El secreto que convirtió a Antares en un coloso de la industria del entretenimiento fue el hombre que, encima de ser un espectáculo a donde fuera, poseía una innegable capacidad de hacer lo que a la mayoría le resultaría imposible si quiera soñar: ver el futuro y ganarle.
Esa es la clave del éxito en el rubro del espectáculo: vencer al tiempo. Ir por delante de las modas y los escándalos, siendo, el prever y prevenir, habilidades necesarias, básicas y determinantes. Habilidades que Ander perfeccionó al punto de convertirlas una forma de arte envidiada por la competencia.
Al fundar su empresa, Ander se enfocó en las redes sociales, valiéndose de estas para ganar visibilidad y posicionarse, dirigiendo los reflectores a las estrellas nacientes con apoyo de las apenas emergentes figuras de los influencers. Una estrategia que, en esos años, se trató de un movimiento arriesgado por el que muy pocos (nadie) habrían apostado cuánto tenían.
Así es como estuvo listo al llegar el boom de tecnología y la redes, para recibir las nuevas tendencias, para lo que las cámaras captaran tarde o temprano entorno a Antes, y para los mensajes de los reporteros buscando sacar más jugo a cualquier migaja.
Adelantarse a los acontecimientos fue, tal cual estaba acostumbrado, su intensión al pedirle a Javier que pospusiera la publicación de las fotos dos días, esperando que saliera durante la emisión matutina del domingo, no alcanzando a entrar al tiraje de la tarde. Un par de horas hacían una enorme diferencia en su mundo, y esas horas que le robó el reportero, sólo significarían una mayor oportunidad para los medios oportunistas de adelantarse a su regreso de París.
Las consecuencias de esa ventaja, según preveía, podrían ser enormes, pues había menospreciado el interés de los medios en su propia persona, y lo atractivo que era relacionarlo con un hombre, tras decenas de escándalos con mujeres. Algunos ciertos, la mayoría, lejos de la verdad, pero útiles al colocarse en el ojo del interés público en el momento oportuno tanto para él como para ellas. Porque, sí, que fuera conveniente a ambas partes era un lineamiento fundamental de su política.
Confiar en la palabra de un hombre, con la profesión de Javier, fue un error de novato que se increpó, y no habría cometido con las figuras que componían el escenario de Antares.
Su error, su suerte y, recostado contra su hombro, dormido en el asiento del jet privado, de regreso a Marvilla; Gabriel. El único ser humano al que no le convenia que lo relacionaran con él.
La azafata, sin inmutarse por la escena, se acercó a su indicación inclinándose unos grados, permitiendo que hablara en voz baja:
—¿Puedes hacerme un favor?
* * *
Aterrizaron en el aeropuerto a las nueve de la noche.
Con un bostezo oculto por la decencia de su mano, Gabriel despertó estirando el cuerpo a movimientos cortos, respetando el dolor en su cintura y otras áreas.
—Hace fresco —dijo Ander, colocándole sobre los hombros su saco, antes de ponerse de pie.
Una acción que tuvo de consecuencia una expresión de la que ni siquiera Gabriel alcanzó a ser consciente. Una sonrisa ilusionada.
Esa sonrisa se ganó la intensa mirada gris de Ander.
—¿En serio no podemos escaparnos a Nueva Zelanda? Dinamarca también estaría bien.
El chascarrillo obligó a la consciencia de Gabriel a desperezarse:
—¿Y privarte de lidiar con la prensa que amas? —se levantó, ajustando la prenda echa a la medida del CEO— No sería capaz de quitarte tal diversión.
—Un hombre que me responde —alargó una “s”, simulando fascinación—. Me gusta.
Caminaron hacia la compuerta de salida. Gabriel evitando el beso que siguió al comentario. Estaban de vuelta en casa, y eso implicaba que su escapada, terrenal, social y moral, acabó. Para su desgracia, porque sí, disfrutar de sus besos, de sus caricias, de ser sin temor a que los descubrieran, aunque estuvieran en el mismo mundo, no sólo fue incomparable por la libertad, lo fue por el sueño de serlo al lado de Ander.
Apretando la barra de la maleta la jaló por el pasillo, repasando la lista de pendientes que tenía por delante. Si bien le dio el fin de semana libre a los miembros de Figgo, a quienes consideraba un equipo, no un conjunto de trabajadores, bajo la excusa del triunfo obtenido en la presentación, y la necesidad de recuperar fuerzas (¡un suceso no registrado en años en la agencia!); la intención real de la dadivosidad fue encubrir su ausencia. Un motivo y una pausa que no impidieron que el trabajo se acumulara, estuvieran o no presente en las oficinas, disfrutara o no de una ilusoria escapada romántica.
—Gabriel —Ander lo sujetó de la muñeca, cerca del fin del pasillo de desembarque, a punto de entrar a la planta de llegadas.
De haberse tratado de un vuelo normal, detrás de ellos habría una fila de pasajeros disgustados por entorpecer el trafico. Como eran los únicos en descender de ese vuelo, no hubo problema en retrasarse.
—Disculpa. Me distraje.
Con un gesto, Ander le hizo saber que se dio cuenta, y agregó el motivo real por el que lo detuvo:
—Escucha…
El tono en la palabra puso sobre aviso a Gabriel, haciendo que girara unos pasos, quedando frente a frente con Ander.
—Saldrás por una puerta lateral del aeropuerto.
La presión de su ceño, pidiendo una explicación, alzó la mano de Ander, apelando a su paciencia.
—A fuera está la prensa.
No necesitó decirle más.
Ander estaba considerando sus temores, a pesar de tener encima una situación crítica.
No le quedó más que agradecer su amabilidad, asintiendo, y aceptando el automóvil que llamó para llevarlo a su casa.
Sin más despedidas que esa, el CEO de Antares, engalanado en un traje con un toque a fin de semana, que Gabriel fue el encargado de escoger del guardarropa en el ático parisino, se marchó sin el saco.
La azafata del jet, que estuvo esperando ese momento, se acercó a Gabriel pidiéndole que la siguiera.
Se adentraron en pasillos, internándose en las entrañas del aeropuerto, lejos de la vista al público general, señalados por un par de miradas curiosas al levantarse de su trajinar, observándolos y enseguida descartando su interés en ellos. Por dicho entresijo fue conducido a una puerta hacia las rejas rodeando el lado de aire del aeropuerto.
De acuerdo a lo prometido, encontró su transporte aguardando en la desértica calle rodeando el terreno de la pista de aterrizaje. El mismo automóvil y el mismo conductor que lo llevó del edificio de apartamentos de Ander, al bar.
El conductor no tuvo reparo en saludarlo, haciéndole saber que lo reconocía de la ocasión pasada, y le abrió la puerta trasera. Cada uno ocupó su asiento. El hombre confirmó el destino, y tras su afirmativa, partieron.
Con el automóvil en marcha, intimidado por la posible charla que el conductor no comenzó, sacó su celular y lo prendió, quitándose el saco para guardarlo en la maleta con cuidado, cual si se tratara de un precioso secreto que nadie debía ver.
Las “vacaciones” terminaron y ese era el último paso de regreso a Marvilla, a la piel de un simple diseñador grafico.
El celular cargó. Una lluvia de mensajes y llamadas perdidas atascaron la pantalla.
Llamadas y mensajes de números conocidos y desconocidos, de personal de la agencia, en particular de Luz, y de su madre. Principalmente de su madre.
[Ven a casa, ahora.]
[Ven a casa.]
[¿Dónde estás?]
[Necesito que vengas a casa.]
Desde temprano su madre intentó comunicarse, y esa insistencia no auguraba buenas noticias, así que antes de que el chofer tomara rumbo a su departamento al este, le pidió ir en dirección contraria, al noroeste. La modificación del destino fue recibida sin problemas, proveyéndole un respiro, mientras le marcaba a su madre, sin que las llamadas entraran. Tenía el celular apagado.
«¿Qué está pasando?», el terror, y mil y un escenarios catastróficos, inundaron el pecho que el día anterior estaba atestado del romanticismo de París.
Comments (0)
See all