—¿Sabes qué significa piano?
Una sonrisa inundó su rostro expectante, aunque no estuvo muy seguro si la pregunta se escuchó sobre el sonido producido por las teclas. Si bien hablaba, también estaba muy inmerso en el compás, su cabeza siguiendo el ritmo, la sonrisa floreciendo a partir de las notas emitidas, reverberantes de la caja acústica. Y es que, a pesar de la críptica lectura que el acompañante a su espalda no entendía, seguía atento a lo que tocaba.
—¿Significaba algo? —preguntó cargándose sobre su espalda.
Rodó los ojos. Miles estuvo a punto de detenerse para girarse en la banqueta y lanzarle una mirada inquisidora, pero se contuvo; arruinaría el momento.
—Es un objeto— continuó —, también un adjetivo en italiano.
Sintió el peso a su derecha tomando espacio a su lado. Él...no tenía noción del espacio. Ya se habría sentido irritado en otra ocasión por interferir de esa forma, pero ahora, en este momento, no le era desagradable en lo absoluto.
—Das muchas vueltas. Solo dilo.
A pesar de que observaba sus dedos desplazándose por el teclado, sus palabras fueron pertinaces; chocó su hombro insistente para orillarlo a responder, pero Miles no hizo caso. Hace tiempo que no se sentía así con el instrumento cuando lo tocaba...relajado. Quizás, ya que justamente no lo tocaba hace tanto, o tal vez era por la influencia de su acompañante, pero el niño del lado a menudo interrumpía sus prácticas en medio de algo bueno o demasiado emotivo; era parte del paquete.
La interpretación de Miles trataba del Impromptu No. 3 de Schubert, una pieza lírica que en ocasiones le hacía llorar, cuando la interpretación era majestuosa. Creaba sensaciones contradictorias.
Tenue, el chico insistió socarrón pisándole el pie sobre el pedal, y antes de tener tiempo para enojarse al arruinar su ejecución, un cosquilleo recorrió su cuerpo al sentir su cabeza sobre el hombro, recostándose. No era propio en él, por eso lo pilló con la guardia baja, causándole una sensación desconcertante.
Sus dedos se detuvieron ligeramente al encontrarse inmerso en el calor que produjo de un simple movimiento.
¿Quién era? No podía creerlo. ¿Por qué se sentía tan reconfortante? ¿Por qué le provocaba este tipo de sensación que iniciaba en su nuca y sacudía con un terrible calor su pecho?
Giró el rostro a su lado. Su cara seguía tendida junto a él, pero el cabello rubio acarició su mejilla haciéndole cosquillas.
Pasaba de nuevo; la sensación era tan extraña como la pieza de Schubert; algo entre júbilo y desconsuelo, el hombro ardiendo, la sensación en su mejilla, todo en su conjunto, se sentía igual sobre lo que inició la charla.
—Suave —murmuró cerrando los ojos, anhelante de recostar su cabeza también, y así, compartir el calor.
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