Acabo de llegar a casa.]
[Mejor aún. Podrías enviarme fotos del proceso, o un vídeo.]
[Estás loco si piensas que lo haré.]
La prontitud de la respuesta que obtuvo evidenció que Ander la creó antes de que contestara: una foto que le arrancó de tajo cualquier rastro de pena o culpa, encendiendo, no sus latidos, sino su pantalón.
Era el penthouse de Ander.
Era el sillón individual de la sala.
Era el hombre con cada capa de la parte superior del traje desabotonada, luciendo al descubierto un torso que en su memoria era una parte seductora de las sombras y en esa imagen, por fin se revelaba a través de la nitidez otorgada por las lámparas empotradas en las paredes de la estancia, secándole la garganta y quemándole la consciencia.
Lo peor de la fotografía no era lo que se veía, sino lo que se acentuaba por la posición, y aún permanecía oculto por el pantalón.
[¿Me harás esperar?]
Las manos le temblaron al escribir, y las yemas se resbalaron torpes por la pantalla táctil.
Escribió.
Borró.
Escribió.
Borró.
Escribió.
Inconforme con cada respuesta. Desesperado al saber que Ander veía el “escribiendo…” en la parte superior de la ventana de la aplicación.
No se le ocurrían ni una oración ingeniosa que le diera tiempo de ir a su habitación a quitarse la ropa, para ponerse el costoso traje que Ander llevó para dárselo, e ir a la ópera. Cuando le preguntó por el traje en su oficina, no sólo estaba al tanto de que no lo compró, sino que se previno para atajar sus excusas con uno, a pesar de que al final fueron a un sitio distinto.
De entre los dos, el único con la capacidad y la experiencia para ser ingenioso era Ander… O… Quizás... No.
Borró.
Escribió:
[¿Te interesa más el traje o verme a mí desnudo?]
Contuvo el aire, preguntándose si su mensaje fue demasiado, y acalló la vocecita recatada al fondo de su cabeza apuntando a la eterna perdición, recordándose que Ander hizo algo semejante al reclamar su interés en los paisajes. El esfuerzo fue recompensando con una llamada que respondió al instante, yendo de prisa a la intimidad de su habitación, sentándose al borde de la cama con la respiración en un hilo y la luz apagada.
—No creo que estés listo para una videollamada, ¿o sí?
—Así está bien —convino, evitando que fuera a cambiar de medio.
La llamada sería suficiente reto para esa ocasión.
—Si me voy a conformar con escucharte, en vez de verte, o tocarte, tendrá que ser muy atento conmigo —el tono de su voz se agravó conforme las palabras abandonaron su boca, viajando a su oído, haciendo vibrar su tímpano con el sonido de su barítono—, Gabriel —y el remate fue perfecto.
El nombre de toda su vida convertido en un arma que lo hizo estremecer, a kilómetros de Ander.
Y no sabía qué más hacer. Su mente estaba en blanco.
—Recuéstate en la cama.
Iba a preguntar cómo sabía que estaba en su cama, pero se detuvo al admitir para sí mismo, que era un tipo lo suficientemente aburrido como para que fuera predecible el lugar en el que haría algo así. A diferencia de Ander, que parecía el tipo de persona que no tendría problemas en hacerlo en su sala, Gabriel requería tener privacidad de su cuarto aun en su departamento de soltero.
Se quitó los zapatos y se acomodó con la espalda recargada en la cabecera y las almohadas amontonadas en su espalda.
Apartando la marabunta anti-pasión de ideas, se acomodó en la cama, atento a que Ander le dijera como continuar.
Sin embargo, las instrucciones no llegaron y, en su lugar, lo que escuchó encendió su rostro y elevó de golpe la temperatura de su cuerpo.
Suspiros y una respiración rompiendo la línea de la normalidad, agitándose.
Se estaba…
Pasó saliva por el árido desierto de su garganta.
La saliva bajó por el hueco entre sus vertebras, y sus manos la acompañaron en busca de saciar su sed al llegar a la frontera de su pantalón, manteniendo el celular pegado a su oído con una mano. Con una destreza que no se conocía desabotonó la prenda y bajó el cierre.
Despacio, el sonido de su propio placer fue llenando la habitación y cruzando la distancia enlazándose con el de Ander. Al inicio, tanto sus dedos cerrados alrededor de su erección, como su boca siendo honesta, dependieron del cerco del pudor. Conforme Ander, sin ni un atibo de vergüenza fue marcando la pauta de su encuentro, jadeando su nombre, permitiendo que lo escuchara perdido en una fantasía de la que no tenía idea si era participe más allá de la voz, se olvidó de los qué-dirán y los no-debo.
Gimió y jadeó atreviéndose a tocarse como no recordaba haberlo hecho nunca, incluso bajando sus dedos a su trasero para juguetear con su entrada, sin ir a más.
Ander no parecía saber de él, más allá de los sonidos que emitía, entregado a su placer, y él, sólo rogaba en cada bombeo de su mano, ser quién ocupara su mente en ese instante. Ser quien yaciera en la ficción de su cama, o montando sus muslos el sillón, empalado por su hombría, sufriendo las embestidas de sus caderas, abordando sus labios y bebiendo sus jadeos con las piernas abiertas, acariciando su torso, abrazado a su espalda, la humedad de sus cuerpos restregándose de nuevo.
Sin palabras, en los sonidos que le dedicó, cediendo a la fantasía en que se concretaba la repetición que quedó pendiente, quiso colarse en el penthouse para ayudarlo, y convertir una solitaria masturbación en el acto que llenara sus entrañas, que se tatuara en su piel a besos y lo marcara.
Un gemido particularmente alto se atoró en su garganta, avanzando hacia el orgasmo, mientras pedía desesperadamente estar en los brazos de Ander.
Un poco más rápido.
El puño aumentó la presteza, manteniéndose en la parte superior de su miembro, esperando el anhelado clímax, moviendo las caderas convulso, como si pudiera atraer al hombre que lo hacía arder y olvidarse del cielo y el infierno.
Quería ser, en cuerpo y mente, quien estuviera con Ander.
Quería…
—Más, ¡más! —esa fue su voz rompiendo el indecente silencio del sexo a distancia—… ¡Ander! —alcanzando el orgasmo.
¡Quería…!
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