Mientras tanto, Ikkena despertó en la biblioteca del castillo, y se encontró con la puerta del túnel secreto abierta y el caparazón junto a su mano. Su mente velozmente dedujo que algo le había pasado a Song, y corrió al túnel, cerrando la puerta tras sí, decidido a encontrarlo y rescatarlo.
Llegó hasta la costa, mas no pudo ver ningún rastro de su amigo, pero sí alcanzó a ver la figura siniestra de la anciana Aidenora desvanecerse como si no se tratara más que de un espejismo, y muy preocupado, corrió en su dirección, sólo para tropezar, haciendo que el caparazón en su mano volara y se abriera nuevamente.
La visión del fondo del mar con todas sus maravillas dejó asombrado al joven. Pero a diferencia de Song, esto lo hizo pensar rápidamente, y dedujo que el príncipe había vuelto al mar. Preocupado, Ikkena miró a su alrededor, queriendo encontrar algún rastro de su amigo, además de que lo poco que vió de Aidenora le había dado mala espina.
Buscando opciones en su mente, recordó la carta de su mamá. La había encontrado entre las páginas de un libro de magia, así que tal vez estaba allí marcando un dato importante. Corrió de vuelta a la biblioteca para buscar el libro, que si no mal recordaba, había quedado abierto sobre su escritorio.
Un par de minutos después, Ikkena llegó nuevamente frente a su escritorio, pero además del libro, se encontró con la angustiada reina.
Torpemente, Ikkena reverenció a la monarca, sin saber cómo explicar lo que estaba sucediendo, mas la reina Leira había leído el libro y la nota, y después de acariciar amablemente la cabeza del bibliotecario, le hizo señas de que se enderezara y leyera una página del libro.
El muchacho obedeció: El tridente, dibujado en la página izquierda, junto a su correspondiente información del lado derecho, quedaron ante sus asombrados ojos.
La deducción de que eso era lo que Song había ido a buscar apareció instantáneamente en su mente, y preguntó a la reina: —Su majestad, ¿puede mantener en secreto esto? Yo iré a buscar al príncipe, y le prometo traerlo sano y salvo.
Pensando usar el caparazón como garantía, se lo entregó a la reina. Ella lo aceptó, pero sin aviso alguno, lo rompió, lo que asustó al joven, mas el susto fue instantáneamente reemplazado por asombro cuando vió varios hilos de luz brotar del caparazón roto y entrar a la cabeza de Leira. Esas imágenes eran sus memorias, y aunque Ikkena no podía saberlo a ciencia cierta, algo en su mente le dijo que la soberana tenía mucho qué ver con el océano.
—Majestad, usted nos ayudará, ¿cierto?
Ella asintió, y cerró el libro para entregárselo, tomando al muchacho del brazo para guiarlo fuera del castillo hasta la costa, en una zona un poco más oculta y pequeña que donde Song solía ir a nadar. Un modesto refugio y una lancha pequeña pero resistente, equipada con una vela cangreja y un par de remos, sorprendieron a Ikkena, aun más cuando reconoció que el nombre de la embarcación era el suyo, escrito con la reconocible y elegante letra de Ahara.
Leira empujó la lancha al agua del mar y subió en ella, tomando un remo y dándole el otro al joven, quien se apresuró a subir también al bote, y comprendiendo que la reina también iría a buscar a Song, asintió y empezaron a remar para alejarse del reino. El viento marino no tardó en ser notorio, pudiendo así usar la vela para impulsar la embarcación y dirigirse rápidamente rumbo al sitio donde el tridente descansaba bajo la estrella Carina.
En la misma dirección pero a muchos kilómetros de ventaja, Song continuaba nadando, disfrutando de la fascinante vista de los animales nocturnos que pasaban a su lado. Las luminosas medusas, los peces brillantes y muchas más criaturas marinas lo maravillaban a cada instante. Pero no por eso perdía su camino; tantas maravillas le recordaban su motivación para tomar el tridente y salvar a su mamá.
Siguiendo sin detenerse ni cansarse, finalmente llegó al lugar donde el tridente yacía en el fondo del mar, clavado en una estructura de roca con una forma curiosa, que parecía un tritón y cinco sirenas arremolinados, de los que brotaban trozos de cristal ruburum. Sin embargo, aunque el artefacto mágico lucía imponente y brillante, tal como el joven había imaginado, el sitio donde se encontraba no era nada parecido a un reino. De hecho, era más como un arrecife, pero mucho más grande, y cuyos corales y rocas brillaban intensamente, quizá por la reacción a la magia del tridente. Song había leído junto con Ikkena sobre los efectos de la magia en el ambiente, y supuso que este artefacto había sido dejado allí para mantener a salvo a las criaturas con menos tolerancia a los efectos de su poder.
Con cautela, Song se acercó al tridente y extendió la mano para tomarlo y sacarlo de su base. En el momento en que sus dedos lo tocaron, una poderosa luz estalló, iluminando todo el fondo del mar. La luz, proveniente de la Carina, se concentró en el tridente y fluyó a través de Song, llenándolo de energía y poder.
Una vez que la luz se disipó, el joven sujetó fuertemente el tridente para nadar de regreso a Themnarq. Pero entonces, apareció otra anciana, muy parecida a Aidenora, pero con tentáculos en lugar de piernas humanas o cola de sirena. Una cecaelia. Si Aidenora era atemorizante por su fealdad, esta vieja era espantosa.
Song sintió el impulso de huir de allí, pero la cecaelia lo atrapó con uno de sus tentáculos y lo acercó para mirarlo. —Vaya, vaya, qué lindo tritoncito. Lamentablemente este es mi tridente, y los ladronzuelos como tú deben ser castigados.
El príncipe exclamó: —¡Lo lamento, señora, pero debo llevarme este tridente para salvar a mi mamá! Le prometo devolvérselo en cuanto la libere del hechizo que la condena.
—¿Y por qué no fuiste con una de las hechiceras en vez de robar la propiedad ajena?
Song se quedó callado por un momento, pero recordó algo importante: —¿Y usted por qué tiene este tridente? ¿No era propiedad del rey del mar?
La anciana se sorprendió, pero luego apretó más su agarre sobre el chico. —¿De dónde sacas que alguna vez hubo un rey del mar? No hay reinos en el mar y probablemente nunca los haya. A menos que estés hablando de mi hijo, el hechicero al que los humanos tomaron por un dios por un tiempo, hasta que esos tontos clérigos declararon que la magia era malvada y por tanto los seres mágicos también.
Song es el príncipe de Themnarq. Desde pequeño está obsesionado con el mar y las sirenas, sobre todo con la triste historia de una sirenita que tal vez conoce mejor de lo que cree.
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