Risas y bailes marcaron el inicio de la noche. Con pasos improvisados, entre refinados y ridículos, los habitantes danzaban al ritmo de canciones que encontraban conocidas. Escasos bocadillos, apenas un par de bebidas, decoración humilde, y un reproductor musical sobre una mesa, representaban la mayor fiesta de sus vidas. Vestidos con sucias camisetas y cortos pantaloncillos, por un momento todos olvidaron el aterrador laberinto que los rodeaba, abandonaron las preocupaciones, y se comportaron como un simple grupo de adolescentes.
—Se acabó el trago. ¿Qué clase de fiesta tiene tan poco vino?
—¡Queremos más! ¡Queremos más! —gritaba un pequeño grupo de muchachos golpeando las paredes.
—Eso les pasa por andar robándose las uvas. Ahora dejen de dañar las paredes que nada brotará de ahí. No importa cuánto lo intenten —reprochó Marie amenazándolos con un palo.
De repente, alguien rio a sus espaldas.
—Estúpidos larchos. Apenas recuerdan sus nombres, pero mantienen muy claro el hecho de que en una fiesta debe abundar la bebida.
Esas carcajadas, pícaras y distinguidas, Marie las reconocía muy bien. Era Nik.
—¿Velando por el orden en una fiesta? Solo tú puedes presumir que recibiste castigos de tal magnitud. ¿Qué hiciste ahora? —dijo riendo el muchacho
—Eso no es asunto tuyo —respondió avergonzada—. ¿Por qué no vas a bailar con el resto de larchos?
El muchacho cambió su alegría por una expresión severa.
—Verás, hoy recordé algo muy importante de mi pasado —respondió muy preocupado
—¿Y me contarás aquello tan importante? — preguntó Marie con temor.
—Pues, ... descubrí que ... no me gustan las fiestas. Así que decidí venir a conversar contigo.
Marie estaba a punto de exigirle de regreso los segundos de ansiedad que padeció esperando su respuesta, cuando unas manos cubrieron sus ojos.
—Adivina quién soy, pero no dejes a tus labios responder, solo a tu corazón.
Tras escucharlo, Marie volteó rápidamente y abrazó al dueño de aquellas palabras. Seguidamente, y por órdenes del corazón, enlazaron sus labios apasionadamente.
—Isaac, qué haces aquí. Creí que los corredores tenían una reunión importante.
—Y así fue, pero ya terminó y no quería perderme la oportunidad de bailar contigo toda la noche.
—Yo ... yo ... lo ... lo siento, pero ... —respondía entre tartamudeos Marie hasta que Nik la interrumpió.
—Está castigada. Por lo visto finalmente consiguió hacer enfadar tanto a Charles que la condenó a ser la única habitante que no disfrutará de nuestra primera y probablemente última fiesta.
Marie le lanzó una mirada de enojo, que el muchacho respondió con una sonrisa.
—No pienso quedarme sin bailar al menos una canción contigo. Buscaré en este preciso momento a Charles para solucionar esto —dijo Isaac.
—Espera. No tienes por qué resolver todos mis problemas. Yo hablaré con él —respondió Marie
—Relájense tórtolos —interrumpió Nik—. Yo te cubriré. Al menos tendré algo para distraerme esta noche.
Como la pareja de enamorados no reaccionó asombrados por la respuesta, Nik intervino una vez más.
—¿Qué esperan? Vayan a divertirse.
Marie le agradeció con un abrazo para luego irse con Isaac a la pista de baile.
En aquella cabaña decorada, el ritmo de la música fluía a través de los cuerpos, provocando risas y sonrisas cómplices. Cada paso, giro y salto expresaba la alegría de la juventud que mantuvieron prisionera desde su llegada al laberinto. Lisse se robaba los bocadillos, mientras Frida la regañaba por hacerlo. Nik lidiaba con los indicios de una pelea. Hans, a pesar de lucir decaído, trataba de seguir el ritmo de sus amigos. Hasta Nicolás estaba presente tomando unos tragos de vino en una esquina con su icónica expresión de odio. Sin embargo, la ausencia de los cuatro líderes despertó un mal presentimiento en Marie. Isaac y ella se ubicaron junto a otra pareja cuyos extraños pasos se coordinaban perfectamente en una coreografía improvisada. Entonces, él la tomó por la cintura, ella abrazó su cuello, y ambos dejaron a sus cuerpos moverse al compás de la melodía.
—¡Wow! Bailas increíblemente bien.
—Gracias, amor. Pero el mérito no es solo mío, puesto que eres tú quién despierta eso en mí. Sin embargo, siento que todavía tengo mucho por mejorar así que deberíamos practicar más seguido. No lo crees, Marie.
—Me encanta compartir estos momentos contigo. Prométeme que bailar será lo primero que haremos cuando escapemos del laberinto.
Su semblante de felicidad disminuyó ligeramente. Bajó la cabeza, tomó sus manos y luego de besarlas dijo.
—Te lo prometo.
—Quiero estar siempre a tu lado Isaac —hizo una pausa antes de continuar—, incluso en el laberinto.
Isaac suspiró.
—Cuando llegue ese momento, te aseguro que tendrás todo mi apoyo. No obstante, hoy no tenemos por qué pensar en ello.
—Tienes razón.
—Mejor iré por unos bocadillos.
Mientras Marie esperaba el regreso de Isaac notó a un muchacho con vestimenta de corredor salir apresurado en dirección de la puerta sur del laberinto. Su nombre era Arthur. Era ligeramente alto, atlético, de tez oscura, ojos claros, y con la cabeza totalmente rapada. El mal presentimiento despertado previamente se intensificó en ella, así que decidió seguirlo.
Tal como esperaba, Arthur llegó hasta la entrada sur. Aparentemente no parecía suceder nada relevante, pero cuando Marie recordó la hora en la que se encontraban todo su cuerpo fue dominado por el miedo. Se quedó paralizada por alrededor de medio minuto antes de dar el siguiente paso. Su mente no podía procesar el aterrador escenario que alzaba frente a sus ojos. Como si de una pesadilla se tratase, la puerta Sur permanecía totalmente abierta pese a que ya había pasado tiempo desde su habitual hora de cierre.
—Hey Arthur, que está pasando.
—No lo sé Marie, estoy tan sorprendido como tú. Solo sé que es grave, muy grave.
Arthur sacó una rústica espada de su mochila y dirigiéndose a Marie dijo —: Yo me quedaré a vigilar. Tú regresa a la hacienda y diles que busquen un escondite urgente.
Marie acató la orden inmediatamente y salió corriendo. Apenas había recorrido unos metros, un rugido emergió desde las profundidades del laberinto. Sin detenerse, echó una mirada a sus espaldas y contemplo con horror como una abominable criatura apareció al fondo del pasillo de la puerta sur. Extremidades robóticas, una enorme cola, y un semblante distinto a cualquier criatura que hubiera presenciado antes, fue lo que alcanzó a divisar entre la oscuridad del pasaje. Inmediatamente Arthur echó a correr tras de ella. La situación era clara. Ya era muy tarde para hacer algo, el penitente ingresó al área.
Desolación y lágrimas marcarán el final de la noche.
Comments (0)
See all