CAPÍTULO 10
A la mañana siguiente, era tan temprano que aún no salía el sol. Amira no podía dormir, por lo que salió de su habitación. Caminó por los largos pasillos de aquel gran palacio; estaba tan silencioso y tan solitario que parecía que nadie habitaba en él. Caminó por un largo tiempo hasta que se cruzó con una figura; empezaba a amanecer, por lo que se podía ver con claridad.
Era una mujer la que estaba recargada en uno de los balcones de aquel gran palacio. Su figura era esbelta. Tenía el cabello rubio, el cual resplandecía como hilos dorados cada vez que el sol los iluminaba más.
Amira se acercó más a aquella mujer en camisón porque sentía curiosidad por ver su rostro. Cuando lo vio, mostraba unas finas facciones. Tenía la tez muy pálida, lo que hacía resaltar sus ojos color aqua, además de aquellas ojeras que probablemente eran resultado de no haber dormido aquella noche y, tal vez, otras más.
Aquella mujer sabía que era observada. Ella era alrededor de dos años más grande que Amira. Se concentraba en ver aquel amanecer, pero, entonces, miró fijamente a Amira. La miraba con detalle, como si la estuviera analizando o, tal vez, como si estuviera corroborando información que antes se le había dado.
Abrió la boca para hablar, pero no salieron palabras; solo la cerró y volvió a mirar como el sol se iba poniendo en aquel amanecer. Nuevamente, volvió a mirar a Amira con detenimiento, lo que hacía que Amira tuviera los nervios de punta, pues no sabía que es lo que pensaba aquella mujer. La expresión de aquella mujer era seria, indescifrable.
En algún punto eso le recordaba a Tyler, a quien nunca sabía que pensaba. Él podría tener un rostro amable o podría burlarse de ella, pero nunca sabía que era lo que pensaba; siempre era un misterio lo que pasaba por su cabeza.
A pesar de siempre estar cerca de él, nunca pudo darse cuenta de que el seguía buscando su hogar. Nunca sabía de sus pensamientos repentinos o ideas que, Amira, no sabía porque las diría en ese momento.
Al recordar brevemente a Tyler, una sonrisa se dibujó en el rostro de Amira. Aquella mujer notó el cambió. Abrió sus ojos por una ligera sorpresa. Entonces, después de tanto, volvió a abrir la boca y, en esta ocasión, dijo:
— Tu eres Amira, ¿no es así?
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