— ¿Qué fue lo que hizo exactamente?
— Mi hermano te regaló unos libros hace tres años. No sé qué harás en tus tiempos libres, así que preguntaré, ¿Leíste los textos que te entregó? No me molestaré si dices que no. Bueno, de todos modos, eso no importa. Te lo explicaré desde cero. Utilicé mi qi interno para activar el hechizo. Concentré y controlé mi flujo de energía, y lo hice circular por medio de mis meridianos, formando patrones con el hechizo que compuse. Lo llamé “Obedece al joven y querido maestro Léi Píng”. Puedo controlar a quién quiera con esto. Por ahora, solo puedo manejar a una persona a la vez. Y solo puedo hacerlo conociendo uno de los secretos de la otra parte. Con eso, me escabullo en sus mentes. El “secreto” es como la llave a su consciencia, a su “yo”. Cuando desactivo el hechizo, la persona no puede recordar nada. Sin embargo, si el objeto de prueba, en medio de dicho estado, presenta una perturbación a la cognición, recobrará el juicio, recordando todo lo que vivió bajo mi mando. Fú Nán, ¿entiendes lo malo que eso será para mí? Por ello, no hagas ruidos graves ni nada. Si Bǎo Zhì reanudará su criterio, me pararía en la punta de la colina Nungkei y me lanzaría piedras. Diría algo como: “Tienes que esquivar las rocas sin moverte”, y me arrojaría todas a la cara.
— Joven maestro Léi, disculpe mi atrevimiento, solo busco entenderlo, pero ¿hace esto por qué detesta al gran maestro Bǎo Zhì?
— ¡No lo odio! —saltó Léi Huālín, exaltado. Al percibir su reacción, tosió con fuerza y aparentó armonía. Se recostó de nuevo—. Bǎo Zhì tiene la culpa. Estos dos años me ha exigido realizar muchas cosas. Me ha hecho trabajar como a una mula. Solo estoy cansando. Trabajé meses en este hechizo solo por eso. Quiero descansar un mes. Eso es todo. Pasado ese tiempo, juro no volver a aplicarlo.
Fú Nán no supo qué decir. Calló un momento. Alimentó a Léi Huālín de nuevo, entonces preguntó:
— ¿Qué hará si Léi Dàrén lo nota?
— Ya pensé en eso… ¡Establecí un control de días y horas para aplicar mi encantamiento! —dijo sonriente, extendiendo los brazos como un guerrero alabado.
En ese instante, Léi Yǒnghuā tiró violentamente las puertas de una patada. Las tablas se desplomaron sobre él suelo produciendo un espantoso chirrido. El eco repercutió en cada rincón de la habitación. Léi Gāng cerró los ojos con fuerza. No sabía que se trataba de su hermano, solo imaginó que alguien de un rango superior había escuchado la conversación. Su reacción fue hacerse bolita sobre el mueble. Y, previniendo que le golpearían la cabeza como castigo, su cubrió el cráneo con fuerza.
— ¡Eres un maldito malcriado, Léi Píng! —gritó Léi Yǒnghuā. El nombre de nacimiento de Léi Huālín era Léi Píng, en honor al nombre del padre de su padre—. ¡Harás que todos nuestros ancestros se revuelquen en sus tumbas por tu deshonor! ¡Verás que los ancianos te molerán a sablazos cuando fallezcas! ¡No te veo en tres años y esto es lo que encuentro! ¡Un malcriado que le hace esto a su maestro! ¡Yo haré que te pares en la colina Nungkei y te arrojaré piedras!, ¡¿qué piedras?!, ¡te arrojaré dardos!
Léi Huālín palideció de inmediato. Sus ojos se abrieron del tamaño de las lunas.
— Pero… Pero si es El Jade de la Arboleda Blanca —murmuró espantado.
Bajó del suave algodón, por no decir que se lanzó al cemento. Gateó por el suelo, temblando. Quería escapar por la puerta que daba al patio. Pero su hermano corrió tras de él y lo jaló de sus ropas y cabello. Subyugado en el suelo, Léi Yǒnghuā le brindó un puñete que nunca olvidaría.
— ¡Para, para! ¡No me pegues, no me pegues! ¡Dà Gē, suéltame, te lo ruego! ¡No me pegues!
— ¡Dame una gran justificación para soltarte!
— ¡Mi ropa es cara, muy costosa, demasiado onerosa!
Léi Yǒnghuā le rompió su traje. Le propinó otra golpiza por intentar hacerse el astuto.
— ¡Gēge! ¡Era broma, era broma!
— ¿Cómo puedes ser así?
— ¡Siendo!
Léi Yǒnghuā volvió a golpearlo.
— ¡Para, para! ¡No volveré a decir algo como eso! ¡Solo era broma! ¡Me extrañaste!, recuerda eso. ¡Tú extrañaste a tu hermano menor! No me quieres ver con el rostro morado, ¿verdad? A las damas no les gustan los desperfectos. No me casaré si me rompes la nariz.
Léi Yǒnghuā lo sujetó muy fuerte del pecho y lo atrajo hasta sí. Lo miró con una cara de perro rabioso y farfulló:
— ¡No me provoques, o juro que te la destrozaré!
Léi Huālín cubrió su rostro, intimidado. No quería perder su belleza. En Běifāng Zuànshí, él ocupaba, entre los juniors, el primer puesto en hombría masculina.
Léi Yǒnghuā apartó los brazos de su hermano, que utilizaba como escudo, de un tirón. Chocó con sus brillosos ojos. Había sangre en sus dientes y cargaba con una herida en el labio inferior. Su agarre se hizo suave. Aquella expresión de horror era la misma que su madre alguna vez gestualizó en el pasado.
Lo soltó de golpe. No podía lastimarlo, había tres razones. La primera, Léi Huālín era la viva imagen de su madre, exceptuando la personalidad; pero si lo vestían de mujer y lo maquillaban demasiado, fácilmente pasaba como una reencarnación de ella. La segunda, le juró a su padre y madre salvaguardar a Léi Huālín con su vida. Y la tercera, no digería los ojos de tristeza y pánico de Léi Huālín debido a cicatrices de su alma.
— ¡Eres un descarado! Ni pienses que te has salvado, ya tengo pensado un castigo para ti.
Se acercó hasta el desorientado Bǎo Zhì que poco a poco recobraba consciencia. Léi Huālín lo había arrodillado cerca de una mesa baja llena de postres. Y, como nunca lo había visto comer dulces, le dio la orden de que digiriera bocados hasta que su cuerpo se lo permitiera.
En el pasado, Léi Yǒnghuā le preguntó a Bǎo Zhì la razón de esto. Su maestro respondió: «En mi pueblo, éramos tan pobres que muchos fallecían de hambruna. Como era un lugar que quedaba de paso para contrabandistas, muchos de ellos pasaban con mercancía, ya sea robada o simplemente infiltrada. Cada mes pasaba un señor con una gran carga que olía bien. Mis amigos y yo le preguntamos qué era lo que llevaba, él respondió: “Caramelos”. Nos contó algo sobre eso. Todos quedamos absortos en querer probarlos. Él no era malo, sino un hombre tranquilo que hacía lo que hacía por su familia; nos prometió regalarnos algo en la siguiente visita. En un mes puede pasar muchas cosas, el anterior Emperador Douman, Douman Tīanshēng, cuando se enteró que traficantes pasaban por allí, algunos con cargas del otro país, mandó a asesinar a todos. Mis amigos, mis compañeros de noche y día, no sobrevivieron. Juré no hacer muchas cosas en su nombre, negándome la infancia porque ellos no pudieron disfrutarla. Rompí unos juramentos, otros no. Pero algo que no pude hacer, siendo fiel a su memoria, fue disfrutar del azúcar. Eso me mantiene unido a ellos. Es triste disfrutar de algo que juraste compartir con alguien. Sientes culpa, como si hubieras cometido un delito. La mitad de vida la recorrí en gris hasta que alguien me salvó…»
Léi Yǒnghuā, sentado al lado de Bǎo Zhì, le contó la historia a su hermano mientras estabilizaba a su maestro.
— ¿Se negó a comer dulces décadas de su vida solo por una promesa? ¿Debería reírme o sentirme mal? Me parece algo tonto. Si mis amigos murieran y yo sobreviviera a algo, trataría de disfrutar todo lo que pudiera de la vida en memoria de ellos. Vaya que hay gente que sufre porque quiere. Me sorprende de Bǎo Zhì. Juro que si Shěn Jīn, Léi Kāng u otro fallece, viviré por ellos, construiré un templo dedicado a mí. Estoy seguro de que eso querrían —articuló, meditativo. Se tocó el mentón por inercia—. Es inevitable amarme…
— ¡No tienes ni una gota de honor! —Léi Yǒnghuā le lanzó una bandeja directo a la cara— ¿Sabes lo qué has hecho? ¿Cómo te atreves a bromear? ¡No tienes respeto! ¡Discúlpate con Bǎo Zhì ahora mismo! ¡No solo lo has utilizado como a una muñeca, sino que lo has hecho romper un voto!
— ¿No dijiste que quebrantó otros? —balbuceó, escapando por la habitación—. Que es “uno” al lado de otros no sé cuántos.
Léi Yǒnghuā lo atrapó. Le dio la vuelta y lo obligó a mirarlo. Léi Huālín cerró fuertemente sus ojos. Era consciente de sus palabras, mas no podía parar su parloteo, tampoco verlo a la cara. Su hermano expulsaba espinas de metal y fuego segundo a segundo.
— ¡Yo no lo sabía! —chilló Léi Huālín— ¡No lo habría hecho desayunar dulces y pasteles a sabiendas de eso! ¡Es tu culpa! ¡Tú nunca me cuentas nada! ¡Él también es mi maestro; es mi Shifu! ¡Tú debiste mencionarlo!
— ¡Juro que te lanzaré otro puñete! ¡Arrodíllate y discúlpate!
Léi Huālín obedeció a su hermano.
Bǎo Zhì aún no estaba en su completo juicio. Las voces no eran audibles. Y su vista se desenfocaba y alteraba sin parar. Léi Gāng regresó a socorrerlo.
Bǎo Zhì se giró; escrutó a quien lo sostenía.
— ¿Léi Gāng? —murmuró Bǎo Zhì, extrañado. Arrugó su frente y ojos, intentando ajustar su visión—. ¿Eres tú, Léi Gāng?, o… ¿eres, Douman Teo…? ¿Dónde estoy? ¿Estoy alucinando? Mi cabeza…
— Maestro, soy yo, Léi Gāng. He regresado a casa.
— ¿Léi Gāng? ¿Cómo…? ¿Dónde…? —Colocó sus ásperas manos en las mejillas del joven, y le estiró y pellizcó la cara—. ¿Eres el verdadero Léi Gāng? —Lo soltó con dolor. Fragmentos de memoria penetraron su mente y se ajustaron, como piezas de rompecabezas, a espacios vacíos de experiencias en blanco. Miró a Léi Huālín—. Tú… ¡Tú! ¡Cómo pudiste! —gritó, poniéndose de pie, mareado—. ¡Vamos! ¡Iremos a la colina Nungkei y…!
Bǎo Zhì, a pesar de sus malestares y la abundancia de imágenes difusas, vio manchas de sangre en la cara de Léi Huālín. Rápidamente, sus ojos se posaron en el desorden de la habitación y en su ropa rasgada. Como un golpe, los hechos lo hicieron estar más consciente, pero, por el abrupto, sufrió una sensación anormal, un estirón en el cerebro, como una especie de calambre.
En una esquina del cuarto, Fú Nán se había hecho uno con las cortinas.
Aún sin poder oír del todo, Bǎo Zhì escuchó susurros de “perdóneme” y “discúlpeme” provenientes del maltratado Léi Huālín. Dio un paso hacia el frente, pero sus pies trastabillaron y casi se va al suelo. Léi Yǒnghuā lo sujetó. Y Léi Huālín se acercó paniqueado a él.
— ¿Qué más le hiciste? —interrogó Léi Yǒnghuā. Su voz se escuchó más profunda y arrastró ásperamente las letras.
No era común toparse con un Léi Yǒnghuā iracundo, mucho menos recibir las reprimendas de uno extremadamente colérico. Para su mala suerte, Léi Huālín no solo era el detonante de sus perturbaciones, sino el balde que los recibiría, ¡el único en retener todo el peso de su furor!
¡Ese no era su año! ¡En serio!, ¡¿a sus ancestros no les gustó las ofrendas que les entregó a inicios de año, además de la hora de honra que les dedicaba cada día en la madrugada?!
Léi Huālín agitó sus manos en el aire con rapidez. El silencio era pecado anunciado.
— ¡Nada más! ¡Lo juro! —repuso, nervioso, casi en un grito ahogado por el temor.
— ¡¿Y por qué está así?! —reclamó Léi Yǒnghuā. Si no estuviera sosteniendo a su Lao Shi, entonces habría zarandeado a su hermano para soltarle la lengua—. ¡Léi Píng!, te romperé las piernas si me mientes.
— Tal vez…
— ¡¿Tal vez qué?! No balbucees. Sé directo.
— Es la primera vez que aplico este hechizo…, quizás es la migraña un efecto secundario. —Abrió los ojos con alegría. Gritó extasiado—: ¡Fú Nán, anota eso! ¡Tenemos progresos en mi investigación!
— ¡¿Utilizaste a Bǎo Zhì cómo tu conejillo de india?!
Léi Yǒnghuā no volvería a tirarle un puñete, pero sí que se imaginó lanzándole una bofetada. Sintió que su padre lo habría aprobado. Léi Píng había manipulado a quién era su Shifu, y no mostraba arrepentimiento. ¡Requería que alguien lo despertara de sus juegos!
— No… —Léi Yǒnghuā no se contuvo. Su mano se alzó en los aires. Léi Huālín habló, agitado y cubriéndose—: ¡Sí, sí! ¡Lo hice! Pero… pero… No esperaras que no anote esto, ¡¿no?! La información es importante. Igual me castigarás. Si recibiré tus golpes, más vale que sea por algo realmente bueno.
Léi Yǒnghuā le tiró un palmazo en la cabeza, algo que se podría tildar como “suave” ante lo enojado que se sentía y por la fuerza que empleó.
— ¡Fú Nán!, llama a la Honrable Hú Róu. Ella sabrá cómo atender correctamente a mi Lao Shi. Y dile a Léi Xìnjiān que busque a Léi Jūn. Ella tendrá que comunicarse con Douman Wénrú, mi segundo al mando. Que de paso arrastre a todo su sequito de mujeres con ella y a mis pequeños primos. Los hombres de Douman estaban interesados en conocer a los hijos de Léi Dàrén. Eso los tranquilizará un rato. Y, bueno, no han visto mujeres en un largo tiempo, las damas de su corte no se veían nada mal. Que redirijan a todos a la montaña XinMei. Y que se les entregue nuestra carga a los hombres de Léi Dàrén, que algunos armen el campamento para descansar; otros dormirán en el Distrito Amarillo del Antiguo Reino Léi, que arreglen ese lugar y que suministren cualquier cosa que falte. Y no te preocupes, Léi Jūn no se negará a responder ante sus deberes. Dile a Léi Xìnjiān que le explique rápidamente el “pequeño” inconveniente en privado —y le lanzó una mirada de muerte a Léi Huālín, quien cerraba los ojos con sufrimiento.
El espíritu de Fú Nán estaba en la punta de su lengua. Golpeaba sus labios y dientes para abandonar el desgastado cuerpo y elevarse más allá de las nubes. Así estuvo en toda la brecha, pálido y estupefacto. Eso era mejor, ¿no?, que el ser receptor de los golpes de su también amo.
Entre el “pequeño” y “gran” Léi, sobrinos de Léi Dàrén, quien lo había comprado una mañana nublada fue Léi Yǒnghuā. No tuvo que recordar a quién debía serle más fiel. Tragó en seco, arrastró al interior de su ser lo que lo mantenía sobre la faz de la tierra. Lo encerró en alguna parte de su esófago, le puso unas rejas y uno que otro sello. No moriría en esa vida, estaba seguro; no hasta que Léi Yǒnghuā se lo permitiera.
— ¡Ay, señor! —sollozó Fú Nán. Se tiró al piso de rodillas. Abrazó una de sus piernas como un pequeño mono—. ¡Señor, señor! ¡Ahhh! Estaba tan impactado de verlo y de cómo ingreso que ni siquiera lo pude saludar. ¡Mírelo, está enterito, ENTERITO! Mi amo, mi amo…
Fú Nán no exageró su sorpresa. De alguna manera, sí quedó realmente impactado por su llegada, aunque esto último se incrementó por el miedo a recibir un castigo junto a Léi Huālín. Entre un sirviente y un señor, era el primero quién tenía mucho que perder. Pero, tratándose de Léi Yǒnghuā, no había de lo que preocuparse, sus lágrimas brotaron por ello. El amo mayor no marcaba diferencias, por lo que el castigo sería el mismo. Y, aunque Léi Yǒnghuā no era suave cuando se trataba de la corrección, lloró del alivio.
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