Un rostro inquisidor lo observaba del otro lado del pasillo cuando abrió los ojos. Vagamente desmenuzaba la realidad de lo onírico; pues solo hace segundo, ¿no estaba en la sala familiar de su casa?, ¿dónde estaba?, ¿y quién era ese extraño?
En tanto la realidad lo golpeó con el mismo dolor que su cuello por dormirse sobre el banco al enderezarse, vino a recapitular abatido lo que ocurría.
«¿En serio, Miles? ¿En las salas de estudio?», pensó deslizando sus dedos por la mejilla enrojecida, reaccionando.
—... ¿se te ofrece algo? —inquirió desafiante al otro lado, y cogiendo sus libros abiertos donde un segundo atrás reposaba su mejilla, se puso de pie cabreado.
El muchacho frunció el ceño intimidado por creer que iría en su dirección buscando pleito, pero en tanto Miles pasó indiferente el pasillo, las cosas volvieron a funcionar con normalidad en ese rincón.
¿Quién se pensaba que era, un bravucón? Cavilaba malhumorado, dejando las puertas de la biblioteca para llegar a los casilleros del otro lado del campus; sabía que a veces hablaba dormido, pero más escalofriante, ¿no era observar a otros dormir? Principalmente si era otro chico. Le ponía la piel de gallina.
Podría ser de primer año, razonaba luego, sintiéndose un poco mal. No es que ubicara a todos los chicos de la escuela, pero los de primero aún no estaban al tanto de las malas lenguas de los de tercer y último año. Con suerte, los rumores iniciados por los de cuarto durante su primer año, ahora morirían con los de segundo. En cualquier caso, los de primero pronto lo descubrirían.
Sabía que actuaba arisco con todos la mayor parte del tiempo, pero su reputación ya estaba hecha, y detestaba a los que se entrometían en problemas ajenos. ¿Qué caso tendría ser sutil en último año? Al menos, no jugaba al popular siendo hipócrita; más que mal, los rumores nunca acabarían.
Por supuesto, mientras no lo molestaran, el resto podía pensar a sus anchas, pues al final, no era su problema lo que saliera de otras bocas, más puramente, representaba lo que eran como personas.
Entonces, ¿a qué venía su mala actitud?
Comenzó al acabar la escuela media con una muñeca rota; cuando superó esas ilusorias esperanzas de recuperarse de una lesión, se fabricó objetivos claros. No obstante, le costó aprender. Así, cuando inició la prepa y le dio un último intento a formar lazos amistosos, esos objetivos se consolidaron hasta un punto de parecer inflexible para alguien de su edad, pero lo cierto, fue que le terminó acomodando lo práctico; prescindir de los vínculos.
Lo remanente era insignificante, similar al polvo flotando en el aire, y entre tanto polvo estorbando en el panorama, la polución era algo inevitable en la tierra, por eso sus pensamientos migraron de ese lugar remoto de la galaxia ni bien lo comprendió.
En ocasiones le resultaba tedioso recordar que seguía físicamente allí, pero sabía que mientras sus ojos apuntasen más arriba de su cabeza, todo funcionaría bien en tanto sus planes de ingresar a la Ivy Leage se concretasen. Por esto, ya no le tomaba caso si a veces su actitud molestara o intimidase a otros, mientras visualizaran la línea y continuaran en sus propios asuntos. ¿Cómo se explicaría mejor?
Últimamente, era presa de sueños bastante vívidos, sacados de contexto de sus recuerdos más importantes. No dormía bien si lo lograba, y cuando no podía conciliarlo, optaba por estudiar hasta que sus ojos no pudieran permanecer abiertos. Prefería no darle muchas vueltas, pues estaba convencido que era debido a la presión del último año y la culminación de sus esfuerzos; aunque por culpa de estos malos hábitos, se estaba metiendo en un ciclo de autosabotaje.
Por ejemplo, esa tarde se saltó el almuerzo para instalarse en la biblioteca a repasar conceptos de cálculo multivariable, y en vista de un pobre descanso la noche anterior, tan pronto sus ojos estuvieron frente a todas esas fórmulas, se terminó derrumbando sobre los libros murmurando incoherencias.
¿Y si era un colapso? No estaba convencido, sería demasiado pronto ad-portas del invierno con el primer semestre en curso. Y en sí, ya no era un tema lo que soñara, pues sólo eran eso: sueños. Ahora, el problema que le aquejaba mientras atravesaba esos pasillos poblados de otros alumnos tan inteligentes como él, de pancartas y avisos del comité de alumnado, de los insufribles casilleros compactos que en su mayoría no servían y de los tontos que estorbaban en el camino, lo más irritante de todo era, pues, ser humano y estar cansado.
De modo que, cuando iniciara el último periodo y su cuerpo le pidiera recarga, tendría que luchar contra el letargo y las ganas de mantenerse cálido en esa profunda inmersión que le invitaba a descansar, no obstante, el rigor que lo mantuvo en el mismo camino competitivo por tantos años, no le haría flaquear ahora. Seguía en la franja de lo tolerable.
En definitiva, lo único capaz de derribarlo tendría que ser un colapso que lo dejase en urgencias, más no los deseos de su cuerpo por invitarlo a descansar.
Pasaba los pasillos decorados con el típico cotillón terrorífico entre algodón y manualidades de broma hechos por los de primero y segundo.
Al ubicar su casillero, un grupo pequeño de chicas mantenía una charla amena, decorando con más algodón y pegatinas cuando lo notaron, haciéndose a un lado en perplejidad, tan pronto hicieron contacto con el rostro seco de Miles entre incómodas risitas y susurros, percatándose de que estorbaban.
Si se asustaron de él o simplemente compartían ideas entre dientes, no le tomó atención, contaba los segundos que se acercaban para cuando sonara el timbre e iniciara el octavo período; así no se perdería en sus pensamientos y esquivaría la sola idea de dormir.
Guardó sus libros y material de Cálculo, metió su mochila, sacó el cuaderno de apuntes de Literatura y, por último, juntó la puerta del casillero, ignorando las nuevas pegatinas de calaveras, pensando en lo tedioso que sería ese último período si la maestra también hacía una clase temática.
La última semana había sido un desastre, para variar. Nada estaba funcionando como a principios de semestre y, si hubiese tenido el poder de adivinar lo que pasaría en esa semana, cuatro meses antes de terminar el onceavo grado, no habría dejado ninguna de sus actividades extracurriculares para tener tiempo libre en casa.
Al menos, si aún hubiese querido salirse de los clubes de ciencias, podría haber reconsiderado quedarse en el equipo de béisbol, o en el de olimpiadas.
Quizás sonaba como un maníaco de los estudios o un ñoño desadaptado, pero lo último que necesitaba, era justamente estar en casa preocupándose de compartir la limpieza, la comida, y además de los cuidados de un perro que su familia adoptó sin considerar su opinión.
Estaba colapsando por eso, pero no iba a aceptarlo. El timbre replicaría en cinco minutos para iniciar la clase de Literatura y él se movilizó hacia su salón, cuatro minutos al acomodarse en su lugar, segundo en la fila del medio, donde además de él, ya se encontraban los típicos chicos ocupando los bancos próximos al lugar de la maestra y la pizarra.
Estaba demasiado inmiscuido en su agotamiento observando su cuaderno de apuntes, que, cuando tendieron una lata en su lugar, ligeramente pudo interrumpir sus cavilaciones sobre Colin, siguiendo la mano y el brazo de quién extendía esa lata.
Dedos largos y delicados, manicura prolija sin esmaltado, blusa arremangada y bien plegada, cayendo por sus hombros un cuidado cabello rubio, lacio. Justamente, fue esto último lo que se quedó observando al recordar la sensación de su sueño, cuando vagamente reconoció a la chica nueva tomando lugar en el banco junto a él entre sonrisas. Entonces inhaló, cayendo en cuenta de que se había quedado inmerso de nuevo, olvidando por un instante hasta respirar.
«Oh, solo era Diana Slate», recordó sonriendo, pero más que por verse grato, se trató de una cortesía camuflando su incapacidad de poner atención, ya que la muchacha le estaba comentando algo, pero sólo captaba sus labios moviéndose y él asentía.
—Bébelo ahora, antes de que entre la maestra —insistió de un suave empujón con su mano sobre el hombro. Fue suficiente para que saliera de su estupor y dejara su cara de póker observando a lo que indicaba sobre la mesa. Era una bebida energética.
—Oh, vaya…gracias —. Se forzó a sonreír. Dolía.
Pero le caía en el mejor de los momentos, a pesar de que fuese un detalle demasiado “afectuoso” para incomodarlo; no como para creer que Diana mandaba señales románticas, sino que era un gesto muy amistoso, quizás una invitación a fraternizar en confianza, ya que seguía siendo con quien mejor se desenvolvía.
Un rato antes, en la biblioteca, oyó malos comentarios de algunas chicas sonando insidiosas por la vibra autónoma de Diana. Los chicos del baño tampoco se quedaron atrás, comentando que se creía demasiado por ser bonita para socializar con ellos, terminando en concepciones misóginas.
Al final, su transferencia no cayó muy bien para la clase, y realmente no le sorprendía. Incluso saturados de tarea, exámenes esenciales a la vuelta de la esquina, documentos que solicitar y formularios que llenar para iniciar la vida universitaria el año siguiente, no les faltaba el tiempo para circular el chisme y crear rumores; seguía siendo el panorama favorito de todos.
Por eso comprendía las señales de la muchacha. Estaban en la misma posición, paralela al entorno. Preocupados simplemente de estudiar.
¡Pero era extraño! Y estaba agotadísimo para hacerse el amable.
Se conocieron el primer día en la oficina de admisiones. Miles no era representante de clase ni tenía mucho toque cívico, pero tuvo que cubrir a Colin tras sentirse mal por no mantener contacto terminada la temporada de béisbol del tercer año, y esperó que así se mantuviera una vez que se retiró oficialmente del equipo, pero allí estuvo siguiéndolo tan pronto lo encontró en el pasillo de bienvenida, rogándole si pudiese cubrirlo para así reunirse con los chicos del equipo. No pudo negarse ante esa cara afligida, a pesar de que no fuera nada más urgente que desprenderse de esa obligación.
Antes de terminarse la temporada de verano y retirarse del equipo, Colin le hizo prometer que se reunirían durante las vacaciones, pero al final, no atendió a ninguna de sus llamadas ni mensajes de texto.
Así, cuando se dirigió a la oficina de admisiones medio incómodo y con una sensación desconcertante de inquietud, la asistente lo encaminó hacia los transferidos de último año aguardando por algún representante del año anterior. Diana Slate era la única esperando, y gracias a ella pudo distraerse.
Su primera impresión fue de alguien estereotípicamente popular, recordándole un poco a su hermana Ellie, esa tipa caprichosa y mandona que para bien de la humanidad, había vuelto a la universidad y estaba lo suficientemente lejos para pedirle recados absurdos desde Connecticut.
Por eso fue tan natural romper el hielo tras ese extraño apretón de manos y mostrarle la escuela; resultaba que tenían bastantes cursos en común, intereses, tales como la carrera a la que deseaban aplicar y opciones universitarias. Existía incluso una ínfima posibilidad de que fuesen compañeros el año entrante.
Pero lo mejor, fue que terminó encontrando al antagónico de su hermana y un alivio, pues tendría que ver a Diana en cuatro de ocho cursos, sin mencionar que sólo un par de semanas atrás también aplicó al club de matemáticas.
Terminó de beber el contenido de la bebida en tiempo récord pensando en ello, cuando el timbre sonó y se puso de pie para tirarlo al bote de latas junto a los otros contenedores en la puerta del aula. Volviendo a su lugar, el salón lució visiblemente más concurrido, y sus compañeros continuaban llegando, pero entre ellos, Colin no llegaba.
Un sentimiento por querer salirse lo agobió; era como si estuviera en una cajita de sardinas encogiéndose y siendo excesivamente ruidosa. Una sensación de nerviosismo lo acompañaba tensándolo, pero espantó esta idea recordando su lugar favorito: una fotografía del espacio profundo con un puntito azul pálido desenfocado y apenas visible, de un libro de Astronomía.
Era estúpido y bastante cliché, pero desde que se encontró ese libro en séptimo grado, le gustaba imaginar que sus problemas eran tan efímeros como ese imperceptible punto entre los destellos del sol, en un vacío. En otros momentos, se imaginaba siendo el observador de aquella mota de polvo, lejano.
Si ponía suficiente esfuerzo, entrado unos años, tendría la oportunidad de postular a su propia investigación en algún observatorio del mundo perdiéndose entre esos pensamientos.
Simplemente, debía mantenerse persistente.
De vuelta en su banco, retomó su rol y le sonrió de vuelta a Diana, preparando sus cosas en lo que la maestra se integraba dando las buenas tardes y cerraba la puerta.
Miles buscó sus lentes guardados encima del saco, en un estuche entre sus bolsillos interiores; se los acomodó dejando el estuche sobre la mesa, pero se lo pasó a llevar un compañero que caminaba descuidadamente.
—¡Ah, carajo! —soltó deteniéndose, corriendo a recogerlo. Incluso Miles se halló sorprendido.
—Señor Kuznetsov —advirtió la maestra ante las risas y la cizaña de la clase.
El torpe muchacho volvió al lugar de Miles dejando gentilmente el objeto en su mesa, pero cuando observó sus ojos, pudo captar la vibra sarcástica.
—Lo lamento, bebé. Te quedan bien los lentes— comentó, retirándose raudo hacia su lugar con una sonrisa airosa.
«Lamento mi culo», pensó poniendo los ojos blancos, bajo el llamado al silencio que la maestra pedía a la clase. «Jodido friki» continuó, sintiendo escalofrío de su falso elogio.
«¿Para qué hacer esa mierda?», pensaba abriendo su cuaderno, irritado. Solo alimentaría esos desagradables rumores, reflexionaba. Hasta la fecha, nadie los había visto pelear o discutir en la escuela, y en efecto, nunca lo hicieron durante la preparatoria. Así mismo, raramente se dirigieron la palabra, o coincidieron en trabajos grupales.
Nadie tenía una premisa cierta de por qué podrían no agradarse, pero difícil era que pasara desapercibida la vibra cortante que compartían en un mismo lugar. Se rumoreaba que era a causa de que Miles detestara a los amanerados y Jacob Kuznetsov fuese abiertamente homosexual.
Otros fueron más lejos y asumieron que se le declaró en primer año, y en esto, Miles no sólo lo rechazó, sino que, durante los años posteriores también se dedicó a evidenciar el asco que le provocaba.
Pero eran rumores de escuela, ¿no?
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