Por más que esperaban, la caja no volvía a bajar. Aquel aterrador ascensor de metal que una vez sirvió de guía a este infierno en vida conocido como el laberinto, no ha vuelto a descender en busca de otro habitante para que inicie una nueva vida en media de la oscuridad que se vive ahí dentro. Los férreos chirridos que emitió una vez, alertando de la llegada de un nuevo individuo, ahora son reemplazados por un fúnebre y frío silencio.
Los habitantes, de pie y alrededor de la caja, observaban al misterioso objeto como si de un animal muerto se tratase. Eran adolescentes de diferentes tamaños, contexturas, teces y tipos de cabello. Había hombres y mujeres, aunque es probable que no en cantidades similares. Todos ellos con los brazos cruzados observaban con preocupación el objeto de forma cuadrangular esperando una respuesta, sin tener claro como aquel elemento la brindaría. Nadie lo quería aceptar, pero un temor, similar al que siente un bebé al ver a su madre alejarse creyendo que lo ha abandonado, se apoderaba de ellos.
El silencio que predominaba en el ambiente sería abatido por un chico alto, musculoso, de piel trigueña, ojos color miel y cabello negro. Era uno de los líderes del grupo. El joven se agachó y dio unos golpecitos al techo del cubículo. Luego dirigió su mirada al resto que lo acompañaban.
—¿Alguno de ustedes ha visto a alguien esconderse en la caja? —preguntó en voz alta el muchacho.
Muchos contestaron de diferentes formas, pero todos llegaban a la misma respuesta.
—Yo no.
—Yo no he visto a nadie hacerlo.
—Trabajo cerca de aquí y, al menos en mi turno, jamás he visto a alguien realizar tal locura.
Una chica ligeramente alta, de tez clara, ojos azules y cabello rubio decidió intervenir. Era otra de los líderes del grupo.
—Dudo que alguno de nosotros sea capaz de tal pillería, Gregor. Conocen las reglas. Es obvio que el problema está en la maldita caja.
—Lo sé Hedy, solo quería disipar mis dudas —el muchacho se levantó y miró a todos nuevamente—. No hay nada interesante que ver aquí. La función terminó. Regresen a sus labores.
Los jóvenes abandonaron sus lugares para dirigirse a sus ocupaciones, con excepción de una, Marie. La chica de cabello negro, piel color durazno, ojos oscuros y una estatura que apenas superaba los 1.60 metros, se quedó observando como la maleza del suelo estaba muy adherida a la superficie de la caja.
—¿Crees que eso represente un problema Charles?
—Si así fuera, no hay nada que podamos hacer Marie. Es responsabilidad de los creadores, los que nos pusieron aquí. Así que deja ya eso, que necesito tu ayuda.
Marie decidió obedecer a Charles y se retiró del lugar. Sin embargo, las dudas no habían dejado su mente. ¿Quiénes los enviaron aquí? ¿Con qué propósito? ¿Hay salida del laberinto? ¿Qué son las criaturas que llaman penitentes o laceradores? Y, ¿por qué nadie más ha subido por la caja, si hoy ya se han cumplido dos meses desde la última vez que alguien llegó? Todas estas preguntas la atormentaban y las respuestas a ellas estaban lejos de llegar.
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