Mientras tanto a varios kilómetros, en el corazón de marsella, Sara Blanc una una joven prodigio en la botánica de cabello rubio y ojos de color verde y café claro, estaba inclinada sobre un marcizo de flores en un vivero. Las plantas eran su refugio. Desde que era niña, había sentido una conexión especial con ellas, algo que su madre Celine siempre describió como "un regalo único". Pero Sara no lo veía así. ¿Qué tan especial podía ser hacer crecer flores más rápido?
—¡Sara! —gritó un empleado del vivero, un hombre regordete con bigote espeso—. La clienta está esperando.
—Voy en un segundo —respondió ella, intentando disimular su cansancio.
Antes de levantarse, notó algo extraño: una rosa negra había brotado en medio de las margaritas. Era perfecta, pero no debía estar ahí. Estiró la mano para tocarla, pero cuando lo hizo, un escalofrío recorrió su espalda.
—No puede ser… —susurró.
El sonido de una radio interrumpió sus pensamientos. El locutor hablaba con una mezcla de urgencia y confusión.
"Los científicos no logran explicar la anomalías de desastres naturales, no ha habido una catástrofe de esta magnitud en la historia registrada ."
La transmisión fue interrumpida por un repentino apagón en la ciudad Sara cansada y alzó la vista al cielo y sintió que algo estaba profundamente mal. Las palabras de su madre resonaron en su mente: "No subestimes lo que portas, los regalos de la vida siempre tienen un propósito más grande que nosotros mismos."
Al final del día en el silencioso vivero de Marsella, Sara observaba la rosa negra que había brotado inexplicablemente. Sus pétalos eran perfectos, como si estuvieran esculpidos por manos divinas, pero había algo inquietante en ella. Al tocarla, sintió un escalofrío recorrerle la columna, una sensación que la hizo retroceder instintivamente.
Los recuerdos empezaron a fluir en su mente, como si la rosa los hubiera desenterrado. Su madre, Celine, una reconocida botánica, aparecía claramente en su memoria. Siempre llevaba un cuaderno lleno de dibujos y notas detalladas sobre flores círculos raros. Las rosas negras habían sido su obsesión durante los últimos años de su vida.
Sara apenas tenía doce años cuando su madre murió en un accidente extraño en su invernadero personal. Era un espacio que ella siempre había mantenido bajo llave, un lugar que Sara nunca llegó a conocer bien. Todo lo que recordaba era el caos después de aquel día: ambulancias, policías y su hermana mayor, Lise, llorando desconsolada.
La voz de Lise rompió sus pensamientos.
—¿Qué haces aquí todavía? —preguntó desde la entrada del vivero, con un tono frío que llenó el aire.
Sara se giró para enfrentarla, pero la incomodidad era palpable. Lise, a sus 25 años, siempre había tenido una presencia dominante, y su relación con Sara había sido distante desde la muerte de Celine.
—Solo revisando algunas flores —respondió Sara con cautela, intentando evitar cualquier confrontación.
Lise avanzó unos pasos, cruzándose de brazos. Su mirada se posó directamente sobre Sara, y en sus ojos brillaba una mezcla de resentimiento y rabia contenida.
—No entiendo cómo puedes seguir metida entre estas malditas plantas —dijo, su voz cargada de reproche—. Como si no fuera suficiente con lo que hiciste.
Sara frunció el ceño, confundida pero acostumbrada a los comentarios hirientes de Lise.
—¿Qué hice ahora? —preguntó, con una mezcla de cansancio y curiosidad genuina.
Lise rió sin humor, negando con la cabeza.
—Siempre fingiendo que no entiendes. Nuestra madre murió por tu culpa, Sara.
Las palabras cayeron como un golpe en el pecho. Sara sintió que el aire se volvía más pesado, como si el mundo entero se hubiera detenido en ese instante.
—Eso no es cierto… —susurró, aunque su voz temblaba.
Lise dio un paso más cerca, su rostro endurecido por años de resentimiento.
—Estabas ahí. Algo hiciste en su invernadero. Nunca he sabido exactamente qué, pero desde que naciste, todo se torció. Y mamá... mamá no estaría muerta si no fuera por ti.
Sara sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, pero se obligó a no llorar frente a Lise. Sabía que no servía de nada intentar defenderse. Lise había tomado esa creencia como una verdad absoluta, y nada de lo que ella dijera cambiaría eso.
—No quería que muriera… —fue todo lo que Sara pudo decir antes de girarse hacia la rosa negra.
Lise la miró con desprecio antes de marcharse, sus pasos resonando en el silencio del vivero.
Sara se quedó sola, contemplando la flor con una mezcla de fascinación y temor. Un detalle la atormentaba: la última vez que vio una rosa negra fue en los dibujos de su madre, justo antes de que muriera.
—¿Qué estás tratando de decirme? —susurró, sin saber si se dirigía a la flor, a su madre o al recuerdo del pasado.
En algun rincón de Alemania,donde la luz del día parecía no llegar. Kael Noctis estaba en su habitación, sentado en la oscuridad, mirando un viejo cuaderno lleno de garabatos y diagramas que solo él entendía. Desde la muerte de su familia en lo que los medios llamaron "un incendio inexplicable," Kael había caído en una espiral de soledad y rabia.
Los servicios sociales intentaron ayudarlo, pero nadie podía darle lo que realmente quería: justicia. El recuerdo de su hermana pequeña lo atormentaba. Había algo en la forma en que murió que no tenía sentido, como si la oscuridad misma la hubiera devorado.
Un golpe en la ventana lo sacó de sus pensamientos. Se acercó con cautela y vio a un grupo de jóvenes robando en la tienda del barrio. Kael bajó las escaleras y salió a enfrentarlos.
—¿Qué creen que están haciendo? —preguntó, con un tono grave.
—¿Y a ti qué te importa? —se burló uno de ellos.
Kael no respondió. Solo extendió una mano, y, sin saber cómo, la sombra del callejón pareció alargarse, envolviendo al ladrón como una serpiente. El chico gritó, y los demás huyeron. Kael retrocedió, horrorizado pero fascinado por lo que acababa de hacer.
—¿Qué me está pasando? —susurró, mientras las sombras se desvanecían.
La Transmisión
A nivel global, las cosas se estaban moviendo rápidamente. En las Naciones Unidas, los líderes mundiales discutían sobre los informes de anomalías energéticas, desastres naturales y desapariciones de científicos y políticos clave.
Una transmisión en vivo mostraba a un portavoz de la ONU intentando calmar a la población.
—La situación está bajo control. Nuestros expertos están trabajando para entender estos fenómenos. Les pedimos a todos que sigan las recomendaciones de seguridad y se mantengan atentos a nuevas actualizaciones.
De repente, las luces de la sala parpadearon. La transmisión se interrumpió, y una señal desconocida reemplazó la pantalla.
Un hombre de cabello rubio y ojos de un brillo dorado cegador apareció. Sus alas de plumas negras se extendían a su alrededor, proyectando una sombra inquietante.
Un mensaje críptico llenó la pantalla en todos los idiomas:
"El Pacto se ha roto. La era de los mortales llega a su fin."
La transmisión se desvaneció, dejando un silencio aterrador. En ese instante, el cielo parecía teñirse aún más de rojo, mientras el objeto negro seguía creciendo, como si estuviera devorando al sol.
En el vivero, Sara sintió que las plantas a su alrededor reaccionaban, creciendo de forma descontrolada, como si respondieran a un llamado ancestral.
Por su parte en el dojo Ryu seguía teniendo dudas de que era eso en el cielo que Kenji menciona a su vez que dudaba sobre la leyenda del dragón que le contaba su abuelo
Kael, en su callejón, vio cómo las sombras se volvían más densas, casi palpables, y sintió una fuerza oscura creciendo dentro de él.
En ese momento, los tres sintieron una conexión inexplicable, como si sus destinos estuvieran entrelazados. Y aunque no se conocían, sabían que el mundo tal como lo conocían estaba a punto de cambiar para siempre.

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