𝘔𝘢𝘳𝘪𝘢𝘯𝘯
El vaso se me cae de las manos al ver como el mismísimo Jack está frente a Edward con cara de preocupación y Edward le está sonriendo mientras niega repetidas veces con la cabeza.
Escucho el sonido del vaso impactar contra el suelo y partirse en mil pedazos. Me pongo de cuclillas, volviendo a la realidad, para poder recoger todo el desastre que he hecho. Mierda, estoy temblando.
—¡Mariann! —giro la cabeza a la izquierda para poder encontrarme con Luca viéndome preocupado—. ¿Estás bien? —pregunta mientras se acerca a mí. Asiento con la cabeza un par de veces e intento seguir recogiendo los cristales.
—Mierda —digo en apenas un susurro al cortarme con uno de estos. Todos los cristales que había recogido se caen de mis manos y sacudo la mano derecha, donde me he cortado.
—Joder, deja eso, ya lo recojo yo —dice Luca, preocupado. Asiento con la cabeza y me levanto. Miro a Edward por un momento, que al parecer no se ha fijado en mí ni un mísero segundo. Y en este momento, no sé qué es lo que más me duele, el corte o que Edward no se haya dado cuenta de que me he hecho daño, o siquiera de mi presencia, solo por estar con Jack.
«Está bien, Edward, está bien», pienso, aunque más bien parece que me lo esté diciendo a mí misma.
No me malinterpretéis, me parece bien que Edward haga nuevas «amistades» o lo que sea, pero, quiero decir, Jack nunca nos ha llegado a caer muy bien que digamos. Más que nada por el comportamiento de sus amigos, él tampoco es como que hiciese mucho, y obvio, se ha hecho el gracioso muchas veces pero… Bueno, no sé, seré yo. Simplemente, no quiero que me den menos atención o que me quieran menos por estar con alguien más, supongo.
Camino hacia la cocina y me limpio la herida de la mano. Es una pequeña herida, solo un corte, nada más. Me pondré bien enseguida. Miro la sangre recorrer mi mano junto al agua, reacia a irse. Suspiro cansada y escucho como alguien entra en la cocina. Miro, con la esperanza de que sea Edward, que sí se haya fijado en mí.
—¿Cómo va tu mano? —levanto los hombros como respuesta—. Ya veo… ¿Es una herida muy profunda? —niego con la cabeza—. Está bien… —Luca mira hacía otro lado, coge la escoba y el recogedor y, antes de irse, vuelve a hablar—: ¿Y tú, estás bien? —me quedo mirándolo fijamente. Quiero decir, físicamente, supongo que estoy bien, así que…
Asiento con la cabeza, otra vez y, ahora sí, sale afuera. Vuelvo a mojar la mano, cojo un trapo y aprieto la herida. «Todo está bien, no pasa nada», me digo a mi misma. Cierro los ojos, intentando controlar mi respiración un poco y tranquilizarme. Quiero dejar de sentirme así, quiero dejar de sentir…
Pero entonces, alguien llama a la puerta y, segundos después la abre. Abro los ojos para ver quien es.
—¿Manuel? —pregunto sorprendida—. ¿Qué haces aquí? —Él me mira tranquilo.
—He venido a tomar algo con unos compañeros de la universidad y Marco —asiento con la cabeza—, pero al no verte a ti y ver cristales en el suelo me he preocupado… ¿Estás bien? —Me analiza de pies a cabeza—. ¿Eso es un corte? —pregunta preocupado mientras se acerca a mí. «Al menos he dejado de temblar», pienso.
—Estoy bien, solo se me ha resbalado un vaso y al intentar recoger los cristales me he cortado, es eso, no pasa nada —le afirmo, quitándome el trapo de la mano. Vale, la sangre ha parado, por ahora—. ¿Ves? —le acerco la mano a Manuel para que pueda ver la herida. La coge y revisa por un momento.
—Bueno… —vuelve a mirarme a los ojos—, ¿sabes que puedes tomarte el día libre? Quiero decir, podría encargarme yo de lo que quede de tu turno —niego con la cabeza varias veces. Aprecio su oferta, pero va a ser que no. No es para tanto.
—No, estoy bien, yo puedo hacerlo —Manuel me suelta la mano y asiente un par de veces con la cabeza no tan convencido. Vaya, otro que parece no creer en mí, que majo.
—Está bien… Yo voy a volver con mis amigos, si necesitas algo dime —asiento con la cabeza y, por fin, se va. Respiro tranquila.
Muy bien, es hora de volver al trabajo. Me acomodo el delantal y salgo de la cocina poniéndome tras la barra. Le doy un vistazo a toda la cafetería.
¿Esos no son…?
¿Qué hacen aquí Nathaniel y Oliver?
Dios, dame un respiro, ¿quieres?
Me acerco a la mesa en la que se han sentado.
—¿Qué hacéis aquí? —digo más brusco de lo que esperaba. Bueno, joder, lo siento, pero no estoy de humor para sus tonterías.
Los dos me miran anonadados.
—Solo hemos venido a ver qué hacen esos dos —me responde Nathaniel en un susurro mientras apunta hacia una mesa con un movimiento de cabeza. Miro hacia donde apunta y, efectivamente, es la mesa en la que están sentados Edward y Jack. Vuelvo a mirar hacia ellos. Vale, eso no me lo esperaba.
—Os parecerá bonito —digo con falsa voz de decepción. Siendo sincera, yo también habría hecho eso—. Sois unos cotillas de mierda —suelto con un tono acusador. Obviamente es todo falso. Nathaniel suspira.
—No se lo digas, por favor, si quieres nos podemos ir…
—No, no —digo rápidamente, cortando a Nathaniel—. El trato es este; yo no les digo nada y vosotros me contáis todo de lo que os enteréis, ¿vale? —ambos me miran sorprendidos y asienten varias veces con la cabeza—. Muy bien, ahora… ¿Qué vais a querer tomar? —ambos sonríen.
Anoto su orden, nada del otro mundo, siendo sincera, y voy hacia la barra. Cojo sus bebidas —dos zumos de melocotón, por si te lo preguntabas— me acerco otra vez a su mesa y dejo las bebidas. Ambos me dan las gracias, a lo que yo les sonrío.
Espera… ¡¿Qué?! Les he sonreído a Oliver y Nathaniel… No puede ser… Yo nunca haría eso. Dios mío… Me estoy volviendo loca, segura.
—Por cierto —digo antes de pensar bien en lo que les voy a decir. Ambos me miran con intriga—, que sepáis que con la gorra y las gafas de sol en vez de pasar desapercibidos llamáis más la atención. —Y la verdad es que sí. ¿Quién en su sano juicio haría tal gilipollez de estar dentro de una cafetería con unas gafas de sol puestas? Y quiero aclarar que no les está dando el sol ni nada, ni siquiera hay sol, está todo nublado. De hecho, no me extrañaría que en cualquier momento se pusiese a llover.
Por si os lo preguntáis; Oliver lleva un gorro de punto negro y Nathaniel lleva una gorra, negra también, normalita. Vamos, nada del otro mundo.
Se miran entre sí y se quitan las gafas al mismo tiempo. Suspiro cansada. Estos chicos muy listos no son. Bueno, eso yo ya lo sabía.
Decido no esperar a que digan algo e ir a atender a otros clientes, así que, eso hago. Me acerco a la barra donde está Luca.
—¿Y bien, hay alguna mesa más por atender? —le pregunto. Él me mira fijamente mientras asiente con la cabeza.
—Sí, ¿podrías atender en la mesa donde están tus hermanos? —enarco una ceja y, miro la mesa donde están—. Me dan miedo.
—¿Miedo? ¿A tí? —vuelvo a mirarle. Si a él le dan mieda a mí me lo dan el triple. Quiero decir, una mesa donde hay como cinco chicos y tengo que ir ahí y hablar con ellos. Ni. De. Coña. Y sé que cinco chicos no es tanto, sobre todo teniendo en cuenta que dos de ellos son mis hermanos, pero no quiero hablar con ellos, fíjate tú.
—¡Sí, me dan miedo las grandes cantidades de hombres! —grita en un susurro. Niego repetidas veces con la cabeza.
—¡Pues si a ti te da miedo a mi más! —le digo también gritando en un susurro.
—Yo no pienso ir —dice cruzándose de brazos.
—¡Pues vamos los dos! —Luca me mira pensativo. Yo sola, ahí, no voy.
—Está bien. —Rueda los ojos y yo sonrío. Nos acercamos a la mesa en donde está. Vale, es un poco raro que vayamos los dos juntos a atender una mesa, pero realmente si no íbamos los dos probablemente nunca les hubiéramos atendido, y eso no va a ser posible.
—Buenas, ¿saben ya lo que van a pedir? —digo con una pequeña sonrisa.
Para nada se debe de notar que estoy nerviosa, eh, para nada —nótese la ironía—.
Siento que en cualquier momento voy a tener un tic en el ojo izquierdo. Mira que tener cinco pares de ojos mirándote fijamente no es una de las cosas que más disfruto del mundo, eh.
Media hora después, más o menos, se han ido los clientes. Son las siete y cuarenta y cinco, o las ocho menos cuarto, lo mismo, vamos. Y está lloviendo lo que no está escrito. Así que, como comprenderéis, vamos a cerrar la cafetería, y probablemente no salgamos de esta hasta que pare de llover un rato. En fin, que estamos limpiando la cafetería.
Me apoyo en la pared que hay tras la barra y me quedo mirando como Luca limpia esta.
—¿Nuevo tatuaje? —le pregunto, al ver unas estrellas en su mano. Luca se queda quieto un momento y asiente.
—Sí —dice y sigue limpiando la barra—, por eso hoy he llegado tarde —asiento con la cabeza pero, me doy cuenta de que no me ve, así que, suelto un pequeño «Mjm».
«Yo también quiero un tatuaje, pero mi madre nunca me dejaría hacerme uno… Y mi padre, bueno, supongo que me dejaría, pero con permiso de mi madre», pienso. ¿No hay nadie que yo conozca que haga tatuajes?
Me quedo pensando eso un rato y entonces caigo en cuenta que Ricky está estudiando para ser tatuadora. Seguro que tiene una máquina de tatuaje… Entonces…
Una sonrisa pilla empieza a emanar de mis labios. Aunque aún no sepa qué diseño me voy a hacer, sé que me voy a hacer un tatuaje.
—¿Estás bien? —salgo del trance de mis pensamientos al escuchar la pregunta de Luca. Le miro fijamente sin entender nada—. Estás temblando. —Aclara. Ah, eso. Sí, es verdad, estoy temblando. No me había dado cuenta.
—Será porque no he comido nada en horas, no te preocupes —asiente con la cabeza. La verdad es que hoy tampoco es como que haya comido mucho en general, y estoy un poco mareada—. Ahora vuelvo —digo y antes de que Luca me responda me voy al baño.
Todo normal, ¿no? ¡PUES NO!, porque cuando he ido a limpiar me he encontrado con sangre en el papel.
«Mierda, mierda, mierda», pienso. Por suerte siempre traigo compresas en la mochila. Y por suerte guardo algunas en el baño de los trabajadores. Suspiro cansada. Joder, mierda, por eso hoy estoy más sensible a todo, soy una estúpida.
Una lágrima cae por mi mejilla. No quería llorar, pero a este punto yo ya paso de todo. Cuando salgo del baño volviendo a estar en la barra veo a Luca barriendo.
—Eso debería haberlo hecho yo —le digo cansada. Él me mira y niega con la cabeza mientras sonríe un poco. Levanto los hombros para restarle importancia. No voy a quejarme, ¿qué queréis que os diga?
—Como no has comido nada te he sacado un cupcake —dice mientras sigue barriendo.
—Gracias —suelto en un susurro. Vale, eso sí que no me lo esperaba. Pues que majo. Me acerco más a la barra en donde está el cupcake y empiezo a comérmelo. Y entonces, de repente, se empieza a escuchar una canción.
«Work, work, work, work, work, work…». Me quedo quieta, escuchando la canción.
—Vaya temón —dice Luca. Subo la cabeza para verlo. Enarco ambas cejas, sorprendida de encontrarme a Luca «bailando» mientras canta en voz baja la canción—. Just get ready for work, work, work, work, work, work…
Contengo la risa, pero, joder, es difícil. Mira que ponerse a cantar y bailar Work de Rihanna mientras está barriendo.
No aguanto más la risa y empiezo a descojonarme fuertemente sin parar de mirarle hacer el ridículo. Él me mira divertido pero no para, sigue haciéndolo pero ahora más exagerado.
Me agarro la barriga con las dos manos del dolor que me provoca estar riéndome.
—Para, por favor, vas a matarme —le digo como puedo mientras me quito las lágrimas de los ojos. Porque sí, he llorado de la risa.
Luca se ríe pero para, y gracias a Dios, porque en serio, no podía más.

Comments (0)
See all