Fuera de la escuela, las nubes se movilizaban indecisas, ligeras y translúcidas traspasando los fotones. Desde la biblioteca, una luz blancuzca e insípida atravesaba las ventanas emplomadas entre telarañas de algodón, llegando hasta sus gastados libros de Cálculo AP, y, sobre la mesa; Miles insistía en estudiar con los ojos cerrados y sus codos encima manteniendo su cabeza erguida con mucha dificultad.
Repasar conceptos de cálculo no fue gratificante pasadas las cuatro de la tarde con un estómago vacío y exceso de sueño. Por supuesto, también hacía tiempo para no volver temprano; era viernes y no hubo actividades extracurriculares para él. ¿Quién podría creer que incluso los ñoños como ellos planeaban eventos exclusivos para Halloween? Repasaba sarcástico.
Troy canceló el club de matemáticas ese viernes por ir con sus amigos esnobs a alquilar disfraces de las Guerras de las Galaxias para el fin de semana. Quería ser un jodido Lord Sith de los juegos en línea y Miles no recordaba qué clase de estupidez más había salido de su mensaje de texto, pero lo detestaba mucho más en ese instante, pues, más que haberle dejado sin panorama, ya no tenía excusas para no volver a casa.
Una ventisca gélida corrió cuando salió por la puerta principal del edificio al dejar la biblioteca.
Sabía que estaba así de malhumorado por el cansancio y el hambre, pero existían razones adicionales para justificar su malhumor.
El sonido del teléfono lo detuvo antes de bajar las escaleras. Lo buscó en su bolsillo izquierdo bajo el saco, echando una mirada casual a la pantalla mientras pensaba en lo frío que el clima se había vuelto.
“Seamos amigos de chat. No te olvides de agregarme!! diana.cobain91@hotmai.com. Suerte en tu aplicación temprana!”.
Era cierto. ¡Cómo podría haberse olvidado de la aplicación temprana! Por eso le agradaba Diana.
Notaba cierta influencia de música en su correo mientras le escribía un «sí». En esos días, no tenía idea de cuáles eran los trending de música. La moda adolescente arrasaba según el aspecto de bandas populares, entre delineador excesivo, pantalones gastados y playeras a rayas. Un montón de nuevas bandas y artistas pop reinventaron la decadente escena musical del rock alternativo, invadiendo las calles entre marketing excesivo, pero al final del día, él seguía sin diferenciar a un modelo de revista de un cantante popular.
De cualquier forma, desde el momento en que decidió ignorar todo lo significativo a la música, también se quedó en lo viejo, y no le importó lo relevante para…cualquier chico de su edad, así que, la mayor parte del tiempo no tenía idea de lo que hablaban sus compañeros, ni tampoco despertaba mucho entusiasmo en él.
Más de media década transcurrió desde la última vez en que realmente deseó oír una canción por su cuenta, o desde la última vez en que sus dedos pudieron tocar un piano con normalidad.
Acomodándose la mochila al hombro, echó el teléfono al bolsillo del suéter bajo el saco retomando su camino, bajando las escaleras cabizbajo con una sensación incómoda de sinrazón.
Después de las cuatro, el campus no tenía tanta concurrencia a excepción de algunos clubes y el murmullo de los equipos deportivos entrenando.
Las nubes continuaban indecisas, escapando algunos rayos de sol contrastando con ellas, pálidas y agrisadas, iluminando esa porción de la ciudad.
En lo que se distrajo mirando hacia el cielo caminando pausadamente, un golpe súbito azotó el contorno de su cara sin darle tiempo de nada más que trastabillar para no caerse, tomándose el rostro.
Unas risotadas se oyeron al soltar su mochila. Y mientras una pequeña discusión iniciaba muy cerca de él, a su espalda, no pudo hilar mucho más que el dolor extendiéndose por detrás de su oreja hacia su nuca, inmovilizándolo allí de pie, apretando los párpados, todo se suspendía en negro y un sonido perpetuo, distorsionado.
Ocurrió en una fracción de segundos. Voces conocidas y palabras inadvertidas con tono hostil, pasó a segundo plano cuando, aun manteniéndose dignamente de pie, le tomaron el brazo e intentaron llevárselo. Sin embargo, instintivamente se liberó cogiendo de la ropa con brusquedad a quién lo tocaba, decidido a contraatacar incluso si aún no recobraba el sentido del todo.
—¡Wow! Espera, ¡alto ahí, Chuck Norris! —protestó Colin cogiéndolo de la muñeca antes de que pudiera encajarle un puñetazo.
Le tomó unos instantes darse cuenta de lo que estaba haciendo, pero de inmediato soltó a Colin de su ropa y jaló su muñeca de vuelta sin éxito. Con una risa cómica, Colin rompió el hielo sin dejarle ir.
—Suéltame —replicó tosco.
La carcajada de Colin ahora fue descarada, juguetona.
—Primero discúlpate —insistió. Miles frunció el ceño más irritado. ¿Por qué se reía cuando debía enfadarse también?
—Lo siento —respondió chasqueando la lengua.
—No fue mi intención.
Rodó los ojos.
—…no fue mi intención —continuó. Colin volvió a reírse muy airoso y repuso:
—No suena convincente, Sr. Sinclair. Mierda, ¿cómo puedes seguir de pie? Ven—. Sin soltarlo intentó guiarlo hacia él, pero Miles se opuso haciendo evidente la molestia—. ¿En serio? No puedo creer que sigas siendo tan quisquilloso. Que vengas, ¡no te morderé!
Colin volvió a intentarlo para que pudiera apoyarse en su hombro, y con una actitud insípida, el muchacho se dejó ayudar ante la confusión que sentía por el golpe.
Al ser un par de centímetros más alto, desde esa posición pudo alcanzar a ver su nuca mientras caminaban, y a sentir el calor emanado del ejercicio que estuvo haciendo en el entrenamiento de béisbol. Por el calor que llegaba hacia él, su piel también reaccionaba.
«Incómodo», pensaba inquieto.
—Estás sudando —murmuró incómodo. Quería levantar el brazo y tomar distancia, pero no deseaba ser más grosero con Colin hasta el punto de empujarlo.
—Ah, lo lamento. Iba a ducharme cuando sorprendí a Garret. ¿Sabes que lo van a correr del equipo por lo que hizo? Yo mismo me encargaré, y al nuevo que le acompañaba. No puedo creer que te haya atacado por la espalda, es que si lo pescaba un segundo antes… y tú, ¿en qué ibas pensando? ¿No escuchaste cuando te llamé?
Ciertamente no, pero que ese tipo le atacara así… no se sentía molesto. Sabía que debía estarlo y deseaba realmente estarlo, pero ver el rostro de Colin le mejoraba el ánimo, escuchar su preocupación, a pesar del distanciamiento que él mismo impuso, le hacía querer sonreír como un bobo.
«Quizás el golpe sí me ha afectado» meditó de prisa tocando su costado hinchado.
—Da igual —murmuró de nuevo, evitando los ojos verdes exigiéndole una respuesta. Y en vez de insistir, su acompañante comprendió.
Se mantuvieron silenciosos hasta llegar a la enfermería, como esperaba. Era la primera vez que intercambiaban palabras desde su cruce durante la bienvenida, haciéndose más incómodo, ya que también compartían Literatura; Colin se ausentó esa tarde por la práctica, de otro modo, el encuentro habría sido incluso más incómodo.
La sala estaba vacía entre un par de camillas cuando llegaron, la profesional de turno en su banco tras la computadora jugaba al solitario, desviando la atención hacia ellos.
Bordeaba los treinta.
—¿Qué pasó, niños? —preguntó despreocupada, incorporándose mientras acomodaba un lápiz en el bolsillo de su bata y llevaba con ella una tablilla para rellenar fichas.
—…tuvo un accidente —balbuceó Colin. Miles frunció el ceño. “Accidente” no era la palabra certera, exceptuando, claro, si planease cubrirle la espalda a Garret.
—Sí, accidentalmente mi cabeza detuvo una pelota —corrigió Miles, sarcástico.
Chelsea asintió riendo mientras él se soltaba de Colin, avanzando hacia la camilla para sentarse.
—¿Sientes náuseas, mareos, dolor de cabeza, sueño?
—No —respondió. De su bolsillo, Chelsea sacaba una linterna pequeña y, encendida, la arrastraba delante de sus ojos. Era molesto, pero ella olía bien y su aspecto era juvenil—. Siento dolor donde me aterrizó la pelota. Es todo.
—Ya veo —comentó apagando el objeto, volviendo a meterlo en su bolsillo. —Sigue mis dedos y dime, ¿qué tal fue el golpe?
—No muy fuerte. El idiota no sabe pichear.
—Ah, béisbol —. Bajando sus manos, abrió sus ojos con sorpresa —. Cariño, son un peligro. Si te estaban molestando lo puedo reportar. Nunca dejes que se metan contigo.
Algo poderoso en su interior le hizo sentir terriblemente irritado de Chelsea, pero desvió los ojos, encontrándose con Colin. Lucía algo consternado con sus brazos cruzados. ¿No era insólito? Se sentía culpable. De lo único que era culpable, era de ser tan evidente: le gustaba la enfermera.
—Claro —respondió sonriendo burlonamente. Le divertía que fuera tan tonto en esa faceta.
—Oh, ¿fue él? —preguntó Chelsea apuntando a Colin. Hizo una expresión de sorpresa, ofendido. Miles cayó en cuenta de lo obvio que estaba siendo también con su rostro, y, sin embargo, la cara de Colin lucía graciosísima, no pudo contener la risa.
—No, no. Son compañeros, pero Colin lo vio. Hará que lo corran del equipo —repitió con burla, ganándose una mirada fulminante, a pesar de que ligeramente Colin se sonrojaba.
—Oh, ya veo, jaja. Lo lamento, Colin.
El chico asintió con una sonrisa insulsa. Unos segundos más, volvió a parecer dubitativo, y sus ojos volvían a divagar. Miles no entendía qué podría pasarle además de ponerse nervioso con la enfermera, no frenó su boca.
—¿Escapó?
En cuanto preguntó, volvió a ponerle atención con una mirada extraña. Sin embargo, de pronto sus labios hicieron una sonrisa, recordando.
—Corrió como un maldito marica —comentó entre carcajadas.
—Dios, ¡lenguaje! —replicó enseguida Chelsea enojadísima, consiguiendo interrumpir las risotadas —. Haremos esto, Miles. Te recostarás un rato con una compresa y él me ayudará a llenar la ficha para reportar el caso. ¿Vale?
Asintió.
Chelsea se paseó por la sala de un lado a otro tomando los implementos que necesitaría, y luego, volviendo a su lado con la compresa, la recibió con un “gracias” recostándose en la camilla.
Desde allí, se dedicó a observar a Colin sentado frente a la enfermera en su escritorio, manteniendo sus brazos cruzados, ligeramente cerca de la mujer. Jugaba nervioso con sus dedos, sonriendo a menudo con preguntas que no se relacionaban en nada con bromas. Y era dolorosamente de observar. ¿Quizás lo hacía a propósito? ¿Tenía algo de autocontrol?
Era del tipo que caía fácil con chicas lindas y superficiales, pero nunca pensó que podría llegar a gustarle alguien mayor. La buena noticia de ello es que pronto le gustaría alguien más, así que no debía preocuparse por un corazón roto. Nunca lo había hecho.
Bastante extraño era que en primera instancia, aún no tuviera novia, o se lo mantuviera bajo la manga. En general, la exigencia académica los mantenía demasiado ocupados como para iniciar una relación, y era justamente allí donde algunos sobresalían académicamente, mientras otros se conformaban con aprobar.
La escuela exigía una alta rigurosidad, así que ya era lo suficientemente difícil mantenerse adentro y aprobar.
Miles estaba convencido de que Colin era un sujeto extraño, aunque bastante popular en la escuela por ello, a razón de ser considerado demasiado galán por las chicas. Tal vez…sólo él lo denominaba como alguien extraño.
Era sobre esas características que detestaba en otros tipos: ser carismáticamente entrometido para bien, y serlo hasta el final. Quizás porque nunca estaría seguro de sus intenciones realmente, y en especial, porque eran fácilmente malinterpretadas. Por ello entendía a veces que tantas chicas se entusiasmaran con él.
Era un buen tipo, le agradaba. Era gracioso la mayor parte del tiempo y se preocupaba por mantener notas altas, pero a veces, simplemente lo ponía en una mala posición debido a su comportamiento despreocupado, trazando una línea para sí mismo.
Entonces, sí. Colin era bastante extraño. O ingenuo. Tonto.
Después de todo el ajetreo que tuvo que pasar para llegar hasta ese punto, suspiró cerrando sus ojos. Deseaba dormir y quedarse así durante todo el fin de semana, como un comatoso. Incluso si la camilla estuviera dura, fría y oliera a hospital; a ese desagradable aroma antiséptico. No, lo detestaba.
Aquel olor de desinfectante, a hierro, a piel y huesos rotos, le provocaba dolor en la muñeca como reflejo, ganas de vomitar; como la camilla en la que tuvo que permanecer por un tiempo, recobrando recuerdos que sabía, hubiese sido mejor dejarlos en el olvido, pero volvieron, y lo hicieron dejando pensamientos intrusivos, ideas extrañas que contradecían sus principios, y otras que lo hicieron caer en una espiral de decepción, odio y desconfianza.
Una mano tibia sobre su mejilla interrumpió sus conjeturas. Abrió sus ojos con lentitud, tomando aire pesadamente, viendo a Colin extrañamente tenso, luego sonriendo juguetonamente otra vez deslizando su pulgar por uno de sus ojos húmedos.
—Jodido bastardo, eres guapo incluso cuando duermes llorando —comentó jocoso.
Miles se sentía adormilado, no pudo procesar lo que decía, la cabeza seguía doliéndole.
Mientras volvía a cerrar sus ojos deseando continuar en su dormitar, y los dedos de Colin se deslizaban por sus párpados, algo hizo “clic” en él quitándole la mano con violencia para sentarse bruscamente.
—No seas repugnante —replicó enojado, masajeando sus ojos y los contornos de su nariz por el dolor de cabeza.
—Chico, no te sientes bruscamente. Recuerda que tu amigo te trajo porque te golpeó una pelota en la cabeza. Sé amable, cielos.
La enfermera Chelsea lo sermoneaba como Sarah y, sonaba bastante razonable para él también, ¡pero le irritaba! ¡No sabía un carajo! Estaba mareado y confundido de nuevo. ¿Colin le había secado las lágrimas? ¿Había llorado dormido? ¿Habría farfullado incoherencias otra vez, frente a ellos?
—¿Me quedé dormido? —. Mantuvo las manos en su rostro. No quería ver, la luz le irritaría la vista.
—No por mucho. Se supone que no debías, pero mencionaste que no dormiste en la noche.
—¿Lo dije? —preguntó quitándose las manos para mirar insólito a Colin. Él asintió.
—Y está pésimo —continuó Chelsea—, sólo por eso te dejé, pero si te sientes muy mareado o te desmayas en casa, vomitas, o te sangra la nariz, te recomiendo que vayas enseguida a un hospital —comentó desde su banco, apuntándole con un lápiz.
Miles volvió sus ojos a Colin, él movía la cabeza dándole la razón. Se sentía en una situación surreal.
Cinco minutos más tarde, lograron salir de la enfermería y concluir su camino a casa con la supervisión de Colin dándole un aventón en su auto.
En ese punto, no solo sentía que era surreal. Quizás, aún estaba en la camilla soñando, porque no recordaba cuándo habló, o cuándo se durmió. Estaba demasiado confundido por el golpe, o tal vez, deliraba por el cansancio y el hambre. No recordaba un día tan extraño en el que algún descerebrado tuviera la loca idea de molestarlo así, ni que Colin consiguiera entrometerse tanto como para llevarlo a casa, o que allí, en su casa, aguardara un perro que no deseaba ver, saludar, ni preocuparse.
¿Cómo escaparía ahora?
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