Dalia, irrumpió en la sala de estar donde Lucíe se encontraba sentada en un sofá. Con una sonrisa radiante, se acercó a Lucíe y le tocó el vientre.

"Dos bebés", dijo Dalia con alegría.

Lucíe, sintiendo una profunda incomodidad, apartó bruscamente la mano de Dalia de su vientre.

"¡No me toques!", exclamó Lucíe con el ceño fruncido.

Dalia se alejó de ella, suspirando con resignación. "Descuida, solo vine a visitar a mi padre. Después me iré".

Un silencio incómodo se apoderó de la habitación durante unos segundos. Luego, Dalia se dio la vuelta y se marchó.

Federico, al observar la interacción entre las dos mujeres, notó un cambio en Lucíe. Sus ojos brillaban con una intensidad inusual y su piel pálida parecía casi translúcida.

"Eres una vampira ahora, estás hermosa", dijo Federico, con una mezcla de admiración y sorpresa en su voz.

"Gracias, Federico", murmuró ella, sintiendo cómo las palabras se perdían en su garganta. "¿Estás... bien con esto?", preguntó con timidez.

Federico se acercó a ella y le tomó la mano entre las suyas. "Lucíe", dijo con voz suave, "te amo. No importa lo que seas, siempre serás mi esposa, la madre de mis hijos."

Las palabras de Federico la llenaron de una oleada de alivio. Sus ojos se llenaron de lágrimas y se aferró a su mano con fuerza. "Gracias", susurró de nuevo, esta vez con más seguridad.

Más tarde, Dalia se abrazó a Federico con afecto. "Papá, vas a ser padre de dos bebés, ¡qué bien!", exclamó con alegría.

Sin embargo, la felicidad de Dalia se vio empañada por la tristeza. "Yo no no podré ser hermana de tus hijos, no soy bienvenida", dijo con pesar.

En ese momento, la puerta se abrió de golpe y un hombre irrumpió en la habitación. Era Andy, un apuesto vampiro con tatuajes, quien sostenía una taza de sangre en su mano. Al ver a Lucíe, sus ojos se abrieron con sorpresa.

Lucíe lo miró fijamente, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo. De repente, lo reconoció: era Andy, el músico de su adolescencia, su amor platónico.

"Andy... eres el músico... mí músico favorito", dijo Lucíe con voz temblorosa.

Andy se acercó a ella y le tomó la mano. "No puedo creerlo", dijo con emoción. "Siempre me has inspirado.

En ese instante, la tensión se disipó. Lucíe se sentía viva, conectada con alguien que la comprendía. La mirada de Andy era cálida, llena de admiración.

Sin pensarlo dos veces, Andy se inclinó y besó a Lucíe. Ella, sorprendida pero feliz, correspondió al beso con pasión. En ese beso, encontró un escape a la incertidumbre, un refugio en los brazos de su ídolo.

El beso de Andy tomó a Lucíe por sorpresa, pero una ola de calor la recorrió al instante. Sus labios se movieron con los de él en un baile apasionado, olvidándose por un momento de las tensiones y las dudas que la atormentaban.

Federico, atónito, observaba la escena sin saber cómo reaccionar. Dalia, por su parte, se había quedado en silencio, con una mezcla de sorpresa.

Lucíe, cegada por la ira y la inseguridad, se acercó con una rapidez felina. Sus ojos brillaban con un fuego intenso y sus colmillos se afilaron, reflejando la furia que rugía en su interior.

"¡Sal de aquí!", gritó con voz ronca, apuntando a Dalia con un dedo tembloroso. "¡No te quiero ver cerca de mí ni de mi familia!"

Dalia, atónita por la reacción de Lucíe, retrocedió un paso, sin comprender la razón de su furia. "¿Qué te pasa?", preguntó con voz temblorosa. "Solo vine a saludar a mi padre y a felicitarte por tu embarazo."

"Tus felicitaciones no me interesan", replicó Lucíe con desprecio. "Eres una amenaza para mí y para mis hijos. ¡Lárgate y no vuelvas nunca más!"

Dalia, salió de la habitación sin mirar atrás.

"¡No te permitiré que te acerques a mis hijos!"

Lucíe, impulsada por la pasión y el deseo de libertad, decidió acompañar a Andy en la gira con su banda.

Dani, intrigado por la abrupta salida de Dalia de la casa, la siguió en silencio hasta que la vio cruzar el jardín con el rostro afligido. Al alcanzarla, la tomó del brazo con suavidad.

"¿Qué pasa, Dalia?", preguntó con preocupación, sus ojos reflejando la tristeza que emanaba de su hermana

Dalia, con la voz entrecortada por la emoción, le contó todo lo que había sucedido en la casa: la incomodidad con Lucíe, la tensión con Federico y el apasionado beso que la vampira había compartido con Andy.

Dani, al escuchar el relato, sintió una mezcla de emociones: sorpresa, desilusión y un impulso de hablar con Lucíe para comprender mejor la situación. Sin embargo, Dalia lo detuvo con una mirada firme.

"No te metas, Dani", le dijo con seriedad. "Esto es algo entre nosotras, y no quiero que te involucres. Se meterán contigo y eres mí hermanito no quiero que pase eso".

Dani, a pesar de su desilusión, comprendió la posición de su hermana. Dalia siempre había sido la protectora de la familia, y él la respetaba profundamente.

En ese momento, Dalia tomó una decisión radical. "Me iré a Francia", anunció con voz temblorosa. "Volveré dentro de unos 300 años, cuando todo esto haya pasado."

Dani la miró con incredulidad. "¿Trescientos años? Dalia, ¿estás segura?"

"Sí, Dani", respondió con firmeza. "Es lo mejor para todos,  nunca seré bienvenida."

Y así, Dalia se marchó, dejando a Dani con el corazón roto y una profunda incertidumbre sobre el futuro.

Federico y Nicholas se sentaron junto a Dani en el sofá, envolviéndolo en un abrazo reconfortante. La tristeza que emanaba de su hijo era palpable, y sus corazones se llenaron de dolor.

"Dani, cuéntanos qué ha pasado", susurró Federico con ternura, acariciando su cabello.

Dani, con la voz entrecortada por la emoción, les relató la escena que había presenciado: la decisión de su hermana de marcharse a Francia durante 300 años.

Al escuchar el relato, la expresión de Federico se tornó seria. "Dalia ha tomado una decisión precipitada", dijo con preocupación. "Trescientos años es mucho tiempo, y no podemos permitir que se aleje de la familia de esta manera."

Nicholas, con su habitual calma, asintió con la cabeza. "Debemos hablar con ella", dijo con voz suave. "Es importante que comprenda que la queremos y que siempre tendrá un lugar en nuestro hogar."

Federico se levantó del sofá y se dirigió hacia la puerta. "Iré a buscarla", dijo con determinación. "No podemos permitir que se vaya sin antes hablar con ella."

Nicholas se levantó y le siguió. "Yo también quiero estar presente", dijo con firmeza. "La siento cómo una hija, y ambos debemos estar ahí para ella."

Federico y Nicholas encontraron a Dalia en el jardín de las memorias, con la mirada perdida en el horizonte.

"Dalia, no te vayas", suplicó Federico con voz temblorosa. "Te necesitamos aquí, con nosotros."

Nicholas se acercó a ella y la tomó de la mano. "Eres nuestra hija", dijo con cariño. "Y siempre serás bienvenida en nuestro hogar."

Dalia se aferró a la mano de su padre con fuerza. La tristeza que la embargaba se mezclaba con una profunda emoción.

"No quiero irme", dijo con voz entrecortada. "Pero no quiero ser una carga."

Federico la miró a los ojos con ternura. "Dalia, no eres un monstruo", dijo con firmeza. "Eres nuestra hija, y te amamos tal y como eres."

"Mí esposa se fue con su ídolo artista, no estoy celoso, que sea feliz Andy" Dice Federico.

"Yo puedo ayudarte, puedo seducir a Andy".

Federico, con el rostro marcado por la tristeza, suspiró profundamente. "No, Elizabeth", dijo con voz apagada. "No quiero que te metas en esto. Lucíe ha tomado su decisión, y yo la respeto. Lo que ella necesita ahora es ser feliz."

Elizabeth, con una mirada penetrante, se acercó a Federico y le tomó la mano. "Pero Federico, tú también mereces ser feliz", susurró. "Y yo puedo ayudarte a conseguirlo."

Federico se apartó de ella, sintiendo una mezcla de confusión y atracción. "No sé qué decir, Elizabeth", murmuró, con la mirada clavada en el suelo.

"Déjame ayudarte", insistió Elizabeth, acercándose aún más a él. "Puedo usar mis poderes para seducir a Andy, alejarlo de Lucíe. De esa manera, ella podrá seguir con su vida, y tú tendrás la oportunidad de recuperar a tu esposa."

Federico se quedó en silencio, meditando las palabras de Elizabeth. La idea de tener a Lucíe de vuelta era tentadora, pero algo en su interior le impedía aceptar la propuesta de Elizabeth.

"No puedo pedirte que hagas algo así", dijo finalmente, con firmeza. "Sería manipular a las personas, y no es algo que yo quiera hacer."

Elizabeth, con un deje de frustración en su voz, se apartó de él. "Como quieras, Federico", dijo con resignación. "Pero recuerda que siempre estoy aquí para ti, si decides cambiar de opinión."

Federico la miró con agradecimiento. "Gracias, Elizabeth", dijo con sinceridad. "Tu amistad es muy importante para mí."

Días después, Lucíe se despidió de Federico y se llevó  sus hijos, con la esperanza de encontrar la felicidad en el mundo del rock. Federico, con el corazón roto, la vio partir, sin saber si volvería a verla algún día.