Durante los últimos meses, Amitiel y yo hemos sido mejores amigos. Él tiene unos ojos marrones y cabello castaño que le llega hasta los hombros. Es más bajo, más delgado y más débil. Y tal parece que tampoco iguala mi inteligencia.

Realmente se veía apenado, así que como buen amigo le brindé unas palabras de ánimo.

Mientras hablábamos, Cresciencio se acercaba junto a sus compinches.

Amitiel estaba muerto del miedo tras escucharme. Yo también, pero ya estaba cansado de ser un cobarde.

Mis palabras solo ocasionaron risas en el bravucón y sus colegas.

Mi cuerpo estaba paralizado del susto y Amitiel parecía estar a punto de desmayarse. No obstante, tomé coraje y ni siquiera pensé en que podía ser envíado al "Salón de castigo" por pelear; simplemente me puse el casco listo para lo peor.

Estaba plenamente confiado en mi improvisada armadura, que me descuidé y un fuerte golpe en el estómago destruyó por completo mi optimismo.

Una vez más ellos reían, mientras yo sufría la humillación.

En mi enojo, recordé las palabras de Ofiuco, los extraños sucesos que me acontencieron en la mañana, y por un momento realmente decidí creer en sus palabras y las puse a prueba.

Bastó solo con pensar en ello para que una fuerza invisible arrojará el cuerpo del bravucón hacia sus colegas. Ya no tenía dudas. Todo lo que vi y oí aquel día fue real.

Fascinado por mi descubrimiento y hambriento de venganza decidí seguir probando mis nuevas habilidades.

Apenas terminé mi deseo en la mente, y Gervasio junto a Ruperto, los otros bravucones, arrojaron puñetazos a Crescencio. Definitivamente la satisfacción que sentí superaba con creces el malestar que me ocasionaba hacer uso de estos poderes.

Apenas había iniciado la pelea entre los amigos, y ya había un enorme grupo de chicos alrededor observando el encuentro.

Por un momento, Crescencio iba ganando, pero no estaba dispuesto a permitirselo.

Visualizé como sus zapatos se fundían en el suelo y, al instante, Cresciencio tenía incapacitado su desplazamiento. Un poco de sangre brotó de mi nariz.

Claramente se podía ver la satisfacción en el rostro de todos los presentes. El malvado grandulón finalmente recibía su merecido. Pero, yo todavía no estaba satisfecho.

Muy cerca de ahí un par de muchachos jugaban lanzándose la lonchera de algún incauto. Observé la trayectoria que realizaba e imaginé como se desviaba para aterrizar contra el gigantesco bully.

Un mareo nubló mi vista por unos segundos. Cuando abrí los ojos, el placer de ver al grandulón bañado con el contenido de la lonchera fue tal que no podía describirla. Una risa se oyó al fondo y pronto otras, provenientes de todas direcciones, le hicieron compañía.

El bravucón arrojaba amenazas contra todos, pero ni así consiguió mitigar las burlas.

Por otro lado, yo me hallaba completamente anonadado, y algo mareado, imaginando todo lo que podía hacer ahora que había recibido estos dones.

Ofiuco tenía razón, mi destino cambió ese día, y a partir de ahora, todo iba a ser diferente.