Efectivamente, Ikkena se puso a estudiar, pero no por eso dejó a su amigo solo. Al contrario, Song comenzó a pasar más tiempo en la biblioteca junto con él, aun persiguiendo la historia de la sirenita. De hecho, esto se volvió casi una obsesión para el príncipe, quien de alguna manera estaba convencido de que era algo real y que él podría hacer justicia para la desdichada criatura marina.
A los ocho años, Song había aprendido a nadar gracias a que su mamá, la reina Leira, quien a pesar de no poder hablar lograba darse a entender, le enseñó en el río que corría a través de la isla de Themnarq.
Sin embargo, cuando él le pidió nadar en el mar, ella no sólo se negó, sino que hizo a su esposo explicar por qué no le permitirían tocar ni una gota del océano: —No te dejes guiar por los cuentos que alaban al mar. El agua allí es demasiado poderosa, te arrastrará al fondo y te ahogarás. Además, hay muchas criaturas peligrosas, como son los krakens, las cecaelias y las sirenas. Incluso los tiburones se han comido a algunos hombres.
Así que Song comenzó a visitar el mar a escondidas. Por suerte, bajo el piso de la biblioteca había un túnel de emergencia oculto, que le permitía llegar hasta la costa. Ikkena lo solapaba siempre, diciendo que el príncipe se encontraba estudiando en la biblioteca y no permitiendo que nadie más entrara allí "para no desconcentrarlo".
Ambos chicos habían improvisado un espacio para asearse y cambiarse de ropa al interior del túnel, así que nadie se daba cuenta de que Song se iba al mar casi a diario.
A los catorce años, esta rutina estaba tan fija en su vida que la gente del castillo sabía perfectamente que durante la tarde no debían acercarse a la biblioteca, y de hecho ni siquiera sospechaban que el príncipe no estaba allí.
Justo en la tarde del cumpleaños quince de Song, cuando se celebraría con el baile para presentarlo en sociedad y comenzar a buscar una candidata para ser su esposa, él tardó mucho más de lo normal en regresar al castillo, al punto de que Ikkena decidió arriesgarse a ser descubierto por algún listillo que quisiera entrar a la biblioteca, y tomó camino por el túnel hasta el océano.
Por suerte no era un trayecto muy largo, y quince minutos después llegó a una pequeña bahía, donde el mar azul tocaba la arena calmadamente. Cerca de la orilla, Song se había sentado sobre una gran piedra, y trataba de abrir un caparazón que parecía un poco extraño.
Ikkena se acercó a la orilla, tratando de no mojarse, y tras llamar la atención de su amigo con un silbido, le hizo señas para que fuera con él.
Song saltó de vuelta al agua y nadó el corto espacio que lo separaba de la arena, poniéndose en pie hasta que llegó frente a Ikkena, quien no pudo evitar reírse al verlo actuar así, aunque después de mirarlo mejor, se quedó callado. Nunca había podido ver el cuerpo del príncipe tan bien como en ese momento. Era muy fuerte y atlético, de seguro por tanto nadar, y el joven bibliotecario se sonrojó ligeramente, sintiendo que veía algo exclusivo y casi sagrado. Se sintió muy tentado a tocarlo para comprobar si era tan agradable como se veía.
Pero Song estaba más centrado en su caparazón, y se lo extendió a su compañero, sacándolo de sus reflexiones: —¡Esto es una locura! ¿Ves este caparazón cerrado? Es parte de un collar sin duda, aún tiene un poco de la cuerda, pero mira, esto es todavía más increíble.
Ikkena prestó atención al caparazón y notó lo que Song señalaba: ¡El nombre del príncipe estaba escrito allí! Y no era algo que él hubiera tallado, se notaba que era una escritura vieja, pero muy bien hecha. —Qué curioso — fue lo único que pudo decir, sin poder imaginar una explicación.
El príncipe asintió y aseguró: —¡No sé cuando, no sé cómo, pero sé que algo grande está empezando ahora mismo!...
El bibliotecario resopló, divertido, y contestó: —Claro, lo que debe estar empezando es el baile. Deberíamos regresar antes de que nos descubran, mañana investigaremos ese caparazón.
—¿¡El baile!? ¡Lo había olvidado! — exclamó Song, pero volvió la vista hacia el agua una vez más antes de correr junto con Ikkena hasta el túnel.
Ambos muchachos corrieron hasta llegar al cambiador oculto en la entrada del túnel. Para ese momento, habían podido instalar una primitiva regadera para que el príncipe se bañara y fuera más difícil que lo descubrieran por el olor.
Mientras el bibliotecario preparaba con habilidad el agua y jabón para que su amigo se limpiara, éste volvió su atención al caparazón, y canturreó in crescendo: —Siento que sí, puedo formar parte de... — un fuerte zape lo interrumpió, y la cálida mano morena de Ikkena arrastró a Song hasta la regadera, donde el jabón y el agua fría le quitaron la sal y el aroma del mar, lo cual dejó un poco de tristeza en el ánimo de Song.
El príncipe salió rápidamente de la ducha y se secó con la toalla que su amigo le extendió. Mientras se vestía, Song decidió hablar: —Cada vez le encuentro menos sentido al cuento.
—Tal vez sea hora de soltarlo... Debemos crecer, Song — contestó tristemente Ikkena, tomando un peine para acomodar los rubios y resplandecientes cabellos del otro joven.
—No puedo. De alguna manera inexplicable, aunque madre había advertido de los peligros del océano, siento una conexión especial con él. La historia de la sirenita tal vez deba olvidar, pero el caparazón con mi nombre tallado ha intensificado mis ansias de descubrir la verdad.
Ikkena se mantuvo callado hasta que ambos salieron del túnel secreto y Song se fue al baile, pero el bibliotecario decidió quedarse un rato más en su trabajo. Estaba convencido de que debía hacer algo por el príncipe, y quizá si hallaba algo nuevo, sobre todo que pudiera tener relación con el caparazón, en los libros, las cosas podrían mejorar.
Song es el príncipe de Themnarq. Desde pequeño está obsesionado con el mar y las sirenas, sobre todo con la triste historia de una sirenita que tal vez conoce mejor de lo que cree.
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