En una mañana resplandeciente, el sol se asomaba por el horizonte pintando el manantial celestial de tonos rosados y dorados. Las ráfagas, breves, fuertes y vigorosas, se zambulleron en las hierbas del suave pastizal; con los primeros golpes, las meció con prudencia y, luego, con delicadeza. Cada brizna de vegetación de la tierra llana y el escarpe del terreno inclinado parecía danzar al compás del viento, siendo acariciada por la energía vital.
El mosaico de verdes tonalidades se extendía como un manto ondulado sobre el suelo, un bordado delicado del blanco al verde más oscuro, desde dónde la mente no recuerda hasta donde todo se hunde en medio del océano. Al rozar el tacto, la textura era sedosa, acompañada de un aroma fresco, el cual, impregnado en el aire, se apoderaba de cada pétalo adherido al cuerpo; fragancia detectada únicamente cuando se respira a conciencia, con necesidad y concentración, sólo allí y solo así. Cada hierba poseía su propia característica, algunas esbeltas y flexibles, otras más delicadas y robustas, todas vibrantes de vida bajo la luz matutina.
La esfera del cielo derramaba su luz sobre el paisaje. Iluminó a las mariposas que revoloteaban entre el pastizal. Sus alas eran un arcoíris en movimiento, cada aleteo acumulaba una sonrisa, y, en su interior, almacenaban regocijo. Sus tonos eran vibrantes, oscilaban entre el amarillo, naranja y azul, de bordes negros y motas blancas. Cada revoloteo desplegaba un destello de color, como pequeñas pinceladas de arte en el glaciar superior.
El lago celestial termina siendo un lienzo de constante cambio, en él, se funden los tonos pasteles del amanecer con el celeste intenso del día que llega, siempre apodado “Boreal Auriga”. El algodón, esponjoso y etéreo, flota en el firmamento, toma formas caprichosas, muchas despiertan la imaginación, y otras parecen lino esculpido por las manos de Stribog, se extienden por las plumas de un Martín pescador común.
Y el viento, definido como “luxurio”, más de lo que uno quisiera realmente, es el director de esa sinfonía que es impulsada y definida por el trineo de las aves. Se siente en la piel como una caricia, refrescante y revitalizadora. Desde la distancia, detalles observados desde la ventana de una posada, sus susurros son como un canto mañanero de sirena, y, gracias a sus actos, aquel que fuera el responsable recibiría una piadosa bendición por la evocación de la contemplación y conexión con la naturaleza.
Fluctuando junto al canto, persiguiendo la tierna corriente de voz, el vigoroso brillo del día expande mucho más los dos metros de largo de la ventana. Los espejos del alma, como cada matiz del vaso mortal, captaron fascinados la danza de colores, aromas y sensaciones que agitaban los sentidos y alimentaban el néctar interior. Algo era seguro, sería un evento efímero, pero eterno, un regalo del seno de la tierra que se sumerge en la armonía y belleza del universo; ese en el que se vive sin camino establecido, armado de planes, propuestas y construcciones.
«Pero ¿qué le sucede?», se preguntó Zhì Yuè.
Yamagata Kiriya estaba sentado cuatro mesas delante; estaba de espaldas, mirando hacia la nada y sorbiendo plácidamente su sopa. El joven vestía una capa negra que cubría su deteriorado y andrajoso hanfu blanco. Sus heridas estaban vendadas, aún se recuperaba. Y sus pies estaban descubiertos, expuestos a la crueldad del suelo.
Zhì Yuè se rascó la cabeza con severidad, soltó un fuerte soplido, cansado; el trabajo del día anterior le había dañado el lado izquierdo de la mandíbula; se pasó la mano por la cara y, de paso, elevó algunos de los mechones que le cubrían la frente. Tomó toscamente su pan, envuelto en una tela color beige, y cogió su taza de linaza. Se acercó hasta la mesa de Yamagata. Allí, lo miró con cuidado.
Yamagata tenía un semblante ausente, como si alguien le hubiera succionado la felicidad. Sus ojos eran dos motas grises pérdidas, similares a dos semillas de guanábana; no tenían ningún tipo de brillo, acumulaban la ausencia de su alma. Sus parpados estaban caídos, sumidos en el desinterés, parecía que sus pupilas estaban acorraladas en un mar de desesperanza, no reflejaban luz ni mucho menos espíritu. Sus ojeras cargaban el peso del mundo, y sus párpados una lucha contra la abrumadora apatía.
El sujeto irradiaba una tristeza capaz de drenar el color y la vida de todo a su alrededor, revelaba un alma perdida en el abismo del abatimiento, pero sin reconocer que lo estaba.
Zhì Yuè se sentó al frente de él. Yamagata no mostró expresión alguna. Zhì Yuè dobló sus piernas, colocó una pantorrilla sobre otra, tomó un profundo sorbo de su linaza caliente, miró a Kiriya con curiosidad y articuló:
— ¡Habla! ¿Qué es lo que quieres de mí? Me has perseguido estos días. Ayer trabajamos técnicamente juntos. Intenté darte la mitad de la recompensa. Pero huyes cuando me acerco y te aproximas sin notarlo después. Y no digas que no me sigues. Hemos caminado por los mismos senderos. Has entrado a los mismos lugares que yo. Duermes cuando duermo, caminas cuando camino, te mueves cuando me muevo y comes cuando como. Yo he estado pagando por tus gastos, tu alimento y posada. En nuestra situación, lo adecuado es que respondas.
Yamagata Kiriya llevó su mano a su mentón. No parecía entenderlo. Se preguntó: «¿Pagando por mi comida…?, ¿la posada? ¿Se paga por dormir?»
Zhì Yuè leyó inmediatamente su mente. En realidad, el dinero no era un problema. Soltó un suspiro originado desde el interior de su corazón, flexionado y contenido por el cansancio muscular.
No estaba confrontando a Kiriya por los gastos que le había generado. Sus intereses derivaban de otro aspecto, algo humano.
— No te entiendo —murmuró Zhì Yuè—. Responde. ¿Por qué me sigues?
— Dijiste: «Ahora eres libre, puedes ir dónde quieras. Los humanos son capaces de escoger su camino, tanto como la flora decida desplazarse».
Zhì Yuè lo recordaba. Eso era exactamente lo que él le había dicho cuando lo rescató.
— ¿Por ello, me has estado siguiendo?
— … El pavimento es público —articuló Kiriya ausentemente—. La libertad… es libertad.
Por su expresión, Zhì Yuè dedujo fácilmente que no le estaba tomando el pelo. No parecía ser una persona orientada a la estafa, como otros huérfanos que había conocido; mucho menos del tipo de persona que finge ingenuidad esperando que bajes la guardia para robarte; todo lo contrario, lucía perdido.
— Hagamos bien esto. No puedes estar siguiéndome como un perrito desahuciado por todas partes. Hace dos días compré un par de zapatos para ti, pero te echaste a correr porque pensaste que te pegaría. Yo te rescaté, ¿no? ¿Por qué te golpearía…? ¡Ay! —denotó, tocándose la frente. Kiriya no parecía entender nada de lo que le decía, estaba sorbiendo el caldo de su cuchara—. Solo tienes que decir que no sabes a dónde ir y que me quieres acompañar, con eso es suficiente para mí —aseveró Zhì Yuè, sonriente. Su alegría era instintiva, igual que su respiración—, así que hagámoslo oficial. Me presento de nuevo. Mi nombre es Zhì Yuè. Pertenezco a Mermaid Wings. Y mi talento… eso ya lo sabes. Será un placer trabajar juntos. Ahora tú, preséntate.
Kiriya colocó su cubierto al interior de su tazón. Tomó una servilleta y se limpió cuidadosamente, era la primera vez que Zhì Yuè lo veía ser tan leal a la limpieza.
— … Mi nombre es Yamagata Kiriya. No pertenezco a ningún sitio. Mi talento es problemático, al parecer, especial; no quiero traerte problemas, así que no lo usaré hasta aprender a controlarlo. Será interesante trabajar contigo. Espero aprender cosas de ti. Y… no soy un perro desahuciado.
«Lo último era innecesario», evaluó Zhì Yuè, pero no le importó. Kiriya parecía ser una persona directa, le gustó eso. Sintió que serían compatibles para trabajar en equipo; después de todo, no lo había hecho tan mal el día anterior.
— ¡Muy bien!, ¡me encantas! Si te sigo agradando en el futuro, y mi compañía te resulta grata y satisfactoria, entonces puedes darte el lujo de ser adoptado por mí.
— ¿Adoptado…?
— ¡Siempre bebes sopa!, ¿te gusta?
— No lo sé… ¿Cómo sé si me gusta?
— Sabes que te gusta cuando piensas en eso al tener hambre. Yo amo el estofado, o el pollo en general. Me gusta el arroz y el pollo.
— Creo que me agrada que sea ligera. Nunca he comido otra cosa que no sea sopa…
Zhì Yuè quiso darle un abrazo, Kiriya no mentía, algo había escuchado sobre lo que le daban de comer. ¿Cómo era posible que lo olvidara? Debería golpearse a sí mismo luego. Necesitaba concentrarse, llevaba días pensando en otros asuntos. Agitó su cabeza y se apoyó en la mesa.
— Lo olvidaba, ¿cuántos años tienes? Pareces de mi edad, ¿tú también tienes quince?
— La familia Kaer me mantuvo encerrado diez años —comentó como si nada, haciendo los cálculos, manteniendo su vista en la madera del techo—. Y creo recordar que dijeron que me encontraron a los cinco… Creo que sí, supongo que tengo quince.
— ¿Me presumes que sabes sumar? —preguntó Zhì Yuè, intentando bromear con él—. Yo también sé matemáticas.
— ¿Presumir…? —murmuró Kiriya. Sintió recordar algo, pero lo olvidó enseguida— ¿Matemáticas…? —repitió, después.
Zhì Yuè habló como maestro genio del Imperio Mágico:
— Presumir: Acción de alardear con el propósito de impresionar.
Tan pronto cuando definió “presumir”, se dirigió a definir “matemáticas”, pero Yamagata Kiriya habló antes, remedando la actitud de Zhì Yuè, en el mismo tono y casi como un robot, artículo monótono:
— Matemáticas, según el Diccionario Celestial, las matemáticas son una disciplina encargada del estudio de las relaciones de los números y sus propiedades, funciones, conjuntos, figuras geométricas, operaciones lógicas que se analizan y resuelven… —notando su impropiedad al interrumpirlo, se detuvo abruptamente—. Disculpa. No sé de dónde salió eso. Me disculpo. Entiendo si me odias…
— ¡Esto es bueno!, ¡no eres un analfabeto! —exclamó Zhì Yuè, contento. Sus mejillas lucían rosadas, y sus verdes pupilas irradiaban un brillo de emoción—. ¡No te disculpes, no te disculpes! Realmente me preocupaste. Estaba haciendo los cálculos de cuánto costaría invertir en un maestro para que te educase, y cuánto tiempo tardarías en aprender. ¿Eso te enseñó la familia Kaer…? —Se detuvo. Tosió con discreción un par de veces. Sí que era un estúpido en ocasiones—. Será mejor no mencionarlos, no es bueno para ti.
— No importa. Como sea, no recuerdo mucho. Quizás ellos me educaron.
— Cuando recuerdes cosas importantes, avísame. De seguro quieres entender quién eres y de dónde vienes —Kiriya no parecía entenderlo—; ya sabes, armar tu pasado, a eso me refiero. Te ayudaré en lo que pueda, ahora somos amigos. —Zhì Yuè le extendió su pan de semillas integrales. Pensó que sería agradable que Kiriya probara algo nuevo—. Desayuna bien, tenemos que atender otro trabajo.
— ¿De qué tratará? —preguntó, luego de recibir el pan y morderlo con escepticismo.
Al escuchar esa pregunta, los ojos de Zhì Yuè se volvieron traviesos. Movió sus cejas como si fuese un contrabandista intentando vender Polvo Aditivo a niños en un callejón apartado y escondido entre los escombros luego de la guerra. Las comisuras de su sonrisa se extendieron con placer y regocijo, como si recordara algo travieso que había hecho; lucía demasiado feliz.
Asintió orgullosamente un par de veces antes de responder.
— Nosotros, amigo mío, nos aventuramos a exterminar a Salamandra de Hielo en el abismo maldito, lugar del que se rumorea y esconden las Pulseras Divinas, las cuales son custodiadas por Hynt. —De nuevo, Kiriya no entendió su emoción—. El pueblo Starlim paga veinte mil sonios por deshacerse de él. En estos momentos, el dinero nos urge. Debemos pagar los últimos cobros de la casa, cubrir los gastos de comida, comprar cosas nuevas, y, justo ahora último, estamos remodelando todo, y, con tu llegada, tendremos que construir un nuevo dormitorio. Todo en Grumelia está caro. Vivir en la catedral nos cuesta medio riñón al mes. Quizás no lo sepas, pero lo de la guerra y las iglesias dejó la economía hasta el Santuario Celestial, el Consejo de Magos está hecho un loquero, así que escogí en secreto siete trabajos del tablero de asuntos de Mermaid Wings, bueno, por todo aquello y por otras cosas. Pero olvida todo; no es importante. Antes de irnos, tenemos que ir a comprarte ropa. No puedes andar así.
Kiriya escrutó su atuendo con simpleza. Alzó la mirada y, con unos ojos inertes, preguntó:
— ¿Es malo?
— Por tu propio bien, y por la salubridad de los demás, nunca preguntes eso frente a otros, y nunca andes así cerca a alguien. Tú solo recuerda mantenerte limpio siempre. Polvo: Te bañas. Una mancha: Te bañas. Sudor: Te bañas. Así de simple.
— Está bien… Ya terminé de comer. ¿Dónde compraremos?, ¿queda lejos? ¿Dónde queda el trabajo?, ¿en cuantas horas llegáremos?
— ¿El trabajo?, ¿horas? —preguntó Zhì Yuè, confuso—. Ah, verdad —aplaudió— había olvidado que creciste secuestrado. No es cuestión de horas, sino de días. Nos tomará dos días llegar a Starlim. Compré dos boletos, viajaremos en tren; sale en dos horas, así que aún tenemos tiempo.
— ¿Tren?
— Amigo, me niego a definirte lo que es un tren —expresó Zhì Yuè, seguro y frunciendo el ceño—, te estaría quitando la chispa de emoción al conocer uno por primera vez. Cuando estemos cerca, te cubriré los ojos y te lo mostraré. Aunque a mí no me gusta subir a uno, siempre termino vomitando.
— ¿Entonces para qué vamos? —cuestionó Kiriya, sin entenderlo.
— ¿Tienes un anglil del que no me hayas hablado? —preguntó Zhì Yuè, con una mirada astuta. Apoyó cómodamente sus codos sobre la mesa, inclinándose un poco y tocando sus mejillas, necesitaba masajear esa zona de su cuerpo. Un anglil era una enorme ave de color verde de tonos azulados con líneas negras, su tamaño promedio era la de un caballo, dependiendo del peso y su desarrollo, eran capaces de servir como transportistas o acompañantes de viaje; su pelaje siempre brillaba como hilos de plata—. No, ¿verdad? La única forma de movernos rápido es en tren si no tenemos un anglil. Si vamos a pie o en caballo, tardaríamos unos cinco o seis días, o hasta siete, creo. Eso no importa, de seguro tú sí te divertirás. Te gustará el tren, muchos dicen que lo disfrutan. Para serte sincero, no sé cómo no odian esa máquina.
A pesar de que esas fueron las palabras afirmativas y animosas de Zhì Yuè, Yamagata Kiriya no soportó el viaje en tren. Experimentó el peor mareo de toda su vida y terminó vomitando todo su desayuno. Al parecer, ambos jóvenes eran incapaces de viajar en un ferrocarril; a eso se le podría llamar, despectivamente, ser pueblerino profundo.
Aunque el viaje fue innegablemente divertido, Kiriya pensó que Zhì Yuè lo estaba castigando.
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