Todo era borroso cuando abrí los ojos.

Algunas pestañas no ansiaban liberar mi vista. Tras dar unos cuantos parpadeos conseguí finalmente observar con claridad.

Me encontraba en una habitación toda pintada de blanco, incluso el techo. A mi derecha había un estante que parecía tener varias botellas de medicina en el cajón superior. Mirando hacia arriba noté un teléfono conectado a la pared. La cama era muy cómoda y las sábanas celestes se sentían bastante reconfortantes.

Pese a que hablé en voz alta, no esperaba tener una respuesta.

Giré a mi izquierda y me topé con una esbelta joven de tez clara y cabello lacio negro, que usaba un par de lentes sobre sus ojos azules. Además, llevaba consigo una libreta.

Sinceramente se veía muy joven para ser enfermera. Hasta parecía tener mi misma edad. Al parecer estaba realizándome algún tipo de evaluación.

Apenas acaba de conocerla y ya me cayó mal. Su forma de hablar con total desgano me confirmó la autenticidad de su cargo, así que decidí mantener la calma y responder.

Levanté mi torso y recoste la espalda sobre la almohada.

Una explosión de memorias llegaron a mí. No tenía seguridad de la certeza de ellas, pero sentía una increíble necesidad de contarlas.

Esperé que cuestione mi estabilidad mental, mas la joven me siguió el hilo.

La bella joven anotó algo en su libreta.

Inmediatamente recordé como de su mano emergió un gran círculo rojo con símbolos, pero decidí guardarlo para mí.

Ahí iba de nuevo con su odiosa actitud.

Ver como sonreía maliciosamente me dio una sensación de peligro inminente.

Mientras la joven se alejaba entre risas, mi rostro enrojecía lleno de verguenza y rabia. Verla hacer el símbolo de comillas con las manos cuando mencionó "espanto", había acabado con la paciencia que tenía.

Todo lo que anhelaba en ese momento era regresar a mi cuarto.

Ya estaba cerca de la salida, vestido con una camisa y una improvisada falda hecha de una sábana, cuando un hombre vestido de doctor me detuvo.