Empujé a Javier con fuerza. Él era un imbécil, pero no tenía ganas de un escándalo.
—Te dije que no quiero —volví a darme la vuelta, abrí la puerta y salí del cuarto disgustado. Me arruinaron las ganas.
Apenas di un paso fuera de la habitación y los dedos de Javier tomaron mi muñeca. Él intentó arrastrarme dentro, pero me resistí. Me topaba con cada loco…
—Suéltame —advertí. Mi paciencia se agotaba y él seguía tirando de mí. Estaba a punto de darle un golpe cuando un chico lo empujó.
—Déjalo —dijo el rubio.
—No te metas —contestó Javier tomando mi muñeca nuevamente. Suspiré sintiéndome exasperado. De haber sabido que terminaría así, hubiera preferido llegar a casa y buscar nuevas formas de molestar a mi tutor.
—Es mi casa, puedo meterme —el chico pelo amarillo fulminó a Javier con la mirada—. Vete de aquí.
Javier chasqueó la lengua y se fue por las escaleras echando humo. Mis ganas de diversión también desaparecieron.
—¿Estás bien? —preguntó el rubio mirando mi muñeca. Se veía como alguien amigable, pero no era nada mi tipo. Su piel era clara, muy pálida, como si se hubiese bañado en cloro y este lo hubiera decolorado. Lo único que resaltaba en su desvaída piel eran sus ojos verdes y sus rosados y delgados labios.
—Sí —le di una última mirada al tipo. No era feo, pero no me gustaba.
—Me llamo Ian —él sonrió.
—Yo Alejandro y ya me voy.
Me encaminé hacia las escaleras dispuesto a salir de este lugar. Mi único deseo en este momento era llegar a mi casa y dormir.
—Espera —dijo Ian detrás de mí.
Me giré para verlo.
—Esto puede sonar raro... —el rubio vaciló en seguir hablando—. ¿Podrías darme tu número?
No era la primera vez que alguien me pedía mi contacto. Poco me importaba si este chico lo tenía.
—Sí —respondí. Ian sacó su teléfono de su bolsillo y sonrió—. Es 55 37 ** ** ** **
Terminé de darle mi número y me apresuré para irme del lugar. Mi casa no estaba demasiado lejos. Cuando estuve a unos metros de llegar, mi corazón se aceleró por la sorpresa. Mi tutor estaba recargado en la puerta de mi casa mirando su teléfono. ¿Qué hacía todavía aquí?
Seguí avanzando hacia mi hogar. No me quedaba de otra.
—Igual serán tres horas —dijo mi tutor en cuanto estuve junto a él.
—Como sea —respondí sin mirarlo. Saqué las llaves de mi mochila y abrí la puerta. En cuanto estuve dentro la arrojé al suelo. Él entró después de mí y cerró la puerta.
Caminamos a mi habitación y nos dirigimos al escritorio. Mi tutor abrió su mochila, sacó cuadernos y una pluma.
Nos sentamos y él comenzó a explicar algo en lo que no podía concentrarme. Su voz no me lo permitía. Cada vez que él decía algo, un ligero cosquilleo recorría mi espina dorsal. Fingí prestarle atención, pero solo estaba mirando su rostro tratando de ser discreto. No podía apartar la vista de él. Era totalmente su culpa por nacer siendo atractivo. Sus ojos casi inexpresivos eran llamativos. Al igual que sus cejas, sus labios, sus largos dedos y... ¿por qué mierda usaba un pantalón tan ajustado? Podía ver su miembro marcado en la mezclilla.
Mordí el interior de mi mejilla luchando duro por no comenzar a fantasear con su pene.
—Te aseguro que los apuntes no están en mi entrepierna.
Aparté la vista abruptamente y me sonrojé. Miré su rostro. Él estaba serio.
—Eso ya lo sé. No te miré ahí. Solo estaba pensando algo —me sentí abochornado por ser descubierto, algo que jamás hubiera sentido en ningún otro momento. ¿Qué estaba mal conmigo? Yo no me avergonzaba de estas cosas…
—Concéntrate —dijo él volviendo a explicar lo que sea que estaba explicando. No podía entender de lo que hablaba. Mi cabeza estaba muy ocupada tratando de descifrar qué carajo me pasaba y porque este tipo me hacía sentir tan raro.
Esto tenía que terminar. Una cosa era desearlo y otro muy diferente era ser afectado por su estúpido caracter… Todo esto era porque me faltaba descansar. Hoy dormiría bien y mañana todo estaría mejor.
Sí, solo me hacía falta descansar.
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