Léi Yǒnghuā interrumpió sus intereses y observó a los jóvenes. Su expresión se suavizó y soltó sorprendido:
— Sí que han crecido... —Tan pronto como dijo eso, regresó la mirada a su tío, frunciendo el ceño de nuevo, repuso—: ¿No hay fiesta de bienvenida para Léi Gāng? ¡El tonto de Léi Gāng avisó a su Jiùjiu que regresaría hoy a Běifāng Zuànshí hace nueve meses por una carta! Luego, se lo recordó en otras cien. —Realizó una pausa y soltó una carcajada—. Quién me recibió es un junior que estaba limpiando la entrada que, por cierto, no estaba esperándome, y quien luego me golpeó con una escoba pensando que venía asesinarlos.
Léi Yǒnghuā era un gran orador. Sus refinados gestos se movilizaron con gracia y actitud. Su particular articulación también era característico solo de él. Su pronunciación era una combinación entre varios acentos, sofisticada y estimulante. Generalmente, en su papel como “sobrino” y “primo” de la familia Léi, se abría telón a un comportamiento algo infantil y berrinchudo, con muchos levantamientos de cejas y muchos movimientos de cabeza que revelaban su estado de ánimo y vivacidad.
— Creo que ese es Miào Měi —aseguró Shěn Xuěpíng, emocionado—. Él es así.
— ¿Lo intestaste tocar? —preguntó Sīkòu Fēng—. No golpea a nadie a menos de que lo toquen.
— ¿Qué?, ¿de qué hablan? —cuestionó Léi Yǒnghuā, extrañado—. Estaba feliz de ver mi hogar. Vi a un hermano y lo quise abrazar de la alegría, ¿qué tiene de malo? Por suerte, Léi Jūn caminaba con su sequito no tan lejos de allí. Pensé que esperaba por mí. Me comentó que desvió su ruta para alimentar a los peces. Y comentó que no estaba enterada de mi llegada. Además, me golpeó al cargarla. Me miró fríamente y luego se fue. —Miró a los centinelas de la entrada, planteó disgustado—: ¿Creen que es lindo ser recibido así por mi familia?, ¿qué harían ustedes?
Los guardianes miraron a Léi Dàrén, rápidamente, cerraron las puertas.
— ¿Te das cuenta de que tus problemas inician cuando tocas a las personas? —preguntó Sīkòu Fēng.
— No he estado aquí tres años, ¿qué no puedo abrazar a mi gente? —Analizó el orden de la habitación, escrutó la comida y recordó encontrar a los menores arrodillados—. Veo que no me esperaban… ¿Qué pasa aquí?, ¿interrumpo algo?
JìngGuāng-Jūn abrió los ojos y aseveró tranquilamente:
— Interrumpe.
— … ¿Eso qué significa? —farfulló Léi Yǒnghuā— ¿Quiere que me retire? —Jugó con su casco y soltó un fuerte suspiro—. Regreso, y nadie me recibe. ¡Ni siquiera me han ofrecido un té y ya me botan! ¡Qué familia! Y yo que les traje regalos.
— Padre, ¿por qué no nos dijiste que Léi Gāng vendría? —interrogó Léi Xuěwēi.
Léi Dàrén tomó un sorbo de té. En vez de tener una tropa de muy bien formados varones, parecía poseedor de una corte de doncellas, todas recelosas y lloronas. Los niños siempre eran así. Los varones del hogar sí que necesitaban madurar y aprender a bajar la cabeza y guardar silencio.
Ignoró a su hijo, no se había ganado explicación alguna.
Tal vez se debía a la situación, o a que empezó a considerar que había hecho un mal trabajo como cabeza de hogar, pero pronunció con estrés:
— Léi Gāng, estamos en medio de algo…
— Están bromeando, ¿no? —repuso Léi Yǒnghuā, dirigiendo su vista a todos— ¿Hablan enserio? He traído a mil hombres conmigo. Cuatrocientos cincuenta son del Imperio Douman y los otros son hombres de Běifāng Zuànshí, hombres armados y cansados que no han visto a sus madres, hermanas, padres, abuelas, a toda su familia en los últimos años. Recorrimos tornados intensos, senderos sin agua, lluvias torrenciales, una avalancha de nieve y…, ¿a nadie le importa? ¡¿Esto es de verdad?!, ¿acaso estoy pintado?
— “¿Estás pintado?” —repitió Léi Dàrén, gestualizando un mohín—, ¿vas al Sur a aprender expresiones o a representarnos?
Léi Dàrén cogió un bollo del platillo que se hallaba frente a él. Su sobrino, una vez que empezaba con sus reclamos, nunca se callaba. Le brindó a su carácter la gloría de ascender de rango ágilmente a pesar de las brechas y dificultades que lo obstaculizaban. No acumulaba quejas en ello, era buen líder, actuaba rápido y reclamaba al instante, era quejumbroso y gruñón cuando debía serlo; pero presentía que ello lo pondría en peligro. Ser inconsciente de sus defectos demostraba parte de su inmadurez. Reservó en su memoria regañarlo y platicar con él.
— No puedo creerlo —pronunció Léi Yǒnghuā, en una mezcla de enojo y sorpresa—. ¿Esto es normal? Me están tomando el pelo, ¿no? Me trataban mejor allá. Si tan ocupados están, entonces me retiro. Mis hombres necesitan comer, algunos esperan mi orden para ver a sus familias. Espero que no haya sido tan frívolo, Jiùjiu, ¿tendrá preparado…?
— En los pies de la montaña XinMei se ha organizado un festín para tus acompañantes. Sus familias también esperan allí. Han sido tres largos años, las mujeres quisieron organizarles algo especial; la gente de Douman también puede ir. Habrá entretenimiento y todo lo que a “un joven soldado” le agrada. ¡Anda!, pero no seas un “buen” anfitrión, sé uno excelente, el mejor, o te mandaré a arrodillarte en piedras filudas en los que colocaré escencia de limón. Y ríndeles respeto a las mujeres. Si fuera por mí, solo les habría dado carne y vino. ¡Benditas las madres!, para mí, ellas son las verdaderas diosas de la humanidad.
Léi Yǒnghuā lo escuchó en completo silencio. Lo tranquilizó saber que las cosas se habían organizado. No se preocuparía por conseguir comida y dirigir la preparación de todo desde la cocina, así como no tendría que explicar la mala organización de la Familia Léi, lo que habría sido un horror teniendo entre ellos a gente del Imperio Douman. Los decepcionados, sobre todo, serían sus compañeros de rango menor pertenecientes, nacidos y criados, en Noddon. En serio pasaron un infierno para llegar.
Con la situación aclarada, su expresión cambió. Sus gestos infantiles regresaron a la misma seriedad y lealtad de siempre. Desenvainó su espada y la colocó erguidamente sobre la alfombra. Se arrodilló y le presentó respetos a Léi Dàrén.
— Aunque el viaje no fue sencillo, le aseguro que fue tranquilizador. Que usted administre Noddon y que cuide de la gente de Běifāng Zuànshí nos permitió tener fe y viajar sin apuros. Es grato encontrarlo con salud y con la misma piedad de siempre. Su trabajo perdurará, no una década ni mucho menos un siglo, sino hasta más de un milenio. Los aportes de su casa y los nuevos cambios, los cuales halago profundamente, se han hecho ver. En las ciudades de Celline, resuena el nombre del Antiguo Reino Léi. Es el único e indicado para ser alabado por ello. Como su sobrino mayor, me encantaría haber hecho más por usted. Me disculpo si mis contribuciones para con la familia resultaron insignificantes.
— Běifāng Zuànshí te acepta y recibe, Léi Yǒnghuā. La gente está complacida por tus esfuerzos. Recuerda que no existe una cima en la que sentarse, el progreso no tiene límites. Las metas no son estaciones eternas, sino puertas que uno abre de un camino que jamás dejará de transitar. Las agilas nunca dejan de volar.
Léi Yǒnghuā recibió bien las palabras de su tío, asintió con respeto. Se quedó segundos arrodillado, esperando que Léi Dàrén se pusiera de pie.
Léi Kē llevó otro bollo a su boca. Cuando su sobrino, dudoso, elevó el mentó y abrió los ojos para verlo, se llevó un gran asombro. ¿Lo estaba ignorando de nuevo? Léi Yǒnghuā escrutó el rostro de su Jiùjiu, flexionando sus cejas. El anciano observaba las ventanas, parecía enfocado en el ruido del viento, golpeando el vidrio y agitándolo.
— Léi Dàrén… —murmuró Léi Yǒnghuā.
— Sí. Ya puedes irte.
— Lo sé. Lo estoy esperando. ¿Necesita ayuda para…?
— Yo no iré contigo —repuso Léi Dàrén.
Léi Yǒnghuā se calló. Se puso de pie, incrédulo. Tres segundos despues, comenzó de nuevo con sus quejas:
— ¡¿Yo?! ¡¿Yo solo?!, ¡¿y usted?!, ¿qué pasa con usted, Jiùjiu? Usted debe acompañarme.
— ¿Todos los hombres de esta familia dependen de mí?
— Usted es el líder.
— Sin duda lo soy. Me refería a ustedes. Los tres que están en el suelo y el otro que me habla desde el centro del salón. ¿Están creciendo?, ¿o aún son niños? Tienen manos y piernas, y, sobre todo, energía; maduren de una vez. Sean responsables. Léi Gāng, entiendo que regreses de un largo viaje, pero si pretendes ser el futuro Gran General del Imperio Douman, entonces aprende a nunca agotarte. Y ustedes tres, mocosos sin honor, pequeños sinvergüenzas, ¿cómo es posible que olviden su promesa?
«¿Estaban castigos por una promesa?», se preguntó Léi Yǒnghuā. Luego, miró a Léi Dàrén, curioso, sin entender nada. Observó su rostro, lucía molesto. Dirigió sus ojos a JìngGuāng-Jūn, quien lo miró de regreso y asintió como si Léi Yǒnghuā supiera de aquello.
Su reacción lo hizo retroceder. Como todo el mundo, Léi Yǒnghuā también temía a JìngGuāng-Jūn. Pensó que había superado su miedo luego de ganar algunas batallas al nombre del Emperador Douman, pero ahora entendía que no había nada peor que los traumas de infancia, los que se aferraban al corazón y se extendían por todo el cuerpo.
Lo meditó unos instantes. Repitió subconscientemente la palabra “promesa” hasta recordarlo.
Se golpeó la frente con la palma de su mano al lograrlo.
— ¡AH! —denotó con una sonrisa tonta—, ¡La promesa! ¿Esa promesa?
— ¿Qué promesa? —preguntó Léi Xuěwēi.
— ¿Cómo que lo olvidaron? No olvidaron eso, ¿no? ¿Acaso no viene a recogerlos? ¡Cómo es posible que lo olvidaran!
— ¡¿Recogernos?! —gritó Sīkòu Fēng, horrorizado.
Sīkòu Fēng era amante fiel, y reservado, de Běifāng Zuànshí. No se visualizaba en otra parte. Escuchar “recoger de”, “viajar lejos de” o “saldremos de” junto al pronombre de su maravillo territorio, lo empujaba hacia la melancolía.
— ¿Recogernos para qué? —preguntó Shěn Xuěpíng.
Léi Yǒnghuā le sonrió a Shěn Xuěpíng. Estuvo a punto de responderle, pero recordó algo que lo detuvo:
— ¡Ah!, por cierto, ¿dónde está mi hermano? ¿Dónde está Léi Píng?
— Otro niño del que debo estar pendiente… —se quejó Léi Dàrén— ¡Por las animas abandonas!
Ala Oeste del clan Léi, Casa de Rosas Otoñales, hogar del joven Léi Huālín y de su hermano mayor, Léi Yǒnghuā; antiguo recinto de la hermosa y respetada Léi Qing, cuyos pétalos pocos admiraron y cuyo vigor y fortaleza muchos codiciaron.
La dama fue un santo prodigio en su juventud, pero, luego de su decimoséptimo invierno, su vitalidad se congeló en el tiempo, y, como todo cubo de hielo que cae al suelo, su aclamado destino se fragmentó. Se quedó como una rosa en reserva en el Ala Oeste. Suprimida en la ironía de aquella referencia, un día inició su cultivo de flores invernales. Los guerreros del Norte quedaron tan impactados por dicho logro que nombraron esa parte del territorio como “Casa de Rosas”, a la que posteriormente añadirían “Otoñales”.
Léi Qing fue comprometida con un hombre de Douman, llamado Douman Teo. Cuando el señor viajó a Xiena, territorio del clan Léi, para conocer a su futura esposa, quedó prendado de su belleza; sobre todo, de su enigmático carácter. Era amable, pero sumergida en expresiones frías. Sus buenas obras eran habitualmente confundidas por ofensas tras sus escasas reacciones. Y cuando parecía ser frívola, era cuando más tímida se sentía. Su esposo la llamaba “Sol Oculto entre la Nieve”, y, loco de amor, renunció a su rango y se mudó a Xiena a vivir con ella por su frágil salud.
Pero no todo es un ocaso dorado, algunas rosas mueren. Fue justo despues de que Léi Qing entendiera “qué era el amor” y que interiorizara que amaba a su esposo cuando este falleció. La perdida y el remordimiento no la soltaron. La ausencia de su amado había dejado un gran vacío en ella, notó que casi todo lo hermoso que le rodeaba había sido colocado detalladamente por él. Ser consciente de eso la devastó, la enloqueció enterarse por la servidumbre. Ella había sido fría y distante con quién le cortaba leña y preparaba su medicina para refugiarla y cuidarla.
— Amo, amo, ¡joven amo Léi! —habló Fú Nán, alegre—, esas telas le quedan de maravilla.
— ¿Tú crees?
— Sí, amo.
— Creo que su único desperfecto es el diseño. Todo está bien hasta… aquí. Aquí el decorado se vuelve atroz a medida la vista recorre la tela.
— ¡Ni siquiera lo había notado! ¡Usted posee buenos ojos!
— Sí, así es. Los poseo. ¿Qué se puede hacer? ¡Jajajaja! Tengo buen gusto y una vista espléndida —se elogió Léi Huālín. Enfocó la vista en el asiento de su maestro—. Mi entrenamiento debería consistir en esto, de ese modo, sí se sentiría orgulloso de mí. ¡Tsk!
— Joven amo, ¿qué hará cuando el maestro Bǎo Zhì recupere la consciencia?
— Nada.
— ¡Vaya!, ¡qué valiente! Admiro que no se sienta asustado.
Fú Nán alabó con más términos heroicos a Léi Huālín. Este se agasajó locamente. Caminó graciosamente y se recostó en su sofá de meditación, con sus botas y toda su ropa puesta, saltó en él, alegremente. Fú Nán cogió la bandeja de comida, en donde había trozos de queso y uvas. Se arrodilló en el suelo, cerca de su mano, y lo empezó alimentar.
— Bǎo Zhì no representará peligro alguno, mi querido Fú Nán —se jactó Léi Huālín—. El hechizo que apliqué en él es muy efectivo. Pulí mis habilidades solo para que fuera así.
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